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Transcripción
Estamos a punto de comenzar nuestra quinta sesión en nuestro estudio sobre la santidad de Dios, y lo que es irónico de esto, e incluso, tal vez, exasperante para ustedes, es que hasta este punto de nuestro estudio no he empezado a definir el significado de la palabra «santo». La he utilizado, he tratado de hacer hincapié en la importancia de la misma, hemos visto la influencia traumática que conlleva, hemos visto cómo se relaciona con la justicia y también con la locura potencial de un hombre como Martín Lutero, pero exactamente, ¿qué quiere decir la Biblia con la palabra «santo»?
He observado que, en nuestro idioma y en nuestro propio vocabulario, el término «santo» parece ser utilizado entre nosotros, sobre todo entre los cristianos, como sinónimo de pureza moral o de rectitud. Y no hay nada malo con eso, pero puede ser un poco engañoso, pues en las Escrituras hay dos significados primarios o básicos para la palabra «santo». Y yo realmente no debería decir dos primarios. Hay uno primario y uno secundario… mejor dicho, si les parece, dos significados principales del término «santo». El segundo significado de esta palabra en las Escrituras es el que se refiere a la rectitud y la pureza personal, pero el significado primario de la palabra «santo» implica separado, o mejor aún, separación teológica. Lo que es santo es aquello que es otro. O-T-R-O, aquello que es diferente de algo más. Así, cuando la Biblia habla acerca de la santidad de Dios, el motivo principal de las declaraciones es referirse a la trascendencia de Dios, a Su magnificencia, a ese sentido en el que Dios es superior y más alto que todo lo que hay en la dimensión de lo creado. Una vez más, la forma más sencilla de discutir lo que es santo es hablar de aquello que es diferente.
Busque en su Biblia en algún momento y observe cuando el término «santo» se utilice como adjetivo. No sólo Dios es descrito como santo: leemos acerca del Espíritu Santo, del Santo de Israel. Leemos acerca de la tierra santa, de los utensilios santos, de los momentos sagrados. De hecho, los antropólogos y los sociólogos han estudiado las experiencias humanas y han notado que todas las personas tienen, de alguna forma, una idea de un tiempo sagrado y un espacio sagrado.
Piense en su infancia, en ese lugar especial al cual iba cuando tenía algún revés. Tal vez era su habitación, tal vez era una pequeña parte acogedora en el bosque o en el jardín, bajo su árbol favorito. Cuando estaba deprimido o angustiado, o cuando sus padres lo regañaban, y quería tomar su gatito y sentarse a llorar, usted iba a cierto lugar, y ese lugar tenía un significado especial para usted. Cada año hay un día que es especial en su vida: su cumpleaños, cuando celebra un momento en el tiempo que tiene una importancia especial para usted. Durante el transcurso del año, celebramos lo que llamamos fiestas, los «feriados», que son días apartados, días diferentes de los ordinarios, días especiales, apartados por un tipo particular de recuerdo. Lugares sagrados, tiempos sagrados, son parte de nuestras vidas.
Recuerdo cuando estaba enseñando un curso en el seminario hace muchos, muchos años, donde cometí el pecado imperdonable de un profesor de seminario: perdí los estribos con un estudiante. Es decir, déjeme ser franco con usted. A veces, los alumnos dicen: «No quiero hacer una pregunta tonta». Y yo les digo: «Miren, nunca se avergüencen de hacerme una pregunta. La única pregunta tonta es aquella por la que tienen miedo de preguntar. Es decir, cualquier pregunta que ustedes tengan es importante para ustedes y es importante para mí». Y realmente creo que debo tomar en serio cualquier pregunta que un estudiante plantee. Pero, de vez en cuando, señoras y señores, realmente recibes una pregunta tonta. Y es mi tarea como profesor, de nuevo lo digo, tratar al estudiante con dignidad.
Bueno, una vez tuve un estudiante que me hizo perder los estribos. Yo estaba dando una conferencia sobre la Cena del Señor, y su pregunta no fue tanto una pregunta, sino una expresión de cinismo desenfrenado. Levantó la mano, le di la palabra, y él dijo: «¿Cuál es la gran cosa acerca del pan y del vino? ¿Por qué tenemos que hacer eso? ¿Por qué no podemos simplemente tener mantequilla de maní, sándwiches y Coca-Cola?».
Ahí perdí los estribos. Sentí esa rabia fluyendo desde mi alma. Irritó mi sensibilidad cuando dijo eso, y en lugar de dar una respuesta agradable y gentil, como debería hacerlo un profesor, le dije: «¿Quiere saber por qué no tenemos mantequilla de maní, sándwiches y Coca-Cola en la Santa Comunión? Porque Jesús nunca consagró mantequilla de maní, sándwiches o Coca-Cola». Sólo quería matarlo. ¿Por qué? Porque él acababa de profanar con su pregunta algo que era precioso y santo en mi experiencia.
Pero, ¿qué es lo que hace que el pan y el vino sean tan especiales? ¿Qué es lo que hace que cualquier momento en la historia sea tan especial? ¿Qué es lo que hace que un pedazo de terreno sea tierra santa? ¿Por qué Noé marcó el lugar en donde salieron a tierra construyendo un altar? ¿Por qué Abraham construyó un altar a Dios? ¿Por qué nos sentimos atraídos a tomar algo que es común y hacerlo extraordinario por lo que significa?
No es debido al valor intrínseco de estos objetos, sino que lo que hace que algo sea sagrado, lo que hace que algo sea santo, es el toque de Dios sobre eso. Cuando Él, que en sí mismo es otro y diferente, toca aquello que es ordinario, eso se convierte en extraordinario. Cuando Él te toca, te conviertes en alguien que no es común. Entonces, lo que diferencia lo profano y lo santo es la diferencia entre lo común y lo que no es común, entre lo terrenal y lo celestial.
No hace mucho, vi un estudio de las fobias en los Estados Unidos en el que se enumeraban las diez fobias más comunes, las cosas a las que la gente más les teme. Ustedes saben: miedo a los gatos, claustrofobia, miedo a los espacios llenos de gente, y así sucesivamente. El miedo a la muerte. ¿Saben cuál era el miedo número uno en las personas de los Estados Unidos? El temor de estar de pie delante de un grupo y dar una charla, así como lo estoy haciendo ahora mismo.
Es horrible, pero hay una fobia llamada xenofobia. ¿Cuántos de ustedes nunca han oído esa palabra antes? Xenofobia. Está bien, aquellos de ustedes que sí la han oído, levanten la mano. Voy a pedirles que se paren delante del salón para… bueno, ahora veo muchas más manos en el aire. La xenofobia es el miedo a los extraños o extranjeros. Tenemos una tendencia a temer a las personas cuyas costumbres son diferentes de las nuestras, y la forma suprema de xenofobia que tenemos es nuestro temor del Dios vivo debido a que Él es tan diferente de nosotros. Él es alto y sublime.
Uno de los más fascinantes estudios que he leído, y al cual le pediría que prestara atención, es un libro que apareció a principios del siglo XX por un teólogo alemán que también era antropólogo. Su nombre era Rudolf Otto, y escribió un pequeño libro que muchos teólogos consideran uno de los más importantes del siglo XX. Es un libro delgado, cuyo título original fue simplemente Das Heilige, traducido al inglés como La idea de lo santo.
Lo que hizo Otto fue fascinante. Dio vueltas examinando a personas de diferentes culturas: aborígenes, europeos, diferentes pueblos, y trató de averiguar qué consideraban como santo o sagrado en sus culturas. Luego hizo estudios fenomenológicos para ver cuáles eran las reacciones humanas normales ante lo santo. Después de este estudio, intentó extraer la esencia de la experiencia humana de lo santo y llegar a algunas conclusiones.
Una de sus conclusiones fue esta —y él solía inventar frases para describir estas cosas—: si usted le preguntaba a Rudolf Otto: «Doctor Otto, ¿qué es lo santo?», su respuesta sería: «Lo santo es el mysterium tremendum». Yo tengo una frase en latín para todo: mysterium tremendum.
Ahora, ¿qué quería decir con eso? Él dijo que la experiencia que tenemos de lo santo es una experiencia de algo muy extraño, imposible de penetrar y de comprender. Es misterioso, pero también es poderoso, y este poder asombroso y misterioso nos provoca una sensación de miedo dentro de nosotros. Escuche cómo Otto describe esto, lo que él llama «el misterio horrible»:
«La sensación de lo santo a veces viene como una marea suave, impregnando la mente con un tranquilo estado de adoración profunda; o puede convertirse en una actitud más presta y continua del alma, llegando, por así decirlo, a algo espeluznante, vibrante y resonante, hasta que finalmente se desvanece, y el alma vuelve a su estado de ánimo profano, no religioso, de su experiencia cotidiana».
¿Puede usted identificarse con eso? Todo el mundo en esta sala ha vivido esos momentos trascendentales de conciencia de la presencia de Dios, ¿no es así? No son parte de nuestra experiencia ordinaria y diaria. La experiencia cotidiana, incluso para el cristiano más devoto, es básicamente lo profano. No estamos inundados cada segundo en nuestra alma con este agudo sentido de la presencia de Dios. Sin embargo, todo cristiano sabe lo que significa tener ese precioso momento de conciencia de la presencia de Dios.
«Pero es fugaz, como si explotara una erupción repentina desde las profundidades del alma con espasmos y convulsiones, o diera lugar a emociones extrañas, a un frenesí de embriaguez y nos transportara hacia un éxtasis. Tiene una forma salvaje, demoníaca, y puede hundirnos en un horror casi macabro que estremece». Otto describe el hecho de que no todo el mundo responde de la misma manera a la conciencia de lo santo. «Algunas personas se convierten en danzantes giradores y realizan todo tipo de actividad extravagante. Otras personas son movidas a un absoluto silencio y a la contemplación».
Pero lo que él detectó en su estudio de lo santo es esto: que en todas las culturas, a través de las diferentes civilizaciones, la respuesta básica de los seres humanos a lo que ellos consideran santo es una respuesta ambivalente. Es decir, tenemos sentimientos contradictorios acerca de lo santo. Hay algo acerca de la santidad de Dios que nos atrae, pero también hay algo acerca de la santidad de Dios que nos repele y nos asusta. Por un lado, fascina, y por otro, aterroriza.
¿Se ha preguntado acerca de la forma en que, a veces, nos gusta asustarnos a nosotros mismos? ¿Como niños pequeños que les gusta reunirse y contar historias de fantasmas? ¿Ha visto usted hacer eso?
Recuerdo cuando mi hijo era un niño pequeño. Quería dormir en el bosque detrás de nuestro hogar en Ligonier. Uno de los estudiantes universitarios le dijo: «Yo te llevaré hasta allí, al bosque». Subieron y pusieron una tienda. Tenían sus sándwiches, linternas y cantimploras, y subieron cerca de la medianoche. A la medianoche, sacaron sus sacos de dormir, y mi hijo le dice al estudiante universitario: «Joe». Él responde: «¿Sí?». «Cuéntame una historia de fantasmas». Así que Joe comenzó a hablarle de esa persona que perdió su hígado y daba vueltas diciendo: «Quiero mi hígado de nuevo». Todo el mundo ha escuchado esa historia de fantasmas. Entonces, mi hijo escucha esto y está fascinado con la historia.
Cuando Joe terminó, mi hijo lo miró y le dijo: «Joe… ¿sabes? Tal vez dormir aquí esta noche no sea tan buena idea». Joe le respondió: «Todo está bien. Sólo ve a dormir». Y estuvieron en silencio por unos minutos. Mi hijo tuvo la oportunidad de concentrarse en la historia de fantasmas, en los ruidos del bosque, en las cosas que suenan en la noche. Tal vez pasaron diez minutos más, hasta que finalmente bajaron y tocaron a nuestra puerta preguntando si podían entrar.
¿Sabía que la gente va a Disney World en Orlando y entrega su dinero para que los asusten? ¿No es extraño que tengamos esta actitud doble hacia lo santo?
Me gusta recordar aquel viejo programa de radio. Algunos de ustedes con canas recordarán esos maravillosos días de antaño, cuando el Llanero Solitario venía a caballo por el camino; o escuchábamos las telenovelas de la tarde. ¿Se acuerdan de ellas, señoras? El joven doctor Malone, Ma Perkins, Helen Trent, Argyle Domingo y la mujer detrás del escenario. Larry le decía a Mary: «Mary». Y Mary le decía a Larry: «Larry». Eso era lo que escuchábamos. ¿Recuerdan? La familia de Pepper Young… ¿cuántos de ustedes se acuerdan de ellos? Eran fantásticos.
Bueno, por la noche venían las historias de aventuras, como Superman y ese tipo. A lo largo de la semana, escuchábamos programas de policías y ladrones, detectives como el Sr. King, Buscador de Personas Perdidas. Había un programa particularmente aterrador llamado Suspense. Pero el programa más espantoso de todos los programas de terror en la radio, en los años cuarenta, señoras y señores, era transmitido los domingos por la noche.
En la introducción de este programa de radio aparecía el sonido de una puerta de bóveda chirriante que se abría con un eco, y al escucharlo, su cabello se erizaba antes de que comenzara el programa. Luego sonaba la voz del locutor barítono diciendo: «Inner Sanctum». ¿Cuántos de ustedes recuerdan esto? Ni siquiera tenían que empezar la historia, y ya todo el mundo estaba asustado.
¿Qué significa Inner Sanctum? Significa literalmente «dentro de lo santo».
De alguna forma, los genios del mercadeo del mundo del entretenimiento descubrieron que lo más aterrador que podían llevar a la gente sería exponerlos a un programa sobre lo santo. Verá, es por eso que tenemos una tendencia a mantener nuestra distancia, una distancia de seguridad, del carácter de Dios, porque, aunque por un lado nos sentimos atraídos hacia Él, por otro lado, estamos repelidos por Él.
Voy a hablar en nuestra próxima sesión sobre cómo esto se manifestó de manera concreta y específica en la obra de Jesús, donde la gente era tanto atraída hacia Él como aterrorizada por Él. Sin embargo, el elemento que nos atemoriza está en la esencia misma del carácter de Dios, y para que lo entendamos, se expone para nosotros en el Nuevo Testamento como la prioridad del aprendizaje.
Le hice a mis estudiantes en el seminario una pregunta simple de la Biblia. Les dije: «Todo el mundo conoce el Padre Nuestro, y el Padre Nuestro se puede dividir según categorías literarias: desde el saludo formal, pasando por las peticiones, hasta el cierre. Les pregunté a mis estudiantes: “¿Cuál es la primera petición en el Padre Nuestro? ¿Ustedes la conocen? No respondan en voz alta, pero respóndanla en su mente. ¿Saben cuál es la primera petición del Padre Nuestro?”».
Recuerden la escena: los discípulos habían observado el asombroso poder de Jesús y vinieron a Él. Se dieron cuenta de este vínculo entre Su poder y Su devoción a la oración. Así que se acercaron a Él y dijeron: «Jesús, enséñanos a orar». Y Él les dijo: «Está bien, les voy a enseñar cómo orar. Cuando oren, quiero que oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo…». Luego, ¿qué sigue? «Santificado sea tu nombre».
Ahora, aquí está la pregunta: ¿es «Santificado sea tu nombre» parte del saludo formal o es la primera petición? Verán, si fuera parte del saludo formal, Jesús habría dicho esto: «Cuando oren, digan esto: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado es tu nombre». Pero eso no fue lo que dijo. Él dijo: «Cuando oren, quiero que oren esto: la primera cosa que quiero que pidan cuando estén de rodillas es que el nombre de Dios sea tratado como sagrado, como santo».
Repetidamente, la Biblia dice de Dios: «¡Santo es su nombre!».
Otro pequeño examen que hice con mis estudiantes fue este: «Supongan que en esta época y día, en los Estados Unidos, hemos tenido tal inundación y proliferación de legislación que nadie puede mantenerse al día con todas las nuevas leyes que se agregan a los libros cada año. Supongan que alguien se acerca y dice: “Vamos a empezar de nuevo. Vamos a desechar a todos los abogados, todas las leyes, incluso la Constitución, y empezaremos de nuevo. Pero su trabajo será escribir la nueva Constitución. Su tarea será redactar la nueva Carta de Derechos, y el plan es este: todas las futuras leyes en la historia de esta nación serán juzgadas en conformidad con diez leyes que ustedes establezcan. Así que sólo tienen diez leyes para incluir. ¿Qué diez leyes escribirían?”».
Les pregunté: «¿Cuántos de ustedes gastarían una de sus leyes en una contra la codicia? ¿Cuántos de ustedes incluirían en sus diez una ley que establezca que los niños deben respetar y obedecer a sus padres? La mayoría de ustedes probablemente incluiría una ley que prohíba el asesinato y el robo. Pero, ¿alguien usaría una de sus diez primeras leyes para establecer que es una ley absoluta en la tierra que nadie, nunca, nunca, tome el nombre de Dios en vano?».
Señoras y señores, cuando Dios escribió una constitución para un gobierno nacional, esa ley llegó a Sus diez leyes. ¿No es increíble?
Hace unos años, leí un artículo sorprendente en la revista Time acerca de un incidente que tuvo lugar en Maryland. Un conductor de camión había sido arrestado por estar borracho y por conducta desordenada. Cuando los policías llegaron a arrestarlo, este conductor de camión fue tan abusivo que, para cuando llegaron a la estación, estaban furiosos y querían echarle todo el peso de la ley. Lo llevaron ante el juez y le contaron todas las cosas desagradables que este hombre había dicho sobre la policía en el camino hasta allá.
Para la conducta de alteración del orden público, la pena más severa que el magistrado podía imponer era una multa de 100 dólares y treinta días de cárcel. Pero el juez quería clavar a este sujeto, darle con todo el peso de la ley. Así que resucitó una ley anticuada que nunca fue derogada y que todavía estaba en los libros de los estatutos de Maryland: una ley que prohibía la blasfemia pública. La pena por blasfemia pública era otros treinta días de cárcel y una multa adicional de 100 dólares.
El juez impuso al conductor de camión una multa de 200 dólares y sesenta días en la cárcel. Esta noticia llegó a la revista Time porque el editor de Time se indignó de que, en esta época, alguien pudiera sufrir el castigo cruel e inusual de pagar una multa de 100 dólares y pasar treinta días en la cárcel simplemente por blasfemar públicamente el santo nombre de Dios.
Hemos recorrido un largo camino.
Hace veintidós años no era permitido pronunciar la palabra «virgen» en la televisión porque era demasiado provocativa y sugerente. La censura ha cambiado mucho en nuestros días. Las películas hoy pueden usar libremente lenguaje erótico, lenguaje escatológico y lenguaje grosero, y eso está bien. Pero todavía hay reglas y regulaciones para la televisión pública que prohíben el uso de cierto lenguaje sexual lascivo y obsceno, y, aun así, se permite que en la televisión se use el nombre de Dios como una mala palabra.
Jesús dijo: «¿Saben qué quiero que oren? Quiero que oren que el nombre de mi Padre sea considerado como santo. Y luego quiero que digan: Venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra así como se hace en el cielo. Lo que quiero que mi pueblo pida es que mi reino, mi soberanía, mi autoridad como Rey sean honrados y reconocidos en este mundo, y que la gente haga mi voluntad en este planeta así como los ángeles en el cielo ahora obedecen mi voluntad».
¿Saben? Jesús no lo dice de esta manera, pero estoy convencido de que hay una progresión lógica aquí. No creo que el reino de Dios venga jamás a esta tierra o que la voluntad de Dios sea hecha en esta tierra hasta que, o a menos que, el nombre de Dios sea venerado por Su pueblo.
¿Cómo es posible para las personas honrar a un rey y, al mismo tiempo, profanar su nombre? No es que el pueblo judío tuviera algún fetiche con el nombre o que creyeran que hubiera algún tipo de magia asociada a la emisión de la palabra, sino que entendían esto como Dios lo entendió: si tenemos una actitud arrogante y casual hacia el nombre de Dios, eso revela, más profundamente que cualquier otra cosa, nuestra actitud hacia el Dios del nombre.
Déjenme decirles las cosas como son. Si ustedes usan el nombre de Dios como una mala palabra, eso revela que son personas profanas. No tienen respeto por la santidad de Dios, y les insto a que piensen antes de dejar que esa palabra pase por sus labios de manera frívola, porque Dios no tolerará la profanación de Su nombre.
Lo incluyó en Sus diez leyes, y Jesús dice que ustedes deben orar para que el nombre de Dios sea santificado, que sea tratado como diferente, especial, extraordinario, exaltado, porque es diferente, especial y exaltado.
Cuando somos llamados a ser santos, somos llamados a ser diferentes. Estamos llamados a dar testimonio del estilo que uno encuentra en Dios, un estilo que está conducido por el segundo significado de la santidad: la rectitud. Cuando Dios dice: «Sed santos, porque yo soy santo», está diciendo: «Sé diferente a los estándares normales de este mundo. Quiero que expreses y muestres lo que es la rectitud en esta tierra».
Esa es la tarea del cristiano: reflejar y mostrar el carácter de Dios a un mundo moribundo.
Oremos.
Padre nuestro, de nuevo te pedimos disculpas por la forma en la que hemos profanado tu nombre en palabras, en hechos y en pensamiento. Oramos que nos des un respeto sagrado hacia ti, para que, en nuestra tierra, en algún grado y en alguna medida, podamos ver la manifestación de tu reinado y que tu voluntad sea hecha. Lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.