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Transcripción
Continuamos con nuestra discusión de la cosmología y la relación entre la teología por un lado y la ciencia por el otro, que ha dado lugar a tanto debate y tanta controversia, creo que es importante para mí en este punto dejar algo claro que ya debería estar claro, y es que no soy un físico y tampoco soy un astrónomo. Mi campo es el campo de la teología y la apologética, pero me atrevo a hablar sobre estos temas por dos razones. La primera es que, a pesar de vivir en una época de especialización intensa en campos de la disciplina académica, uno no puede estudiar ningún área particular de investigación por mucho tiempo sin toparse con otros campos de investigación, porque esa es la naturaleza de todo el alcance del conocimiento, y como teólogo estoy profundamente interesado en las teorías que se exponen sobre asuntos como la creación, interrogantes sobre la naturaleza del cosmos y del origen del cosmos.
Así que mi interés en la física y la astronomía está bien limitado a ese punto en el que estas disciplinas chocan con la teología. La otra preocupación, sin embargo, que me involucra en esto, por más incompetente que me sienta para evaluar la investigación inductiva y los datos que están siendo explorados y analizados por los científicos naturales, es que interesa comprender la forma en que estas ideas son articuladas. Reitero, mi preocupación tiene que ver con el lado formal del método científico, el lado de la deducción. Uno no necesita ser físico, biólogo o químico para poder examinar la coherencia de las inferencias que se extraen de varios datos. Eso nos lleva, como digo, al ámbito formal, el ámbito que implica el uso de la lógica y el lenguaje. Lógica y lenguaje. Todos estamos involucrados en la tarea de tratar de hablar de manera ordenada y convincente sobre las cosas que estudiamos.
Ahora, es importante para nosotros entender algo sobre la lógica. La lógica, que es el lado formal del método científico, no tiene contenido. La lógica no nos da ninguna información. No hay datos encontrados dentro de los confines de la lógica. Todo lo que hace la lógica es medir la relación racional entre las proposiciones. Hace más de dos mil años, Aristóteles, quien no inventó la lógica, sino que la definió y la descubrió, argumentó que la lógica en sí misma no es una ciencia, sino que es lo que llamó el organon, que es la palabra griega para «herramienta» o «instrumento» de toda la ciencia. Permítanme decirlo de nuevo. Aristóteles dijo que «la lógica es el organon para toda investigación científica». ¿Qué quiso decir con eso? Dijo que la lógica es necesaria para el discurso inteligible.
Si te digo, por ejemplo, que el pedazo de tiza que estoy sosteniendo en mi mano en este momento no es un pedazo de tiza, si digo: «Este pedazo de tiza no es un pedazo de tiza», no he hablado inteligiblemente. Me he contradicho en la segunda premisa de lo que afirmé en la primera premisa; de modo que la lógica, como el policía con el garrote en la esquina, viene con su gran vara, y me da en la cabeza, y dice: «No, no, no, no. Eso no cuadra. Las declaraciones que has hecho no encajan de una manera racional». Ahora, si somos estudiantes de lógica y, en consecuencia, estudiantes del lenguaje, deberíamos ser capaces de evaluar las afirmaciones que las personas hacen independientemente de la disciplina científica de la que estén hablando. Estamos llamados al análisis de estas cosas.
Ahora, todos nosotros participamos en otro aspecto de la ciencia, que se llama taxonomía. T-A-X-O-N-O-M-I-A. Taxonomía. Bien, si recuerdas cuando estabas en la escuela secundaria y tenías biología el primer año, tú aprendiste ese término. Te aseguro que aprendiste ese término. Es posible que hayas olvidado ese término desde entonces, pero la palabra «taxonomía» tiene que ver con la ciencia o la disciplina de la clasificación. ¿Recuerdas que en biología tenías que aprender los diferentes reinos y los diferentes órdenes y los diferentes filos y géneros y especies y todo ese tipo de cosas? Dividimos el mundo entre animales y plantas y vertebrados e invertebrados y mamíferos y reptiles y demás. Lo que está sucediendo aquí en ese sistema de clasificación es todo este asunto de la taxonomía, y esta tarea comenzó, según la Biblia, en el Jardín del Edén.
La primera misión científica que se asignó a Adán fue el trabajo de la taxonomía. ¿Fue llamado a hacer qué? A nombrar a los animales. Y podría haberlo hecho de una manera muy sencilla. «Hay un ornitorrinco con hocico de pato, una jirafa, un elefante, un rinoceronte». Ponen nombres o etiquetas en tipos individuales de animales. Ahora bien, esto puede sonar como una exageración extravagante, pero estoy convencido de que, en el análisis final, toda la ciencia es nada más y nada menos, en última instancia, que la taxonomía en varios grados de precisión. A medida que aprendemos más y más y más sobre la realidad, hacemos distinciones más estrechas y finas entre varias cosas.
Medimos, observamos, experimentamos a fin de comprender las similitudes y diferencias entre las cosas. El médico que es capaz de diagnosticar, tiene que poder reconocer la diferencia entre un dolor de estómago común y un cáncer potencialmente mortal. Los dos, sintomáticamente, pueden ser similares a primera vista, pero él investiga más y más profundamente en su examen, no solo para discernir las similitudes entre varias enfermedades, sino también para descubrir las distinciones entre ellas. Eso es taxonomía. Es la ciencia de aprender con precisión. Ahora, ¿qué tiene eso que ver con nuestra discusión sobre la creación? De nuevo, lo que hacen la lógica y la taxonomía son un par de cosas.
En primer lugar, como dije, la lógica no tiene contenido, ni datos. Realmente no puede probar nada, pero puede falsificar. Ese es el policía de la esquina. Si saco inferencias de mis datos, que son inferencias contradictorias, la lógica suena la alarma y el policía se pone de pie con su garrote y dice: «Su conclusión es falsa». Las violaciones a la lógica falsifican afirmaciones y proposiciones. De nuevo, lo que nos interesa de la taxonomía es esto: que el proceso de la taxonomía es, en esencia, un proceso de individuación. Individuación. Tomemos una palabra como esta: «silla». Si hiciera una simple pregunta, «¿Qué es una silla?», ¿qué te vendría a la mente? Dirías: «Bueno, pienso en una silla de comedor, quizás con apoyabrazos. Pienso en una silla con respaldo de mimbre. O en una silla tipo capitán. Pienso en una silla de aluminio, o puedo pensar en una silla con respaldo de lona», todos los tipos distintos de sillas en el mundo, y sin embargo, la palabra «silla» separa todo tipo de cosas de todo tipo de otras cosas.
Entendemos que hay una diferencia entre una silla y el elefante, aunque puedes sentarte en un elefante y puedes sentarte en una silla. Así que también hay algunas similitudes entre una silla y un elefante. ¿Cómo individualizamos una silla en particular y la reconocemos como exactamente un elemento único y particular? Bueno, todo eso implica mirar la realidad, y en primera instancia, notar similitudes, y agrupar las cosas según las similitudes. De eso se trata la taxonomía. Y luego, después de agruparlos según sus similitudes, ¿qué hacemos? Los separamos de acuerdo con sus diferencias. Este tipo de cosas pueden confundirse y enredarse fácilmente, y nuestro lenguaje se vuelve confuso y, a veces, irracional.
Ahora, de lo que me gustaría hablar hoy, principalmente, es del lenguaje que se usa en la sociedad contemporánea acerca del «azar». Dije que el azar no es una cosa. No tiene poder porque no tiene ser, y sin embargo, encontramos personas que usan el término «azar» con frecuencia como si el «azar» fuera realmente una cosa, no solo una cosa, sino algo poderoso, lo suficientemente poderoso como para crear todo el universo. Entonces, lo que estoy preguntando hoy es esto: ¿Cuál es el significado de la palabra «azar»?
Mencioné brevemente en nuestra última sesión que «azar» es una palabra perfectamente legítima y útil que tenemos en nuestro vocabulario y en nuestro lenguaje para describir las posibilidades matemáticas, y es importante entender las imposibilidades estadísticas en muchas, muchas áreas diferentes de nuestras vidas. Decimos: «¿Cuáles es el chance de que tal o cual cosa suceda?» Es una pregunta válida. También usamos el término «casualidad», por ejemplo en el habla común, para referirnos a ciertos eventos que tienen lugar sin una causa particularmente conocida. Hablamos de «reuniones casuales» o «encuentros casuales».
El año pasado, llegué a la estación de tren, Union Station en Chicago, una mañana, cerca de las nueve. Y mientras caminaba por la estación de tren, entre la multitud de gente que iba y salía de los trenes de conexión, sucede que de repente reconocí a un hombre que llevaba un maletín, al que no había visto en unos quince años, y le dije: «Al, ¿cómo estás?» Es el tipo que diseñó al Sr. Cacahuate. Solíamos llamarlo Sr. Cacahuate, y le dije: «Al, ¿cómo estás?» Y él dijo: «¡RC!» y tuvimos una agradable reunión y hablamos sobre este encuentro casual. Y él se fue a trabajar, y yo pasé el día en Chicago, y me iba a Los Ángeles esa noche en el tren de la tarde. Y regresé a la estación de Chicago cerca de las cinco, y mientras caminaba por la estación, ¿con quién crees que me topé? El mismo tipo. Estaba regresando del trabajo hacia su casa.
Ese fue un encuentro casual, no en el sentido de que no haya tenido una causa, sino en el sentido de que no fui al Union Station en Chicago con la intención de reunirme con Al Jungren. No vino a la estación de tren en Chicago con la intención de reunirse conmigo, y como ninguno de los dos tenía la intención de estar en el mismo lugar, al mismo tiempo, en ese día de la historia, decimos que la reunión fue un encuentro «casual» porque ninguno de los dos lo planificó. Pero eso no es lo mismo que decir que nuestra presencia en el mismo lugar, ese día, fue sin una causa o sin razón. Simplemente, lo que experimentamos fue la intersección de varias causas y razones que llegaron a coincidir. Hay que ser cuidadosos en entender que hay un uso legítimo del término «casualidad» o «azar». Y, lamentablemente, lo que sucede en la arena lógica es que se produce un error sutil, el cual es una falacia clásica de la lógica, que llamamos la falacia de equívoco.
Ahora, el equívoco aparece en una discusión cuando el significado del término cambia, de manera sutil, a mitad de la discusión. Mi ilustración favorita al respecto, brevemente, es el antiguo silogismo que demuestra que los gatos tienen nueve colas. Le pregunto a la gente: «¿Tienen los gatos nueve colas?» Ellos dicen: «No». Yo digo: «Bueno, puedo demostrarte que los gatos tienen nueve colas». Y dicen: «Veámoslo». Les digo: «Está bien, ¿tienen los gatos ocho colas?». Ellos dicen: «No». Pregunto: «¿Algún gato tiene ocho colas?» Ellos dicen: «No». Está bien, entonces mi primera premisa es ‘Ningún’ gato tiene ocho colas’». Todo el mundo está de acuerdo. Y digo: «Está bien, tengo dos cajas aquí frente a ustedes, una caja está vacía y la otra caja tiene un gato adentro. ¿Cuántas colas de gato más tenemos en la caja con un gato vs. las colas de gato en la caja vacía?». Matemática simple. ¿Cuál es la respuesta? ¿Cuántas colas de gato más tenemos en esta caja vs. esta caja? Un gato aquí, ningún gato aquí. Una más, ¿verdad?
Entonces un gato tiene una cola más que ‘ningún’ gato, ¿cierto? Si ningún gato tiene ocho colas, y un gato tiene una cola más que ningún gato, entonces hemos demostrado que un gato tiene nueve colas. ¿Qué está pasando aquí? ¿Crees eso? Si crees eso, te puedo vender un elefante aquí en la Florida. Lo que ha sucedido en esta forma engañosa de argumento es que el término «’ningún’ gato» ha cambiado su significado en medio de la discusión. Eso es lo que sucede con el término «azar». Ahora, me gustaría referirme a algunos estudiosos de la comunidad científica y filosófica que tienen unas cosas que decir sobre el lenguaje del azar.
En primer lugar, Paul Janet hace este comentario: que «El azar es una palabra vacía de sentido, inventada por nuestra ignorancia». Bueno, tengo que discutir por un momento aquí con Janet, y eso es porque la palabra «azar» no carece de sentido. Ya hemos visto que tiene significado. Es una palabra apropiada para referirse a ciertas cosas, como los cocientes de probabilidad. Pero lo que Paul Janet está diciendo aquí es que el azar carece de sentido si queremos decir con ello «algo que ejerce un poder real», y dice que es inventado por nuestra ignorancia. Jacques Bossuet dice: «Dejemos de hablar del azar, o de la suerte, o a lo sumo hablemos de ellos como meras palabras que cubren nuestra ignorancia».
David Hume, el gran filósofo escocés, hizo este comentario: «El azar es sólo nuestra ignorancia de las causas reales». Los tres hombres han dicho prácticamente lo mismo, y han usado la misma palabra para describir el mal uso del «azar». ¿Y qué palabra es? La palabra «ignorancia». Cuando decimos que algo es causado al azar, lo que estamos diciendo es que no sabemos qué lo causó. No sabemos por qué sucedió. No estamos expresando una nueva forma de causalidad mágica, sino que estamos expresando nuestra ignorancia. Ahora, ¿cómo sucede esto, y cuál es mi queja con respecto al lenguaje descuidado que escucho salir de ciertos círculos de nuestra sociedad?
Cuando se lanzó el telescopio espacial Hubble yo estaba manejando por la carretera cuando me sorprendió escuchar a un locutor de radio citar a un físico muy famoso en Estados Unidos, un astrofísico, y él estaba rapsódico sobre sus esperanzas de lo que lograría el telescopio espacial Hubble, e hizo este comentario. Él dijo: «Hace quince a dieciocho mil millones de años, el universo explotó en existencia». Como alguien que está interesado o tiene interés en la ciencia de la ontología, la filosofía y la teología, casi estrello mi auto fuera de la carretera y me accidento. Dije: «¿Qué dijo?» Es un astrofísico brillante, pero parece haberse dormido. Él dijo: «Hace quince a dieciocho mil millones de años el universo explotó a la existencia». ¿De qué explotó? ¿de no ser? ¿No era nada antes de la explosión? Si no existía antes de la explosión, ¿qué fue lo que explotó? ¿Ves lo que estoy diciendo?
No tienes que ser un físico, no tienes que ser un astrónomo para ver que esa es una declaración sin sentido. El policía de la esquina se acerca y dice: «Espera, acabas de hacer una declaración que es analíticamente falsa». Permítanme darles algunos otros ejemplos de este tipo de cosas. Un científico ganador del Premio Nobel hizo el comentario de que en esta época ya no podemos creer en la generación espontánea. Me alegró escuchar eso. Continuó diciendo que ahora la ciencia requiere que creamos en la generación espontánea gradual. Y otra vez yo pregunté: ¿Generación espontánea gradual?». Es decir, nada puede surgir repentina, rápida y espontáneamente a la existencia por sí mismo. Para que eso suceda se necesita tiempo.
Bueno, otro premio Nobel secundó la moción e hizo este comentario: «Uno solo tiene que esperar. El tiempo mismo realiza el milagro. Lo imposible se vuelve posible, lo posible probable y lo probable cierto». Lo que comienza como una imposibilidad se vuelve cierto a través del milagro, y el milagro es realizado por el agente causal del tiempo. ¿Qué es el tiempo? ¿Cuánto pesa? ¿Cuáles son sus dimensiones? ¿Cuál es su rama ontológica? El tiempo no es una cosa. El tiempo no tiene poder. El tiempo no tiene ser. Pero aquí nuevamente estamos en la magia porque este hombre nos dice que la generación espontánea puede suceder si se da suficiente de nada.
Lo veo de esta manera: espacio más tiempo más azar. No sé cuántas personas brillantes he escuchado usar esta formulación para la creación: el espacio más el tiempo más el azar da el universo. Lo que esto equivale es ‘nada’ más ‘nada’ más ‘nada’ es igual a todo. La discusión tocó fondo cuando recibí una carta de un científico que había leído mi libro Not a Chance donde se quejaba de mi crítica de ‘nada’ y me decía en su carta que la ciencia ahora ha sido capaz de aislar e identificar cinco tipos distintos de ‘nada’. Quería preguntarle: «¿Qué tiene el Tipo 1 de nada que difiere del Tipo 2 en la taxonomía de la nada? ¿Qué es lo que tiene el nada Número 2 que le falta al Nada Número 1? ¿Cuál es la respuesta? Nada.
Ahora, si uno dice: «Tenemos cinco definiciones diferentes para la nada», esa es una declaración legítima, pero hablar sobriamente de cinco tipos de nada ilustra el fracaso del lado deductivo del método científico para prevalecer en nuestros días.