
¿Qué es la fortaleza?
4 marzo, 2025
¿Qué es la prudencia?
8 marzo, 2025¿Qué es la envidia?

Este es el sexto artículo de la colección de artículos: Virtudes y vicios
El evangelio cristiano anuncia: «En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4:9-10). La vida de un cristiano consiste en conocer el amor que Dios nos tiene en Cristo, amando al Señor con todo el corazón, toda el alma, toda la mente y toda la fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos (Mr 12:29-31). ¿Qué tiene que ver el amor con la envidia? En una palabra: «Todo». Pablo recordó a la iglesia de Corinto sobre esta conexión esencial: «El amor no tiene envidia» (1 Co 13:4).
Comprendiendo la envidia
En su maravillosa exposición de 1 Corintios 13, John Angell James llama a la envidia «la más baja» de las pasiones pecaminosas. «Es malignidad sin mezcla, la peor y más amarga escoria de la depravación humana», dice James. La envidia es «lo más directamente [opuesto] al amor».
¿Cómo podemos definir este vicio? La envidia es una pasión que hace que una persona se sienta incómoda o infeliz ante las posesiones de otra persona, haciendo que nos desagrade esa persona. Tendemos a envidiar a aquellos con los que más nos identificamos, envidiándoles en las áreas que más valoramos. Además, la envidia no es un pecado solitario. Es el padre de la malicia, el odio, la falsedad y la calumnia, pecados que un viejo predicador llamó la «descendencia ordinaria» de la envidia. Tan común es la envidia, que el sabio Maestro declara: «He visto que todo trabajo y toda obra hábil que se hace es el resultado de la rivalidad entre el hombre y su prójimo. También esto es vanidad y correr tras el viento» (Ec 4:4).
Mientras muchos viven como si la envidia fuera un pecado respetable, ella desfigura la santidad de Dios y Su evangelio. Dios es amor (1 Jn 4:8). Su amor se deleita en la belleza y la bondad, y Su gracia produce ambas. La salvación gratuita que se encuentra en Su Hijo amado, Jesucristo, muestra perfectamente el amor de Dios por Su pueblo. Por lo tanto, un cristiano envidioso es una descripción que no tiene sentido bíblico. Sin embargo, muchos cristianos todavía luchan con la envidia. Es por eso que Gálatas 5:26 ordena: «No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros», y 1 Pedro 2:1 nos exhorta a «[desechar] toda malicia, y todo engaño, e hipocresías, y envidias».
Mortificando la envidia
¿Cómo, entonces, podemos marchitar la fortaleza de la envidia? ¿Qué instrumentos puede utilizar el Espíritu para mortificar la envidia? Esfuérzate en las siguientes gracias, y verás cómo el Espíritu da muerte a las obras de la envidia.
Confía en la providencia de Dios. La envidia se queja en secreto contra el Señor. Mira las bendiciones providenciales concedidas a otra persona y declara: «Yo debería tener eso, no él», o, «yo merezco eso, no ella». Lo que a ti te falta puede ser una necesidad que Él ha decretado. John Flavel capta bien este punto esencial en su libro El misterio de la providencia. «La providencia es más sabia que tú», recuerda Flavel. «Puedes estar seguro de que ha dispuesto todas las cosas mejor para tu bien eterno de lo que tú podrías hacerlo si te hubieran dejado a tu libre albedrío». Confiar en la providencia de Dios en tu vida mientras acudes a Él en oración con tus necesidades puede proteger tu corazón de la envidia (ver Stg 4:1-3).
La envidia no es un pecado solitario. Es el padre de la malicia, el odio, la falsedad y la calumnia.
Cultiva la gratitud. Gratitud significa «[dar] siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre» (Ef 5:20). La gratitud es el sol que ahuyenta la sombra de la envidia. En lugar de mirar las posesiones de otros con deseo pecaminoso, un corazón agradecido se regocija en las bendiciones de otros con agradecimiento a Dios, nuestro proveedor (ver Fil 4:19).
Crece en el amor verdadero. Puesto que el amor y la envidia son opuestos, el crecimiento en el amor cristiano disuelve la envidia como el calor derrite el hielo. La gracia de amar a nuestro prójimo vigoriza nuestro deleite en su favor, en lugar de sentirnos miserables por su bienaventuranza. El amor se regocija con los que se regocijan (Ro 12:15). El Espíritu Santo hace Su hogar en un alma redimida. Pídele a Dios que Su Espíritu haga crecer ese amor sincero y espiritual que es tan central en el evangelio. Ora por Su poder para reemplazar la envidia por la caridad.
Unas palabras a los ministros
«¿Hay algún pecado al que incluso los ministros del evangelio estén más expuestos que [la envidia]? ¿Hay alguno que cometan con más frecuencia?», preguntó John Angell James. «Cuánta gracia se requiere en cualquier hombre para ver la popularidad y escuchar sobre la utilidad de otros, y encontrarse a sí mismo pasado por alto en el proceso». Todo pastor moderno comprende íntimamente la tentación de la que habla James.
Querido pastor, tu comisión es predicar a Jesucristo, el Salvador que impulsa al contentamiento, la humildad, el amor y el agradecimiento. Trabaja, con el poder del Espíritu, para aumentar esas gracias. Resiste el plan del diablo de poner tu mente en ser conocido, llegar a ser famoso o tener una plataforma. Mira con alegría el fruto de otros ministros: a través de Su iglesia, el reino de Cristo avanza y el reino de Satanás disminuye. Ora para que el evangelio salga de otros púlpitos y regocíjate cuando así suceda.
Que todos los siervos de Dios comprendan y persigan la sabiduría de Proverbios 14:30: «Un corazón apacible es vida para el cuerpo / Pero las pasiones son podredumbre de los huesos».
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.