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Transcripción
Estamos estudiando los Diez Mandamientos. En nuestra última sesión, estudiamos el primer mandamiento en el que Dios dijo: «No tendrás otros dioses delante de mí». Vimos cómo ese primer mandamiento excluye toda forma de idolatría, pero para que no pensemos que eso es una mera implicación del primer mandamiento, lo que está implícito en el primer mandamiento se hace explícito en el segundo mandamiento, que habla directamente del problema de la idolatría.
Veámoslo tal como lo leemos en Éxodo 20, versículo 4: «No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos».
Cuando vemos esta prohibición negativa, una antigua traducción en inglés decía algo como esto: «No te harás imagen tallada o ídolo alguno». Luego entra en detalle: «o cualquier imagen de cosas en la tierra, cosas en el cielo, cosas en el mar», etc. A primera vista, esto puede parecer que tenemos una prohibición universal contra la elaboración o la formación de cualquier imagen sea cual sea el motivo.
Algunos han tomado este mandamiento y han entendido que Dios repudia el arte. Y que no solo hay restricciones sobre cómo se debe utilizar el arte en la adoración del pueblo de Dios, sino también sobre si el arte en sí, como actividad, es algo legítimo, porque el pasaje dice al principio: «No te harás… o elaborarás imagen alguna de cualquier cosa», básicamente, «en esta tierra o en los cielos», etc. Pero es aquí donde es importante que entendamos un texto específico de la Escritura, a la luz de todo el consejo de Dios, a la luz de todo el resto de lo que la Escritura enseña con respecto a estas declaraciones, que son resúmenes en su forma.
Si fuera cierto que todo arte queda excluido o prohibido por el mandamiento, entonces encontraríamos que Dios mismo se contradice, porque cuando instituyó el establecimiento del santuario tanto en términos del tabernáculo en el Antiguo Testamento y más tarde, el templo, vemos que Dios, en Su Espíritu y por Su Espíritu, ordenó, instituyó, mandó y permitió al pueblo a crear valiosas piezas de arte para el tabernáculo y para el templo.
Así que no creo que podamos llegar a la conclusión de que este texto prohíbe todo arte. De hecho, si vamos al Lugar Santísimo en sí mismo, vemos que el trono de Dios, el propiciatorio, está coronado, por así decirlo, con las imágenes de seres angelicales, los querubines, que están sobre el arca con las alas extendidas. Así que debemos tener mucho cuidado con la forma en que tratamos este tema.
Lo que sí está incluido en la prohibición es la fabricación de imágenes que tienen la intención de ser manifestaciones o réplicas de Dios mismo, como el becerro de oro que el pueblo le insistió a Aarón que hiciera, precisamente en el instante en que Dios estaba entregando los mandamientos a Moisés. Lo que sucede, históricamente, en las formas burdas de idolatría es que la gente empieza a adorar las imágenes y a venerar los símbolos. Para evitar la adoración de los objetos terrenales, Dios prohíbe hacer cualquier imagen de Él, porque se nos dice que Dios, por naturaleza, es invisible. Él es un espíritu y Él debe ser adorado en espíritu y en verdad.
De nuevo, cuando vamos a Romanos 1, la esencia de la idolatría es el cambio de la verdad de la gloria de Dios por una mentira al servir y adorar criaturas, y estas criaturas incluyen no solo las criaturas de la naturaleza, sino especialmente los objetos que hacemos con nuestras propias manos. Incluso una lectura superficial de los profetas en el Antiguo Testamento mostrará las denuncias dramáticas que Dios hace contra su práctica, no solo entre las naciones paganas, sino también dentro de Israel, donde la gente se dedicaría a la adoración de imágenes sagradas, estatuas y cosas semejantes en los lugares altos apartados para ello.
Isaías y Jeremías, por ejemplo, ridiculizaron la práctica de la idolatría diciendo: «Ustedes hacen y crean objetos con sus propias manos. Hacen objetos sordos y mudos de madera o de piedra y luego, después de haberles dado forma, empiezan a hablarles como si pudieran oír, empiezan a orar a ellos como si pudieran responder a sus oraciones, es una locura; es locura que la gente luego empiece a comportarse de esta manera hacia las imágenes, de una manera que solo es apropiada en la presencia de Dios mismo».
Calvino dijo que el hombre, por naturaleza, es decir, el hombre caído, es lo que él llamó un fabricum idolarum, que traducido significa, una fábrica de ídolos. No es que de vez en cuando somos propensos o tendemos a desviarnos del camino correcto y accidentalmente nos involucrarnos en la fabricación de ídolos. Somos fábricas de ídolos. Los producimos en masa. Tenemos líneas de producción para nuestros ídolos y parece que la producción de los mismos no tiene fin.
Uno de los grandes debates en la época de la Reforma, en el siglo XVI, siguió a la controversia iconoclasta en la historia de la iglesia sobre la función de las imágenes y estatuas en la adoración del pueblo de Dios. Uno de los problemas del siglo XVI fueron las imágenes o los íconos o los ídolos que eran una parte integral del culto de la Iglesia católica romana, donde hay estatuas de santos y estatuas de María y todo eso, como parte de la actividad y la gente entraba en la iglesia y rezaba frente a una estatua.
La Iglesia católica romana insistió en el asunto de que la gente de la iglesia no estaba supuesta a adorar esas estatuas o esos íconos o esos elementos, y decían que la gente entendía que la Biblia prohíbe la idolatría. La palabra idolatría es una combinación de dos palabras: la palabra ídolo y la palabra latría, y latría significa adoración. Entonces la iglesia prohibió la adoración de ídolos. Sin embargo, dijeron que lo que la iglesia realiza en sus ceremonias es lo que ellos llamaron idola dulia. Dulia viene de la palabra griega, que significa esclavitud o servicio. Un doulos es un esclavo o un sirviente. Dijeron que idola dulia es apropiado. Idola latria está prohibido. Es decir, «podemos dar servicio a las estatuas pero no adorarlas».
Los reformadores protestaron contra eso y expresaron que se trataba de una distinción sin diferencia, porque cuando la gente se postra y presta servicio ante estatuas de piedra o madera, ¿cuál es la diferencia real entre hacer eso y adorarlas? Que la gente no reconoce esa diferencia sutil. No solo eso, Roma va a otro elemento, con respecto a la virgen María, donde la virgen María ha de recibir, no latría, es decir, no adoración, sino que ha de recibir no solo dulía, sino hiperdulía. Sabes lo que significa la palabra hiper, que es algo que se usa para dar énfasis, de modo que no solo hay que prestar servicio a María, sino que hay que prestarle una forma hiper, extrema, de servicio. Eso fue parte de la protesta de la Reforma.
Algunos de los reformadores fueron tan lejos que llegaron a quitar todas las estatuas, vitrales y casi todas las formas de arte de sus iglesias. El motivo detrás de todo esto era llamar la atención sobre el verdadero carácter de Dios en la adoración. Dijeron esto: «Si vamos a equivocarnos en este asunto, equivoquémonos mejor teniendo poco arte en lugar de demasiado, debido a la tendencia de la carne al confundir la imagen o la réplica con lo que esta representa». Incluso algunas iglesias llegaron a retirar la cruz de la presencia del pueblo de Dios, para que no empezaran a adorar al símbolo en lugar de lo que este señala.
Calvino, por su lado, era uno de los que abogaba por la sencillez en la adoración, y llegó a hacer esta distinción: que el arte que representa y refleja acontecimientos históricos reales es legítimo, pero de lo que hay que cuidarse y protegerse es de un intento de representar a Dios en cualquier forma concreta. Por ejemplo, la pintura de la creación que adorna el techo de la capilla Sixtina en Roma, que se considera el mayor, si no uno de los mayores, logros de Miguel Ángel.
Todos conocemos ese magnífico fresco de esta deidad musculosa que baja del cielo con su dedo índice extendido, tocando el dedo de Adán y mostrando la creación. Los turistas de todo el mundo acuden en masa a contemplar esa vista en particular y creo que los reformadores verían en eso una violación del segundo mandamiento, porque allí Dios es representado en forma humana. Es una imagen del Dios invisible.
Ahora bien, ¿sería apropiado tener en un vitral una imagen de una zarza ardiente? Creo que los reformadores que la utilizaron como logotipo básico o símbolo principal de la reforma le concedieron legitimidad porque una de las formas concretas en las que Dios se manifestó históricamente fue a través de la zarza ardiente; pero todo el mundo entendió que se trataba de una teofanía y que no era una imagen de Dios mismo, al igual que la paloma que descendió sobre Jesús en Su bautismo fue un signo externo de Su unción, pero la paloma no es el Espíritu Santo.
De manera que se vuelve un poco complicado y difícil saber exactamente dónde están los límites de lo que está permitido y lo que está prohibido. Eso ha captado la atención por siglos de la gente piadosa que quiere honrar el segundo mandamiento. Pero, si podemos ir al meollo del asunto, el meollo del asunto en el segundo mandamiento es básicamente lo mismo que se encuentra en el primer mandamiento: debemos honrar a Dios como Él es y no hacer ningún sustituto de Él que dirija o desvíe nuestra atención o adoración de Él.
Lo que también se contempla aquí, implícitamente, es una prohibición de la superstición. Ese es uno de los problemas de la idolatría: que la gente empieza a impartir el poder de la magia a los elementos del orden creado, y de nuevo, si lees el Antiguo Testamento y ves la ley del Antiguo Testamento, es un asunto de gran importancia para Dios que Su pueblo no esté involucrado en la superstición.
Permítanme hacer una pausa aquí por un segundo y decir, que en cada época y en cada generación y en cada comunidad religiosa, no importa qué denominación sea, el peligro claro y presente de la invasión de elementos supersticiosos en la fe está muy generalizado. Siempre ha existido ese problema y podemos ver lo fácil que es mezclar religión y superstición. No conozco ninguna religión en este mundo que esté libre de superstición. Cuando tenemos una inclinación y propensión hacia la idolatría, también tenemos una cierta fascinación por la magia.
Vemos stickers en los parachoques: «Visualiza la paz mundial», que forma parte de esta psicoquinesis que es parte del pensamiento de la Nueva Era, de la filosofía de la Nueva Era. La religión de la Nueva Era, entre otros aspectos, es un renacimiento abierto de la magia antigua, donde la gente cree que a través de ciertas prácticas, ciertas formas de meditación, ciertos encantamientos, somos capaces de manipular el entorno en el que vivimos. Si nos concentramos lo suficiente en la paz mundial, podemos hacer que suceda, y que ese poder está dentro de nosotros. Tener poder sobre la materia, mente sobre la materia, es magia.
No sé de cuántas maneras esto se ha infiltrado en la iglesia, donde de alguna manera, pensamos que si decimos la fórmula precisa y correcta en nuestra oración podemos hacer que los eventos sucedan. A veces, incluso el nombre de Jesús se utiliza como un encantamiento mágico, en lugar de una expresión de honor y de gloria a Él. Cuando este tipo de cosas se infiltra en la iglesia, no lo hace en la forma burda de Simón el mago, en el que la gente entra con una varita mágica y dice, «Abracadabra, vamos a hacer que algo pase».
Cada vez que la superstición o la magia invaden la verdadera religión, siempre se expresan en términos espirituales. Nadie entra en la iglesia y dice: «A partir de ahora vamos a practicar la magia» o «si tenemos esta imagen aquí, nos protegerá» o «que este medallón irradiará poder» o que «esta reliquia tendrá influencias curativas sobre nosotros porque tiene algún tipo de poder inherente y lo hacemos por medio de la magia». No, lo espiritualizamos e intentamos darle algún tipo de justificación teológica.
Creo que, en nuestros días, el Espíritu Santo es invocado en el nombre de la magia, más de lo que nunca ha sido invocado de esa manera en la historia de la iglesia. Existe esa línea entre la verdadera fe en el poder de Dios y la confianza en el poder del Espíritu Santo y un enfoque supersticioso del mismo, por el cual pensamos que tenemos el poder de manipular al Espíritu Santo mismo. Es algo muy, muy peligroso. Por eso toda la práctica de adoración y de la vida cristiana tiene que estar sujeta a la ley de Dios y todas nuestras pretensiones de poder espiritual deben estar sujetas a la Palabra de Dios.
Es común en la iglesia que la gente atribuya la guía del Espíritu Santo a palabras y acciones que la Palabra de Dios prohíbe con claridad. Cuando hacemos eso, nos acercamos peligrosamente a blasfemar contra el Espíritu Santo al convertirlo en el autor de nuestras propias falsedades. Eso es parte de esta invasión de la superstición y por eso es algo difícil, pero necesario, para el verdadero pueblo de Dios protegerse contra la idolatría.
Protegerse no solo contra la manera burda de dar forma a los ídolos, sino las formas más sutiles en las que tratamos de bajar a Dios a la tierra, de hacer visible al Dios invisible, de hacer del Dios eterno algo que podemos moldear y dar forma y controlar. Olvidamos en nuestra religión que Él es Dios y que estamos subordinados a Él y que no es una fuerza cósmica que se nos da para que la utilicemos para manipular nuestro entorno.
CORAM DEO
¿Hay magia en tu religión? Tal vez nadie te ha hecho nunca esa pregunta, pero hablo en serio y te pido que hagas un examen cuidadoso de las prácticas de tu propia religión y veas si has abierto la puerta a ciertas prácticas que pueden ser aceptables en tu subcultura religiosa que realmente huelen a magia y tienen más en común con el pensamiento de la Nueva Era que con el modelo bíblico de adoración piadosa.
Lutero resumió todo esto en una afirmación muy famosa la cual tenemos que repetirnos a nosotros mismos todos los días: dejemos que Dios sea Dios. Lo que eso significa es que tenemos que mantener ante nuestros ojos, en todo momento, el carácter de Dios y no tratar de cambiar el carácter de Dios o, Dios no lo quiera, que tratemos de apropiarnos de los poderes de Dios para nosotros mismos. Yo no soy Dios. Tu ministro no es Dios. Tu predicador no es Dios. Tu grupo de oración no es Dios. Dejemos que Dios sea Dios y adorémosle y vivamos en Su presencia de acuerdo con Su Palabra.