Los pactos
18 marzo, 2022El Cristo de los credos
18 marzo, 2022El Cristo de la Biblia
Octava parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Fundamentos II: El hombre y Cristo».
La cristología, la doctrina de la persona y obra de Cristo, es fundamental para la teología cristiana. En esta lección, el Dr. Sproul pinta un cuadro de las complejidades y la grandeza de Cristo según son proclamadas desde Génesis hasta Apocalipsis.
Transcripción
En esta sesión vamos a dar inicio a una nueva sección de nuestro estudio de teología sistemática. Que por un lado es quizás la sección más intimidante que existe para enseñar en teología, y sin embargo, por otro lado, una de las secciones más bendecidas y ricas que podamos estudiar en este proceso, y esa es la sección de teología que llamamos Cristología, porque ahora centramos nuestra atención en nuestra comprensión de la persona y obra de Cristo mismo. Y es significativo que nuestra fe, nuestra religión, se llame cristianismo. Porque gran parte de nuestra atención se centra en Aquel que vino a nosotros, quien fue Dios encarnado, Emanuel habitando en medio nuestro y quien no sólo nos ha redimido al Padre, sino que también nos ha revelado al Padre en términos tan majestuosos.
Ahora, cualquier estudio de la persona de Cristo en el mejor de los casos sólo puede raspar la superficie de lo que encontramos allí, porque el retrato que encontramos de Jesús en las Escrituras es tan amplio y tan profundo y tan rico que realmente desafía la capacidad de cualquiera de comprenderlo exhaustivamente. Para vislumbrar un poco de la complejidad que encontramos cuando estudiamos la persona de Jesús, quiero que veamos uno de mis pasajes favoritos en el Nuevo Testamento que se encuentra en el capítulo 5 del Apocalipsis de San Juan, o más comúnmente llamado el Libro de Apocalipsis, donde tenemos aquí, en este relato, parte de la visión que Juan experimenta mientras está en el exilio, en la isla de Patmos.
El capítulo 5 inicia con estas palabras: «Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido». Ves, él está teniendo esta visión en el cielo; el tribunal está preparado; el juicio está listo; los libros son presentados y los pergaminos están allí y esta voz fuerte dice, «¿Quién es digno de abrir el libro?» Y Juan está lleno de emoción y expectativa mientras espera ahora para ver quién dará un paso adelante y quién ha sido declarado lo suficientemente digno para abrir estos libros ocultos. Y entonces Juan dice: «Y yo lloraba mucho, porque nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido.
Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos. Miré, y vi entre el trono (con los cuatro seres vivientes) y los ancianos, a un Cordero, de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.» Y luego escuchamos las oraciones de los santos y el canto de los ángeles: «El cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas… el honor, la gloria” y todo lo demás.
Pero lo que leemos en esta visión, que me parece tan emocionante, es que cuando el cambio de humor de Juan se pone intenso ya que primero está emocionado de que alguien vaya a venir a abrir los libros y luego se sumerge en la depresión porque nadie es encontrado digno, y luego el ángel le dice que no llore porque se anuncia que uno ha sido encontrado digno ciertamente, el León de Judá.
Entonces, ahora tú estás sentado ahí y él está sentado allí esperando para ver a esta bestia enormemente poderosa, el rey de la selva, venir rugiendo en la escena y abrir los libros, y en su lugar, ¿qué ve? Un cordero, que fue inmolado. Y en estas imágenes lo que están viendo es un vivo ejemplo del profundo contraste entre la humillación de Cristo y la exaltación de Cristo, entre sus triunfos y sus sufrimientos. Y también nos da una pista sobre la complejidad y las dimensiones multifacéticas de su carácter, así como de su obra.
Saben, a menudo me he preguntado: ¿Por qué en la providencia de Dios consideró Dios apropiado dar a la iglesia y al mundo cuatro Evangelios? ¿Por qué no solo un Evangelio, una biografía definitiva de Jesús? Y sin embargo, se ha placido Dios, por sus propias razones, el darnos no dos Evangelios o tres Evangelios, sino cuatro retratos biográficos de Jesús, todos mirando a la persona y obra de Jesús desde una perspectiva ligeramente diferente.
Tenemos la perspectiva judía que obtenemos de San Mateo, y vemos en Mateo el énfasis en demostrar el cumplimiento de Jesús de numerosas profecías del Antiguo Testamento, como se muestra claramente que es el Mesías que fue prometido en siglos pasados. Y luego vemos el Evangelio que nos da Marcos, el cual es tan breve y casi abrupto en su manera breve, donde sigue la vida de Jesús que fluye como un resplandor de milagros a través del paisaje de Palestina. De inmediato Jesús hace esto, y de inmediato Jesús hace eso, y vemos los milagros que son realizados por Cristo. Y luego vemos el retrato que nos brinda Lucas, el médico, quien está vinculado a la comunidad gentil, que fue compañero de Pablo en los viajes misioneros de Pablo a las naciones gentiles.
Y allí vemos al Jesús que no viene simplemente para salvar al pueblo judío, sino que es el Salvador de hombres y mujeres de todas las tribus, lenguas y naciones. Y tú obtienes diferentes perspectivas sobre la enseñanza de Jesús, las parábolas y su sabiduría es expresada en el Evangelio de Lucas. Y luego viene el Evangelio de Juan, donde dos tercios del libro está dedicado a la última semana de la vida de Jesús. Y ves esta imagen altamente teológica de Cristo que presenta Juan, quien demuestra que Cristo es la encarnación de la verdad, que es la Luz del mundo, Aquel en quien hay vida abundante.
Entonces cada uno de los escritores de los Evangelios nos da un panorama del carácter de Cristo desde una perspectiva ligeramente diferente, donde empiezan a explorar las profundidades y las riquezas de quién es Él. Y no sólo nos proveen su propia opinión de quién era Jesús, sino que, en sus narraciones, podemos escuchar, y, o, al menos leer las reacciones a Cristo en su ministerio terrenal por todo tipo de personas distintas. Vemos la reacción al bebé recién nacido de los pastores que vienen de los campos fuera de Belén. Vemos la reacción del anciano Simeón, que entra en el templo cuando Jesús es presentado para su dedicación, y mira a este bebé y dice: «Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz…porque mis ojos han visto” la salvación de mi pueblo Israel.
Vemos a Jesús confundiendo a los doctores en el templo cuando es un niño. Lo vemos siendo presentado para su ministerio público por Juan el Bautista quien lo ve venir al río Jordán y empieza a decir, o a cantar, el Agnus Dei, «He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.» Vemos a Jesús a través de los ojos de un Nicodemo que viene por la noche a preguntarle, diciendo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer las señales que tú haces si Dios no está con él.
Entonces vemos a Jesús, el rabino; Jesús, el maestro, quien no sólo confunde a los otros rabinos cuando es un niño, sino que en su edad adulta supera en sabiduría y perspicacia a los mejores maestros de su época. Vemos a Jesús hablando cerca del antiguo pozo de Jacob, en Samaria, en Sicar, con una mujer que era una paria en el pueblo y la mujer llegando a la conclusión de que está hablando primero con un profeta. «Señor, me parece que tú eres un profeta.» Y a medida que la conversación avanza, y Jesús revela a esa mujer todo sobre ella misma, entonces se da cuenta de que está hablando con el Mesías prometido y largamente esperado.
Así que, es algo fantástico que, a lo largo de las Escrituras, veamos a Jesús, no sólo a través de los ojos de los escritores de los Evangelios, sino también a través del punto de vista, a través de los lentes, de aquellos a quienes Él conoció, de los que encontró, de los que reprendió, de los que sanó, de los que enseñó. Lo vemos en la sala de juicios y en el pretorio de Pilato, donde Pilato anuncia al mundo que está observando y gritando por su sangre: «Yo no encuentro ningún delito en Él». De nuevo, escuchamos a Pilato diciendo aquellas palabras que han sido inmortalizadas en la historia cristiana, cuando presenta a Jesús a la multitud. Le dice a la multitud,»Ecce homo», he aquí el hombre, porque aquí encontramos el retrato de una persona humana que es absolutamente sin paralelo en la historia humana.
No puedo pensar en nadie que haya escrito una biografía de ningún gran héroe, no importa cuán prejuiciados estuvieron y cuán cuidadosos de ocultar las imperfecciones del carácter de su héroe, no conozco a ningún biógrafo que haya llegado a sugerir que el héroe sobre el que está escribiendo no tenía pecado, y sin embargo el registro que vemos de Jesús en las Escrituras es el de un hombre que es absolutamente puro, un hombre que está sin pecado, un hombre que puede decir a sus acusadores, «¿Quién de vosotros me prueba que tengo pecado?»
Entonces, el retrato que encontramos en los Evangelios de Jesús es asombroso. Otra vez, desde los pastores en el campo hasta el centurión en la cruz, quien después de presenciar la crucifixión dice: «En verdad este era Hijo de Dios.» De Caifás y sus oponentes a las dudas de Tomás, quien después de la resurrección, cuando Tomás ve a Cristo resucitado, cae de rodillas y grita: «¡Señor mío y Dios mío!»
Y además de estos puntos de vista que tenemos de los contemporáneos de Cristo, tenemos el propio testimonio de Jesús de su propia identidad. Cristo dice: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo». Este Jesús que dice, “no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre mismo…me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir». Este Jesús que en su deseo de ocultar y esconder, durante un tiempo, su verdadera identidad debido a los conceptos erróneos populares acerca de lo que sería el Mesías, sin embargo, hace algunas afirmaciones valientes y extravagantes, sí de hecho son distorsiones, que se registran en el Evangelio de Juan en la famosa lista de los YO SOY que incluye cosas como: Jesús les dijo: ‘Yo soy el pan de vida que descendió del cielo, y así como vuestros padres fueron alimentados y comieron del maná que Dios les proporcionó en el desierto durante los días de Moisés, ahora soy el nuevo maná, yo soy el pan de vida’.
Y cuando la gente lo oyó decir eso, algunos de ellos estaban tan enfurecidos que no caminaron más con Él. «Yo soy la vid», Él dijo, «vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él” –ya saben—“ese da mucho fruto”. Y dijo: «Yo soy la puerta” por la que los hombres deben entrar, comparándose Él mismo, o mejor debería decir, contrastándose Él mismo con los falsos profetas de la época, que eran malos pastores de las ovejas, que eran como asalariados que estaban más preocupados por su sueldo que por el cuidado y la crianza de las ovejas, Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor”, y el buen Pastor da su vida por sus ovejas, y sus ovejas conocen su voz.
Y aún más dramático fue el comentario que hizo: «Antes de que Abraham naciera, yo soy”. “Abraham se regocijó esperando ver mi día». «Antes de que Abraham naciera», Él no dijo antes de que Abraham naciera, yo era. Es: “antes de que Abraham naciera, yo soy». Y la frase que usó en todos estos ‘Yo soy’ – hay otros tales como “Yo y el Padre somos uno”, Yo soy el camino, y la verdad y la vida” – la frase que usó fue la combinación de dos palabras griegas. Hay dos palabras en griego, dos verbos que se pueden traducir, y son traducidos, por las palabras en español ‘Yo soy’, el verbo ser. Está la palabra griega ego y la palabra griega eimí.
Cuando Jesús dijo estos ‘Yo soy’, no sólo dijo ego el camino, la verdad, y la vida, o eimí la puerta, sino más bien diría, ego eimí, usó ambos. Y el significado de eso no se perdió en la comunidad del primer siglo, porque si nos fijamos en la traducción griega del Antiguo Testamento, que se llama la Septuaginta, vemos cómo los judíos de habla griega tradujeron el nombre sagrado de Dios, Yahvé, “YO SOY EL QUE SOY”. La frase que usaron en griego para hacerlo fue la combinación de las dos formas del verbo ser, ego eimí. Así que cuando Jesús usó este lenguaje, se identificó claramente con el mismo nombre sagrado de Dios. Y afirmó tener nada menos que la autoridad de Dios cuando usó el título de ‘Hijo del Hombre’, refiriéndose a Aquel que viene de la presencia del Anciano de Días, que desciende del cielo como juez de la tierra; y hablaremos de eso más adelante.
Pero Jesús, al usar esa fraseología dijo en una ocasión: Hago esto para que sepas que “el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo.» Afirmar ser el Señor del día de reposo, cuando es Dios quien instituye el día de reposo; es Dios quien regula el día de reposo; es Dios quien manda la legislación que rige el día de reposo. Para que Cristo diga: «Yo soy el Señor del día de reposo», es identificarse con la deidad. Además, usando esa misma frase, Hijo del Hombre, en otra ocasión, Él anunció el perdón de los pecados de un hombre, y dijo: Hice esto para que “sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.» Y de nuevo, los enemigos de Jesús estaban indignados, porque ellos, en su tradición judía, tenían la opinión de que sólo Dios tiene la autoridad para perdonar pecados.
Y entonces dijeron: ‘Este hombre se está haciendo igual a Dios’. Así que, lo que vemos en este magnífico retrato de Jesús es el hombre perfecto, pero no sólo el hombre perfecto. Vemos a Aquel que de hecho es Dios con nosotros, Dios encarnado, y es debido a esta rica y profunda imagen de Jesús que da testimonio de la grandeza de su humanidad y la revelación de su deidad, que la iglesia, al establecer sus formulaciones teológicas en los primeros siglos, tuvo que aferrarse a la dificultad de ser fiel tanto a la humanidad de Jesús como a la deidad de Cristo, y es por eso por lo que vimos anteriormente el Concilio de Nicea en los términos de nuestro estudio de la Trinidad, y también veremos el siguiente Concilio de Calcedonia para ver cómo la iglesia definió la relación entre la naturaleza humana de Cristo y la naturaleza divina de Cristo.
Pero también más allá de lo que encontramos en las semblanzas de los Evangelios, ese no es el final de la imagen de Jesús que obtenemos en el Nuevo Testamento, porque más allá de los Evangelios encontramos el testimonio apostólico, el testimonio del apóstol Pablo quien nos revela tan clara y francamente el ministerio de Cristo como Salvador, donde Pablo explica lo que sucede en la expiación y cómo Cristo es nuestro Mediador, y cómo logra la redención para nosotros. Y no sólo Pablo y sus varias cartas, sino también en las cartas de Pedro, las cartas de Juan, el libro de Hebreos, el cual nos da una de las más altas Cristologías que jamás encontraremos en cualquier lugar, donde Cristo es mostrado como “la expresión exacta de su naturaleza”, el resplandor de la gloria de Dios, superior a los ángeles, superior a Moisés, superior al sacerdocio Aarónico del Antiguo Testamento, quien es llamado nuestro archegos o nuestro autor en el libro de Hebreos.
Y así, desde Mateo hasta el final de Apocalipsis, el motivo central del Nuevo Testamento es Cristo. Pero aún ahí eso no es suficiente. Porque, si vamos hacia atrás, al Antiguo Testamento, desde Génesis 3 a lo largo de la historia de los libros del Antiguo Testamento que describen los detalles del tabernáculo, por ejemplo, que el tabernáculo es encarnado en Jesús mismo, quien en su persona y obra es el tabernáculo del Antiguo Testamento. Y todos los detalles y las operaciones involucrados en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento en los detalles más minuciosos del ministerio de Jesús, por no mencionar los libros de los profetas que están llenos de las referencias a Aquel que está por venir.
Y entonces, no es que simplemente vamos al Nuevo Testamento para aprender de Jesús, sino que Cristo es proclamado en prácticamente todas las páginas del Antiguo Testamento. Desde Génesis hasta Apocalipsis es la historia de Jesús, el Cristo.