


El contexto grecorromano del mundo judío
23 junio, 2022


Una mujer ordinaria con una fe extraordinaria
25 junio, 2022El evangelio en los evangelios


Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Los evangelios
Responde rápidamente. ¿Qué son los evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan)? Se acabó el tiempo. ¿Has respondido: «Los evangelios son las biografías de Jesucristo»? Cuando leemos los evangelios solo como biografías, básicamente los vemos como árboles separados del grandioso bosque. Hay una manera mucho mejor de leerlos y escucharlos. Los evangelios son biografías, pero son interpretaciones teológicas de la vida de Jesucristo con el propósito de proclamar la venida del rey de Israel y la inauguración de Su reino sobre toda la tierra.
Cuando se leen así, se puede leer el evangelio en los evangelios como el anuncio del cumplimiento de las promesas de los profetas. Entre sus promesas estaba la de un rey que vendría a Israel, como el Señor prometió a Abram (Gn 17:6), a Judá (Gn 49:10), a David (2 Sam 7:12-13), y al pueblo de Dios a través del canto de Salomón (Sal 72) y la profecía de Zacarías (Zac 9:9). Cuando este rey viniera, introduciría un reino de paz para todas las naciones (Is 2:2-4, 9:1-7). En las narrativas de los evangelios vemos en todo Su esplendor a este rey venidero y Su reino.


La entrada del rey y Su reino se expresa en el relato del nacimiento de nuestro Señor. En la genealogía de Jesús se le describe como «hijo de David» (Mt 1:1). Las catorce generaciones desde Abraham hasta David se dirigieron hacia el gran rey y el reino de Israel (1:2-6), mientras que las catorce generaciones desde David hasta Babilonia se alejaron del reino de ese glorioso rey (1:7-11). Con la venida de Jesús, las catorce generaciones desde Babilonia hasta Cristo son una restauración de la realeza y el reino davídicos (1:12-16). La verdadera identidad de este niño se muestra en los viajes de los «magos del oriente» (2:1) que viajaron para encontrar al que ha nacido como rey de los judíos para «adorarle» (2:2).
Juan anunció la llegada de este rey, predicando: «El reino de los cielos se ha acercado» (3:2), mientras que la propia predicación de nuestro Señor en la sinagoga se caracterizó por el anuncio de Su reino (4:17). A lo largo de Su ministerio, Jesús predicó «el evangelio del reino» (4:23, 9:35; Lc 16:16), una frase que significa que el reino es el tema del evangelio. Nuestro Señor predicó Sus parábolas para comunicar a Sus discípulos «los misterios del reino de los cielos» (Mt 13:11, ver también los vv. 19, 24, 31, 33, 38, 41-45, 47, 52). Jesús utilizó Su identidad como rey para confundir a los fariseos, preguntándoles: «¿Cuál es vuestra opinión sobre el Cristo? ¿De quién es hijo? Ellos le dijeron: De David» (22:42). A continuación, Jesús señaló que en el Salmo 119, David «en el Espíritu le llama [al Cristo] “Señor”, diciendo: “DIJO EL SEÑOR A MI SEÑOR”» (Mt 22:43-44a). La conclusión de Jesús fue magistral, dejando a los fariseos sin palabras: «Pues si David le llama “Señor”, ¿cómo es Él su hijo?» (22:45).
Incluso el relato de la pasión trata del rey y Su reino, no del triste final de una biografía. Cuando el sumo sacerdote Caifás interrogó a Jesús, le dijo: «Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (26:63). Jesús respondió: «Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis AL HIJO DEL HOMBRE SENTADO A LA DIESTRA DEL PODER, Y VINIENDO SOBRE LAS NUBES DEL CIELO» (26:64). Sin embargo, este rey sufriría primero las burlas: «¡Salve, Rey de los judíos!», con un manto escarlata sobre Su espalda, una corona de espinas sobre Su cabeza y una caña en Su mano (27:28-29). Incluso sobre Su cabeza se colocó un cartel: «ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS» (Mt 27:37). Sin embargo, como deja claro el Evangelio de Juan, a través de la humillación nuestro Señor experimentó la exaltación: «Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo» (Jn 12:32).
Por supuesto, la resurrección de nuestro Señor es la prueba más poderosa de Su realeza y del evangelio del reino: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28:18). La razón de esto, como dijo Santiago en el concilio de Jerusalén, fue que la resurrección fue el levantamiento de la tienda caída de David (Hch 15:13-18; ver Am 9:11-12). El rey ha venido y establecido Su reino como los profetas predijeron.
¿Cómo debería afectarnos esta forma de leer los evangelios? En primer lugar, debería hacernos leer los evangelios con más urgencia, porque el rey ha venido y Su reino está cerca. La palabra característica de Marcos, «enseguida», nos muestra la fuerza de la lectura y de la asimilación de su mensaje (Mr 1:12, 18, 21, 23, 29, 42). En segundo lugar, puesto que los evangelios no son meras biografías, no han de leerse desde lejos, como si solo fueran relatos de lo que ocurrió «hace mucho tiempo, en un país muy lejano». Hemos de participar en estas narraciones por la fe: «Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre» (Jn 20:30-31). En tercer lugar, los predicadores tienen que predicar los evangelios no como elementos históricos, tampoco como principios para una vida cristiana victoriosa, ni como escaparate en los servicios de Semana Santa, sino como relatos urgentes de la inauguración de un reino eterno que nuestro rey ha establecido en este mundo. Los ministros deben predicar el evangelio desde los evangelios y no convertirlos en nuevas leyes.