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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las epístolas del Nuevo Testamento
Somos propensos a la parcialidad. Tenemos la costumbre de no solo tener preferencias, sino también de establecer y enorgullecernos de las preferencias que elegimos. Tenemos preferencias y luego nos agrupamos en torno a nuestros favoritos y nos esforzamos por demostrar por qué nuestros favoritos deberían ser los favoritos de todo el mundo. Ser parcial, tener preferencias y jugar a los favoritos no es intrínsecamente malo, siempre que nuestra parcialidad, preferencias y favoritos estén de acuerdo con la Sagrada Escritura. Sin embargo, los problemas surgen rápidamente cuando empezamos a tener favoritos en la propia Escritura.
Pablo se enfrentó con valentía a los corintios sobre este mismo asunto cuando escribió al principio de su epístola: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay contiendas entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?» (1 Co 1:10-13). Los corintios estaban jugando a los favoritos con los apóstoles y sus enseñanzas. Los cristianos individuales dentro de la iglesia defendían las enseñanzas de un apóstol por encima de las de otro, creando así divisiones innecesarias y, por tanto, antibíblicas dentro del cuerpo de Cristo, que en verdad no puede estar dividido como no lo está el propio Cristo.
Incluso ahora, aunque nunca lo admitiríamos, tenemos favoritos entre los apóstoles y sus enseñanzas. Nos agrupamos en torno a nuestras epístolas favoritas del Nuevo Testamento, excluyendo a las demás, y a veces acabamos divididos innecesariamente dentro del cuerpo de Cristo. Pablo no supera a Pedro, Pedro no supera a Juan y Juan no supera a Santiago. En Su soberana sabiduría, Dios fue bastante imparcial al concedernos un conjunto hermoso de epístolas inspiradas sobre todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, con el fin de que le glorifiquemos y disfrutemos de Él para siempre como un solo cuerpo unido de Cristo, a causa de la verdad, no a pesar de ella.