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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La paz
El mundo está lleno de conflictos. Las guerras, los rumores de guerras, las recesiones económicas, el malestar social y la controversia política mundial abundan, como lo han hecho a lo largo de la historia. Aunque nunca me sorprenden los conflictos, a menudo me asombra lo sorpresivos que son para tantas personas en el mundo. Como cristianos, sabemos que el conflicto siempre existirá en este mundo caído, porque este mundo está lleno de gente caída y pecadora, y la gente pecadora tiene tendencia a pecar y a crear conflictos. A muchos en el mundo les sorprenden los conflictos porque esperan que el mundo en su estado actual tenga paz, que todos se lleven bien, y que todos y cada nación coexistan en perfecta armonía en todo momento y en toda circunstancia, sin importar las diferencias religiosas, socioculturales, éticas o políticas. El mundo es increíblemente ingenuo.
El mundo quiere la paz aunque ha rechazado al Príncipe de Paz, y el mundo clama por paz aunque haya declarado dogmáticamente que la verdad es relativa. Al mundo le encanta hablar de paz, pero en realidad, el mundo no tiene ni idea de lo que es la verdadera paz ni de cómo se consigue. El mundo piensa que la paz se basa en las concesiones, pero los cristianos saben que la paz auténtica se basa en la verdad, una verdad que es incesantemente tenaz, dogmática e inquebrantable. Durante la época de la Reforma, Martín Lutero declaró con razón: «Paz si es posible. La verdad a toda costa». Como cristianos, sabemos que no podemos tener paz al margen de la verdad y que la verdadera paz solo viene por causa de la verdad. Una paz negociada basada en una verdad transigente solo demorará el conflicto, no lo eliminará.
La única esperanza del mundo para tener una paz verdadera y duradera es reconciliarse con el Dios de paz, quien da paz a todos los que han nacido de arriba por el Espíritu de paz. Esto es porque solo cuando Dios haya conquistado nuestros corazones rebeldes —corazones enfurecidos por el conflicto, la ansiedad y la desesperación— es que estaremos en paz y podremos mantener el espíritu de unidad en el vínculo de la paz en nuestros corazones, hogares e iglesias, mientras esperamos ansiosamente el regreso del Príncipe de Paz, Jesucristo.