


Planifica el futuro confiando en la provisión de Dios
8 abril, 2021


El siglo IV: un tiempo trascendental
10 abril, 2021Busca la perfección con realismo sobrio


Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
Durante un vuelo que hice a Dallas hace poco, disfruté la lectura de la última edición de American Way, la revista mensual de American Airlines. En este número en particular, la historia de la portada era sobre Lexi Thompson, la golfista fenomenal. Sus comentarios sobre las razones por las que ama el golf fueron sorprendentes: «Todos los días, me despierto y hay algo diferente en mi juego: mi swing, el clima. Eso es lo que pasa con el golf. Siempre es un desafío cada vez que te levantas. Por eso me incliné hacia él. Lo que me motiva es que nunca puedes llegar a la perfección».
Lo que Thompson reconoce con respecto al golf podemos aplicarlo a la vida cristiana. En efecto, lo que nos hace seguir adelante, lo que nos hace seguir esforzándonos por crecer en la santidad práctica, es que nunca llegaremos a la perfección en la vida cristiana de este lado del cielo. Siempre se puede mejorar.
UN DESEO DE PERFECCIÓN DADO POR DIOS
Los seres humanos tenemos un deseo inherente por la perfección. Después de todo, fuimos creados a imagen de Dios (Gn 1:26-27) y se nos ha dado el mandamiento de ejercer dominio sobre la tierra para su mejoramiento (v. 28). Tanto lo que somos como lo que hemos sido llamados a hacer crean un deseo por alcanzar la excelencia en todas las cosas. Y el cristiano siente este impulso con intensidad, en vistas del mandamiento de nuestro Señor en Mateo 5:48: «Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». El apóstol Pablo hace eco de esto cuando escribe en 1 Corintios 10:31: «Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios». Por lo tanto, buscar la perfección no es algo inherentemente malo. Sin embargo, el afán por la perfección puede desvirtuarse si no se atenúa con un realismo bíblico respecto a la caída y sus consecuencias.
RUINAS GLORIOSAS
Una de las consecuencias trágicas de la caída es que la perfección en esta vida es imposible. De muchas maneras, vemos todos los días cómo los seres humanos «no alcanzan la gloria de Dios» (Rom 3:23). Esto también es cierto para el cristiano. Nos reflejamos en el apóstol Pablo cuando se lamenta: «Porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago» (Rom 7:15). Pablo sabe que esta vida está marcada por una lucha constante contra el pecado que mora en nosotros.
El apóstol Juan piensa lo mismo cuando escribe a los cristianos:
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso y su palabra no está en nosotros (1 Jn 1:8-10).
Juan es claro: los que dicen que no tienen pecado no solo se engañan a sí mismos, sino que también hacen a Dios mentiroso, demostrando así que la Palabra de Dios no está en ellos. Los cristianos viven una vida de vigilancia contra el pecado remanente hasta el día en que el pecado no exista más.
El puritano John Owen, en su obra clásica La mortificación del pecado, describe lo que requiere la vida cristiana: «Aun los mejores cristianos, aquellos que con toda seguridad han sido liberados del poder condenatorio del pecado, tienen que ocuparse todos los días en mortificar el poder remanente del pecado». Owen ve la mortificación como la labor de nuestra vida; debe hacerse «todos [nuestros] días» porque no alcanzaremos la perfección de este lado del cielo.
NUEVA CRIATURA EN CRISTO
Aun cuando la Biblia es clara en que la perfección no es posible en esta vida, la Palabra de Dios es igualmente clara en cuanto a que los cristianos deben crecer en la piedad. La razón teológica de esto último guarda estrecha relación con lo que sucede en la regeneración: somos hechos nuevas criaturas en Cristo. Esta es la verdad asombrosa que Pablo declara en 2 Corintios 5:17: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas».
Ser una nueva criatura es la biografía de todo cristiano. Es una promesa para todos los que están «en Cristo», es decir, unidos mediante la fe al Señor resucitado y exaltado. El término «nueva criatura» conlleva la idea del poder creativo y soberano de Dios. Pablo se refirió a esta idea anteriormente, cuando aludió al poder de Dios al crear la luz y formar al cristiano: «Pues Dios, que dijo que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo» (2 Co 4:6).
Lo que aprendemos es que el cristianismo no es un ajuste moral. No se trata simplemente de quitarnos de encima nuestro viejo yo, como si solo estuviéramos sucios. En última instancia, el cristianismo no se trata de nuevos hábitos o una nueva perspectiva, aunque incluye esas cosas. El cristianismo se trata de una transformación completa y exhaustiva; nada menos que de una nueva creación.
El cristiano es alguien que ha experimentado la promesa del nuevo pacto de Ezequiel 36: 26-27, donde Dios proclama lo que se cumplirá en Cristo por medio del Espíritu:
Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente mis ordenanzas.
Los cristianos hemos recibido un corazón nuevo e incluso al Espíritu de Dios para que ahora «andemos en novedad de vida» (Rom 6:4).
El apóstol dice que «las cosas viejas pasaron». En la cruz de Cristo tenemos el fin del antiguo pacto, como también el fin de la vida vieja de los que ahora están en Cristo. Nuestra antigua vida carnal, egocéntrica e impía ha sido crucificada.
Y como las cosas viejas pasaron, nuestro objetivo es «dar muerte» a todo lo que perteneció a esa vida vieja:
Por tanto, considerad los miembros de vuestro cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría. Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de estas cosas, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, puesto que habéis desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y os habéis vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó (Col 3:5-10).
El cristiano es alguien que hace un inventario constante de su vida y se pregunta: «¿Qué hay en mi vida a lo que debo dar muerte?». Una vez que identificamos algo, nos resolvemos a matarlo. De hecho, movilizamos todos los medios de gracia a nuestra disposición y libramos la batalla contra el pecado en nuestras vidas.
No obstante, la vida cristiana no se trata solo de las cosas que pasaron; también se trata de lo nuevo que ha venido. En 2 Corintios 5:17, Pablo dice que ha sucedido una renovación impresionante. Ahora, aunque sea muy débilmente, estamos comenzando a mostrar en nuestras vidas los colores radiantes de la semejanza a Cristo. En el poder del Espíritu Santo, comenzamos a «revestirnos» de la semejanza a Cristo:
Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad (Col 3:12-14).
Es cierto que no seremos perfectos en esta vida. La vida en un mundo caído significa que no estaremos totalmente libres del pecado en este lado del cielo. Pero esta verdad no nos lleva a la desesperación. Como cristianos, hemos sido unidos a Cristo por medio de la fe y se nos ha dado el Espíritu Santo. Por eso, «ambicionamos serle agradables» (2 Cor 5:9). E incluso aunque a veces tropezamos y flaqueamos, nos regocijamos con Pablo en 2 Corintios 2:14: «Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento».