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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: El Sermón del monte
No recuerdo cuándo escuché por primera vez la afirmación: «La iglesia está llena de hipócritas», pero sí recuerdo haberme preguntado: ¿Será cierto? ¿Está la iglesia realmente llena de hipócritas? A lo largo de los años he considerado la acusación, incluso teniendo en cuenta la frecuencia con la que algunos cristianos alegremente la aceptan, y he llegado a la conclusión de que la acusación no solo es falsa, sino totalmente inútil e inapropiada.
Es cierto que hay personas en la iglesia que se hacen llamar cristianas y que, de hecho, no son verdaderos cristianos. Y aunque es cierto que todos podemos en ocasiones actuar de forma hipócrita, no somos hipócritas por definición. Hay muchas diferencias entre un cristiano y un hipócrita. Un hipócrita es un actor, un farsante de dos caras. Un hipócrita es alguien que finge ser lo que nunca tiene la intención de ser. Los cristianos no somos hipócritas, somos pecadores arrepentidos. Incluso cuando actuamos como hipócritas, el Espíritu Santo nos da convicción, confesamos nuestro pecado y nos arrepentimos de él mientras procuramos no volver a actuar, hablar o pensar hipócritamente. Los hipócritas, por otro lado, fingen ser algo que no son, incluso fingen estar arrepentidos de su hipocresía. Como cristianos, sabemos que somos pecadores, pero los hipócritas fingen que no lo son. Los hipócritas y los cristianos pecan, pero solo los hipócritas intentan ocultarlo para que los demás no lo sepan. Los hipócritas aman solo a los que los aman, pero los cristianos aman a los que los odian. Los verdaderos cristianos aguardan con ansias ir al culto el domingo, pero los hipócritas buscan cualquier excusa para quedarse en casa. Un hipócrita se pregunta: ¿Cuán poco puedo dar sin pasar desapercibido? El cristiano se pregunta: ¿Qué tanto puedo dar y pasar desapercibido? Los hipócritas aman principalmente lo que Dios puede hacer por ellos, pero los cristianos aman a Dios por quién Él es. Como cristianos, odiamos cualquier hipocresía que aceche en nuestros corazones, motivos o acciones, pero los hipócritas se deleitan en su fingimiento, esperando que nadie descubra lo que realmente son.
En el Sermón del monte, Jesús nos enseñó no solo cómo actuar, sino también quiénes somos como ciudadanos del reino de Dios. Nos explicó que la vida en el reino no consiste simplemente en nuestras acciones externas, sino en las actitudes e intenciones del corazón. Nos dijo que, mientras seamos la luz del mundo y la sal de la tierra, debemos hacer buenas obras para que el mundo las vea y glorifique a nuestro Padre que está en los cielos, pero que no debemos hacer nuestras buenas obras para que otros nos vean. A lo largo del Sermón del monte, Jesús nos enseñó el camino del reino. Nos enseñó lo que significa ser un cristiano genuino cuyas obras justas son mayores que las del fariseo, porque las obras del fariseo son hechas hipócritamente para sí mismo, para su propio reino y para su propia gloria en lugar del reino y la gloria de Dios.