Las pruebas y tentaciones de Jesús
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30 septiembre, 2024Atravesando pruebas, tentaciones y pruebas de la fe
Nota del editor: Este es el undécimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
Nunca olvidaré la mañana después del nacimiento de mi primer hijo. Después de un parto seguro en casa, la partera había recogido todo y nos dejó dormir. Mi esposo estaba gratamente sorprendido por lo bien que todos dormimos esa noche, y se despertó ansioso por sumergirse en la paternidad y cambiar un pañal. Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que, en todos nuestros preparativos como primerizos durante los últimos nueve meses, no habíamos comprado ni un solo paquete de toallitas húmedas para bebé.
La preparación es clave, ya sea que estemos dando la bienvenida a un recién nacido o tratando de tener la cena lista para las 5:30 p.m. La vida cristiana no es la excepción. Las pruebas, tentaciones y pruebas de nuestra fe de todas las formas y tamaños son inevitables en este lado del cielo. Cada día, se nos recuerda que somos criaturas caídas que vivimos en un mundo caído de lavaplatos que se dañan, demencia y la carga diaria de nuestro propio pecado remanente. Sin mencionar que tenemos un enemigo que está ferozmente decidido a impedirnos el menor crecimiento en la piedad o el más pequeño disfrute de Dios. Para muchos de nosotros, estas realidades no son una sorpresa chocante. La pregunta es, ¿qué estamos haciendo a fin de prepararnos para ellas?
En su primera epístola, Pedro escribe a los cristianos que están sufriendo persecución. Están «afligidos con diversas pruebas» que están probando severamente su fe (1 P 1:6). La dificultad implica más que una persecución desde afuera. Después de todo, tendrán que responder a esa persecución, y el pecado que aún permanece en ellos con seguridad los tentará a pensar, hablar y actuar de manera impía; ciertamente están bajo mucha presión. Pero curiosamente, Pedro no pasa la mayor parte de su tiempo explicando por qué están ocurriendo las pruebas o consejos sobre cómo escapar de ellas. En cambio, les recuerda a sus lectores lo que es verdadero en el evangelio y les dice cómo ser santos mientras siguen los pasos de Cristo. Pedro no escribe con el objetivo de liberar a sus lectores de las pruebas; más bien, se esfuerza por ayudarlos a estar preparados.
Esta es una distinción importante. La preparación del cristiano no es un intento de ser soberano, de predecir y esquivar cada situación que pueda causar dolor o frustración. Nos preparamos para las pruebas y las tentaciones no para que no haya ninguna; nos preparamos para que, cuando vengan, sea más probable que respondamos de una manera sana y firme en lugar de pecaminosa y miope. Dicho de otra manera, la preparación no evita que nuestras circunstancias sean difíciles, pero ayuda a que nuestra respuesta sea más santa.
Esto es exactamente lo que Pedro tiene en mente para sus lectores cuando dice:
Por tanto, preparen su entendimiento para la acción. Sean sobrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo […] así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir (1 P 1:13, 15).
Pedro está llamando a sus lectores a un «sufrimiento sobrio», una preparación que comienza con un pensamiento claro y bíblico y termina en una conducta santa. Sus mentes no podían estar nubladas por medias verdades y emociones impulsivas. ¿No es eso lo que las pruebas a menudo hacen a nuestras mentes? Necesitamos poner nuestras mentes a trabajar, pero nuestras circunstancias dolorosas o amenazantes y los patrones de pensamiento y emociones que evocan dificultan que pensemos y respondamos de la manera que debiéramos. Sin embargo, un cristiano preparado vive en alerta y sobriedad bíblica. Su mente está despejada y es capaz de evaluar y responder a una situación de acuerdo con la verdad.
La preparación sobria no es algo que se cultive de la noche a la mañana. Ni siquiera es algo que podamos lograr por nuestros propios esfuerzos, sino que es algo que el Espíritu Santo debe formar en nosotros. Eso no significa que nos sentemos de brazos cruzados y no hagamos nada. Dios nos ha dado medios simples y directos de gracia para ayudarnos en nuestro viaje de aflicción al cielo. Usar esos medios diariamente nos ayuda a desarrollar una mente, y una vida, anclada en realidades celestiales a fin de que estemos preparados para enfrentar pruebas y tentaciones cuando lleguen.
La adoración privada
Leer, estudiar, memorizar y meditar en la Palabra de Dios son las armas más poderosas que el creyente empuña. Ya sea que nos enfrentemos a una tentación que nos resulte familiar o tropecemos en medio de una prueba inesperada, la Escritura es un faro de luz que nos guía por aguas oscuras y nos ayuda a llegar a nuestro refugio deseado.
A veces, nuestros pensamientos en medio de una prueba están «en el camino correcto», pero necesitamos un mayor entendimiento. Cuando tenía quince años y estaba perdiendo mi audición debido a una enfermedad neurológica que eventualmente me iba a dejar sorda, comencé a albergar en mi mente una imagen de Dios disparándome flechas y pensaba en Él como un despojador, alguien que me quitaba una a una las cosas que más amaba. Esto creó una relación bastante cargada emocionalmente con Dios por un tiempo. En cierto sentido, mi comprensión era correcta. La mano de Dios estaba en la circunstancia dolorosa. Él sí me quitó cosas. Sin embargo, un mero conocimiento de la soberanía de Dios no iba a ser suficiente. Si iba a salir de esta prueba intacta, necesitaba preguntarme: ¿Qué más es verdad? ¿Cuál es Su propósito para mí? ¿Cómo encaja Satanás en esto? ¿Debo esperar que Dios me sane soberanamente?
Dios es soberano, el pecado permanece y el sufrimiento es de esperarse en este lado del cielo. Todo eso es cierto, pero hay más. Sumergirnos en la Palabra de Dios (y en libros sólidos que la expliquen) amplía y, cuando es necesario, corrige nuestro entendimiento.
Uno de los ejemplos más claros de una «mente preparada» en la Escritura es Jesús siendo cuando fue tentado en el desierto. Cuando Satanás trató de tergiversar la Palabra de Dios, Jesús necesitaba saber en esos momentos qué más era verdad. Y lo sabía. La Palabra de Dios estaba almacenada en Su corazón, y una comprensión correcta de ella era un arma efectiva en tiempos de tentación. Pablo dice en 1 Corintios 10:13 que en tiempos de tentación, Dios «proveerá también la vía de escape, a fin de que [podamos] resistirla». A menudo imaginamos esta «vía de escape» como una fuerza externa que nos toma por los hombros y nos saca de la tentación. La mayoría de las veces, la salida que Dios desea no es un rescate extraordinario, sino un pronto recuerdo de la Escritura, que el Espíritu Santo usa poderosamente para ayudarnos a mantenernos firmes.
Cuando nuestras mentes están entrenadas y controladas por la verdad bíblica, afecta la forma en que oramos. La libertad de acercarnos al trono de Dios y derramar nuestros corazones ante Él es un gran consuelo cuando estamos rodeados de los fuegos de la vida. Sin embargo, si no tenemos cuidado, nuestras oraciones cargadas emocionalmente pueden terminar causándonos tropiezos cuando deberían ayudarnos a permanecer firmes. A menudo nos atraen las oraciones de David en los Salmos y la cruda honestidad que expresó hacia Dios en sus momentos más bajos. Él no era un estoico con una sonrisa falsa en el rostro, sino que las oraciones de David eran más que declaraciones honestas de cómo se sentía o lo que deseaba; eran declaraciones honestas y sobrias de la verdad, principalmente sobre el carácter y los caminos de Dios. La verdad, no el sentimiento, tenía la última palabra. Cuando una mente impregnada de las Escrituras moldea cada vez más nuestra ferviente oración, la comunión con Dios se convierte en un lugar seguro de alabanza, confianza y consuelo, en lugar de una piedra de tropiezo de expectativas no bíblicas y palabras precipitadas.
La adoración pública
No siempre tengo el deseo de estar en la iglesia los domingos. Ser sorda significa que el sermón es como leer subtítulos en mi teléfono, el canto será silencioso y la comunión con otros será agotadora en el mejor de los casos e incómoda en el peor. Sin embargo, Dios decidió que yo fuera esposa de un pastor, así que generalmente asisto. Al navegar la prueba de esta enfermedad neurológica por las últimas dos décadas, me he dado cuenta de que una de las mayores tentaciones ha sido aislarme del cuerpo de Cristo. No entienden. Es demasiado incómodo. Ni siquiera puedo participar. Esto podría ser más cómodo, pero nunca ha sido más fructífero. Dios nos ha dado el don de la adoración corporativa con el cuerpo de Cristo como un medio valioso de ánimo, crecimiento y estabilidad para impulsarnos hacia el cielo.
Cuando hacemos del unirnos y asistir regularmente a una iglesia bíblicamente fiel una prioridad, tenemos una oportunidad semanal para fortalecer nuestra preparación sobria mientras participamos de los diversos elementos del servicio, especialmente la predicación. Dedicarnos a adorar el Día del Señor también sirve como un humilde recordatorio, por doloroso que sea, de que Dios, no yo, está en el centro de todas las cosas. Hay algo más grande que mi propia lucha, y necesito esa verdad para reorientar mis pensamientos.
Una cosa es sentarse en la banca y quedarse hasta la bendición final, pero otra es ir a la sala de café e intencionalmente procurar tener comunión con otros. La comunión es complicada porque implica personas, y las personas son complicadas porque son pecadoras. Nos comunicamos mal, nos ocupamos y olvidamos las necesidades, y parloteamos sobre el estado del tiempo justo después de escuchar un sermón sobre la Trinidad. Sin embargo, nuestro Dios que obra maravillas usa incluso esta parte engorrosa de la adoración corporativa para fortalecer nuestras almas y rectificar nuestro pensamiento cuando quedarnos en casa nos habría dejado en un lugar de desánimo y desesperación. Haríamos bien en orar los domingos por la mañana diciendo: «Señor, ayúdame a escuchar pacientemente y hablar cuidadosamente. Usa las interacciones que tenga hoy para hacerme a mí y a otros más santos en la próxima semana».
En pro de nuestra perseverancia
La vida cristiana es un camino estrecho de sufrimiento y santificación, y cultivar una preparación sobria evita desviarnos del camino cuando se vuelve especialmente difícil. Aquellos que no están en Cristo se preguntan por qué nos esforzamos para permanecer en el camino. Tal vez a veces nos preguntamos lo mismo. La realidad es que a veces el camino sigue siendo difícil y no hay fin del sufrimiento en el horizonte. El dolor es crónico, la relación sigue siendo tensa y superar ese pecado en particular es agonizantemente lento. ¿Por qué seguir adelante?
Tal vez los lectores de Pedro se hacían la misma pregunta, y él no dejaba de responder: un sufrimiento sobrio es un sufrimiento soportado con una esperanza sobria de lo que está por venir. De hecho, este es el patrón que vemos a lo largo de las epístolas del Nuevo Testamento. En todas sus preocupaciones sobre el presente, los escritores apuntaban en última instancia al regreso de Cristo, la renovación de la creación y la glorificación del creyente. Cada mandato, cada ánimo del evangelio, cada reprensión y afirmación, cada explicación del carácter y los caminos de Dios, en todas estas cosas, el objetivo final no es una vida cristiana feliz en la tierra, sino una vida eterna venidera con Cristo en el cielo. Esta es la feliz perspectiva del cristiano: el evangelio que ahora creemos por fe en aquel día se convertirá en vista. Veremos los brazos abiertos del Padre, y nos inclinaremos ante las manos perforadas de Cristo. La santidad que perseguimos ahora será perfeccionada, y al fijar nuestra mirada en la perfecta santidad de Cristo, «seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es» (1 Jn 3:2).