En busca de la verdad
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Nota del editor: Esta es la octava y última parte de la serie de artículos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.
La controversia existe porque la verdad de Dios existe en un mundo de mentiras. La controversia es la difícil situación de pecadores en un mundo caído, quienes originalmente fueron creados por Dios para conocer la verdad, amar la verdad y proclamar la verdad. No podemos escapar de la controversia en este lado del cielo, ni deberíamos intentarlo. Como cristianos, Dios nos ha rescatado de las tinieblas y nos ha capacitado para permanecer en Su luz admirable. Él nos ha llamado a entrar en las tinieblas y brillar como una luz en el mundo, reflejando la gloriosa luz de nuestro Señor Jesucristo. Y cuando la luz brilla en la oscuridad, la controversia es inevitable.
Si nos preocupamos por la gloria de Cristo, nos preocuparemos por la paz y la unidad de Su Iglesia, y, a su vez, nos preocuparemos por la pureza de la Iglesia.
Si estamos en Cristo, la verdad nos ha liberado, y en consecuencia, somos llamados a discernir la verdad del error y la verdad de la verdad a medias. Aunque no siempre es fácil defender la verdad en medio de la oscuridad de este mundo, el Espíritu Santo nos ayuda a distinguir la luz de las tinieblas mientras caminamos a la luz de Su Palabra. La dificultad viene cuando tratamos de discernir la verdad del error en la Iglesia de Cristo. Además, cuando creemos que hemos discernido la verdad del error en la Iglesia, ¿cómo exponemos el error y proclamamos la verdad dentro del cuerpo de Cristo? Esto es particularmente difícil teniendo en cuenta que Dios nos llama, por un lado, a «contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Jud 3), y por otro lado nos llama a esforzarnos “por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4:3).
Entonces, ¿cómo contendemos por la fe única y verdadera mientras, a la vez, luchamos por mantener la paz y la unidad en la Iglesia? A primera vista, algunos podrían pensar que estos dos mandamientos son mutuamente excluyentes. Sin embargo, el llamado de Dios para contender por la pureza y el llamado de Dios para luchar por la paz y la unidad están estrechamente entrelazados. Si queremos entender cómo debemos involucrarnos en una controversia, primero debemos entender que éstas no se oponen entre sí, sino que, por necesidad, se complementan la una a la otra.
La paz y la unidad existen en la Iglesia no a pesar de la verdad, sino precisamente a causa de la verdad. Es por eso que luchamos fervientemente por la pureza de la fe única y verdadera a fin de preservar la auténtica unidad de la única y verdadera esposa de Cristo para la gloria de Cristo. La unidad a expensas de la pureza produce anarquía. No podemos tener verdadera paz y unidad sin pureza.
Si nos preocupamos por la gloria de Cristo, nos preocuparemos por la paz y la unidad de Su Iglesia, y, a su vez, nos preocuparemos por la pureza de la Iglesia. Más concretamente, si somos complacientes con todas y cada una de las controversias, esto probablemente significa que somos complacientes con la verdad misma. Sin embargo, si nos involucramos completamente en todas y cada una de las controversias aparentes que ocurren en la Iglesia, podría significar que no nos estamos haciendo las preguntas correctas para determinar en cuáles controversias debemos involucrarnos y, lo que es más, de qué manera y hasta qué punto deberíamos hacerlo.
En su carta Sobre la controversia, John Newton advierte que antes de participar en una controversia de cualquier tipo, primero debemos considerarnos a nosotros mismos. Él pregunta:
¿Qué le aprovechará al hombre ganar su causa y silenciar a su adversario, si al mismo tiempo pierde ese espíritu humilde y compasivo en el cual el Señor se deleita, y al cual le ha prometido Su presencia?
Newton escribió estas palabras en el siglo XVIII, y son tan pertinentes hoy como lo fueron en aquel entonces, especialmente cuando tomamos en cuenta la constante aparición de nuevos medios a través de los cuales cualquiera puede involucrarse en una controversia de una manera más fácil y más pública. No obstante, el medio no es el problema, como tampoco lo es la controversia. Nosotros somos el problema: cómo nos involucramos en la controversia y cómo utilizamos los medios, tanto los antiguos como los nuevos.
Con esto en mente, mientras nos esforzamos por examinarnos correctamente antes de participar en una controversia, ya sea en Internet o en un libro, propongo diez preguntas que podemos hacernos para ayudarnos a determinar si, cuándo y cómo, deberíamos involucrarnos en una controversia mientras luchamos por la paz, la pureza y la unidad de la Iglesia de Jesucristo.
1. ¿He orado? La oración es lo más fácil de hacer y, quizás, lo más fácil de olvidar. Antes de involucrarnos en una controversia, estamos llamados a buscar humildemente al Señor, orando por nosotros mismos y por aquel con quien estamos en desacuerdo.
2. ¿Cuál es mi motivo? Hacemos bien en cuestionar nuestros motivos sin cuestionar los de los demás. Somos arrogantes al pensar que podemos juzgar los motivos de los demás cuando a veces ni siquiera entendemos nuestros propios motivos. Necesitamos pedirle al Espíritu que escudriñe nuestros corazones y nos revele si hay maldad.
3. ¿Estoy tratando de edificar a los demás? ¿Estamos tratando de ganar una discusión por el simple hecho de discutir, o es nuestro objetivo llevar a la persona con la que estamos en desacuerdo, y a nuestra audiencia, a un mayor entendimiento de la Palabra de Dios para la gloria de Dios? ¿Es nuestro objetivo mostrar nuestra inteligencia o dirigir a otros hacia Dios y Su Palabra?
4. ¿He buscado consejo? Necesitamos desesperadamente buscar la sabiduría de nuestros hermanos en Cristo, particularmente hombres y mujeres mayores que se han llegado a ser más amables, amorosos y sabios a medida que han madurado en el Espíritu. Necesitamos buscar la sabiduría de nuestros pastores y ancianos, e incluso de hermanos sabios con quienes aún podríamos estar en desacuerdo.
5. ¿Preferiría mejor sufrir la injusticia? Cuando alguien nos ha criticado, justa o injustamente, en público o en privado, no siempre es necesario responder. El amor cubre una multitud de pecados, nuestro humilde silencio u ofrecer la otra mejilla pueden apartar la ira del otro.
6. ¿Cómo trataré a la persona con la que estoy en desacuerdo? ¿Estamos mostrando amor a nuestro hermano para que el mundo pueda ver que somos discípulos de Cristo? ¿Estamos tratando a nuestro «oponente» como a un hermano en Cristo o como un enemigo de la Iglesia?
7. ¿Estoy involucrando a una audiencia más grande de lo necesario? ¿Es este un asunto público o privado? Además, ¿es un tema fundamental o secundario? ¿Han discrepado sobre este asunto hombres piadosos a lo largo de la historia y, de ser así, cómo debería esto afectar mi tono? ¿Estamos respondiendo a una controversia real o estamos más bien creando una o convirtiendo el asunto en un problema más grande de lo que realmente es?
8. ¿Soy la persona indicada para involucrarme? A menudo tenemos un concepto más alto de nosotros mismos del que deberíamos tener, y rara vez consideramos a los demás como mejores que nosotros. Debemos preguntarnos si es necesario decir algo, y si somos nosotros los indicados para decirlo. El simple hecho de disponer de una plataforma para hablar de un problema no significa que siempre tengamos que usarla.
9. ¿Cuál es mi meta final? ¿Qué aspiramos? ¿Qué verdad estamos defendiendo? ¿Contribuirá nuestra participación a un mayor avance del Evangelio y del amor a Dios y al prójimo? Nuestro objetivo nunca debe ser una mera provocación.
10. ¿Estoy enfocado en la gloria de Dios? ¿Estamos sirviendo al reino de Dios o a nuestro propio reino y reputación? Nuestra meta no es ganar más lectores u oyentes, sino dirigir los ojos de todos hacia Cristo para Su gloria. Si tenemos que involucrarnos en una controversia, hagámoslo única y exclusivamente por el reino y la gloria de Dios, no el nuestro.