El castigo eterno
19 marzo, 2022El descanso final del creyente
Esta es la lección 15 de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Fundamentos IV: La Iglesia, los sacramentos y el fin de los tiempos».
Hay muchas cosas sobre el cielo que no se nos han revelado. Sin embargo, sabemos que en el cielo los cristianos experimentarán un descanso que ninguno de nosotros ha experimentado en esta vida. En esta lección, el Dr. Sproul describe lo que debemos esperar cuando lleguemos al destino final de la vida cristiana.
Transcripción
Hoy llegamos al final de nuestra serie de 60 episodios, un panorama general de la doctrina cristiana, y es oportuno que cuando llegamos al final de nuestro estudio de las cosas de Dios que también estudiemos lo que nos acontecerá al final de nuestras vidas. Y la esperanza gloriosa que tenemos nosotros como cristianos es la de entrar a nuestro reposo en el cielo. Todos los domingos vemos la señal de Dios de la promesa del reposo que está delante de todo creyente, ya que el día de reposo es la señal establecida por Dios de su promesa de que entraremos en nuestro reposo en el futuro. Pero hay quienes en nuestros días dudan que haya vida después de la muerte y nos dicen que nuestra esperanza del cielo son sólo castillos en el aire. Es un resultado directo de nuestra capacidad para proyectar nuestros anhelos y nuestros deseos en el futuro, y ellos preguntan ¿en base a qué tenemos una confianza real de que el próximo mundo será mejor que éste? Y, por supuesto, nuestra respuesta a eso como cristianos, proviene del testimonio de Cristo, no solo en virtud de la prueba de su propia conquista sobre la muerte, por la resurrección de la tumba, sino también por su enseñanza.
Recordamos sus palabras en la casa de María y Marta, en el momento en que Visitó Betania cuando su hermano había – había acabado – de morir antes de que Jesús pudiera llegar allí, antes de que Jesús levantara a Lázaro de entre los muertos. Y recordamos a Jesús diciendo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá». Ahora, en el discurso del Aposento Alto, la noche en que fue traicionado, en Juan capítulo 14, Jesús hace esta observación: «No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí». Ahora, cuando Jesús comienza este discurso tan popular entre los cristianos, empieza con un mandamiento. Empieza con un imperativo. Cuando dice, «No se turbe», Él está usando la forma del lenguaje que implica una obligación. Se nos manda no tener el corazón preocupado por estos asuntos, por nuestro futuro en el cielo. «Creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros. Y conocéis el camino adonde voy».
Ahora, aquí está Jesús – la Última Cena, sentado allí con sus discípulos, que saben que la crisis está a la puerta, que Él está a punto de ser quitado de en medio de ellos y se encuentran preocupados. Están ansiosos, y Jesús dijo: «Cálmense. No dejen que sus corazones estén preocupados. Crees en Dios ¿cierto? Bueno, cree también en mí porque en la casa de mi Padre hay muchas moradas». Ahora, esto es lo que Él dice: «si no fuera así, os lo hubiera dicho». Ahora, este es el Rabí enseñando a los discípulos, el Maestro enseñando a sus alumnos, y Él está diciendo antes de irse: «No dejaría que se quedaran con una falsa esperanza, castillos en el aire, deseos insatisfechos y como incapacitados psicológicos, en ese sentido. Si esto fuera una falsa esperanza, si esto fuera simplemente algo ilusorio, les hubiera corregido el error. «Si no fuera así, os lo hubiera dicho»; pero no solo es así, sino que ahí es exactamente a donde voy en este momento. Voy a la casa de mi Padre, y voy hacia allá –con el propósito expreso de preparar un lugar para ustedes. Estoy yendo primero al cielo para asegurarme de que cuando llegue allí, haya un lugar para ustedes cuando mueran». Esa es la promesa de Cristo a su pueblo: que todo aquel que pone su confianza en Él, Cristo ha preparado un lugar en la casa de su Padre para nosotros, y Dios no hace preparativos en vano.
Creo que todos hemos tenido la experiencia de preparar una cena para unos invitados y luego en el último minuto nos llaman y nos dicen que han tenido un imprevisto y que no podrán llegar. Eso no pasa cuando Cristo prepara un lugar para su pueblo, su pueblo hará uso de ese lugar. Y lo primero que queremos decir sobre el cielo es que tenemos todas las razones para confiar en que es real, pero normalmente donde nos asalta la duda sobre el cielo es: ¿A qué se parecerá? Y las Escrituras tienen mucho que decir sobre el cielo, pero Juan también, en su primera epístola, da una idea de nuestro estado futuro, lo cual creo que es muy importante para nosotros. En el capítulo tres de 1 Juan leemos estas palabras: «Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios». Ahora, hemos visto esto desde otra perspectiva en otro lugar. «Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.
Creo que este texto es uno de los textos escatológicos más importantes, si es que no es el más importante de los textos escatológicos en todo el Nuevo Testamento, porque lo que promete al creyente es la cima de la felicidad que disfrutaremos en el cielo, la cual se encuentra en lo que se llama técnicamente en teología el ‘visio Dei’, o la visión beatífica. La primera frase, ‘visio Dei’, simplemente significa ‘la visión de Dios’, esta visión se llama la visión beatífica. ¿Por qué? Bueno, puede que no estén familiarizados con el término «beatífico», pero están familiarizados con el término «beatitud». Las beatitudes son esas declaraciones que están registradas en el Sermón del Monte cuando Jesús inicia cada una de las beatitudes con el oráculo profético de bendición. «Bienaventurados los pobres. Bienaventurados los que procuran la paz y los que tienen hambre y sed de justicia y todo lo demás». Esa es una promesa de bendición, un grado de felicidad que trasciende cualquier placer o cualquier tipo de felicidad terrenal – cuando Dios da esa bendición al alma de una persona, ese es el nivel supremo de gozo, de realización y de felicidad que cualquier criatura pueda recibir. Y a eso se llama – esta bendición es lo que está a la vista cuando hablamos de la visión beatífica: una visión tan maravillosa, una visión que es tan satisfactoria que la visión misma trae consigo la plenitud de la bendición.
Ahora ¿qué es esa visión? Es la visión de Dios, porque lo que Juan dice aquí en este capítulo es que aún no sabemos lo que vamos a ser. Él dijo: «No sé todos los detalles de cómo va a ser el cielo», pero una cosa que sabemos es que seremos como Él porque lo veremos in se est’, según la Vulgata, la versión latina. Lo veremos tal como Él es en Sí mismo. Vamos a ser capaces de ver y contemplar, no una teofanía, no una manifestación indirecta de Dios, no una zarza ardiente, ni una columna de nube o una columna de fuego, pero lo vamos a ver como Él es. Le veremos sin ningún velo que le cubra. Ahora, un momento; en el Antiguo Testamento, todo el gozo y bendiciones que las personas experimentan por la cercanía de Dios tienen un límite, y el límite es este: ningún hombre verá a Dios. A ningún hombre se le permite ver el rostro de Dios o perecería. Incluso Moisés, quien le rogó al Señor que el Señor le permitiera ver su rostro, Dios dijo: «No Moisés. Te daré un vistazo, un vistazo de mis espaldas cuando pase mi gloria; pero no verás mi rostro».
Ese tipo de visión íntima, cara a cara, mirando directamente a Dios es lo que está absolutamente prohibido a todos los mortales en este mundo, y es lo que hace que el vivir la vida cristiana sea tan difícil, porque estás llamado a llevar una vida de obediencia y santidad y devoción y dedicación a un Dios que nunca has visto. Eso es lo más difícil de la vida cristiana, es que servimos a un Señor que es invisible para nosotros – nunca oímos su voz, nunca lo vimos, y sin embargo la promesa es que algún día lo veremos. Bueno, la pregunta inmediata que surge en este punto teológicamente es: «Espera un minuto. ¿Cómo vamos a ver a Dios tal como Él es cuando Dios es invisible?» Y sin embargo, volvemos al Sermón del Monte. ¿Quiénes son aquellos a los cuales se les promete que verían a Dios? No son los pacificadores. No son los pobres. No es el misericordioso. «Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios».
Ahora, pueden ver que la razón por la que no podemos ver a Dios no es porque haya algo malo en nuestros ojos. La razón por la que no podemos ver a Dios es que hay algo malo en nuestro corazón, pero cuando entremos en gloria y recibamos la plenitud de nuestra santificación, esa barrera presente que nos imposibilita tener una percepción directa e inmediata de Dios, será eliminada. «Pero de nuevo», tú dices: «pero aún así, incluso en el cielo Dios no tendrá un cuerpo. Será un espíritu. ¿Cómo puedes ver a un espíritu?» Bueno, no sé la respuesta a eso. Esta es una de esas cosas que Dios no nos lo ha revelado, aunque algunas de las mejores mentes de la teología han especulado un poco al respecto. Ayer mismo estaba escribiendo, trabajando en un libro de filosofía y estaba tratando con uno de los filósofos y explicando todo el tema del conocimiento mediato, y en mi ilustración mencioné sobre ver partidos de baloncesto en televisión.
Y decíamos que cuando vemos un partido de baloncesto en la televisión, ¿realmente estamos viendo el partido de baloncesto? Obviamente no estoy en vivo, presente en el evento. El partido de baloncesto se está realizando a kilómetros de donde me encuentro. Lo que estoy viendo es una transmisión y reproducción digital de lo que está ocurriendo a kilómetros y kilómetros de distancia. Hay un espacio entre el juego y yo, y por eso soy consciente de que me estoy enterando de lo que pasa en el juego de baloncesto a través de los medios. ¿Qué es un medio sino un intermediario que comunica algo que está sucediendo aquí a alguien que está aquí? Ahora, ¿Por qué digo eso? Yo dije: «Bueno, no vi el juego. Solo estaba mirando fotos del juego». Bueno, si estuviera en el juego, ¿qué estaría viendo? Imágenes que se reflejan frente a mis ojos, y la luz entonces utiliza eso – ilumina – esa imagen para que las fuentes de luz golpeen mis ojos y la lente de mis ojos, mi nervio óptico, y a través de todo este proceso de visión digo, «¡Ah, lo veo!».
Pero todo este tipo de cosas está ocurriendo aquí en la transmisión de la actividad sensorial que estoy percibiendo con mis ojos; y aun teniendo la mejor visión del mundo, no podría ver nada en una habitación sin luz; no vería nada. Sigo necesitando luz y necesito esas imágenes para poder verlas. Así que aún nuestra visión actual es mediata, y lo que Edwards dijo fue esto: que vamos a estar en tal estado que nuestras almas, sin la ventaja de nuestros ojos, serán capaces de tener una percepción directa e inmediata del Dios invisible. Ahora, de nuevo, el alma, la comunicación de espíritu a espíritu – No sé cómo funciona. Es pura especulación, pero una cosa que sabemos con certeza a través de la Palabra de Dios revelada es que el deleite de nuestras almas en el cielo será que lo veremos, y lo veremos tal como Él es.
Ahora, en nuestra serie del panorama general de la Biblia, ‘Del polvo a la gloria’, donde vimos desde los comienzos del Génesis y dimos un vistazo general de todo el alcance de la historia bíblica y la revelación, terminando en el libro del Apocalipsis. Titulamos esa serie ‘Del polvo a la Gloria. Obviamente, la gloria la encontramos en el punto cumbre de Apocalipsis que lo vemos en los últimos dos capítulos del Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis, donde Juan registra la visión que recibió en la isla de Patmos, en donde Cristo mismo le mostró cosas, incluyendo una visión al final del apocalipsis, del cielo nuevo cielo y de la nueva tierra que desciende de Dios, y tomemos unos minutos para ver algunos de estos elementos. Capítulo 21 del libro del Apocalipsis: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado».
Ahora, noten que cuando la Biblia nos da la descripción de la venida del cielo, se centra en algunas dimensiones sorprendentes de cómo será el cielo y de cómo no será. Nos dice lo que habrá allí, lo que no habrá allí. Si sigues leyendo este texto, habla de calles de oro, oro tan fino y tan puro que es transparente. Habla de puertas construidas con perlas majestuosas y del cimiento establecido y adornado con piedras preciosas. Ahora, conociendo la naturaleza de la literatura apocalíptica que es tan imaginativa, asumimos que estas son representaciones simbólicas sobre cómo será el cielo, pero permítanme decir que no me extrañaría de Él. No me extrañaría que Dios tenga una ciudad que está pavimentada con calles de oro y que luce exactamente como está descrita acá. No me extrañaría en absoluto. Pero dijo que «el mar ya no existe». Yo digo, «¡Oh, espera un momento! Eso es lo que esperamos cada año al ir de vacaciones; ir a la playa. ¡Nos encanta el mar!». No, no, no. Para el hebreo, el mar es el símbolo de violencia. No tenían playas de arena en Israel. Su costa marítima fue la causa de la llegada de malhechores que los atacaron y del clima violento que venía del Mediterráneo.
En toda la poesía hebrea, el mar es un símbolo negativo. Son el río, la fuente, el pozo lo que sirve como imagen positiva en la poesía hebrea, no el mar. Y entonces lo primero que dice es: «Amigos, no habrá catástrofes violentas y naturales de las que tengas que preocuparte en el cielo porque el mar no estará allí». Y él dijo: «Esto es lo que tampoco habrá: no habrá más lágrimas». No hay lugar para lágrimas a menos que sean lágrimas de gozo, pero asociamos las lágrimas en nuestro lenguaje con el lamento, la tristeza, el dolor. Y cada niño recuerda lo que es sentirse abrumado por estar molesto y tener un ataque de llanto y ver que mamá viene con su delantal y limpia las lágrimas y lo reconfortante que eso es. Sin embargo, lloras de nuevo al día siguiente; pero cuando Dios te limpia las lágrimas, estas nunca vuelven. No habrá más. ¿Por qué? Porque las cosas que nos hacen llorar serán eliminadas. No habrá más muerte. No habrá más clamor. No habrá más dolor. Estas primeras cosas habrán quedado atrás.
Bueno, saltamos al versículo 22, y vemos qué más no habrá en el cielo. ¡No habrá templo allí, y seguimos, y vemos, ohhhh! No habrá sol allí. No habrá luna allí. «¿No hay templo? ¿Quieres decir que no habrá iglesia, y no habrá sol, ni luna? ¿Qué es este lugar tan desolado? Pensé que iba a ser el cielo». ¿Por qué no habrá un templo allí? Porque el templo es el símbolo visible de la presencia de Dios, y cuando la realidad está ahí no necesitas del templo físico. ¿Y por qué no habrá sol, luna o estrellas? Estas son fuentes artificiales de luz, y eso es lo que son. Se nos dice que, en el cielo, el resplandor, la refulgencia de la gloria de Dios y del Cordero iluminará toda la ciudad. Nunca habrá noche porque la gloria resplandeciente, brillante y radiante de Dios nunca cesa. No es un ciclo de 24 horas. Es decir, el Sol de Justicia no se pone nunca. Así que el cielo será un lugar que estará brillando con el resplandor puro y directo de Dios. Y hay otras cosas hermosas que se dicen aquí sobre el cielo, pero piénsenlo, amigos. ¿Para qué estás viviendo?
Jonathan Edwards dijo: «Sabes, ¿te imaginas a alguien ahorrando para irse de viaje, de vacaciones, durante 10 años, y para llegar a su destino tuvo que viajar, y en la primera noche se detuvo en una posada junto al camino, y al día siguiente, en lugar de continuar su viaje para llegar a su destino deseado, el cual había esperado y ahorrado durante todo este tiempo, decidió renunciar a todo y quedarse en la posada? Así somos nosotros. Nos aferramos tan férreamente a la vida en este mundo porque realmente no estamos convencidos de la gloria que el Padre ha establecido en el cielo para su pueblo. Pero por toda la eternidad, Dios ha establecido este lugar, que es el fin y el destino de todo su pueblo. No puede haber algo mejor y, de nuevo, cada aspiración, cada esperanza, cada alegría que anticipamos estará allí y aún más, en este maravilloso lugar. Nuestro momento más importante será el momento en que entremos por la puerta y dejemos este mundo de lágrimas y de dolor, este valle de muerte, y entremos en la presencia del Cordero.