La importancia de la santidad

Primera parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul "La santidad de Dios".
En este mensaje, el Dr. Sproul nos muestra que la santidad es la característica de la naturaleza de Dios que está en el corazón mismo de Su ser.

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Transcripción

Dios y Padre nuestro, al acercamos a este tema de tu carácter santo, sabemos que nos estamos embarcando en una tarea imposible, y aún en este momento estamos parados en tierra santa, un lugar que, si no fuera por tu misericordia y tu gracia, se abriría y nos tragaría… por completo.

En este momento te rogamos por una doble porción de tu gracia y misericordia sobre nosotros mientras buscamos entender estas cosas que son tan importantes en nuestro entendimiento de Ti; invocamos la presencia del Espíritu de Verdad, quien es el mismo Espíritu Santo, para que nos ayude en esta labor.

Pedimos esto en el nombre de Cristo, Amén.

Era una tarde de otoño en mi último año en el Seminario Teológico de Pittsburgh, y recuerdo con claridad que estaba estudiando por mi cuenta en la biblioteca. Tenía una pila de libros frente a mí, y como saben, una biblioteca de seminario es tan tranquilo como la morgue. Nadie puede hablar o conversar. Es un profundo silencio. De repente perdí mi concentración debido a un murmullo que empezó a correr inesperadamente por los estantes y las mesas de la biblioteca. La gente comenzó a alborotar el ambiente y empezaron a dejar sus asientos y escritorios para salir corriendo por los pasillos del Seminario; no sabía lo que estaba pasando hasta que una señora, o alguien allí, dijo algo en voz alta que fue muy directo: “Alguien le ha disparado al Presidente”.

¿Se imaginan un anuncio como este y lo que podía causar en las rutinas diarias y normales de las personas? Corrí hacia afuera, y como el resto de los estadounidenses me pegué a la radio para escuchar los boletines de última hora mientras el presidente Kennedy estaba luchando por su vida; y luego, por supuesto, se hizo el anuncio de que había muerto. Al día siguiente, las próximas semanas, los meses siguientes, el pueblo de los Estados Unidos estuvo preocupado con este momento trágico de nuestra historia, la muerte súbita de un presidente muy popular. Un tiempo después, salió un libro titulado “Johnny, apenas te conocíamos”, que llamaba la atención al hecho de que su período presidencial fue, en realidad, muy breve; pero sea el momento que sea, señoras y señores, en que el líder del poder ejecutivo, el rey o el primer ministro de una nación fallece, es un momento solemne y muy serio para la nación.

Pues eso fue cierto en Israel, así como en los Estados Unidos, ya que en el siglo VIII, un rey llegó al trono en Jerusalén y empezó a reinar a los dieciséis años, reinando en Jerusalén por más de cincuenta años, imagínense, más de la mitad de un siglo. El no fue el rey más famoso en la historia judía o el rey más importante de la historia judía, pero, sin duda estaría entre los cinco primeros. Su nombre era Uzías, y lo que Uzías logró en su reinado fue establecer la última reforma espiritual significativa para su pueblo, y cuando murió, y falleció, a propósito, en desgracia porque fue una especie de héroe trágico salido de Shakespeare, que violó sus propios principios de ética y espiritualidad en el último año de su vida. Pero cuando murió, su muerte como que marcó un momento crucial, un antes y después en la historia judía, porque desde ese día, la vida espiritual y la vitalidad de la nación judía entró en un profundo declive del que nunca pudo recuperarse.

Creo que es significativo en la providencia de Dios, que cuatro años después que Uzías muriera, la ciudad de Roma fue fundada y hubo un cambio cultural que le dio forma a todo el futuro destino de la historia. Pero en medio de las luchas de esta nación, Dios llamó a un hombre a la sagrada vocación de profeta, y algunos lo llamarían el mayor profeta en la historia del Antiguo Testamento, un hombre que no sólo era religioso, sino que también era un estadista por derecho propio, que dialogó con varios reyes durante todo su ministerio. Él fue el profeta que dijo que algún día en el futuro, una virgen concebiría y daría a luz a un hijo, y que el nombre que se le daría sería Emmanuel. Fue el profeta que dijo que en el futuro, el siervo del Señor vendría y llevaría los pecados de su pueblo. Su nombre, por supuesto, era Isaías, y el registro de su llamado como profeta se encuentra en el sexto capítulo del libro que lleva su nombre, y quisiera leerles ahora la primera parte de ese registro.

Dice Isaías capítulo seis, en la versión de Las Américas, “En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de El había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo”.

Quiero que se fijen en este breve pasaje que he leído en donde Isaías presenta esta experiencia que tuvo en el año que muere el rey Uzías, y no sabemos con seguridad si lo que Isaías vio fue una visión extática que tuvo lugar en el Templo de Jerusalén, o si en realidad lo que Isaías vio fue un atisbo al interior del santuario en el Cielo mismo. Prefiero esta última interpretación. Estoy convencido, por razones técnicas que no veremos ahora, que lo que ocurrió fue que Dios abrió la cortina. Él removió el velo desde el mismo Cielo, y como Juan, quien siglos después en la isla de Patmos echaría un vistazo al interior del cielo, Isaías el profeta vio al Señor en su trono, en el mismo Cielo. Ahora, si usted ve en su Biblia, verá que dice: “En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo”. Si se fija en su Biblia, verá la palabra “Señor“, y estoy seguro que está escrita con S mayúscula. ¿Así es como está en sus Biblias? En la versión de Las Américas, en el canto de los serafines, donde dice: “Santo, Santo, Santo es el SEÑOR de los ejércitos”. Allí podrá notar que hay esa misma palabra SEÑOR, pero todo en mayúsculas. ¿Cuántos de ustedes notan eso en el texto? Bien, es algo muy común encontrar esto en las traducciones de la Biblia, y no se trata de un error tipográfico, sino que los traductores están tratando de señalarnos que algo inusual está pasando aquí, aunque la misma palabra “Señor” se repite en el texto, el hecho de que se impriman de forma diferente indica que hay dos palabras hebreas muy diferentes detrás del texto.

Cada vez que ve SEÑOR en mayúsculas en Las Américas o la NVI, es porque se trata del término hebreo que se traduce en la RV60 como Jehová, el nombre que Dios le reveló a Moisés cuando dijo: “Yo Soy el que soy”. Ese es el sagrado nombre de Dios, el santo nombre de Dios – Jehová. En el verso 1 está la palabra “Señor”, sólo con S mayúscula y se traduce una palabra diferente, que es el término hebreo Adonai, y ése es el título más exaltado que el Antiguo Testamento usa para Dios. Se le han dado muchos títulos en el Antiguo Testamento, pero éste es su título supremo. En Las Américas, en el Salmo ocho, leemos: “Oh SEÑOR, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra”. ¿Qué hay allí? “Oh Jehová, nuestro Adonai cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra.” La RV60 en el Salmo 110 dice: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra…” una declaración fantástica que se encuentra en el Antiguo Testamento donde David describe ahora a Jehová hablando con otra persona y atribuyéndole a esa tercera persona el título Adonai, el título reservado para Dios mismo.

No es casualidad, señoras y señores, que el versículo más citado y aludido del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento sea el Salmo 110, donde Pablo dice que a Jesús se le dio un nombre que es sobre todo nombre, el título Señor, Adonai, el nombre que originalmente le pertenece a Dios y sólo a Dios. Ahora, el significado del término “Adonai”, simplemente es: “El Soberano”. Y ¿Ve lo que acaba de pasar? El rey está muerto. Es un tiempo de incertidumbre y duelo en la tierra y en el pueblo judío, e Isaías viene, en nombre de su pueblo, y mira y contempla con atención al interior del mismo cielo, y no ve a Uzías, ni tampoco a Ezequías, ni al mismo David. Él ve a Adonai, el soberano supremo, coronado en el cielo. Estoy personalmente convencido, que lo que está teniendo es una visión pre encarnada de la coronación de Cristo mismo en Su completa majestad. Él dijo: “… vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo”. Me encanta esa frase “La orla de su manto llenaba el templo”. Deben saber que en la antigüedad, el ropaje de los monarcas era una medida de su prestigio. El protocolo internacional reconocería los distintos niveles de magnificencia de sus ropajes. Si un rey vestía armiño, ya era increíble. Si usaba piel de marta, era aún mejor. La piel de visón era como de segunda o tercera categoría, y quienes vestían túnicas de tela simple tenían que sentarse atrás durante las reuniones de los reyes. Recuerdo haber visto a una de las primeras emisiones de televisión internacionales que se hicieron en los Estados Unidos. Fue la transmisión de la coronación de la reina Isabel, y los comentaristas hablaban mucho acerca de la pompa y el ceremonial que sólo los británicos podían dar a tal celebración, y la magnificencia de sus ropajes. Cuando se aproximó al trono en Westminster, antes de que ella fuera al palacio de Buckingham, había varios pajes que tenían que levantar la cola y la orla de su vestido, mientras hacía su entrada a la abadía porque ese traje seguía tras ella varios metros detrás mientras iba caminando.

Pero, ¿Has oído lo que Isaías está diciendo aquí? Que cuando vio esta visión del Rey celestial, vio a un rey cuyos resplandecientes vestidos se extendían y ondulaban a los lados del trono y continuaban a lo largo de todo el templo, y se desperdigaban hasta la parte de la entrada trasera y se desparramaban por todo el edificio. Y lo que está viendo es una experiencia visual de la majestad divina que está enfocada en la magnificencia del ropaje. Y luego dice que por encima del trono de Jehová y Adonai, el Señor, “habían serafines; cada uno tenía seis alas”. Esta es la única referencia en la Biblia de estas criaturas a las que se le llamó serafines. Algunos han tratado de identificarlos con los querubines, pero creo que ya que la Biblia los distingue, necesitamos también distinguirlos. Sabemos muy poco de ellos, excepto que son parte de las huestes celestiales, esos seres que fueron creados especialmente por Dios para servirle día y noche en su presencia inmediata. Y si leemos la descripción que Isaías da de ellos, pareciera como si tuvieran una apariencia extraña, pues se nos dice que tenían seis alas.

Déjenme detenerme aquí por un segundo y hacer un comentario. Cuando Dios crea criaturas, Él lo hace con una cierta economía creativa. Él nunca desperdicia material. Él tiene una increíble y extraordinaria habilidad para crear. Lo hace de una manera tal que sea adaptable y adecuada para su entorno. Dios hace los peces con agallas y aletas porque su hábitat natural es el agua. Él hace las aves con alas y plumas porque su medio ambiente será en el aire. Y así, cuando Él crea seres angelicales, cuya tarea y función específica en la creación es ministrarle en Su inmediata presencia, los crea de tal forma para que sean aptos en ese ambiente. Por lo tanto, se nos dice que se les da dos pares adicionales de alas. Y con dos cubrían su rostro. Piense que estos seres angelicales ministran a diario sin ningún velo en la presencia inmediata del Dios Todopoderoso, cuya gloria es tan refulgente, tan penetrante que incluso los ángeles deben protegerse… de mirar directamente a su rostro. Recuerden la historia en el Éxodo cuando Moisés, representando al pueblo de Dios, fue convocado por Jehová al Sinaí para recibir la ley de Dios. Saben que Moisés subió al monte en medio de las nubes y fue como si fuera tragado por esa montaña. El pueblo estaba esperando día tras día. Estaban preocupados y llenos de ansiedad, ya que se preguntaban qué es lo que le había pasado a su líder. ¿Habrá sido tragado por la ira de Dios en la montaña así como le pasó a Coré y su gente en la rebelión? ¿Volverá vivo? ¿Cuál sería el mensaje de Dios que traería si él volviera? Así esperaban con temor y temblor por el regreso de Moisés. Y mientras Moisés estaba en la montaña, habló con Dios. ¿Recuerdan esa conversación? Si improvisamos un poco, sería algo como esto:

Moisés le dijo a Dios: “He visto algunas cosas magníficas en mi vida. Me has mostrado la zarza ardiente. He visto las plagas con las que Tú devastaste a los egipcios. Té vi separar el mar y llevar a toda una nación a través de tierra seca. He visto que Tú provees de forma milagrosa y sobrenatural desde el cielo para nosotros, gente hambrienta; pero ahora déjame ver lo mejor, lo más grande. Dios, por favor déjame ver tu rostro”. Dios dijo: “Moisés, ya deberías haber aprendido. Sabes que he dicho que ningún ser humano me verá y vivirá.  Tú no puedes ver mi rostro. Pero esto es lo que haré. Voy a labrar un pequeño hoyo en una roca, y te voy a poner en la hendidura de esa roca, y entonces te cubriré. Yo voy a pasar, y te permitiré ver mi espalda”. En hebreo dice “las caderas de Jehová”. “Pero mi rostro no se verá.” Y así Dios puso a su siervo en la hendidura de la roca, y permitió que su gloria pasara. Y señoras y señores, por una fracción de segundo, Moisés tuvo un vistazo de la gloria indirecta de Dios, y ¿Qué pasó? Cuando bajó del monte, y la gente vio esta silueta que se aproximaba en la distancia, se emocionaron mucho por el regreso de su líder, y se apresuraron en ir a encontrar y saludar a Moisés. Y de repente se retrocedieron temerosos, se postraron y comenzaron a suplicar a Moisés diciendo: “¡Moisés, Moisés cubre tu cara!” Ellos no podían soportar verle. ¿Por qué? Porque el rostro de Moisés estaba brillando con tal resplandor y tal intensidad que cegaba la gente, y lo que el pueblo estaba viendo, damas y caballeros piensen en esto, fue simplemente un reflejo en un rostro humano producto de un vistazo indirecto de la gloria de Dios. Los ángeles mismos deben cubrir sus ojos en Su presencia, y con dos alas, se nos dice, cubren también sus pies.

La Biblia no nos explica por qué es necesario que los serafines cubran sus pies. Sólo puedo imaginar, y me aventuraré a hacer una conjetura en este punto, y es que los pies, tanto en los ángeles como en los humanos, son el símbolo bíblico de nuestra condición de criaturas. Se nos dice que somos de la tierra, terrenales, que nuestros pies son de barro. Cuando Moisés se encontró con Dios en el desierto madianita, ¿Qué fue lo primero que le dijo? “Moisés, Moisés… No te acerques; quita tu calzado de tus pies porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. Él le pidió desnudar sus pies, como muestra de su condición de criatura, el signo de su sumisión ante el Santo. Y así aun en el cielo los ángeles cubren el signo de su condición de criaturas. Pero tan fascinado como podría estar, señoras y señores, con la anatomía de los serafines, estas son realmente consideraciones mínimas del texto. Lo que es realmente importante de este texto, en lo que a mí respecta, no es la estructura de los ángeles. Es el mensaje de los ángeles. Escuchen lo que la Biblia nos dice: “Y con dos volaban, y el uno al otro daba voces diciendo: Santo, santo, santo Jehová de los ejércitos. Toda la tierra está llena de su gloria”.

Yo estaba parado por allí antes de que empezáramos esta serie, y los que no están aquí presentes con nosotros se habrán perdido lo que hicimos a modo de introducción. Una de las cosas que este grupo de personas disfrutó fue el canto del himno clásico “Santo, Santo, Santo”. Y yo estaba escuchando mientras ustedes cantaban. No puedo escuchar ese himno sin que me den escalofríos por el cuerpo. Es maravilloso, ¿No es así? Y pienso en los ángeles y todos los que se despojan de sus coronas de oro al lado del mar de cristal. Que todo lo que tenemos que pudiera valer algo, es lo que nosotros gustosamente pondríamos a los pies del Santo.

¡Y como esta iglesia tan triunfamente, o este himno tan triunfalmente, celebra la majestad de Dios! Pero mientras los escuchaba cantar pensé, “Aun tan hermoso como suena, imaginen el sonido cantado por un coro de ángeles”. Y eso es lo que vio Isaías: los ejércitos celestiales, sobre el trono de Dios, cantando uno al otro una sola palabra en respuesta antifonal, repetida una y otra vez. “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso. El cielo y la tierra están llenos de su gloria”.

Ahora amigos, hay algo aquí en este texto que, nosotros como hispano hablantes podemos leer mil veces y nunca darnos cuenta. Hay algo muy judío en este texto. En el idioma español, cuando llamamos la atención sobre algo que es muy importante y para darle énfasis, hay diferentes maneras en las que podemos hacerlo por escrito. Podemos subrayar las palabras o ponerlas en cursiva, ponerlas en negrita, poner comillas o corchetes alrededor de ellas o llenarnos de signos de exclamación ¡Odio los signos de exclamación cuando no hay una exclamación! Incluso mis editores lo hacen. Lo encuentro en el borrador final antes de la edición. Voy leyendo y veo que han puesto signos de exclamación en donde no hay exclamaciones; y por favor no piensen mal de mí como si no supiera nada sobre signos de exclamación. Ellos lo hacen, y me vuelven loco. Pero eso es lo que hacemos con los énfasis. Los judíos hacen lo mismo. Hacen todo eso, subrayar, negrita, cursiva, pero además tenían otra técnica para llamar la atención hacia algo de especial importancia, y era la sencilla técnica de repetición verbal. Creo, por ejemplo, que el apóstol Pablo, cuando le está escribiendo a los Gálatas y les advierte de los peligros de apartarse del evangelio que habían recibido de él. Pablo les dice: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado sea este anatema” anatema “que sea maldito”. Esa es una fuerte declaración que viene de la pluma del apóstol Pablo, pero él no se detiene allí. De inmediato dice “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que hemos recibido, sea anatema”. A Jesús le gustaba utilizar esta repetición para enfatizar sus puntos. Recuerde, Jesús era un rabino. Eso significaba que era un teólogo. Él tenía una escuela, y tuvo estudiantes llamados discípulos o aprendices, que se inscribieron en su escuela. Era un rabino itinerante. Eso quería decir que caminaba por todas partes, y mientras andaba, los discípulos literalmente le seguían. Cuando Jesús dijo: “Sígueme” Él literalmente les pedía, “Vengan detrás de mí”. Y la forma en que lo harían ellos sería así: el maestro daba su lección. Les enseñaba mientras caminaba, como en el camino a Emaús, o donde fuera, y los discípulos lo seguían por detrás y guardaban en la memoria las cosas que el rabino les enseñaba.

Ahora señoras y señores, cada enseñanza que salió de los labios de Jesucristo era importante, pero aun nuestro Señor se tomó el tiempo para llamar la atención sobre las cosas que consideraba muy importantes, y cada vez que llegaba a un punto del que quería asegurarse que sus discípulos nunca olvidaran, Él comenzaba su enseñanza diciendo dos palabras. Él decía: “En verdad, en verdad os digo …” o la más antigua traducción: “De cierto, de cierto.” En realidad, lo que él decía era: “Amén, amén os digo” Ustedes reconocen esa palabra, llega directamente al español, y decimos: “Todo el pueblo dice” ¿Qué? “Amén”. Pero nosotros decimos “amén” después de que el maestro enseña o de que el predicador predica. Significa: “es verdad, creemos todo eso”. Jesús no esperaba que sus discípulos confirmaran la veracidad de lo que estaba diciendo. Él comenzaba su sermón diciendo: “Amén, amén”

Es como cuando el capitán del barco va al intercomunicador y dice: “Escuchen esto: Les habla es el capitán” Cuando Jesús repetía esa palabra, haciéndolo dos veces, estaba subrayando su importancia. Señoras y señores, sólo hay un atributo de Dios que se eleva al tercer nivel de repetición en las Escrituras. Sólo hay una característica del Dios Todopoderoso que se comunica en un nivel superlativo desde la boca de los ángeles. Allí donde la Biblia no dice solo que Dios es santo, o aún que Él es santo, santo, sino que Él es santo, santo, santo. La Biblia no dice que es misericordioso, misericordioso, misericordioso o amor, amor, amor o justicia, justicia, justicia o ira, ira, ira, sino que Él es santo, santo, santo. Esta es una dimensión de Dios que absorbe su misma esencia, y cuando se manifiesta a Isaías, leemos que al sonido de las voces de los serafines los quiciales de las puertas del mismo templo se sacudieron y empezaron a temblar. ¿Escuchas eso? Partes inanimadas, sin vida, que no entienden, piezas de la creación que en la manifestación de la presencia de la santidad de Dios fueron movidas. ¿Cómo podemos, nosotros hechos a su imagen, ser indiferentes o apáticos ante Su Majestad? Sólo Dios es santo, y lo que quisiera conseguir con esta serie es tratar de describir lo que eso significa y cuál es la reacción histórica de Isaías y de otras personas cuando aparece el santo.

Padre, nos gozamos en que algo y alguien, en este universo profano, no es sólo un poco sino totalmente santo, santo, santo. Imparte a nuestros corazones la alegría de los serafines ante tal verdad. Amén.