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Este es el cuarto artículo de la colección de artículos: Virtudes y vicios
Es muy posible que la primera aparición del pecado de lujuria surgió en el huerto justo cuando el hombre y la mujer hicieron su trágica elección. Mientras Eva consideraba las seducciones de la serpiente, observó que el fruto era, entre otras cosas, «agradable a los ojos» (Gn 3:6). Por supuesto, no hay nada intrínsecamente malo en que algo sea agradable a la vista. Pero Génesis 3 es el registro del pecado más infame de la historia. Por lo tanto, podemos concluir con confianza que Eva deseó el fruto con una mirada lujuriosa. Era una mirada codiciosa, un anhelo por algo que no debía poseer.
Como Eva nació sin naturaleza pecaminosa, su pecado de codiciar el fruto (o, más concretamente, lo que creía que el fruto podía darle) fue una acción deliberada en respuesta a una fuente externa de tentación. A eso lo llamamos «tentación externa». Sin embargo, nosotros nos encontramos en una situación aún más difícil que la de nuestra primera madre. Con una inclinación natural hacia el pecado desde el nacimiento, somos bastante capaces de producir deseos lujuriosos por nosotros mismos sin que ninguna fuente externa nos incite a ello. A eso lo llamamos «tentación interna». Consideremos las palabras de Santiago 1:14-15: «Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte» (énfasis añadido).
La palabra del Nuevo Testamento para lujuria es epithumia, que significa «deseo». Por supuesto, no todos los deseos son malos. De hecho, hay ejemplos en el Nuevo Testamento de epithumia que se usan de forma positiva: cuando un hombre que cumple los requisitos «desea» el cargo de anciano (1 Ti 3:1). No obstante, epithumia se utiliza a menudo para referirse a los deseos pecaminosos, por lo que epithumia también se traduce como «lujuria» y «pasiones», así como «deseos». La lujuria es el deseo de cualquier cosa pecaminosa, como el sexo ilícito, la embriaguez, la ganancia deshonesta, la venganza o cualquier otra cosa que Dios prohíba.
La lujuria también se puede aplicar a la forma en que deseamos algo que no es pecaminoso en sí. En otras palabras, podemos sentir lujuria cuando deseamos algo bueno de manera equivocada o por razones equivocadas. No es pecado desear tener un cónyuge. Pero es pecaminoso desear el cónyuge de otra persona. No es pecaminoso desear ser compensado justamente por algún trabajo legítimo. Sin embargo, es pecado desear riquezas para satisfacer nuestros anhelos materialistas o porque ansiamos la seguridad de este mundo. Es bueno descansar, pero el pecado de la pereza es lo que sucede cuando ese deseo se distorsiona. Ya entiendes la idea. La lujuria es tanto un deseo por algo incorrecto como un deseo incorrecto por algo bueno. La lujuria, en todas sus formas y expresiones, es sin excepción pecaminosa y, por consiguiente, representa una especie de motín contra Dios.
La lujuria, en todas sus formas y expresiones, es sin excepción pecaminosa y, por consiguiente, representa una especie de motín contra Dios.
En Efesios, Pablo enumera la epithumia entre los pecados que caracterizan la vida sin Cristo cuando «en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne (Ef 2:3, énfasis añadido)». En Tito, se nos dice que antes de nuestra conversión éramos «esclavos de deleites y placeres diversos (Tit 3:3, énfasis añadido)». Una vida que se entrega a esos deseos pecaminosos es incompatible con la vida cristiana.
Pedro se refiere a la lujuria (pasiones) como una forma de contrastar la vida del cristiano con la del incrédulo: «Como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes tenían en su ignorancia (1 P 1:14, énfasis añadido)». «Amados, les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma (1 P 2:11, énfasis añadido)». Él nos dice que ya no debemos vivir para «las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios (1 P 4:2, énfasis añadido)».
Al reprender a los líderes religiosos que se oponían a Él y a Su misión, Jesús afirmó que los «deseos» (lujurias) de ellos eran iguales a los de su padre Satanás (Jn 8:44). Jesús sitúa los orígenes de la lujuria en el corazón malvado de Satanás. Entonces, no es de extrañar que la lujuria o los deseos mundanos a menudo ahoguen la semilla del evangelio en el corazón del hombre (Mr 4:19). Así pues, la lujuria obstruye los esfuerzos de la iglesia para que el evangelio sea escuchado.
La lujuria merece nuestra fuerte oposición. Debemos huir de ella cuando viene externamente y mortificarla cuando brota desde nuestro corazón. La lujuria es perjudicial para nosotros de la misma forma en que lo es cualquier pecado, pues nos dice que el veneno es dulce y que morir es vivir. Hagamos pleno uso de los medios de gracia que Dios nos ha dado (la Escritura, los sacramentos, la comunión cristiana y la oración) para combatir la lujuria con la misma determinación con la que la lujuria nos ataca. Que nuestra mirada esté puesta en Jesús y que lo atesoremos en nuestros corazones. Su poder y belleza son infinitamente mayores que cualquier cosa que el mundo pueda usar para tentarnos. Las promesas de Jesús son superiores a las promesas falsas del deseo mundano:
Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria (Col 3:1-4).
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.