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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Un mundo feliz
El futuro me asusta, es decir, el futuro de este mundo, sobre todo cuando pienso en mis hijos y lo que probablemente tendrán que enfrentar con la avalancha de avances tecnológicos. Con avances significativos en la inteligencia artificial (IA), blockchain, edición genética, interfaces cerebro-computador integradas, neurojuegos, imágenes de detección de profundidad, el metaverso, los algoritmos de redes sociales y la realidad virtual, el futuro de nuestro mundo feliz es aterrador. Los que se preocupan poco por el futuro en lo que respecta a la aplicación de estas tecnologías que avanzan rápidamente, no han estado prestando atención. Incluso muchos de los principales innovadores y científicos que están detrás de estas tecnologías, están muy preocupados y han emitido graves advertencias sobre lo que se avecina, nos guste o no. Además, sus advertencias no se enfocan únicamente en una de estas tecnologías, sino en cómo trabajan los innovadores para que todas ellas funcionen juntas. Quizás las preocupaciones más graves han surgido en el campo de la IA y su incorporación a todas las esferas de la sociedad. De hecho, se ha reportado que la mitad de los desarrolladores de IA creen que hay al menos un diez por ciento de posibilidad de que algún día no podamos controlar ciertas máquinas de IA, y es muy posible que ese día se acerque rápidamente. Pero en realidad no sabemos lo que viene, y aún desconocemos hasta qué punto estas nuevas tecnologías se integrarán en la rutina diaria de nuestras vidas, por no hablar de las de nuestros hijos. Aunque Aldous Huxley y Hollywood han intentado predecir cómo será el futuro, y algunas de sus predicciones son inquietantemente similares a lo que estamos viendo hoy en el horizonte, el hecho es que nadie sabe realmente con precisión lo que nos depara el futuro. De la rueda a la imprenta, del motor de combustión al microchip, se han desarrollado nuevas tecnologías de uno u otro tipo a lo largo de la historia, y muchas de ellas fueron inicialmente rechazadas o recibidas con escepticismo. Y siempre que se desarrollaron nuevas tecnologías, la gente ha estado prediciendo cómo serán las tecnologías futuras. Es un tanto divertido retroceder cien años y observar cómo pensaban algunos que sería el mundo actual gracias a los avances tecnológicos. Algunos acertaron y otros se equivocaron. Y aunque no todos utilicemos autos voladores, mochilas propulsoras personales, robots con apariencia humana y patinetas levitantes, todos ellos de hecho existen y son utilizados por los pocos que tienen los medios para adquirirlos.
Aunque la futura implementación de muchas de estas tecnologías modernas me preocupa enormemente, también estoy convencido de que muchas de estas tecnologías se están utilizando y se seguirán utilizando para el beneficio de la humanidad y por el bien de las generaciones futuras. Esto será así siempre y cuando utilicemos la tecnología y ella no nos utilice a nosotros, siempre que podamos controlarla en lugar de dejar que ella nos controle a nosotros.
Sin embargo, la tecnología en sí misma no es ni buena ni mala. Excepto quizá en el caso del desarrollo de la IA, la tecnología no hace daño a la gente; la gente hace daño a la gente, y a veces utiliza una tecnología específica para hacerlo. La palabra tecnología tiene una etimología interesante. Tecnología es una forma latinizada de la palabra griega compuesta technología. La raíz de la palabra téchnē puede definirse como arte, oficio o habilidad. La tecnología es, por tanto, la implementación sistemática de un arte, un oficio en el trabajo o una habilidad para un uso determinado.
El Señor nos ha ordenado ejercer dominio sobre Su creación y, en parte, nuestro desarrollo de la tecnología —de acuerdo con los principios y la ética de la Palabra de Dios— nos ayuda a cumplir esa tarea que Dios nos ha encomendado. Por eso muchos cristianos a lo largo de la historia se han dedicado a evaluar las nuevas tecnologías para utilizarlas en aras de la difusión del evangelio, del discipulado de las naciones y del reino y la gloria de Dios. Mientras algunos cristianos se burlan de las nuevas tecnologías, los dispositivos digitales y las plataformas digitales, y critican a otros cristianos por utilizarlas, los demás nos esforzamos por analizar cuidadosamente las nuevas tecnologías y plataformas para discernir cómo podemos utilizarlas en beneficio de nuestras familias, nuestras iglesias y la misión de Dios a las naciones.
Sin duda puedo simpatizar con quienes se burlan de cada nueva tecnología y plataforma digital. La mayoría de mis amigos me consideran un poco anticuado y a veces un poco desconectado de la moda tecnológica o de la fiebre de las redes sociales. Además, siempre he querido llevar una vida más tranquila y sencilla, sin máquinas ni dispositivos tecnológicos innecesarios. Eso se debe en parte a la influencia de mi padre, que nació en 1924. De hecho, hasta su muerte en 1992, me decía regularmente: «Hijo, aprende siempre a vivir con un poco menos». Y también debido a la influencia de mi padrastro, que nació en 1930 y se crió en una granja en un hogar menonita conservador. Su influencia, así como la de muchos de mis parientes menonitas humildes y trabajadores, me llevó siempre a esforzarme por llevar una vida más pausada y minimalista. De mi padre y mi padrastro aprendí a trabajar con las manos y lo que significa esforzarse por mantener una vida relativamente sencilla centrada en lo esencial. Una de las cosas que me encanta hacer con mis amigos es hablar de las cosas que aprendimos de nuestros padres y abuelos. Así es como todos aprendemos a seguir los viejos caminos que nuestros antepasados recorrieron antes que nosotros, transmitiendo los principios, valores y tradiciones a nuestros hijos y nietos.
Al reflexionar sobre los valores que nos han sido transmitidos y que también nos esforzamos por transmitir fielmente a la siguiente generación, muchos de nosotros hemos reconocido que diversas herramientas y tecnologías son útiles para llevar una vida más sencilla, ya que nos permiten ahorrar tiempo, dinero y energía a fin de poder dedicar mejor nuestro tiempo y recursos a otras cosas. Las tecnologías pueden ayudarnos a proteger, organizar y priorizar mejor muchos de los detalles de nuestras vidas, para que podamos disfrutarlas más plenamente mientras buscamos amar a Dios, disfrutar de Dios y glorificar a Dios para siempre.
Dicho esto, también simpatizo mucho con quienes detestan toda esta palabrería sobre nuestro mundo feliz y todas las tecnologías que parecen acercarse cada vez más rápido. No obstante, reconozco que, como seres humanos creados a imagen de Dios, Él nos ha ordenado ser fieles administradores de todo lo que nos ha confiado en este mundo. Contrario a lo que propugna la religión ecologista, el mundo fue creado para nosotros, no nosotros para el mundo. Y así como nuestro Señor ha ordenado soberanamente el fin de todas las cosas, también ha ordenado los medios de todos Sus gloriosos fines. Por lo tanto, debemos hacer uso de todo lo que Dios nos ha proporcionado para promover Su misión hasta los confines de la tierra y solo para Su gloria.
Aunque el mundo está cambiando, la Palabra de Dios y el evangelio de Dios no. Por lo tanto, mientras navegamos y discernimos cómo utilizar algunas de las tecnologías de este mundo feliz, nunca debemos olvidar nuestro llamado a orar y llevar una vida pacífica y tranquila, piadosa y digna en todos los sentidos, ocuparnos de nuestros propios asuntos, trabajar con nuestras manos como se nos ha enseñado, para poder conducirnos honradamente para con los incrédulos (ver 1 Ts 4:11-12; 1 Ti 2:2). Como seguidores de Jesucristo, no debemos retroceder y tratar de escapar de este mundo, por muy tentador que pueda ser a veces. Debemos estar resueltos a permanecer firmes y constantes en nuestra proclamación del evangelio y de todo el consejo de Dios como luz del mundo, como ciudad asentada sobre un monte que no puede ocultarse.