
Paz sin concesiones
5 enero, 2024
Paz con nosotros mismos
10 enero, 2024Una teología bíblica de la paz

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La paz
Era un ventoso día inglés, y, algo atrasado y bastante mojado, me dirigí con prisa hacia el despacho de mi profesor para mi tutoría de hebreo. Avergonzado, le ofrecí un cordial pero veloz saludo en hebreo: «Shalom». Me observó en silencio mientras sacaba el material para la clase y luego respondió: «Justin, shalom es más que un simple saludo: declara la salud de nuestra relación. Pronuncia bien las vocales, dale peso a la palabra, porque tenemos paz, y eso no es poca cosa». Fue un método amable de restauración e instrucción: pudimos seguir en paz e incluso me ofreció té y galletas.
En un mundo atormentado por los conflictos, puede parecer obvio decir que la paz «no es poca cosa», pero el concepto bíblico de la paz —la palabra shalom en hebreo, que se traduce al griego como eirēnē— implica mucho más que la ausencia de conflicto. Shalom expresa integridad, bendición y plenitud, ejemplificadas por la perfección de la creación de Dios y las relaciones armoniosas y sin trabas de Dios con Sus criaturas y de Sus criaturas entre sí. Dios le da existencia al shalom con Su sola voz (Is 45:7), y toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis, narra Su intención de restaurar el shalom en la humanidad caída, para que la palabra que sale de Su boca —shalom— no vuelva a Él vacía, sino que cumpla Su propósito de paz, bendición y plenitud.
En el principio, el Dios del shalom, perfecto en integridad, bendición y plenitud en Sus tres personas, crea todas las cosas en seis días, todas muy buenas. La creación se asemeja a su Creador, y Él la invita a compartir Su paz, especialmente al hombre, al que Él crea a Su imagen. Le da a Adán una compañera que lo complete, un jardín con todas las cosas buenas para comer y el propósito de multiplicarse y ejercer dominio sobre la creación para que esté pleno. Es un estado de shalom, y casi podemos oír los saludos jubilosos de «paz a ustedes» cuando el Señor desciende de Su trono cósmico para caminar en paz con Adán y Eva por el huerto.
Shalom expresa integridad, bendición y plenitud, ejemplificadas por la perfección de la creación de Dios y las relaciones armoniosas y sin trabas de Dios con Sus criaturas y de Sus criaturas entre sí.
Inesperadamente, un día se produce una escena espantosa: Dios llega al jardín para confraternizar, pero no es bien recibido. El shalom se ha roto por la transgresión del hombre. Ahora Adán teme la desnudez y la ve como algo incompleto, acusa a su mujer de perjudicarlo en vez de completarlo, y considera que el fruto es una maldición en vez de una bendición. Adán y Eva huyen y se esconden, temblando porque esperan juicio en lugar de paz (Gn 3:8-11).
Frente a esta miseria, Dios les dirige extraordinarias palabras de shalom. No es de extrañar que Pablo diga que la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7); en medio del juicio contra la rebelión, Dios consuela a Sus hijos con la promesa de la paz a través de Aquel que aplastaría la cabeza de la serpiente mentirosa y asesina (Gn 3:14-15). El pecado del hombre los ha alejado, pues su condición caída corrompió la armonía y la convirtió en hostilidad (lo que se representa vívidamente en el exilio), pero Dios está decidido a bendecirlos mediante la Simiente de la mujer y a restaurar un remanente para Sí (lo que se representa vívidamente en el sacrificio que termina produciendo vestiduras para cubrir la desnudez).
Las declaraciones de Dios ante la súbita ruptura del shalom presagian una restauración lenta y costosa, pero nada anulará Sus propósitos conciliadores. La humanidad caída socava la armonía de la creación, pero Dios interviene (contra toda expectativa razonable) y Sus juicios ejecutan Su programa de paz. El diluvio limpia un mundo agobiado bajo un orden moral decadente (Gn 6-9), y la dispersión de la torre de Babel reaviva el mandato creacional (Gn 11:1-9). En un mundo sin rumbo, Dios toma a un vagabundo errante, Abraham —que no tiene familia ni hogar—, y le regala plenitud: la comunión divina y un hijo de su esposa estéril. Esta restauración del shalom en Abraham no es un fin en sí mismo, sino una ilustración y un medio por el cual Dios restaurará el shalom a todas las naciones mediante Su descendencia: la Simiente de la mujer, que vendrá de la gran nación de los descendientes de Abraham (ver Gn 12:1-3; Gá 3:15-18).
Esta gran nación, Israel, solo emerge después de una larga aflicción en que estuvieron casi muertos en Egipto, pues, al igual que el padre Abraham, servirán como ejemplos y medios hacia el shalom. Su esclavitud es producto de la maldición contraria a la plenitud, pero su liberación es producto del poder de Dios: a través de Israel, todas las naciones sabrán esto. Sobre alas de águila, Dios los lleva al monte Sinaí, formalizando con ellos una relación pactual de paz y para la paz, relación que se expresa en una invitación a que los representantes de Israel lo «vean» y coman con Él sin temor (Éx 24:9-11). Dios establece un bendito precedente que se repite regularmente en Israel mediante la ofrenda de paz —un sacrificio y banquete de solidaridad pactual (Lv 3:1-17)—, y también mediante la bendición aarónica congregacional del shalom (Nm 6:24-26).
En general, el pueblo del pacto de Dios no vive según Su programa de shalom ni da testimonio de él. Dios los instruye con Sus características pacificadoras mediante la ley mosaica, y el sistema de sacrificios ilumina Su plan para vencer la muerte, pero la iglesia del Antiguo Testamento rompe el shalom una y otra vez al preferir la comunión con los dioses falsos y la paz con los enemigos de Dios (ver Nm 25:1-2). Incluso David, heredero de las promesas pactuales de Dios, huye del Señor hacia los brazos del pecado (2 S 11), y su hijo Salomón —cuyo nombre significa «paz»— conduce a todo Israel a la apostasía y establece un patrón de pecado que a la larga provoca el juicio de Dios contra Su pueblo. Cuando el crescendo del pecado aumenta hasta acallar las advertencias de Dios contra este ciclo edénico de destrucción, los falsos profetas predican «“¡paz!”, cuando no hay paz» (Ez 13:10), y Dios vuelve a enviar a Su pueblo —primero a Israel, después a Judá— al juicio exílico.
A estas alturas, probablemente no te sorprenderá saber que incluso en la ruptura exílica del shalom, Dios pronuncia palabras de consuelo. Israel ha roto el shalom y ha hecho errar a las naciones, lo que plantea una pregunta: ¿Cuándo vendrá el Mesías, la Simiente de la mujer, para al fin establecer el verdadero shalom? ¿Cuándo es que el Príncipe del shalom iniciará una nueva era pactual (Is 9), instituyendo un reino de paz permanente (Is 11)? ¿Cuándo es que el pueblo de Dios buscará la paz y la seguirá (Sal 34:14) y todas las naciones se reunirán en esta gloriosa morada (Is 11:10)?
Todas las esferas de la creación responden esta pregunta en el nacimiento del Hijo encarnado de Dios, Jesús. Zacarías declara que Él guiará «nuestros pies en el camino de la paz», y los ángeles ensalzan Su llegada diciendo: «Paz entre los hombres en quienes [Dios] se complace» (Lc 1:79; 2:14). Las expectativas sobre la Simiente de la mujer no se ven frustradas: ¡qué gran reino de shalom! Jesús aborda por igual los males físicos y espirituales, proclamando «libertad a los cautivos… los ciegos… [y] los oprimidos» (Is 61:1; Lc 4:18). Quizá no hay nada que identifique más a Jesús como el Príncipe de la Paz que el momento en que establece Su nuevo pacto de paz con los representantes de la iglesia del Nuevo Testamento: los apóstoles. Jesús ofrece comida y bebida en comunión eterna, y el pan y el vino representan Su cuerpo y Su sangre, los medios por los que Sus palabras surtirán efecto: «La paz les dejo, Mi paz les doy» (Jn 14:27). En la crucifixión, Dios pronuncia el shalom en su expresión suprema, pues Jesús «fue herido por nuestras transgresiones… El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, / Y por Sus heridas hemos sido sanados» (Is 53:5). Este derramamiento de la ira de Dios contra el pecado se convierte en otro torrente de limpieza: un río de shalom que brota del costado de Jesús, ya que la sangre expiatoria de la cruz reconcilia con Su Padre celestial a las personas por las que Él murió, devolviéndoles la integridad, la plenitud y la bendición (ver Is 66:12; Col 1:20).
¡Qué significativa y conmovedora es la aparición del Cristo resucitado ante Sus discípulos! Al igual que Adán, los discípulos se acobardan y se esconden, pero el Señor de la paz no los cuestiona ni los condena, sino que declara: «Shalom a ustedes». Disfruta de una comida de comunión con ellos, descartando así la idea de que Él sentía hostilidad hacia ellos porque lo habían abandonado (Lc 24:36-43). Finalmente, sopla el Espíritu Santo sobre ellos. Ha comenzado una nueva creación; la maldición se ha convertido en bendición: se ha restaurado el shalom.
Esta restauración llega hasta los últimos rincones del cielo y de la tierra, y sigue avanzando hasta su consumación: «El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrán fin» (Is 9:7). ¡Qué bienaventurados son los que han sido «justificados por la fe [y tienen] paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1)! ¡Qué plenitud es la que obra «el Dios de paz, que… mediante la sangre del pacto eterno, [los dota de] toda obra buena para hacer Su voluntad» (He 13:20-21)! ¡Qué armonía hay para aquellos cuyos corazones y mentes están guardados en Cristo Jesús por la paz de Dios (Fil 4:7), que cumplen Su misión en Su poder! Equipados con el calzado del evangelio de la paz, testifican que, para los creyentes, Jesús es su paz, pues ha derribado el muro de hostilidad que había entre ellos y Dios y entre los mismos creyentes (Ef 2:14). Representantes de «todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas» (Ap 7:9) abrirán la puerta para que Jesús pueda entrar y comer con ellos, y ellos con Él (Ap 3:20), anticipando el banquete final de la paz pactual en la cena de las bodas del Cordero (Ap 19:6-8), cuando Jesús inaugure los cielos nuevos y la tierra nueva, que estarán desprovistos de quebranto, maldición y miseria, pero llenos de shalom, para siempre.
Alégrate y di «shalom» para ti mismo: pronuncia bien las vocales, dale peso a la palabra, porque tenemos paz, y eso no es poca cosa.