Nota del editor: Este es el octavo de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido.
El Salmo 110 tiene la distinción de ser el texto del Antiguo Testamento citado con más frecuencia en el Nuevo Testamento. Escrito por el rey David, el Salmo 110 es un salmo de realeza que profetiza la ascensión y el gobierno de un futuro rey mesiánico. Este rey, dice David, vendrá en el poder del Señor (Sal 110:2) y establecerá el gobierno de Dios en toda la tierra (v. 5). Él juzgará entre las naciones (Sal 110:6), derrotará los enemigos de Dios (Sal 110:1, 6), y reunirá al pueblo de Dios para Sí mismo (Sal 110:3). Y en un pasaje particularmente sorprendente, David incluso llama a este rey «mi Señor» (Sal 110:1), reconociendo la superioridad de su descendiente real.
En el centro de esta extraordinaria profecía aparece uno de los personajes más misteriosos del Antiguo Testamento. David dice: «El Señor ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (Sal 110:4). Melquisedec aparece solo una vez más en el Antiguo Testamento. Después de que Abraham derrotó a los cuatro reyes del Oriente y rescató a su sobrino Lot, se encontró con Melquisedec, quien es identificado como el rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo (Gn 14:18-20). David encuentra en este misterioso personaje un presagio de la persona y obra de Jesucristo como el Gran Rey y el Gran Sumo Sacerdote de Su pueblo.
En Jesús, el máximo Rey Sacerdote, encontramos a un Dios que conoce nuestros pesares, que ha cargado con nuestro pecado, y que gobierna sobre nosotros como nuestro Señor misericordioso.
Sacerdote real
Era común que los reyes del mundo antiguo fungieran también como sacerdotes. Ellos gobernaban no solo en el ámbito civil sino también en el ámbito sagrado. Sin embargo, para Israel tal sacerdote-rey era una imposibilidad. Dios había dado el reinado a la tribu de Judá (Gn 49:9-10), y específicamente al linaje de David (2 Sam 7:12-16). Pero el sacerdocio, lo confió exclusivamente a la tribu de Leví, y específicamente a los descendientes de Aarón. (Nm 17).
No obstante, David comprendió que el rey mesiánico de Israel gobernaría sobre todas las cosas, incluyendo el ámbito sagrado reservado para los sacerdotes. Pero, ¿sobre qué premisa podría el rey de Israel servir también como sacerdote? Después de todo, ¿no fue rechazado el rey Saúl por ejercer prerrogativas sacerdotales (1 Sam 13:13-14)? David halla en Melquisedec no solo la base para otro sacerdocio sino la esperanza de un mejor sacerdocio. Siguiendo un razonamiento similar, el autor de Hebreos señala que Abraham dio una décima parte de su botín a Melquisedec y recibió de él una bendición como expresiones claras de la superioridad de Melquisedec sobre Abraham (Heb 7:4-10). Y si Melquisedec es superior a Abraham, ciertamente es superior a Leví, el descendiente de Abraham. Melquisedec, cuyo nombre significa «rey de justicia», por lo tanto representa un mejor sacerdocio, en parte, porque el suyo es un sacerdocio real. Prefigurando el ministerio de Jesús, Melquisedec fue tanto sacerdote como rey.
Hay un maravilloso estímulo para los creyentes en el hecho de que Jesús una los oficios de rey y sacerdote. Si Jesús fuera solo un Rey, podríamos vivir con temor de Su justo juicio. Pero la buena noticia es que este Rey justo que gobierna sobre Su pueblo es también el Sumo Sacerdote que se ofrece a Sí Mismo como su sacrificio expiatorio y permanece como su Mediador ante el Padre. De hecho, debido a que tenemos tal Sumo Sacerdote, Él puede «compadecerse de nuestras flaquezas» (Heb 4:15) y podemos «[acercarnos] con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna» (Heb 4:16). En Jesús, el máximo Rey Sacerdote, encontramos a un Dios que conoce nuestros pesares, que ha cargado con nuestro pecado, y que gobierna sobre nosotros como nuestro Señor misericordioso.
Sacerdote eterno
El sacerdocio de Jesús es también superior al sacerdocio levítico porque es un sacerdocio eterno. David dice: «El Señor ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre» (Sal 110:4). A diferencia de los sacerdotes levíticos, para quienes la genealogía era esencial a fin de establecer su legitimidad, no hay registro de la genealogía de Melquisedec en el Génesis ni en ningún otro lugar. No hay registro de su nacimiento o muerte, su linaje o sus descendientes. Como el autor de Hebreos astutamente observa, la presentación de Melquisedec en Génesis 14 le da una cualidad eterna, una cualidad que prefigura el carácter eterno del sumo sacerdocio de Jesús (Heb 7:3).
Una de las desventajas del sacerdocio levítico era que los que servían como sacerdotes estaban todos sujetos a la desafortunada condición de tener que morir. De modo que, así como había una necesidad constante de nuevos sacrificios para Israel, así también había una necesidad constante de nuevos sacerdotes. Pero el sacerdocio de Jesús es diferente. Es sacerdote para siempre. Debido a Su impecabilidad, aun después de Jesús ofrecerse a Sí mismo como el sacrificio perfecto y final, la muerte no pudo retenerlo (Heb 7:16). Y por lo tanto, está siempre a la diestra del Padre.
Para los creyentes en Cristo, el sumo sacerdocio eterno de Jesús debe ser una fuente diaria de consuelo. Es un recordatorio de que cuando olvidamos a Dios, Él no nos ha olvidado a nosotros. Cuando nosotros, por nuestra desobediencia, abandonamos a Dios, podemos saber que Él no nos ha abandonado (Heb 13:5). Tenemos un Mediador perfecto en el cielo que aboga por los méritos de Su propia sangre derramada por nosotros, trayéndonos de regreso a Dios a través del arrepentimiento y la fe en solo Él. El Salmo 110 anticipa y celebra el advenimiento de este Rey-Sacerdote eterno, Jesucristo.
El Dr. Stephen M. Coleman es profesor asistente de Antiguo Testamento en Westminster Theological Seminary en Filadelfia e investigador principal en el Centro J. Alan Groves para la Investigación Bíblica Avanzada.
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