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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo X
Hace algunos años causé no poca consternación cuando me invitaron a hablar en una iglesia sobre la naturaleza del ministerio y comencé mi discurso declarando que realmente no importaba si el pastor era adúltero o no. Como puedes imaginar, esto no era algo que la congregación había escuchado antes y supongo que más de un puñado de los presentes probablemente pensó que el orador se había vuelto loco o simplemente ignoraba los aspectos más básicos de la enseñanza bíblica sobre la naturaleza del liderazgo de la Iglesia.
De hecho, estaba estableciendo un punto importante de una manera que sabía que haría que las personas se sentaran derechas, notaran lo que se había dicho y reflexionaran seriamente sobre sus propias suposiciones acerca del ministerio. Mi punto era este: el poder del ministerio reside en la verdad de la Palabra, llevada al corazón por el Espíritu, y no en las cualidades morales del pastor. Yo mismo aprendí mucho de la teología que aún aprecio, y ciertamente el noventa por ciento de todo lo que sé sobre predicación, de un hombre que dejó a su esposa para vivir en una relación homosexual, y toda la evidencia sugiere que estuvo involucrado en ese estilo de vida mientras yo estaba bajo su ministerio. Si fue la calidad de su vida privada lo que marcó la diferencia, yo tendría que regresar, desaprender y luego volver a aprender todo lo que recibí durante mis años en su iglesia.
Por supuesto, hasta una pequeña reflexión revela la verdad de esto para todos nosotros: si la fe viene por escuchar la Palabra y el carácter moral de quien nos habla esa palabra es lo que hace que la Palabra sea efectiva, entonces, ¿quién de nosotros podría estar seguro de nuestra salvación? ¿Y quién de nosotros se molestaría en hablar la Palabra a otro, sabiendo cuán moralmente lisiados somos nosotros mismos?
Tan cierto como es esto, sin embargo, es probable que el problema que enfrentamos en la Iglesia contemporánea no sea el énfasis excesivo en la calidad moral de los líderes de la Iglesia. Cada año, la lista de pastores atrapados en pecado serio, sexual, financiero y de otro tipo, es sorprendente y deprimente. Igualmente sorprendente y deprimente es la lista de pastores que son restaurados al cargo después de un arrepentimiento superficial y un corto período de disciplina. Probablemente soy duro en estos temas, pero creo firmemente que un anciano adúltero o sexualmente disoluto queda descalificado de su cargo de forma permanente y, francamente, la restauración de aquellos involucrados en otros crímenes públicos debería ser la excepción y no la norma. La restauración del arrepentido a la comunión es un imperativo; la restauración al oficio es un asunto completamente diferente, aunque esto sea difícil de tragar en una época en la que cualquiera puede hacer cualquier cosa sin daños a largo plazo en su carrera, siempre y cuando aparezca en Oprah, llore algunas lágrimas y diga la frase mágica «lo siento».
En el siglo X, la Iglesia produjo uno de los peores ejemplos de un líder eclesiástico inmoral en la persona del papa Juan XII, quien reinó desde el 955 hasta el 964. Durante su mandato, se hacía referencia al Vaticano como algo semejante a un prostíbulo. Tales fueron sus crímenes graves y delitos que, en noviembre del 963, los oficiales de la Iglesia hicieron un intento desesperado de expulsarlo en un sínodo en la basílica de San Pedro, donde Juan fue acusado de sacrilegio, simonía (venta de cargos espirituales por dinero), perjurio, asesinato, fornicación e incesto. Juan se negó a reconocer el sínodo y luego se vengó terriblemente de aquellos que habían tratado de reemplazarlo como papa, haciendo que varios enemigos fueran azotados y mutilados físicamente. Sin embargo, su victoria fue de corta duración, ya que moriría el 14 de mayo del 964, poco más de una semana después de sufrir un derrame cerebral (al menos según los rumores) mientras cometía un acto de fornicación.
Juan XII es un ejemplo extremo de un líder eclesiástico corrupto, tanto por el alcance de sus crímenes como por cualquier otra cosa, aunque es discutible que la grandeza de sus acciones malvadas fue simplemente el resultado de su mayor poder y oportunidad para tal inmoralidad comparado a muchos que vinieron después de él. Ahora bien, si Juan hubiera predicado el evangelio, no hay duda de que el evangelio aún habría sido efectivo, ya que, como señalamos anteriormente, la Palabra de Dios es poderosa por lo que es, no porque la persona que habla sea un superhéroe moral. Sin embargo, Juan fue una desgracia para la Iglesia y no hay duda de que, sin importar los motivos de aquellos que intentaron expulsarlo de su posición, ellos estaban haciendo lo correcto.
¿Por qué? Si el poder del evangelio no depende del comportamiento moral, ¿por qué el soborno, el adulterio e incluso el asesinato impiden que alguien sea un líder de la Iglesia? Bueno, la respuesta simple es, por supuesto, que Pablo enumera un conjunto completo de características, la mayoría de ellas relacionadas con la moral, el carácter y la reputación, como vitales en un anciano o pastor. Así, en Tito 1, por ejemplo, el candidato al oficio de anciano debe ser irreprochable, felizmente casado con una mujer, con buenos hijos que se comportan como es debido en un hogar cristiano. No debe ser arrogante ni tener lo que los estadounidenses llaman «problemas de manejo de ira». No debe ser codicioso o ambicioso, sino hospitalario, en control de sí mismo, honesto, etc. Es importante notar que Pablo no está exigiendo perfección, porque entonces nadie calificaría; lo que básicamente está pidiendo es que un anciano sea una persona decente, honorable y de buena reputación, dentro y fuera de la iglesia.
Aunque Pablo no hace esto explícito, debe quedar claro que la razón para esto es asegurarse de que los ancianos no traigan escándalo público al nombre de Cristo ni extravíen a los que han sido puestos bajo su supervisión pastoral. Esta es la razón por la cual el comportamiento de los pastores y los ancianos es tan importante: no es que esto les dé algún tipo de poder mágico a su predicación y enseñanza, sino que son los representantes más visibles, dentro y fuera de la iglesia, de cómo un cristiano (un seguidor de Cristo) se conduce.
Esto tiene implicaciones prácticas para todos nosotros. Primero, está bastante claro que Pablo supone que el típico anciano o pastor será una persona de mayor edad, una persona que ya se ha establecido en la iglesia y en la comunidad en general como alguien cuya vida y carácter coinciden con los descritos por Pablo. Por supuesto, no es imprescindible que el anciano esté casado o que sea padre (es dudoso que Pablo lo fuera), pero el que Pablo incluyera esas cualificaciones habla del tipo de persona que normalmente asumirá la tarea: mayor, maduro, con un historial comprobado de liderazgo competente en su hogar. El hecho de que Pablo tuviera que decirle a Timoteo que no permitiera que nadie lo despreciara por su edad, por supuesto, indica que el cargo no está restringido a hombres mayores. Sin embargo, el hecho de que tenga que dar una instrucción de este tipo indica claramente que esa debería ser la expectativa estándar y que la juventud de Timoteo lo convertía en una excepción. La mayoría de los pastores deben ser hombres que hayan demostrado su valía en todas las áreas públicas de sus vidas en otros lugares antes de ser colocados en puestos de ancianos.
En segundo lugar, aunque no deberíamos exigir la perfección de nuestros líderes, debemos colocar el estándar bastante alto. Hay muchos hombres que tienen la cabeza llena de conocimiento teológico, pero el conocimiento no es lo mismo que el tipo de madurez y reputación que Pablo ve como no negociable. Las cuestiones de conocimiento teológico son importantes, pero esta no es una situación de escoger entre una cosa o la otra, sino más bien una en la cual ambas deben estar presentes. Los candidatos a ancianos y pastores necesitan conocer su teología, pero también deben ser de buena reputación dentro y fuera de la iglesia, tratar a sus esposas con respeto, tener hijos que no sean problemáticos e interesarse por las personas. Ser anciano debe ser un gozo, pero también es un trabajo duro y conlleva una inmensa responsabilidad.
En última instancia, el problema de Juan XII era que estaba interesado en el liderazgo de la Iglesia por lo que podía obtener: dinero, poder y sexo. Según mi entendimiento, su enseñanza hubiera podido ser buena y sólida. Lo que está claro, sin embargo, es que a quien busca un oficio en la iglesia para beneficio y ganancia personal, nunca se le debe permitir estar ni a un millón de millas de un púlpito o una reunión de ancianos, ya que al tratar de traer gloria a sí mismo, solo trae desgracia pública sobre la Iglesia y sobre el nombre de Aquel que la compró con Su sangre.