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Recuerdo cuando era estudiante en el Seminario, y me preocupaba por lo que estaba sucediendo en la iglesia y en la cultura de ese tiempo; yo tuve la oportunidad de hablar en privado con el Dr. Gerstner, quien era mi mentor. Y le dije: «Dr. Gerstner, ¿Cómo evalúa usted la situación actual del mundo y de la iglesia?»
Lo pensó por un segundo, frunció el ceño, levantó las cejas y dijo: «Estamos parados entre Migdol y el mar” (Éx.14:2). Y lo que necesitamos en nuestros días, es que Dios envíe un Moisés que levante la mano para separar el mar, y así podamos atravesar por tierra seca».
El Dr. Gerstner era un teólogo ortodoxo. No estaba pidiendo la recapitulación del éxodo del Antiguo Testamento, y suponiendo que realmente quisiéramos otro Moisés, cuando ya hemos tenido el segundo Moisés, quien era más grande que Moisés, que vino, y que levantó sus manos y abrió las mismas puertas del Cielo para que podamos entrar, por lo que Gerstner estaba hablando metafóricamente.
Pero me pareció interesante que eligiera una metáfora sacada del Antiguo Testamento, del libro de Éxodo, porque después que comieron la Pascua, y que hubo luto y gemido y lamentos en la casa de Faraón y en todos los hogares en la tierra de Egipto, y que la Escritura se cumplió de que ‘ni siquiera un perro le ladraría a los hijos de Israel (Éx. 11:7).
Ahora Faraón no sólo dijo: «Se pueden ir», sino que dice que los sacó de la tierra. Salgan de aquí tan rápido como puedan. Y tan pronto él dejó ir al pueblo judío para que fuera al desierto a servir a su Dios, otra vez cambió su corazón y otra vez su corazón se endureció; y ordenó a sus soldados en sus carros que fueran tras los esclavos judíos que huían, que los detuvieran y que los capturaran, antes de que escaparan por completo.
Y todo esto se lleva a cabo cuando esta multitud de cientos de miles de personas, bajo el liderazgo de Moisés, llega al borde del Mar Rojo, y ante ellos está ese intransitable cuerpo de agua.
Miraron a su alrededor para ver si había lugar para una retirada y lo que vieron venir detrás de ellos desde Migdol, fue una multitud de carros de Faraón. Y en ese momento de crisis, toda la nación de Israel estaba parada entre Migdol y el mar. Fue en ese momento que Moisés levantó su mano, y Dios hizo que un gran viento soplara, levantara las aguas y las separara, y secara así el lecho del mar, para que el pueblo judío pudiera caminar a través del mar en tierra seca.
Y tan pronto como entraron al mar e iban pasando por la tierra seca, fue que llegaron los carros de los egipcios y el ejército egipcio los persiguió mar adentro. Pero cuando el ejército se encontraba dentro del corredor que Dios había provisto para su pueblo como una vía de escape, Él dejó que las olas se juntaran y los destruyó, para que su pueblo se salvara.
Sé que algunos académicos críticos son escépticos con el evento del éxodo, y argumentan que lo que la Biblia llama Red Sea, Mar Rojo, en realidad es Reed Sea, Mar de Juncos. Una parte poco profunda de agua que la gente podría simplemente cruzar sin la necesidad de un milagro. Algunos han argumentado que tenía solo de diez a quince centímetros de profundidad en determinados momentos del año. E incluso el viento normal sería suficiente para bajar el nivel de agua, haciéndolo seguro para cruzar.
Y ahora recuerdo la historia de un niño que fue a la escuela dominical y su maestro tenía todas estas teorías críticas modernas; y el maestro de escuela dominical les explicó a los niños que no era el Mar Rojo, sino el mar de los juncos. Así que el niño llegó a casa después de la iglesia y su padre le dijo «¿Qué aprendiste en la escuela dominical?» El niño dijo: «Oh, aprendí que Dios es realmente poderoso».
Y le dijo: «Bueno, ¿cómo es eso?». El niño dijo: «Aprendí hoy que Dios ahogó a todo el ejército de Faraón en 15 centímetros de agua». Pero la realidad de este momento fue registrada para nosotros en los anales del Antiguo Testamento. Es un momento cumbre que es seguido por un período de seguridad.
Durante tres meses, el pueblo judío vaga por el desierto bajo el liderazgo de Moisés y Dios los guía con la columna de nube y con la columna de fuego, hasta que llega el siguiente momento decisivo, donde Dios reúne a su pueblo al pie del monte Sinaí con el propósito de hacer de ellos una nación, con la finalidad de entregarles la ley de su pacto. Ahora, si le pregunto a la gente «¿dónde encuentras los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento?» Muchos cristianos se apresuran a responder y dicen: «Bueno, los encontramos en Éxodo 20». Y eso es cierto.
Pero muy a menudo, leemos Éxodo 20 de forma aislada al contexto en el que fue entregado. Éxodo 21 es muy importante porque Éxodo 21 va más allá de los Diez Mandamientos para dar el contenido ampliado de la ley que es entregada por Dios a su pueblo.
Pero creo que es más importante, para lo que nos concierne en este momento, lo que se encuentra en el capítulo 19 del libro del Éxodo, que nos da una imagen de la situación histórica en la que la ley del decálogo o los Diez Mandamientos fue entregado.
Leemos en el capítulo 19, versículo 1: «Al tercer mes de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, ese mismo día, llegaron al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, llegaron al desierto de Sinaí y acamparon en el desierto; allí delante del monte, acampó Israel. Y Moisés subió hacia Dios, y el Señor lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo os he tomado sobre alas de águilas y os he traído a mí. Ahora pues, si en verdad escucháis mi voz y guardáis mi pacto, seréis mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; y vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.”
Tuve una conversación hace poco con John Piper. Estábamos cenando, y él estaba sentado frente a mí. Y comenzó a decirme de su sentido de urgencia al predicar los domingos en la mañana. Y se emocionó más mientras me iba explicando su pasión. Él dijo, «RC, lo que quiero que mi gente comprenda es que me esfuerzo tanto como me sea posible para comunicarles, el mismo motivo, la misma idea, una y otra vez, y otra vez».
Y le dije: «Pero John, ¿qué es eso?» Y él dijo: «Lo que estoy tratando de comunicar es la supremacía de Dios». Y eso es lo que está pasando aquí. Dios ha demostrado su supremacía al mostrar su poder y su victoria sobre Faraón y la nación de Egipto. Y ahora reúne a su pueblo para sí mismo, e instruye al mediador del Antiguo Testamento, Moisés, diciendo: «Mira lo que he hecho por ustedes. Yo los he llevado sobre las alas de las águilas. Te he traído a este lugar. Y ahora voy a hacer de ti mi tesoro. Voy a hacer de ti una nación que es santa, una nación de sacerdotes que sirva en mi nombre a todo el mundo».
Y así leemos luego en el verso 10 que Moisés habló al pueblo del Señor y el Señor le dijo a Moisés: ‘Ve al pueblo y conságralos hoy y mañana, y que laven sus vestidos y que estén preparados para el tercer día, porque en el tercer día el Señor descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Y pondrás límites alrededor del pueblo, y dirás: Guardaos de subir al monte o tocar su límite; cualquiera que toque el monte, ciertamente morirá. Ninguna mano lo tocará, sino que será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá. Cuando suene largamente la bocina ellos subirán al monte.”
Una de las razones por las que empecé en el Capítulo 19 en vez de solo sumergirnos directamente en el decálogo tal como está registrado en Éxodo 20, es que tenemos hoy una tendencia a tomar los Diez Mandamientos y extrapolarlos del contexto histórico y teológico en el que fueron dados reduciéndolos a una lista abstracta de reglas de qué hacer y qué no hacer, hablando de ellos simplemente en términos de ley.
Y somos incapaces de entender que el contexto en el que fueron dados fue el contexto de la redención y el contexto del pacto que Dios estaba haciendo con su pueblo. Y la respuesta apropiada a la ley de Dios era una respuesta de adoración. De hecho, Dios ni siquiera les dará su ley hasta que pasen tres días en un ritual de purificación y de limpieza para que las personas sean separadas y consagradas antes de que Dios pronuncie el primer mandamiento.
Él establece todo tipo de parámetros. Él le dice a Moisés: ‘Moisés, puedes subir al monte y allí me reuniré contigo y te hablaré y te daré la ley de mi pacto. Y después de tres días de consagración y purificación, la trompeta sonará y todos los hijos de Israel se reunirán al pie de la montaña; pero, aclárales bien que ninguno de ellos tiene permitido poner un pie en este monte, ni siquiera tocarla, porque si alguien toca este monte santo, esa persona será ejecutada, ya sea por lapidación o con una flecha; e incluso si sus perros o su ganado se acercan y topan contra el lado de la montaña, serán ejecutados al instante porque este es un momento santo’.
¿Pueden verlo? todo el drama del Antiguo Testamento tiene que ver con la reunión de un Dios que es santo con un pueblo que no lo es. Desde la caída en el paraíso, desde el momento en que Dios envió al ángel con la (fuerza encendida), espada encendida a custodiar, a evitar la entrada al Edén, se nos ha mantenido lejos de la presencia inmediata de Dios. Y ese tema central lo vemos aquí con la promulgación de la ley.
Y luego leemos este relato: «Y aconteció que al tercer día …» verso 16 del capítulo 19. «cuando llegó la mañana, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un fuerte sonido de trompeta; y tembló todo el pueblo que estaba en el campamento. Entonces Moisés saco al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y ellos se quedaron al pie de la montaña. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego.”
Fíjense en las imágenes que se utilizan para describir este evento. En la mañana del evento hay esta nube espesa, esta niebla densa, que cubre toda la cima del Sinaí para que la gente no vea nada más que este vapor, esta neblina y destellos ocasionales de relámpagos y el rugir de truenos.
Y así, con la niebla, el trueno y el relámpago, las personas que se acercan al pie de esta montaña están temblando, el pueblo que se acerca a las faldas de la montaña está temblando.No quiero que pierdan eso de vista porque la religión en nuestros días es casual. Es despreocupada. No pensamos en nada al acercarnos a la presencia de Dios de la forma más despreocupada posible.
Hablamos de Dios como si fuera uno de nosotros, un buen amigo con el que podemos pasar el rato. De alguna manera, en la iglesia, hemos perdido el sentido de reverencia, el sentido de asombro ante el Dios viviente. Señores, presten atención a estos momentos de encuentro en la historia del Antiguo Testamento, porque el Dios que se manifiesta aquí en el Monte Sinaí no ha cambiado en nada su naturaleza desde entonces.
Y es aún apropiado, incluso para aquellos que están cubiertos con la justicia de Cristo, aun para aquellos que son invitados a acercarse confiadamente al lugar celestial, aun para los que experimentan la redención, que tengan todavía un sentido de temblor delante Dios. Hay una vieja canción que dice: «¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?» y el coro que sigue dice una y otra vez: “Algunas veces, me hace temblar.”
Entonces Dios desciende y aparece en su teofanía normal. Una teofanía es la manifestación externa, la manifestación visible del Dios invisible. Y la teofanía que se usa con más frecuencia que cualquier otra en la Escritura, es la manifestación de algún tipo de fuego.
Así como Dios se le apareció a Moisés al principio en la zarza ardiente, la zarza que no se consumía, ahora desciende como fuego, y la nube se convierte, no en una nube de bruma y niebla, sino en una densa nube de humo desde la presencia de Dios.
El Sinaí estaba humeando por completo, su humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía con violencia. Y cuando el sonido de la trompeta aumentaba, y sonaba más y más fuerte, Moisés habló y Dios le respondió de forma audible.
Y el Señor descendió al Monte Sinaí, a la cima del monte y el Señor llamó a Moisés a la cima del monte. Y Moisés subió. Y el Señor habló a Moisés y le dijo: “Desciende, advierte al pueblo, no sea que traspasen los límites para ver al Señor y perezcan muchos de ellos. También que se santifiquen los sacerdotes que se acercan al Señor, no sea que el Señor irrumpa contra ellos». ¿No es una frase interesante? «No sea que el Señor irrumpa».
Hablamos de la irrupción de la guerra. Irrupción de epidemias o alguna enfermedad infecciosa. Pero aquí, la Biblia habla de un irrumpir del Señor. Si Dios irrumpe, el pueblo perece. “Y Moisés dijo al Señor: El pueblo no puede subir al Monte Sinaí, porque tú nos advertiste, diciendo: ‘Pon límites alrededor del monte y santifícalo’”.
Y es en este contexto que leemos el versículo 25 del capítulo 19: «Descendió, pues, Moisés y advirtió al pueblo. Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de mí». Una vez más, antes de que se pronuncie el primer mandamiento, se le recordó al pueblo quién era aquel cuya ley se estaba dando. ‘Yo soy el que te sacó de la tierra de Egipto. Yo soy el que te sacó de la esclavitud.”
Y luego Él da las 10 palabras, el decálogo que escribe con su propio dedo en tablas de piedra.Pero quiero que comprendamos que, aunque gran parte del contenido de los Diez Mandamientos se refiere a cómo debemos relacionarnos unos con otros como seres humanos en una comunidad: No robar, no codiciar, no dar falso testimonio, no matar, no cometer adulterio, etcétera; al comienzo de la ley, el enfoque del mandato divino está en la adoración y en cómo las personas deben relacionarse con Él: No tener otros dioses delante de ti. No hacer imágenes esculpidas, no tomar su nombre en vano, guardar el día de reposo, y santificarlo.
Ahora, también tenemos una tendencia a pensar que eso es toda la ley; sin embargo, los Diez Mandamientos son solo la ley fundamental para un todo al que se llama el Libro del Pacto, o el código de santidad del antiguo Israel. Capítulo tras capítulo, después de Éxodo 20, obtenemos una lista de otros principios de la legislación y la diferencia radica principalmente en la forma literaria en la que se nos presenta.
Los Diez Mandamientos se expresan en términos de lo que se llama la ley apodíctica. Ley apodíctica es la ley que se comunica en forma literaria o que se dirige directamente a la persona. Tú harás o tú no harás. Estas son las categorías absolutas que Dios requiere en cuanto a la obediencia de su pueblo.
Luego, lo que sigue a la ley apodíctica es lo que se llama la ley casuística, o la jurisprudencia de Israel, que se expresa en la fórmula literaria de una declaración condicional, o lo que se llama «si…entonces». ‘Si tu buey embiste el asno de tu prójimo, tales y tales sanciones tienen que ser pagadas’.
Esto es jurisprudencia que son ejemplos de aplicaciones particulares de la ley universal del decálogo, mostrando que la ley de Dios se aplica concretamente a cada situación humana concebible.Y así no solo se tiene absolutos morales en el decálogo, sino que se da una lista de ejemplos concretos de cómo esa ley absoluta debe seguirse en la vida de las personas.
Así que las leyes que continúan en Israel son leyes que determinan las ceremonias, la legislación civil, médica, los principios del diagnóstico; pero lo más importante, como lo vemos en el Antiguo Testamento, y vimos en el Sinaí mismo, la ley de Dios es dada para enseñarnos cómo adorarle.