El regreso de Cristo
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Esta es la lección 13 de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Fundamentos IV: La Iglesia, los sacramentos y el fin de los tiempos».
Es por lo menos aleccionador cuando nos detenemos a pensar en todo lo que hemos dicho y hecho en nuestra vida y en cómo Dios nos juzgará. ¿Cómo debemos, como cristianos, ver el juicio final? En esta lección, el Dr. Sproul amplía nuestra comprensión del juicio final y explica por qué los que están en Cristo no necesitan temer el juicio.
Transcripción
Fue en el siglo XIX que el filósofo alemán, Frederick Nietzsche, anunció la muerte de Dios, y en el siglo XIX vimos surgir un espíritu de optimismo sin precedentes y desenfrenado en el mundo intelectual que tuvo un tremendo impacto en la cultura europea y, posteriormente, en la estadounidense. No todo el mundo era tan pesimista y sombrío como Nietzsche lo estaba en el nihilismo; pero la gente acogió con beneplácito el anuncio de la muerte de Dios porque la noticia indicaba una gran victoria para el humanismo, y el humanismo dijo que ya no necesitamos depender de alguna deidad sobrenatural para mejorar la condición humana, pero ahora estamos en un modo evolutivo, yendo del alfa al punto omega de la historia donde las cosas están yendo cada vez mejor y mejor con equipos nuevos, herramientas nuevas, tecnologías nuevas y particularmente con avances en la educación. La esperanza y la expectativa era que el mundo pudiera librarse de la enfermedad, la guerra, la ignorancia y de todas esas cosas que afligen a la civilización humana.
Bueno, parte del llamado gozo que generaron movimientos como el movimiento positivista de Augusto Comte, quien dijo que la historia se divide en tres etapas: infancia, adolescencia y edad adulta; y dijo que la etapa de infancia de la civilización occidental es esa etapa en que las personas definen sus vidas en términos de religión, y luego las personas llegaron a la adolescencia cuando reemplazaron la religión con la filosofía metafísica. Él dijo: «Pero uno realmente no entra en la edad adulta sino hasta que llega a la etapa de la ciencia» y, de nuevo, esta postura desenfrenada y optimista de lo que la ciencia iba a producir llevó a la gente a este punto de vista de la anticipación gozosa. Y cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se vio que era un tremendo obstáculo para toda esta postura del optimismo evolutivo, pero incluso aquellos que estaban decepcionados con este giro de acontecimientos dijeron: «Al menos esta será la guerra para poner fin a todas las guerras – la última guerra – antes de que la civilización alcance su madurez». Por supuesto, nadie anticipó el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, cuando esta terminó y todo se descubrió, del continente de Europa llegaron las filosofías más sombrías y pesimistas que se habían conocido en el existencialismo ateo, en los escritos de Sartre y Camus y otros.
Pero en el corazón de este optimismo del siglo XIX, la muerte de Dios y todo eso, y el surgimiento de la humanidad hasta su edad adulta, fue la buena noticia de que como Dios no existe, nunca, nunca más tendremos que preocuparnos por enfrentar un juicio final. Esa espada de Damocles que Jesús y sus seguidores han sostenido sobre las cabezas de las personas desde el siglo I, de que llegaría un día en que Dios pediría cuentas a todos y los juzgaría por su comportamiento, enviando a algunos al cielo y a otros al infierno… podemos deshacernos de esa idea y ya no tenemos que preocuparnos por ello. El canto de la gente en el siglo XIX era algo así como la canción de los niños al final del año escolar. «No más estudios, no más libros, no más miradas penetrantes de los maestros». Es decir, «Ahora no tenemos que preocuparnos por Yahvé allí de pie con sus Diez Mandamientos, diciendo: ‘No harás esto ni tampoco harás eso, y si violas mi ley te voy a castigar para siempre’». Esa fue la buena noticia. Entonces la buena noticia fue simplemente esto: que en última instancia no somos responsables.
Ahora, ¿qué ha pasado en este cambio, de ese optimismo del siglo XIX al pesimismo de nuestros días? Ya no creemos que estamos avanzando hacia ese destino evidente, sino que el origen del hombre es visto como si fuera un accidente cósmico, que salió del lodo, moviéndose inexorablemente hacia el abismo sin fondo de la nada, el ‘nihil’. Y el descubrimiento del existencialista nihilista es este: es hora de dar la vuelta a la etiqueta y leer el precio. Si en última instancia no eres responsable de tu vida, eso sólo quiere decir que, en última instancia, tu vida no cuenta. Tanto así que Jean-Paul Sartre decía que el hombre es una pasión inútil, y su veredicto final sobre la importancia y significado de la existencia humana se encuentra en una palabra: náusea. Así que el optimismo se ha convertido en una penumbra amarga y en una cultura llena de drogas y todo tipo de medios de escape para evitar la idea horrible de que nuestras vidas son un ejercicio de futilidad.
Frente a todo esto está la clara enseñanza del Nuevo Testamento y de Jesús de que nuestras vidas cuentan, y que cuentan hasta lo sumo; pero eso significa que somos responsables, y yo diría, aparte de la investigación y la reflexión filosóficas, todo ser humano lo sabe. Tienen ese sentido de Dios dentro de sus corazones. Recibieron una conciencia de parte de su creador, y lo sabes muy bien, así como sabes que estás vivo hoy, que serás responsable de cómo vives tu vida, que llegará un día en que Dios juzgará a cada hombre y a cada mujer según los estándares de su sagrada ley. En el capítulo 17 del libro de los Hechos, cuando Pablo está discutiendo asuntos con los filósofos de Atenas, hace este comentario: Él reconoce que han construido un templo a un dios desconocido, y él dijo: «Pues lo que vosotros adoráis sin conocer – es decir, aquel a quien están adorando en ignorancia – a Él os anuncio yo – El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay».
Y continúa diciendo acerca de este Dios: que los tiempos anteriores, cuando la gente estaba adorando a Dios en formas idolátricas, él dijo: «Habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan». Entonces Pablo da un mandato que es universal en su alcance. Él está diciendo que en los días anteriores Dios soportó, se abstuvo, preservó y fue tolerante durante un largo período de tiempo con la desobediencia múltiple de las personas en este mundo, pero ahora ha ocurrido un momento crítico en la historia redentora y el Apóstol dice: «Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan». Y esto es lo que él continúa diciendo, «Porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos».
Ahora, escuchen lo que sigue: «Y cuando oyeron de la resurrección de los muertos, algunos se burlaban». Las cosas no han cambiado. Hoy en día, cuando decimos a alguien que Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en rectitud y lo juzgará por aquel a quien Él ha demostrado ser el juez a través de la evidencia de su resurrección, la gente se ríe de eso. Se burlan de eso. «Pero otros dijeron: Te escucharemos otra vez acerca de esto. Entonces Pablo salió de entre ellos. Pero algunos se unieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y otros con ellos». Así que sólo hubo unos cuantos, un puñado, que tomó en serio a Pablo, allí en Atenas, cuando hizo este anuncio, pero quiero que veamos en este texto que parte de este testimonio apostólico es esta declaración de que Dios ha establecido el día del juicio. Ahora, quiero que comprendamos también que esta idea de un día de juicio no fue iniciativa de Pablo ni de los apóstoles. De hecho, ni siquiera fue iniciativa de Jesús, aunque Jesús habló de ello con frecuencia, sino que tiene sus raíces profundas en el Antiguo Testamento, que advirtió a la gente en ese entonces del día de la visitación, el día en que el Juez del cielo y de la tierra pediría cuentas de todas las cosas.
En una ocasión estaba enseñando filosofía en un entorno universitario, hace más de treinta años, y estaba enseñando la historia de la filosofía y un curso de filosofía moderna que iba desde Descartes hasta Immanuel Kant, y cuando llegamos a Kant, vi la crítica que Kant hace de los argumentos tradicionales de la existencia de Dios y luego mostré a los estudiantes su argumento alternativo para Dios, que era el argumento moral de Kant para la existencia de Dios basado en su comprensión del imperativo categórico. Ahora, si estás familiarizado con eso, sabes que Kant dijo que todo ser humano tiene un sentido del ‘deber’ incorporado en su conciencia, y dijo que este sentido del ‘deber’ es lo que dirige o impulsa la ética. Y luego plantea esta pregunta trascendental: Dijo: «Supongamos que este sentido del deber no tiene sentido o es irrelevante. Si no hay fundamento para un sentido moral del deber, entonces cualquier intento de construir una ética importante desaparece, y sin una ética significativa, la civilización no puede ser preservada».
Y entonces hace las preguntas: ¿Qué tendría que haber para que este sentido moral que todos tenemos, este sentido del bien y del mal, para que eso sea significativo? y Kant especula desde una perspectiva filosófica y dice: «En primer lugar, para que un sentido del deber sea significativo, tiene que haber justicia, es decir, la justicia debe ser recompensada y la iniquidad debe ser castigada; sin embargo – Kant señaló – «miramos el mundo que nos rodea, y vemos que la justicia no siempre prevalece». Al igual que David hace siglos, él preguntó: «¿Por qué prosperan los impíos y los justos sufren?» Lo vemos todos los días, y entonces Kant dijo: «Para que este sentido ético sea significativo, debe haber justicia, y dado que la justicia no tiene lugar en este mundo, tendría que haber algún tipo de supervivencia más allá de la tumba». Y luego reflexionó al respecto y dijo: «No sólo tendría que haber continuidad de la existencia para nosotros, sino que el propósito de eso, inicialmente, sería que pudiera haber un juicio para que se pudiera distribuir la justicia». Y a partir de ahí él especuló más.
Recuerdo esa clase vívidamente, dando esa charla, porque para mi sorpresa, me enteré más tarde de que uno de los estudiantes de la clase se convirtió al cristianismo escuchando solo las especulaciones de Kant sobre un juicio final; pero para Jesús no era un asunto de especulación. Era un asunto de declaración divina, y Él advirtió al pueblo constantemente acerca de esta realidad muy certera, donde dijo que esas cosas que haces en secreto serán expuestas ese día, cuando Dios revelará los secretos del corazón de cada hombre. Y Él dice: «De toda palabra vana… darán cuenta de ella en el día del juicio». ¡Vaya! eso me aterroriza porque tú ves cómo pecamos con nuestros labios, con las cosas que decimos, las promesas que rompemos, la calumnia que pronunciamos, las mentiras que decimos y todo lo demás. Acuérdense de Isaías, cuando se enfrentó a la santidad de Dios, inmediatamente se sintió abrumado por su indignidad, y dijo: «¡Ay de mí!» ¿Qué? «Pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito». Y Jesús dijo: «De toda palabra vana…darán cuenta de ella en el día del juicio». Esas son las cosas que decimos a la ligera, sin pensarlo y serán presentadas ante nosotros el día del juicio.
Si eso es cierto, ¿cuánto más cierto es que cada palabra sobria y cada palabra intencional que decimos será traída a juicio? Tuve un estudiante en esa clase que estaba tomando filosofía, y después de graduarse de la universidad, fue a la escuela de medicina, y después de la escuela de medicina obtuvo su título de psiquiatría en Harvard, y estaba haciendo su investigación postdoctoral en Harvard, en el campo de la neurología, en la ciencia del estudio del cerebro. Y me encontré con él varios años después de graduarse, y yo le había tenido en esa clase. Él dijo, «¿Recuerdas esa vez que estabas hablando de Kant, y estabas hablando de cuando uno llega al juicio final?» Y yo dije, «Sí, recuerdo». Y él dijo: «Sabes, es algo increíble estudiar la fisiología del cerebro, con las sinapsis, el tejido de conexión y toda esa cosa», y dice, «y qué increíble es que cada una de las experiencias que tenemos en este mundo queda registrada en nuestro cerebro.
Hacer una computadora hoy en día con la complejidad de la información que contienen y con… lo pequeñas que son, se necesitaría una computadora, según los estándares actuales, del tamaño de la Torre Eiffel para poder almacenar y registrar todos los datos que se pueden guardar en un solo cerebro humano». Y esto es lo que me estaba diciendo, y luego dijo: «Esto es lo que creo que va a pasar en el juicio final». Le dije: «¿Qué?» Él dijo, «Creo que Dios va a tener algún tipo de máquina donde va a tomar los cerebros de los cráneos de la gente y los pondrá en una máquina de reproducción visual, y el registro de cada pensamiento que hemos tenido, cada palabra que hayamos hablado, cada acto que hayamos hecho estará ahí a modo de evidencia irrefutable». y dijo: «Por eso», dijo, «creo que la Biblia… eso es lo que quiere decir la Biblia cuando expresa que ese día toda boca se callará, porque la evidencia será tan clara, tan abrumadora que reconoceremos la absoluta inutilidad de tratar de discutir al respecto». Ahora, por supuesto que sólo se refería a una manera de metáfora ilustrativa cuando decía eso de sacar los cerebros del cráneo y ponerlos de nuevo, pero lo que quería señalar es que el registro estaba ahí. Pero incluso si no estuviera en el cerebro, está en la mente de Dios porque Dios es consciente de todo lo que hemos hecho y de todo lo que hemos pensado y de todo lo que hemos dicho.
Ahora, en el Evangelio de Mateo –he dicho con frecuencia que parte de la enseñanza más aterradora que escuchamos de los labios de Jesús se encuentra en el Sermón del Monte, y todo el mundo piensa que el Sermón del Monte es un sermón optimista, positivo y maravilloso – el sermón más grande jamás predicado – y es uno que los pensadores positivos querrían emular porque inicia con las bienaventuranzas. Bienaventurados los que hacen esto y aquello. Pero la mayoría de los sermones, cuando se elaboran, tienen un cierre o un punto culminante, y si vamos al final del Sermón del Monte, veremos a Jesús haciendo estos comentarios: «Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos; pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis».
Permítanme decir esto: que cuando Jesús habló del juicio final, algo que a mí me sorprende es que muchos cristianos evangélicos no sean conscientes de esto. Él dice que en ese juicio cada persona será juzgada según, ¿qué? Según sus obras. Ahora, hemos enfatizado mucho la doctrina protestante – la doctrina bíblica de la justificación sólo por la fe, pero algunas veces permitimos que nuestra emoción de entender que somos redimidos por la fe, no por nuestras obras, nos haga pensar, entonces, que las obras no le importan a Dios. Pero, sin embargo, el juicio será de acuerdo con las obras, y el castigo que las personas recibirán de ese juicio se basará en sus obras, y las recompensas que Dios distribuirá en el juicio final a su pueblo que ha sido salvo por la fe, serán distribuidas según las obras. Hay por lo menos 25 pasajes en el Nuevo Testamento donde Jesús y los apóstoles dicen que habrá una gran recompensa para aquellos cuyas obras son numerosas y así por el estilo, y somos alentados incluso como cristianos, entendiendo que nuestras obras no nos llevan al cielo, en primer lugar; sin embargo, la recompensa que recibamos allí se distribuirá según nuestro grado de obediencia.
Así que las obras son extremadamente importantes, tanto buenas como malas, porque todas serán llevadas a juicio. Y entonces Jesús dice: «No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?». Y entonces les declararé: «Jamás OS CONOCÍ; APARTAOS DE MÍ, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD».» Ahora bien, como digo, esta es una de las declaraciones más aterradoras que Jesús haya hecho porque Él dice que en ese día de juicio la gente va a venir aseverando que lo conoce y dirigiéndose a Él con firmeza de una manera personal y diciendo: «Señor, Señor». Ellos van a afirmar que han hecho todo tipo de buenas obras, que han sido religiosos, que han estado involucrados en actividades eclesiásticas, y Jesús dice: «Voy a mirar a todos ellos en aquel día y les voy a decir: APARTAOS DE MÍ. Por favor, váyanse. No sé sus nombres, ustedes que practicáis la iniquidad». Eso es lo que Jesús dice en Mateo capítulo 7.
En Mateo capítulo 25, Él cuenta la historia del reino de los cielos que es como diez vírgenes que tomaron sus lámparas y fueron a encontrarse con el novio. Ya conocen la historia. Cinco eran prudentes; cinco eran insensatas. Las que eran insensatas tomaron sus lámparas, pero no llevaron el aceite extra, y las prudentes tomaron aceite junto con sus lámparas. Pero el novio se retrasó, y durante el retraso, a todas les dio sueño y se durmieron. «Pero a medianoche se oyó un clamor: «¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo.» Y todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: «Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan». Pero las prudentes respondieron, diciendo: «No, no sea que no haya suficiente para nosotras y para vosotras; id más bien a los que venden y comprad para vosotras». Y mientras ellas iban a comprar, vino el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta».
Ahora escuchen, versículo 11. «Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: «Señor, Señor, ábrenos» – el mismo lenguaje que Jesús usó anteriormente en el Evangelio de Mateo, en el Sermón del Monte. «Señor, señor, ábrenos». Pero respondiendo él, dijo: «En verdad os digo que no os conozco». Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que viene el Hijo del Hombre. Estas son advertencias serias que el Señor nos da a nosotros y al mundo: que Dios ha establecido un día, y Él ha nombrado un juez, y el juez es el Señor mismo, y cuando estemos de pie en ese juicio, será mejor que tengamos aceite en nuestras lámparas.