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Nota del editor: Este es el último de 25 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

La Iglesia global y el mundo pueden parecer un par extraño por el cual orar, pero la relación teológica entre ellos indica que difícilmente podemos orar por uno sin orar por el otro. La Iglesia sale del mundo y no es del mundo (Jn 17:6), pero a pesar de la diferencia radical que hay entre ellos y de la oposición del mundo al mensaje bíblico (v. 14), la Iglesia solo puede cumplir su misión en el mundo (vv. 15, 18). El mundo no puede ser salvo independientemente de la Iglesia, ya que Dios ha escogido a la Iglesia como Su instrumento para proclamar el evangelio (Rom 10:13). Nuestras oraciones por la Iglesia, como las que están registradas en la Escritura, deben enfocarse en lo que la Iglesia necesita para desempeñar fielmente su misión: esto es, conocer al Dios triuno en toda Su grandeza, y conocer la salvación a través de Jesucristo en toda su gloria y plenitud (Ef 1:15-23; Col 1:12); por fidelidad en medio de las pruebas (Ap 2:10); por una proclamación fiel, clara y organizada del evangelio (2 Tim 4:2); y por un estilo de vida (Mt 5:16) y una unidad (Jn 17:20-21) que no perjudiquen el mensaje del evangelio. Los que no vivimos bajo persecución debemos orar especialmente por aquellos que sufren a causa de su fe (Heb 13:3). Finalmente, todas estas peticiones están enfocadas en la meta principal de la Iglesia: la gloria del Dios triuno (Ef 3:20-21).
La misión de la Iglesia y el mundo están entrelazados en la misión que el Cristo resucitado encomendó a la Iglesia.
Cuando oramos por el mundo, rogamos que Dios sea glorificado a través de aquellos que actualmente se rehúsan a glorificarle (Mt 6:9-10; Rom 1:28), así como lo hicimos nosotros en otro tiempo (1 Co 6:11). Puesto que el mundo fue creado para la gloria de Dios, podemos orar confiadamente para que Dios reciba la alabanza debida a Su nombre a través de todo el mundo (Sal 67:3, 5; Ap 4:11). Independientemente de la forma y la intensidad de la oposición del mundo (Sal 2:1-3; Jn 15:18-19; Ap 12:1-6), Dios es Rey (Sal 2; 24; 96-99; Ap 5:13-14), y nada puede frustrar Su plan ni resistirse a Su poder.
Por último, oramos por el progreso del evangelio y por la eliminación de todo lo que obstaculiza que este sea proclamado con compasión por los perdidos (Mt 23:37), y oramos por sabiduría, amor y confianza en el poder del evangelio mientras testificamos de Cristo al mundo (Mt 5:13-16; Flp 2:12-16; 1 Pe 3:15).
Cuando oramos según estas pautas bíblicas, estamos orando para que Dios cumpla Su promesa a Abraham de que por medio de su simiente Él bendeciría a toda la tierra (Gn 12:1-3). La misión de la Iglesia y el mundo están entrelazados en la misión que el Cristo resucitado, quien tiene todo el poder tanto en el cielo como en la tierra (Mt 28:18-20), encomendó a la Iglesia. Oremos para que el evangelio «se extienda rápidamente» (2 Tes 3:1) por medio de Su poder y para Su gloria.