El juicio final
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Esta es la lección 14 de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Fundamentos IV: La Iglesia, los sacramentos y el fin de los tiempos».
La doctrina del infierno es una enseñanza impopular hoy en día, pero eso no cambia el hecho de que sigue siendo una enseñanza bíblica. Servimos a un Dios santo, y Sus exigencias justas no permitirán que el pecado quede impune. En esta lección, el Dr. Sproul defiende la doctrina del infierno como un castigo justo por el pecado, un castigo que todos merecemos fuera de Cristo.
Transcripción
En nuestra última sesión vimos el tema del juicio final tal como se estableció en el Nuevo Testamento, específicamente de los labios del propio Jesús, y nos dimos cuenta de que en ese juicio final no se trataría simplemente de una evaluación casual de las personas, obtener sus calificaciones al final del semestre, sino que ese juicio final se realizará en el contexto de un tribunal celestial, donde el Juez de toda la tierra tomará en cuenta todo lo que una persona ha hecho, y al final de ese juicio habrá un veredicto. Y el veredicto será el de culpable o inocente en virtud de estar cubierto por la justicia de Cristo, y para aquellos que pertenecen a Cristo habrá recompensa, pero para los que no, el veredicto será un veredicto de castigo. Ahora, por supuesto, este juicio final será administrado por un juez que es perfectamente justo y perfectamente recto, y se nos dice que ese juicio será en conformidad con la justicia – que no habrá nada arbitrario, nada injusto, nada indebido al respecto. De hecho, eso es lo que más me asusta, es que si nos enfrentamos a un juicio según la justicia, y si tenemos que presentarnos ante Dios de acuerdo a su nivel de justicia, estamos en serios problemas.
Es por eso que digo que cada persona enfrentará el juicio de Dios. Bien lo afrontas sobre la base de tus obras, o de lo contrario lo afrontas sobre la base de la obra de Cristo. Y escucho a la gente decirme con frecuencia: «Si Jesús es importante para ti, excelente, pero yo no necesito a Jesús». Y quiero decirle a esa persona: «Si has cometido un pecado en toda tu vida, una ofensa contra la santidad de Dios, entonces no hay nada en esta tierra que necesites más desesperadamente que Cristo, porque si no tienes a Cristo no tienes esperanza porque sin Cristo tendrás que estar delante de un Dios santo por ti mismo, por tu cuenta». Y tal como David preguntó hace siglos: «SEÑOR, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién… podría permanecer?». Es una pregunta retórica, cuya respuesta es obviamente negativa. ¿Quién permanecería? Nadie podría. Pero la mala noticia es que el Señor sí toma en cuenta las iniquidades, y la persona bendecida es aquella a la que el Señor no imputa la culpa que realmente tiene. De eso se trata el Evangelio.
Ahora, dado que el juicio será perfectamente justo, una de las cosas que las Escrituras dejan claro es que este juicio se llevará a cabo de acuerdo con la revelación que tengamos. Ahora, algunas personas dan un suspiro profundo de alivio cuando escuchan eso porque yo digo: «Bueno, ¿y qué pasa con la persona que nunca ha oído el Evangelio, la persona que vive en África y que nunca ha oído hablar de Cristo? ¿Qué pasa con esa persona?» Y siempre respondo a esa pregunta diciendo: «Oye, la persona que es inocente en África no necesita oír de Cristo, no necesita un misionero. La persona inocente en África va directamente al cielo cuando muere. No hay necesidad de salvoconductos o pases especiales». Y la gente se asombra y dice: «¿Qué quieres decir?» Yo contesto: «Dios nunca castiga a gente inocente. La persona inocente en África o la persona inocente en América del Sur, la persona inocente en Asia, la persona inocente en América no tiene nada de qué preocuparse por el juicio de Dios. Es la persona culpable en África, la persona culpable en América del Sur y en Asia la que tiene algo de qué preocuparse».
Ahora, la siguiente pregunta, obviamente, es ¿hay gente inocente en África o en cualquier otro lugar? No según el Nuevo Testamento, y el Nuevo Testamento dice que nadie podrá llegar ante el tribunal de Dios y decir: «No recibí la luz de la revelación». Ese es el significado del primer capítulo de la carta de Pablo a los Romanos, donde Pablo dice que la ira de Dios se revela contra toda impiedad de los hombres porque han tomado el conocimiento que Dios ha hecho evidente de sí mismo a través de la naturaleza y han reprimido o restringido ese conocimiento y se han alejado de esa evidencia clara de la existencia de Dios y se han negado a honrar a Dios como Dios. Por lo tanto, nadie puede pararse ante el tribunal de Dios y decir: «No tenía ni idea de eso. Ni siquiera sabía que tú existías». Ahora, la gente no va a ser castigada en el juicio final por rechazar a Jesús si nunca han oído hablar de Jesús. Dios es un Dios justo. Juzga de acuerdo con la revelación que tenías.
Si nunca has estado expuesto al Evangelio, si nunca has oído hablar de Jesús, ¿cómo puede Dios responsabilizarte de rechazar a alguien que nunca has oído? No lo haría, pero no cantes victoria tan rápido, porque recuerda que Jesús vino a un mundo que ya estaba bajo la condena universal de Dios, no por rechazarlo, a quien no conocían, sino por rechazar al Padre, a quien sí conocemos por la revelación que Él ha dado a través de la naturaleza. Incluso si nunca hemos abierto la Biblia ni hemos oído una palabra de la Biblia, «los cielos proclaman la gloria de Dios» y un día a otro día nos transmite el mensaje y sabiduría. De hecho, nuestras conciencias nos dan testimonio de que sabemos quién es Dios y que hemos violado su ley. Lo siguiente que quiero decir es que el destino al que estamos sometidos en el juicio final es inalterable. Muchas personas esperan una segunda oportunidad después de la muerte o esperan el legendario purgatorio donde pueden ir y pasar algún tiempo pagando sus deudas hasta que finalmente saldan sus deudas y luego pueden entrar al cielo. No veo nada en las Escrituras que dé la más mínima esperanza para ese concepto.
La Biblia nos dice que «está decretado que los hombres mueran una sola vez», y después el juicio. Bueno, lo que nos hace tan sensibles, creo yo, sobre esta idea del juicio final, no es tanto la idea de que Dios va a repartir recompensas entre su pueblo; es la otra cara de la moneda. La doctrina más aterradora que tenemos es la doctrina del infierno. Recuerdo que en el Seminario me senté en un salón de clases con mi profesor. Estábamos en un seminario donde solo éramos unos pocos sentados alrededor de una mesa con el profesor, y uno de los estudiantes hizo esta pregunta y dijo: «Dr. Gerstner, usted dice que cuando vayamos al cielo vamos a ser completamente felices. Vamos a tener felicidad eterna, pero ¿cómo podría ser feliz en el cielo si llego allí y descubro que mi madre, mi esposo o mi esposa o una persona muy querida está en el infierno? ¿Cómo podría ser feliz?» Y el Dr. Gerstner respondió a ese estudiante diciendo: «Joven, ¿no sabes que cuando llegues al cielo y recibas tu santificación final podrás ver a tu propia madre en el infierno y alegrarte de que ella esté allí?»
Bueno, se quedaron boquiabiertos muchos de los estudiantes. Yo no. Yo me reí. Me reí en voz alta. Yo estaba que me moría de la risa, entonces – me dio una mirada, ya saben cómo, – y me preguntó: «¿De qué te ríes?» «No puedo creer que haya dicho eso. Simplemente parece tan extraño, tan extremo». Pero comprendí, al meditar en lo dicho, lo que estaba diciendo. Él decía que ahora mismo, mientras estamos en esta carne mortal, a pesar de que tenemos cierto afecto por Cristo y cierto aprecio por Dios, nuestros afectos básicos están arraigados en este mundo, en este plano terrenal. Nos preocupamos más por el bienestar de nuestros amigos, vecinos y familiares en este mundo que por la vindicación de la justicia de Dios. A menudo uso una ilustración en la que llamo a algunas personas de la clase y digo: «Supongamos que tenemos a Jesús de pie a este lado del salón. Y en este otro lado del salón tenemos a Adolf Hitler, y tu puedes ver la distancia que existe entre Jesús allí y Hitler por aquí.
Y luego tomamos a la persona más justa, aparte de Jesús, que alguna vez haya existido en esta tierra, y la colocamos en una escala de rectitud o iniquidad entre Jesús y Hitler. ¿Dónde pondríamos a esa persona recta? ¿La pondríamos aquí en el medio? ¿La pondríamos aquí cerca de Jesús? Creo que si vamos a ser precisos, tendríamos que tomar a esa persona, que es la persona más justa que jamás haya existido y la pondríamos justo a lado de Hitler, casi como abrazándolo, porque la brecha entre Hitler y la persona más justa de este planeta no es digna de ser comparada con la brecha de esa persona recta y Jesús. Jesús no tenía pecado. No hay la más mínima mancha en el Cordero. Dios es impecable. ¿Te das cuenta que nuestras preocupaciones están mucho más enfocadas en las personas que son como nosotros? Puedo entender a Hitler. Es Jesús quien desconcierta mi imaginación en términos de su justicia perfecta. Y, por lo tanto, lo más difícil para nosotros es considerar que Dios realmente, en la ejecución de su justicia, enviaría a alguien al infierno.
Ahora, creo que el infierno es muy terrible de contemplar, incluso para la persona más consagrada de este mundo, que no lo creeríamos en absoluto excepto que casi todo lo que sabemos sobre el infierno en el Nuevo Testamento proviene directamente de los labios de Jesús– este Jesús, que es visto como el Príncipe de paz, bendito Jesús, manso y humilde – este es el que habló con tanta frecuencia, tan ferviente y tan apasionadamente sobre la realidad del infierno, y si no es porque viene del Señor mismo, no creo que seríamos capaces de aceptarlo. E incluso aun viniendo de sus labios nos cuesta aceptarlo. No se me ocurre un pensamiento más espantoso que el pensar en alguien siendo arrojado, al final de su vida, a las tinieblas de afuera. Ahora, cuando el Nuevo Testamento habla del infierno, habla del infierno en términos de tinieblas, en términos de un lago de fuego, en términos de una prisión. Permítanme leer un pasaje del libro del Apocalipsis.
El capítulo 20, versículo nueve: «Y subieron sobre la anchura de la tierra, rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descendió fuego del cielo y los devoró. Y el diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se halló lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida, y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que estaban en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y fueron juzgados, cada uno según sus obras. Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. . . Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego».
Ahora, la gente lee ese lenguaje altamente imaginativo del libro del Apocalipsis, y se me acercan y preguntan: «R. C., ¿crees que el infierno es literalmente un lago de fuego?» Y les respondo diciendo: «Probablemente no. Tal vez, pero lo dudo». Y de nuevo, este gran asombro y el suspiro de alivio. «¡Oh! Porque no soporto la idea de que alguien sea arrojado a un lago que está ardiendo siempre, que el gusano no muere, el fuego no se apaga. ¡Qué horrible!» Y yo digo, «Permítanme decir esto: que si el infierno no es un lago de fuego, sea lo que fuere y quien sea que esté allí daría todo lo que tiene y haría todo lo posible para estar en un lago de fuego». ¿Por qué creen que nuestro Señor, cuando describe la realidad del infierno, utiliza los símbolos más aterradores que un lenguaje pueda tener? De nuevo, un símbolo siempre es superado en intensidad por la realidad a la que apunta. Y, por lo tanto, no me consuela la idea de que el lenguaje sobre el infierno en el Nuevo Testamento es simbólico, si es que en realidad lo es. Si es simbólico, entonces la realidad debe ser peor que los símbolos.
Y entonces la gente me dice algo como esto: «¿Qué crees que es el infierno, la separación de Dios?» Yo contesto, «Sí, el infierno es la separación de Dios en cierto sentido, pero no en un sentido absoluto». Y la gente de nuevo se consuela en esto. Ellos dicen: «Bueno, todo el infierno es separación de Dios, y la mayoría de las personas que están separadas de Dios nunca quisieron estar cerca de Él de todos modos, así que no es gran cosa pensar en que la gente se vaya a un lugar donde están separados de Dios». Por un lado, no se me ocurre nada peor que estar totalmente separado de la presencia de Dios porque estar totalmente separado de la presencia de Dios sería estar desamparado de todo beneficio que procede de Él. A veces oigo decir a la gente, «La guerra es un infierno». O dicen, «Mi vida es un infierno en la tierra». Pero eso es una hipérbole, porque, por terrible que sea la guerra, no es digna de ser comparada con el infierno y cualquiera que sea la persona en este momento que estoy hablando, que está en el estado más abismal de sufrimiento en este planeta, esa persona, la que más sufre en este momento, aún así disfruta de algunos beneficios de la gracia común de Dios todopoderoso, beneficios que serían eliminados por completo si estuviera en el infierno porque ahí no hay beneficios de Dios.
Bueno, y ¿qué acerca de este tema – sobre estar separados de Dios? No, eso significa separación de la gracia de Dios, separación del cuidado de Dios, separación del amor de Dios, separación de la benevolencia de Dios, pero no separación de Dios. El mayor problema que tiene la persona en el infierno no es el diablo; es Dios. Dios está en el infierno, castigando activamente a los malvados. Es decir, de nuevo, el pecador en el infierno haría todo lo que pudiera, daría todo lo que tiene para sacar a Dios del infierno, porque el terror que los hombres enfrentan en el juicio es Dios mismo. Les he dicho que hace unos años hablé en una convención para representantes de librerías cristianas sobre el significado de la salvación, y temía que iba a insultar la inteligencia de estas personas porque hice esta pregunta en el sermón: «La Biblia dice que estamos salvados», y pregunté: «¿Salvados de qué?». Y la respuesta a esa pregunta es que la salvación significa ser salvados de Dios, de estar expuestos a su temible ira y a su castigo, y la gente nunca había oído eso. Nunca habían pensado en eso. No podía creerlo, pero entonces yo respondí: «Bueno, ¿de qué creen que somos salvados?» Y la única cosa que podría ser – la mayor calamidad que podría caer sobre cualquiera sería caer en manos del Dios viviente y estar expuestos a su ira. Pero somos salvos, nos dice el apóstol, de la ira que está por venir. Somos salvados de su juicio, somos salvos de su ira.
Ahora, cuando vemos el Nuevo Testamento y lo que enseña respecto al infierno, otro principio sobre el infierno que veo que a menudo la gente lo pasa por alto es que existen grados de castigo. Tal como en el juicio final habrá grados de recompensa que serán entregados a la gente en el cielo. Alguien dijo una vez que la copa de todos estará llena en el cielo, pero no todo el mundo va a tener el mismo tamaño de copa, y de nuevo, la gente se sorprende, y dice, «Oh, pensé que uno o solo iba al cielo o al infierno, ¿no? ¿Cuál es la diferencia?» Yo respondo: «Bueno, en el cielo, Jesús habla con frecuencia de aquellos cuya recompensa será grande, – a diferencia de aquellos que lo lograrán a duras penas y con mucho esfuerzo. Y luego, en el infierno, el apóstol nos dice, cuando llama a la gente para que se arrepienta de su iniquidad en este mundo, que la gente tiene una tendencia a pensar: «Bueno, si han pecado una vez, y eso es suficiente para enviarlos al infierno para siempre, y eso es cierto, entonces no importa si siguen pecando, si tienen múltiples ofensas». Me refiero a nuestro sistema judicial y a nuestro sistema de justicia penal, si alguien es un asesino múltiple, esa persona puede ser condenada a cinco o seis o siete cadenas perpetuas consecutivas, y nos reímos de eso porque decimos: «¿Cuántas vidas necesita para eso? Solo tiene una vida. ¿Cómo puede ser condenado a seis o siete cadenas perpetuas?»
Bueno, lo que la ley está tratando de hacer ahí es decir que cada cargo es una ofensa separada, culpable de un castigo separado, y ese principio se aplica eternamente. Puede que no seamos capaces de castigar a los criminales siete veces por siete asesinatos, pero Dios puede, y la persona que asesina a una persona recibirá un castigo siete veces menor que la persona que asesina a siete porque la justicia punitiva y retributiva de Dios será perfecta, de tal modo que el castigo siempre se ajusta al crimen, y es por eso que el Apóstol– nos advierte de no amontonar o acumular o atesorar ira para el día de la ira. Interesante metáfora, ¿cierto? porque Jesús nos llama a acumular tesoros en el cielo, y Pablo dice, por el contrario, la gente, si no están acumulando tesoros en el cielo, están acumulando algo más en el infierno. Están acumulando, están aumentando el grado de juicio que recibirán.
Finalmente, en el tiempo que nos resta, una de las cosas que me ha sorprendido mucho en mi vida es el resurgimiento, dentro de los círculos evangélicos, de una doctrina que siempre ha sido considerada herética dentro de los confines universales del cristianismo, y me refiero a la doctrina conocida como el aniquilacionismo, que dice que en el juicio final lo que sucede es que los creyentes son levantados de entre los muertos y reciben esta recompensa y viven para siempre en la presencia de Dios, pero que los malvados son aniquilados – es decir, dejan de existir, y ese es su castigo: la pérdida de sus vidas, la pérdida del beneficio de vivir. Simplemente son aniquilados, entran en un estado de nada, en el que dejan de estar conscientes. Cuando históricamente, la comunidad cristiana siempre ha creído que la Biblia tiene claro que el castigo del infierno es consciente e interminable, y de nuevo, la misericordia que el pecador en el infierno anhelaría es ser aniquilado, dejar de existir, porque cualquier cosa sería mejor que estar a diario frente al castigo de Dios.
Ahora, hay una parte de mí, en mi corazón, que realmente espera que las aniquilacioncitas, tan herejes como son, tengan razón porque simplemente no me gusta creer que alguien va a ser castigado para siempre indefinidamente. Parece tan difícil de entender y, otra vez, la gente se opone a eso y dice: «¿Cómo puede haber un castigo infinito para una persona finita?» y la respuesta, por supuesto es porque esa persona finita ha hecho una ofensa infinita, ya que ha ofendido a un ser infinitamente bueno en Dios. Bueno, en el análisis final, no sé cuáles serán los detalles de cómo será el infierno. Francamente, no quiero saber cuáles son los detalles, pero si voy a tomar en serio a Jesús y al testimonio apostólico, necesito tomarme muy en serio el infierno, mucho más de lo acostumbrado, porque me temo que, si realmente lo creo, y si realmente tú lo crees, cambiaría no solo la forma en que vivimos, sino la forma en que trabajamos en términos de la misión de la iglesia.