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Muchas ciudades tienen gran poder y reputación, pero por encima de todas ellas está la ciudad de Dios. En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols nos presenta el libro clásico de Agustín La ciudad de Dios.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
En este episodio queremos volver atrás en el tiempo hasta nuestro querido amigo Agustín de Hipona. Ya habíamos hablado de su obra Confesiones, habíamos hablado de algunos eventos de su vida y de su relación con su madre Mónica. Pero en este episodio queremos hablar de su obra La ciudad de Dios.
El libro de Agustín La ciudad de Dios deriva su título de una frase que aparece en el Salmo 87:1-3. El salmo dice: «En los montes santos están Sus cimientos. / El Señor ama las puertas de Sión más que todas las otras moradas de Jacob. / Cosas gloriosas se dicen de ti, / Oh ciudad de Dios». El cántico continúa mencionando grandes ciudades terrenales del mundo antiguo, como Babilonia. Estas eran ciudades con gran poder y personas respetadas que lograron grandes cosas. Sin embargo, por encima de todas ellas estaba la ciudad de Dios.
Agustín utilizó esta frase, así como todo el Salmo 87, como inspiración para su libro. No fue un libro sencillo; de hecho, Agustín tardó catorce años en terminarlo, desde el 413 hasta el 427. Durante ese tiempo, nacía un gran clásico.
En realidad, el libro se compone de veintidós libros más pequeños (o capítulos) divididos en dos partes. Los libros 1 al 10 son principalmente una crítica negativa a la cosmovisión pagana. La crítica se dirige a las filosofías naturalistas, enfocadas en este mundo, o las mitológicas, enfocadas en el mundo venidero. Después de la crítica viene un elogio al cristianismo, que él ofrece en los libros 11 al 22. Lo hace trazando dos ciudades: la ciudad de Dios y la ciudad del hombre. Él examina el origen de estas dos ciudades, los caminos que toman y su fin.
En parte, Agustín escribió La Ciudad de Dios porque los cristianos estaban siendo culpados del saqueo de Roma por los visigodos en el año 410 d. C. Este acontecimiento conmocionó a los contemporáneos; Roma era llamada «la ciudad eterna» y se pensaba que perduraría para siempre. A medida que el Imperio romano se desmoronaba, la gente culpó a los cristianos porque se negaban a adorar a los dioses de la ciudad. Así que Agustín escribió esta apología para demostrar que los cristianos no tenían la culpa del saqueo de Roma.
Uno de los temas que aborda Agustín es la felicidad o dicha. Las ciudades de Dios y del hombre tienen dos enfoques completamente diferentes respecto a este tema de la felicidad. En la ciudad del hombre, la felicidad se alcanza por medio del servicio a sí mismo y viviendo para sí mismo. Agustín muestra que esta manera de vida es en realidad futilidad en lugar de felicidad. En la ciudad de Dios, la felicidad se encuentra en Dios mismo. En la última página del libro, Agustín nos dice:
¡Cuán grande será esa felicidad que no estará manchada de ningún mal, que no carecerá de ningún bien, y que proporcionará tiempo libre para alabar a Dios, el cual será todo en todo!… Allí habrá verdadera paz, donde nadie sufrirá oposición ni de sí mismo ni de ningún otro. Dios mismo, que es el Autor de la virtud, será allí su recompensa; pues, como no hay nada mayor ni mejor, Él se ha prometido a Sí mismo. ¿Qué otra cosa quiso decir Su palabra a través del profeta: «Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo», sino que [Dios] será su satisfacción, [Dios] será todo lo que los hombres desean justamente: [su] vida, [su] salud, [su] alimento, y la abundancia, la gloria, el honor, la paz y todas las cosas buenas?
Así que esto resume la Ciudad de Dios: mientras los hombres buscan en vano la felicidad en sí mismos en la ciudad del hombre, la felicidad se encuentra en Dios mismo, en la ciudad de Dios.
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.