Uno de los rasgos universales de los seres humanos pecadores es el impulso a tomar represalias, un impulso al que Martyn Lloyd-Jones se refirió como «uno de los resultados más horribles y desagradables de la caída del hombre». En Mateo 5:38-42, Jesús hace un llamado radical a los creyentes para que sean sal y luz al resistir esta tendencia.
En el Sermón del monte, Jesús comparte seis expresiones como esta: «han oído que se dijo…pero Yo les digo», en las que corrige ciertos malentendidos y abusos de la ley del Antiguo Testamento, pero no la ley en sí misma. Las frases del Antiguo Testamento «ojo por ojo, diente por diente» (Éx 21:24; Lv 24:20; Dt 19:21) son tan malinterpretadas en nuestra cultura actual como lo fueron en tiempos de Jesús y con frecuencia se utilizan como una referencia a la venganza, o incluso como justificación para la misma. Al menos tres películas sobre venganza llevan el título de Ojo por ojo.
Para entender el llamado radical de Jesús en este pasaje, debemos comprender cómo funcionaba el «ojo por ojo» en el contexto del antiguo pacto. En primer lugar, además de garantizar que se hiciera justicia en respuesta al mal que causa daño, el principio de «ojo por ojo» servía en realidad para garantizar que las consecuencias fueran proporcionales al crimen y que el castigo estuviera debidamente limitado. Un ojo por un diente, o una cadena perpetua por un hurto, no sería justicia. En segundo lugar, el principio de «ojo por ojo» estaba destinado a la justicia pública y legal llevada a cabo únicamente por autoridades legítimas y no autorizaba las represalias de los individuos (ver Dt 19:18-21).
Así pues, las instrucciones de Jesús en Mateo 5:39-42 de no resistir al que es malo, de poner la otra mejilla, etc., no invalidan estos principios de justicia pública, sino que más bien hablan de la forma en que este lenguaje se usó incorrectamente para justificar las represalias personales. La Biblia es coherente en su prohibición de la venganza y la represalia en cualquier circunstancia (Lv 19:18; Pr 24:29; Ro 12:19). Jesús ha liberado a Su pueblo de la amargura hacia los demás y del impulso de tomar represalias, por lo que llama a Sus discípulos a ejercer una influencia conservante y «salada» en la sociedad, al promover la paz y romper con los patrones de violencia. Como poseedores de las riquezas de la gracia de Dios, que conocen la justicia perfecta (aunque aún no finalizada en este mundo) de Dios y que viven para la gloria de Dios, los cristianos son libres para responder con paz a las discusiones de tránsito, a los insultos y a los fraudes mezquinos (Mt 5:39), con disposición a perder (Mt 5:40) y con generosidad (Mt 5:41-42). Jesús mismo es nuestro ejemplo en el sentido de que «cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando…sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia» (1 P 2:23).
Pero ¿qué en cuanto a la defensa propia y la justicia? ¿Prohíben las palabras de Jesús en Mateo 5 que los cristianos se opongan al mal o procuren el cumplimiento de la ley, como algunos han enseñado? El ejemplo del propio Jesús y otras enseñanzas de la Escritura conducen en dirección opuesta a esta interpretación. Jesús se opuso verbal y físicamente a quienes profanaban el templo (Mt 21:12-17) y protestó contra una bofetada injusta (Jn 18:19-24). Pablo se defendió en repetidas ocasiones contra el trato injusto y enseña en Romanos 13:1-7 que el gobierno civil está designado como vengador de la ira de Dios sobre el malhechor. En el Sermón del monte, Jesús no se dirige a la justicia pública ni establece una nueva ley que deba aplicarse rigurosamente en cada circunstancia, sino que se dirige a la actitud del corazón de Su pueblo. En este sermón, se dirige a aquellos que son pobres de espíritu, mansos, misericordiosos y pacificadores (Mt 5:2-12), llamándolos a estar siempre dispuestos a sufrir, a dar una capa o a recorrer una segunda milla. Su pueblo es aquel que no insiste en sus propios derechos para su propio beneficio, que es libre para pasar por alto una ofensa, que piensa más en su libertad de bendecir a los demás que en su derecho a reclamar o proteger. Esto no excluye (y a menudo no debería excluir) los esfuerzos por defenderse a uno mismo o a los demás, o por buscar la justicia legal. Se puede procurar la justicia sin una actitud de amargura o venganza.
Las palabras de Jesús son un llamado a los creyentes a un discipulado radical, a ser una luz para un mundo caracterizado por la oscuridad de la venganza. En su respuesta a la ofensa personal, los cristianos brindan luz sobre el poder de Cristo para liberar a las personas de la esclavitud de los impulsos a reaccionar con ira y venganza, y para ayudar a otros a encontrar satisfacción en el conocimiento de Cristo como Juez perfecto y definitivo. Los cristianos, como luz, apuntan al Salvador que no insistió en Sus derechos, sino que se despojó de ellos y se hizo obediente hasta la muerte (Fil 2:5-8), y que continúa con una fidelidad paciente hacia los que confían en Él (2 P 3:9).