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Nota del editor: Esta es la introducción a la serie de artículos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia. Un pastor, a punto de escribir un artículo criticando a otro pastor por su falta de ortodoxia, le escribió a John Newton sobre sus intenciones. A continuación, la respuesta de Newton.
Estimado señor,
Puesto que probablemente que te veas envuelto en una controversia, y tu amor por la verdad está acompañado de un temperamento fuerte, mi amistad me hace preocuparme por ti. Tú estás del lado más poderoso; porque la verdad es grande y debe prevalecer, una persona con habilidades inferiores a las tuyas podría salir al campo confiado en la victoria. Por lo tanto, no estoy angustiado por la batalla en sí; sino que quiero que seas más que un vencedor, y que triunfes, no solo sobre tu adversario, sino sobre ti mismo. Si no puedes ser derrotado, puede que seas herido. Para librarte de aquellas heridas que podrían hacerte llorar por tus conquistas, te presentaré algunas consideraciones que, si las observas debidamente, te servirán como una gran cota de malla; una armadura tal, que no necesitarás quejarte, como lo hizo David de la armadura de Saúl, de que esta sea más incómoda que útil; pues fácilmente percibirás que ha sido extraída de ese gran arsenal provisto para el soldado cristiano, la Palabra de Dios. Doy por sentado que no esperas ninguna disculpa por la libertad que me tomo y, por lo tanto, no te la ofreceré. Por cuestión de metodología, limitaré mi consejo a tres encabezados: respecto a tu oponente, al público y a ti mismo.
Si actuamos en un espíritu equivocado, traeremos poca gloria a Dios, haremos poco bien a nuestro prójimo, y no conseguiremos ni honor ni consuelo para nosotros mismos.
Considera a tu oponente
En cuanto a tu oponente, deseo que antes de que pongas la pluma sobre el papel en su contra, y durante todo el tiempo que estés preparando tu respuesta, puedas encomendarlo con una oración fervorosa a las enseñanzas y la bendición del Señor. Esta práctica llevará tu corazón a amarlo y a compadecerse de él; y tal disposición tendrá una buena influencia en cada página que escribas.
Si lo consideras como un creyente, aunque muy equivocado en el tema sobre el cual debaten, las palabras de David a Joab acerca de Absalón, son muy pertinentes: “Por amor a mí tratadlo bien”. El Señor lo ama y es paciente con él; por lo tanto, no debes despreciarlo, ni tratarlo con dureza. El Señor es paciente contigo de la misma manera, y espera que muestres compasión a los demás, considerando el mucho perdón que tú mismo necesitas. Dentro de poco se verán en el cielo; entonces él te será más querido que el amigo más cercano que tienes ahora en esta tierra. Ten presente ese periodo en tus pensamientos; y aunque puede que consideres necesario oponerte a sus errores, velo personalmente como un alma gemela, con quien serás feliz en Cristo por siempre.
Pero si lo ves como una persona inconversa, en estado de enemistad contra Dios y Su gracia (una suposición que, sin buena evidencia, no deberías estar dispuesto a admitir), él es un más apropiado objeto de tu compasión que de tu enojo. Desafortunadamente, “él no sabe lo que hace”. Pero tú sabes quién te ha hecho tener una opinión diferente. Si Dios, en Su soberana voluntad, así lo hubiera ordenado, tú podrías haber sido como él es ahora; y él, en vez de ti, podría haber sido escogido para la defensa del Evangelio. Ambos eran igualmente ciegos por naturaleza. Si te consideras esto, no le reprocharás ni le odiarás, porque el Señor se ha complacido en abrir tus ojos, y no los suyos.
De todas las personas que se involucran en la controversia, nosotros, que somos llamados calvinistas, estamos más expresamente obligados por nuestros propios principios al ejercicio de la mansedumbre y la moderación. Si, en efecto, los que difieren de nosotros tienen el poder de cambiarse a sí mismos, si pueden abrir sus propios ojos y ablandar sus propios corazones, entonces podríamos, con menos incoherencia, sentirnos ofendidos por su obstinación; pero si creemos lo contrario, nuestra parte consiste en, no luchar, sino en instruir con mansedumbre a los que se oponen. “Por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad”. Si escribes con el deseo de ser un instrumento de corrección de errores, por supuesto que tendrás cuidado de no poner tropiezos en el camino de los ciegos o de no usar expresiones que puedan exasperar sus pasiones, reafirmarlos en sus principios y, por lo tanto, hacer que su convicción, humanamente hablando, sea más impracticable.
Considera a tu público
Al publicar tu escrito, captarás la atención del público, en el que tus lectores pueden estar divididos en tres clases: En primer lugar, aquellos que difieren de ti en principio. Con respecto a ellos, te dirijo a lo que ya he dicho. Aunque tienes los ojos puestos en una persona principalmente, hay muchos que piensan como él, y por eso el mismo razonamiento se mantendrá, ya sea con respecto a una persona o a un millón.
Habrá también muchos a los que les importa muy poco la religión, como para tener una opinión propia establecida, y que, sin embargo, están comprometidos de antemano a favor de aquellos sentimientos que son al menos repugnantes para la buena opinión que los hombres tienen de sí mismos de manera natural. Estos son muy incompetentes como jueces de doctrina; pero pueden formar una opinión tolerable del espíritu de un escritor. Saben que la mansedumbre, la humildad y el amor son las características de un temperamento cristiano; y aunque tienden a tratar las doctrinas de la gracia como meras nociones y especulaciones que, suponiendo que las adoptaran, no tendrían ninguna influencia saludable sobre su conducta; sin embargo, de nosotros, que profesamos estos principios, siempre esperan las disposiciones que corresponden a los preceptos del Evangelio. Son rápidos para discernir cuando nos desviamos de tal espíritu, y se aprovechan de ello para justificar su desprecio por nuestros argumentos. La máxima de las Escrituras de que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios”, es verificada mediante la observación diaria. Si nuestro celo está exacerbado por expresiones de ira, invectiva o desprecio, podríamos pensar que estamos sirviendo a la causa de la verdad, cuando en realidad solo traemos descrédito sobre ella. Las armas de nuestra contienda, y las únicas que son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, no son carnales, sino espirituales; argumentos tomados claramente de las Escrituras y de la experiencia, y respaldados por un discurso tan moderado que persuada a nuestros lectores de que, ya sea que los convenzamos o no, deseamos lo mejor para sus almas y luchamos solo por amor a la verdad. Si podemos convencerlos de que actuamos conforme a estos motivos, hemos ganado la mitad del argumento. Estarán más dispuestos a considerar calmadamente lo que ofrecemos; y si aún así discrepan de nuestras opiniones, se verán obligados a aprobar nuestras intenciones.
Tendrás una tercera clase de lectores, quienes, teniendo el mismo sentir que tú, aprobarán fácilmente lo que propongas, y podrán ser establecidos y confirmados aún más en sus puntos de vista sobre las doctrinas de las Escrituras, por medio de una clara y magistral elucidación de tu tema. Puedes ser instrumental para su edificación si la ley de la bondad y de la verdad regula tu pluma, de lo contrario puedes hacerles daño. Hay un principio del yo que nos dispone a despreciar a los que difieren de nosotros; y a menudo estamos bajo su influencia, cuando pensamos que solo estamos mostrando un celo cada vez mayor por la causa de Dios.
Yo estoy convencido de que los puntos principales del arminianismo surgen del orgullo del corazón humano y se nutren de él; pero me alegraría si lo contrario fuera siempre cierto: que abrazar lo que se llama las doctrinas calvinistas fuera una señal infalible de una mente humilde. Creo que he conocido a algunos arminianos, es decir, personas que por falta de una luz más clara han tenido miedo de recibir las doctrinas de la gracia gratuita, que sin embargo han dado evidencia de que sus corazones estaban en cierto grado humillados ante el Señor.
Y me temo que hay calvinistas que, aunque lo consideran una prueba de su humildad, están dispuestos en palabras a degradar a la criatura y a dar toda la gloria de la salvación al Señor, pero no saben de qué tipo de espíritu son. Cualquier cosa que nos haga creer en nosotros mismos como relativamente sabios o buenos, a fin de tratar con desprecio a aquellos que no se adhieren a nuestras doctrinas, o que no siguen a nuestro grupo, es evidencia y fruto de un espíritu de justicia propia. La justicia propia puede nutrirse tanto de doctrinas como de obras; y un hombre puede tener el corazón de un fariseo, mientras que su cabeza está repleta de nociones ortodoxas de la indignidad de la criatura y de las riquezas de la gracia gratuita. Sí, y añadiría, los mejores hombres no están completamente libres de esta levadura [la justicia propia], y por lo tanto son demasiado dados a complacerse con las representaciones que ridiculizan a nuestros adversarios, y en consecuencia exaltan nuestras propias opiniones. Las controversias, en su mayor parte, se manejan de tal manera que satisfacen su mala disposición en lugar de reprimirla; y, por lo tanto, en términos generales, son poco provechosas. Provocan a quienes deberían convencer y envanecen a quienes deberían edificar. Espero que en tu forma de actuar se perciba un espíritu de verdadera humildad, y que sea un medio para promoverlo en los demás.
Considérate a ti mismo
Esto me lleva, en último lugar, a considerar tu propio interés en lo que te propones hacer. Defender la fe una vez entregada a los santos parece un servicio loable; se nos ordena a luchar seriamente por ella, y a convencer a los que la contradicen. Si alguna vez tales defensas fueron oportunas y convenientes, parecen serlo en nuestros días, cuando los errores abundan por todos lados y toda la verdad del Evangelio se niega directamente o se tergiversa de manera flagrante.
Y sin embargo, encontramos muy pocos escritores de controversia que no hayan sido evidentemente lastimados por ella. O bien crecen en el sentido de su propia importancia, o asumen un espíritu airado y contencioso, o se apartan insensatamente de aquellas cosas que son el alimento y el soporte inmediato de la vida de fe, y gastan su tiempo y sus fuerzas en asuntos que, a lo sumo, tienen un valor secundario. Esto demuestra que aunque el servicio sea honorable, es peligroso. ¿Qué le aprovechará al hombre ganar su causa y silenciar a su adversario, si al mismo tiempo pierde ese espíritu humilde y compasivo en el cual el Señor se deleita, y al cual le ha prometido Su presencia?
No dudo que tu objetivo sea bueno, pero tienes que velar y orar porque encontrarás a Satanás a tu diestra para resistirte; él tratará de socavar tus puntos de vista; y aunque te empeñes en defender la causa de Dios, si no buscas continuamente al Señor para que te guarde, puede que se convierta en tu propia causa, y que despierte en ti esos impulsos que no son congruentes con la verdadera paz interior y que seguramente obstruirán tu comunión con Dios.
Ten cuidado de no admitir nada personal en el debate. Si crees que has sido maltratado, tendrás la oportunidad de demostrar que eres un discípulo de Jesús, “quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba”. Este es nuestro modelo, así que debemos hablar y escribir para Dios, “no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo”, porque para esto fuimos llamados. La sabiduría que viene de lo alto no solo es pura, sino pacífica y amable; y la falta de estas cualidades, como la mosca muerta en la olla del ungüento, estropeará el sabor y la eficacia de nuestras labores.
Si actuamos en un espíritu equivocado, traeremos poca gloria a Dios, haremos poco bien a nuestro prójimo, y no conseguiremos ni honor ni consuelo para nosotros mismos. Si te conformas con mostrar tu inteligencia y con provocar la risa en los que están de tu lado, tienes una tarea fácil; pero espero que tengas un objetivo mucho más noble, y que, consciente de la solemne importancia de las verdades del Evangelio y de la compasión debida a las almas de los hombres, prefieras ser un medio para eliminar los prejuicios de una vez por todas, en lugar de obtener el aplauso vacío de miles. Salid, pues, en el nombre y fortaleza del Señor de los ejércitos, hablando la verdad en amor; y que Él dé testimonio en muchos corazones de que eres enseñado por Dios, y favorecido con la unción de Su Espíritu Santo.