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El carácter cristiano
10 mayo, 2025El evangelio

Este es el séptimo artículo de la colección de artículos: Fundamentos doctrinales
Introducción
El evangelio es la buena noticia sobre la muerte y resurrección de Jesús para la salvación del pueblo de Dios. En las Escrituras, la palabra evangelio se utiliza a veces para referirse al cumplimiento histórico de las promesas del Antiguo Testamento y a veces a la proclamación de ese mensaje en el Nuevo Testamento. El evangelio es el mensaje central del pacto de gracia, y fue pronunciado por primera vez a Adán y Eva en el huerto después de que cayeran, cuando Dios prometió que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn 3:15). El evangelio se basa en las promesas gratuitas e inmerecidas de Dios. Contrasta con todo intento legalista de obtener el favor de Dios mediante el esfuerzo humano. Se recibe por la fe en Cristo solo. De este modo, se distingue de la ley, que se basa en exigencias legales y las obras. En el evangelio, Dios ofrece la solución al problema de la injusticia del hombre. Al enviar a Su Hijo, Jesucristo, para cumplir las justas demandas de la ley a través de la vida sin pecado de Jesús ―y al eliminar la maldición de la ley en la muerte de Jesús―, Dios provee lo que Él requiere. El evangelio asegura para los creyentes todo beneficio salvífico en Jesucristo por gracia sola (Ef 1:3). Estos beneficios se aplican a los creyentes a través de su unión con Cristo. Se reciben solo por la fe, la cual es obrada en el pueblo de Dios por Su Espíritu Santo. Aquellos que reciben los beneficios del evangelio por la fe sola, ciertamente llevarán vidas de arrepentimiento. De este modo, las advertencias de las Escrituras acompañan a las promesas del evangelio para conducir a los descarriados e hipócritas de vuelta a Cristo en busca de gracia, misericordia y perdón.
Explicación
La palabra evangelio (griego euangelion) significa «buenas noticias» o «buenas nuevas». Es la buena noticia que es la solución a la mala noticia de que todas las personas son injustas y están bajo la ira y la maldición de Dios. Los autores bíblicos utilizan a veces la palabra evangelio para hablar del cumplimiento de lo que predijeron los profetas del Antiguo Testamento: el cumplimiento objetivo e histórico de las promesas de Dios en Cristo (Gá 1:3-7). En otras ocasiones, se utiliza para referirse a la predicación del mensaje: Cristo crucificado y resucitado para el perdón de los pecados y la venida del reino bendito de Dios (1 Co 15:1-3; Ap 12:10). En ambos usos, la vida, muerte y resurrección de Jesús son los elementos centrales de la salvación del pueblo de Dios. John Stott explicó cómo el evangelio trata de forma única de la obra salvadora de Cristo, cuando escribió: «El evangelio no es un buen consejo para los hombres, sino una buena noticia sobre Cristo; no una invitación a que hagamos algo, sino una declaración de lo que Dios ha hecho; no una exigencia, sino una oferta». Del mismo modo, Burk Parsons ha señalado acertadamente: «El evangelio no son consejos, instrucciones, amenazas o advertencias. Es la buena noticia de la victoria de todo lo que Dios ha hecho a través de Cristo por el Espíritu».
Cuando los apóstoles hablan de un aspecto del evangelio, lo hacen a modo de sinécdoque (hablar de una parte como una forma de referirse al todo). El apóstol Pablo dijo a los corintios: «Nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado» (1 Co 2:2). Seguramente, él entendía que la resurrección de Jesús era la otra cara del mensaje del evangelio, como se ve en su descripción más completa del evangelio en 1 Corintios 15:1-11. Lo mismo ocurre con la vida sin pecado y el cumplimiento de la ley de Jesús como Redentor. Considerado desde esta perspectiva, el evangelio es el mensaje de la vida, muerte y resurrección de Jesús para el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios (ver Ro 3:21 – 4:26).
Dios anunció por primera vez el evangelio a Adán y Eva en el huerto después de su desobediencia. Los teólogos se han referido, con razón, a Génesis 3:15 como el protoevangelio (la primera predicación del evangelio), el comienzo del pacto de gracia en el tiempo. Después de que Adán rompiera el pacto de obras, Dios prometió enviar un Redentor que vencería al que había vencido al hombre, el diablo. La proclamación de la redención se basó en el decreto eterno de Dios en el que desde toda la eternidad se propuso enviar a Cristo para salvar a Su pueblo. La promesa de la simiente de Génesis 3:15 recorre todo el Antiguo Testamento. Es la misma que Dios prometió a Abraham y a David (Gn 12:7; 2 S 7:12). El hijo prometido (es decir, la simiente) de Abraham es Jesucristo. El Nuevo Testamento enseña que «la Escritura… anunció de antemano las buenas nuevas [evangelio] a Abraham» (Gá 3:8). El mensaje del Nuevo Testamento de la salvación por gracia sola mediante la fe sola en Cristo solamente, es el mismo mensaje proclamado a Abraham bajo tipos y sombras en el Antiguo Testamento. La promesa de un hijo en quien las naciones serían bendecidas es el mensaje de la bendición de Cristo para las naciones. Aunque hay una diferencia en la forma en que el pacto de gracia fue administrado bajo el antiguo pacto y bajo el nuevo pacto, es la misma promesa del evangelio en sustancia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
El evangelio contrasta con todo intento de los hombres de establecer su justicia ante Dios basándose en sus esfuerzos o en el cumplimiento de la ley. Jesús confrontó continuamente a los líderes religiosos santurrones y legalistas de Israel, aquellos que pervertían la verdad del evangelio con normas y reglamentos hechos por el hombre. El apóstol Pablo refutó el legalismo pernicioso de los falsos maestros que amenazaban la verdad del evangelio entre los creyentes de Roma, Galacia y Colosas. La distinción entre la ley y el evangelio es una distinción esencial en la historia redentora. Ningún intento de guardar la ley puede añadirse al evangelio para la posición de alguien ante Dios. Por el contrario, la obediencia de los cristianos es el fruto de haber sido redimidos por la gracia de Dios en Cristo. No guardamos la ley para que el evangelio nos salve; más bien, habiendo sido salvados por el evangelio, somos liberados para guardar la ley en obediencia de gratitud por nuestra salvación.
La ley mosaica desempeñó un papel único en la historia redentora. Durante la economía mosaica, Dios añadió la ley a la promesa con el fin de mostrar a las personas su pecaminosidad y conducirlas a Cristo para el perdón de los pecados (Ro 3:19, 7:13; Gá 3:19, 24). Pablo contrastó la ley y el evangelio, oponiendo las obras y la fe como medios de justificación (Ro 4:5; Gá 3:12), en Romanos y Gálatas. La ley exige obras. El evangelio requiere fe. En el evangelio, Dios provee lo que exige. A toda la humanidad se le exige que obedezca perfectamente los justos requisitos de la ley. Jesús nació bajo la ley para cumplir sus justos requisitos en nombre de los elegidos. Jesús cumplió perfectamente la ley mosaica —junto con los mandamientos mediadores de Dios, como el de morir por Su pueblo (Jn 10:17)— para ser el último Adán y el verdadero Israel. Representó a los que creerían por Su vida perfecta, Su muerte expiatoria y Su resurrección de entre los muertos. Al merecer un estatus de justicia perfecta mediante Su impecable observancia de la ley, Jesús puede imputar esa justicia a quienes Él representa como Mediador. En otras palabras, cuando creemos, Su observancia perfecta de la ley es puesta en nuestros registros ante Dios, y somos declarados justos ante Sus ojos (2 Co 5:21).
En Su muerte en la cruz, Jesús cargó con la culpa de los pecados de Su pueblo. Todos los pecados de los creyentes le fueron imputados a Él. Se convirtió en el portador del pecado como sustituto de ellos. Tomó sobre Sí la maldición de la ley en lugar de ellos, convirtiéndose en maldición por ellos (Gá 3:13). Jesús murió bajo la ira de Dios (Mt 27:46). Puesto que Él es el Hijo eterno de Dios, el sacrificio que ofreció en Su carne fue de valor infinito y eterno. Así es como Jesús pudo satisfacer la ira de Dios y ser resucitado de entre los muertos.
En unión con Cristo, los creyentes han muerto espiritualmente, han sido sepultados y resucitados a una vida nueva. Según las Escrituras, Jesús fue vindicado por Dios en Su resurrección. La resurrección es la prueba de que Su sacrificio fue aceptado por Dios. La eficacia de Su sangre y Su justicia perfecta fueron los fundamentos por los que resucitó (He 13:20-21). La vindicación de Jesús es el fundamento de la justificación del creyente. La resurrección de Jesús es la fuente de la regeneración de los elegidos. Su resurrección es también la fuente de su santificación. La resurrección de Jesús también es la base de la glorificación de los creyentes. Así como Dios lo resucitó en gloria, los creyentes serán resucitados incorruptibles y se les dará gloria eterna en el último día (1 Co 15:43).
Citas
El evangelio se llama la «buena noticia» porque aborda el problema más grave que tú y yo tenemos como seres humanos, y ese problema es sencillamente este: Dios es santo y justo, y yo no lo soy. Al final de mi vida, me presentaré ante un Dios justo y santo, y seré juzgado. Seré juzgado sobre la base de mi propia justicia ―o la falta de ella― o la justicia de otro. La buena noticia del evangelio es que Jesús vivió una vida de perfecta justicia, de perfecta obediencia a Dios, no por Su propio bien, sino por el de Su pueblo. Él ha hecho por mí lo que yo no podría hacer por mí mismo. Pero no solo vivió esa vida de perfecta obediencia, sino que también se ofreció a Sí mismo como un sacrificio perfecto para satisfacer la justicia y la rectitud de Dios.
R. C. Sproul
«¿Qué es el evangelio?»
Revista Tabletalk
Al principio de mi vida cristiana, pensaba que el evangelio era el mensaje para ganar a la gente para Cristo, y luego, al hacer discípulos, se pasaba a «cosas más profundas». ¡Qué falacia! Nunca se va más allá del evangelio. Se va más profundo y más alto con el evangelio, pero nunca más allá del evangelio. El evangelio es lo que define cómo ser un hombre, una mujer, un cónyuge, un padre y un ciudadano cristiano. El evangelio trae el reino de Cristo a nuestros corazones y a todo el mundo. Las bendiciones del evangelio dan alegría a la vida cristiana y la capacidad de regocijarse incluso en el sufrimiento. Los imperativos del evangelio dirigen nuestro nuevo deseo de obedecer amorosamente a nuestro Señor. El evangelio proporciona los cimientos, la formación y la motivación que encienden nuestra obediencia amorosa a Cristo cuando descubrimos la verdad transformadora de que «Él nos amó primero» (1 Jn 4:19).
Harry Reeder
«La vida guiada por el evangelio»
Revista Tabletalk
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.