La doble obediencia de Cristo
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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo III
La vida y el ministerio de Nicolás de Bari ocuparon el final del siglo III y los inicios del siglo IV. Él inspiró la amada tradición de Papá Noel (o Santa Claus), y aunque no vivió en el Polo Norte ni viajó en un trineo tirado por renos, ciertamente fue un paradigma de gracia, generosidad y caridad cristianas. Su gran amor y preocupación por los niños lo llevaron a una cruzada que finalmente resultó en estatutos imperiales de protección que se mantuvieron en Bizancio durante más de mil años.
Aunque poco se sabe de la infancia de Nicolás, probablemente nació de padres adinerados en Patara, Licia, una provincia romana de Asia Menor. Siendo un hombre muy joven, se le conoció por su piedad, buen juicio y caridad, y por eso fue elegido obispo de la destruida diócesis de Mira. Allí se hizo famoso por su santidad personal, su celo evangelístico y su compasión.
Las primeras historias bizantinas reportan que sufrió la cárcel e hizo una famosa profesión de fe durante la persecución de Diocleciano. Según se dice, estuvo presente en el Concilio de Nicea donde condenó explícitamente la herejía del arrianismo. Una historia cuenta que abofeteó al hereje Arrio por pronunciar sus infames abominaciones.
Pero fue su amor por los niños lo que le ganó su mayor renombre. Aunque mucho de lo que sabemos sobre su trabajo en favor de los pobres, los despreciados y los rechazados probablemente ha sido distorsionado por las leyendas y las tradiciones, es evidente que fue un defensor de los oprimidos, otorgándoles regalos como muestras de la gracia y la misericordia del evangelio.
Una leyenda cuenta cómo un ciudadano de Patara perdió su fortuna y no pudiendo levantar dotes para sus tres jóvenes hijas, decidió entregarlas a la prostitución. Al enterarse de esto, Nicolás tomó una pequeña bolsa de sus propias monedas de oro y la arrojó por la ventana de la casa del hombre en la víspera de la fiesta de la Natividad de Cristo. La hija mayor se casó con estas monedas como su dote. Él hizo el mismo servicio de gracia para las otras dos chicas en las dos noches siguientes. Las tres bolsas, representadas en un arte con el santo, se presume que fueron el origen del símbolo de las casas de empeño que tiene tres bolas o monedas de oro. Pero también fueron la inspiración para que los cristianos iniciaran la costumbre de dar regalos en cada uno de los doce días de Navidad.
En otra leyenda, Nicolás salvó a varios jóvenes de una muerte segura cuando los sacó de una tina profunda de salmuera de vinagre, otra vez, en la fiesta de la Natividad. Desde entonces, los cristianos recuerdan el día regalándose grandes pepinillos crujientes.
A través de los siglos, las tradiciones asociadas con Nicolás han mostrado ser un incentivo para alejarse de la trampa y la afrenta doble del materialismo y el ascetismo. En medio del cambio vertiginoso del mundo moderno, necesitamos esas tradiciones más que nunca. Las conexiones con el pasado son las únicas pistas seguras para el futuro. Por tanto, el ámbito de la tradición no es un asunto solo de los historiadores y los científicos sociales.
Una y otra vez esta tensión es evidente en las Escrituras. Dios llama a Su pueblo a recordar: Él los llama a recordar la esclavitud, la opresión y la liberación de Egipto; Él los llama a recordar el esplendor, la fuerza y la devoción del reino davídico; Él los llama a recordar el valor, la rectitud y la santidad de los profetas; Él los llama a recordar las glorias de la creación, la devastación del diluvio, el juicio a las grandes apostasías, los eventos milagrosos del Éxodo, la angustia de la peregrinación en el desierto, el dolor del exilio babilónico, la responsabilidad de la restauración, la santidad del Día del Señor, la gracia de los mandamientos y la victoria definitiva de la cruz; Él los llama a recordar las vidas y el testimonio de todos aquellos que han ido antes en la fe —los antepasados, padres, patriarcas, profetas, apóstoles, predicadores, evangelistas, mártires y confesores— cada espíritu justo purificado en Cristo.
Estamos enamorados del progreso. Vivimos en un tiempo en el que las cosas brillantes y nuevas se aprecian mucho más que las viejas y anticuadas. Pero muchos de los hombres y mujeres más sabios de todos los tiempos han reconocido que la tradición es un fundamento sobre el cual debe construirse todo verdadero avance, que es, de hecho, el requisito previo para todo progreso genuino. Nunca debemos permitir que las conveniencias temporales superen las exigencias permanentes.
Los mercadólogos modernos y los intereses comerciales pueden muy bien abusar de tradiciones como las que giran en torno al personaje de Nicolás de Bari. Pero también pueden ser poderosos incentivos para recordar las cosas que más importan. Pueden ser los medios por los cuales la belleza, la bondad y la verdad prevalezcan en nuestros hogares, nuestras comunidades y nuestro país, tanto en el mes de agosto como en diciembre.