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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Tiempo
Mientras escribo este artículo en mi salón de estudio, estoy viendo una foto que cuelga en la pared sobre mi escritorio. La foto mira hacia abajo sobre todo lo que hago. Mi esposa tomó esta foto, la amplió y la colocó en un bonito marco de roble. Recuerdo el día en que le pedí que tomara esa foto. Vivíamos en Dallas y el sol brillaba, como siempre lo hace en las tardes de Dallas. Disfrutamos de un sábado de exploración mientras paseábamos por la ciudad con su nueva cámara en mano. Simplemente le acompañé en el paseo, sirviendo como su asistente.
Mientras caminábamos por una calle, vi un campanario en una iglesia grande. El capitel se elevaba en el aire y dominaba en el cielo, imponiéndose sobre todo lo que estaba debajo. Un reloj adornaba la parte superior del campanario y en la cara del reloj habían tres palabras en letras negras. A petición mía, mi esposa tomó una foto de la cara del reloj: esa es la foto que está encima de mi escritorio. Los números del reloj son números romanos; la manecilla corta apunta al número cuatro y la manecilla larga muestra algunos tics más allá del número doce. Las tres palabras en la cara del reloj resaltadas en negritas son simples: la noche viene. Son tomadas del Evangelio de Juan. Jesús le dice a Sus discípulos: «Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar» (Jn 9:4). La noche viene. Esa foto se encuentra encima de mi escritorio como un recordatorio: «Aprovecha el tiempo al máximo, Jason, porque la noche viene cuando terminará tu tiempo de hacer obra alguna para el reino».
Este principio resulta necesario para los cristianos en nuestro trabajo, nuestro descanso, nuestro juego e incluso en nuestras relaciones. Queremos hacer el mejor uso de nuestro tiempo, porque la noche viene cuando ya no se podrá hacer más por el bien del reino en esta vida. ¿Has pensado sobre esto con respecto a tus relaciones con los demás?
Como individuos limitados por el tiempo, nos involucramos en relaciones con otros individuos limitados por el tiempo. Tenemos solo una cantidad limitada de años, días, horas y minutos para invertirlos en las vidas de otros. Y vale la pena invertir en ellos. Muchas de las cosas en las que gastamos nuestras energías y tiempo desaparecen y no duran, pero la gente sí. Por lo tanto, resulta importante considerar el uso de nuestro tiempo en estas relaciones. Lo sabemos. ¿Con cuánta frecuencia un padre o una madre joven ha escuchado a una persona mayor decirle «atesora esos años con tu hijo; pasan demasiado rápido»? ¿Con cuánta frecuencia nos vienen a la mente los seres queridos que hemos perdido? Y pensamos en si tan solo hubiéramos tenido tiempo para una breve conversación más con ellos.
Al considerar el buen uso del tiempo en nuestras relaciones con los demás, es provechoso pensar detenidamente en la cuadrícula de cantidad y calidad de tiempo. Algunos defienden la cantidad de tiempo en oposición al tiempo de calidad en nuestras relaciones. Otros abogan por la calidad sobre la cantidad. Sin embargo, ambas son importantes.
La cantidad de tiempo con los demás importa. Primero, muestra lo que amamos. Un adolescente jugará con la pelota de baloncesto durante horas hasta que la luz del sol desaparezca porque ama el juego. Un aprendiz dedicará años a aprender un oficio. Un abogado analizará los libros minuciosamente por días para conseguir información sobre su escrito legal. Dedicamos tiempo a lo que creemos que es importante.
Si un esposo llega del trabajo a la casa cada noche, se sienta frente al televisor y solo encuentra un minuto aquí o allá entre los comerciales para hablar con su esposa, no importa cuánto diga que la ama, sus acciones demuestran algo más. Ella lo siente y lo sabe. Pasamos tiempo como sea que podamos con aquellos que amamos. Las circunstancias no siempre lo permiten. Pero a medida que la vida nos brinda la oportunidad, la aprovechamos.
En segundo lugar, pasamos mucho tiempo con aquellos a quienes deseamos influir, moldear o impactar. La primera iglesia en la que tuve el honor de trabajar fue una iglesia de tamaño mediano en una zona rural de Carolina del Norte. Como ha sido mi práctica en todas las iglesias en las que he asistido o servido, pasé los primeros seis meses buscando a los miembros más viejos de la congregación. Encuentro que hay pocas cosas más importantes que conocer la historia de la iglesia a la que perteneces. El pasado informa el presente.
En mis conversaciones, siempre escuchaba un nombre en particular: Simón. Cada persona mayor de la congregación parecía incapaz de contar la historia de la iglesia sin mencionar el nombre de Simón. Al principio, pensé que debía haber sido uno de los primeros pastores. Sin embargo, ese no fue el caso. Todos decían lo mismo de Simón: era pequeño de estatura, marcado por un comportamiento humilde, siempre se mostraba reacio a hablar en público, servía entre bastidores y era considerado un laico muy «ordinario».
Sin embargo, Simón tuvo un impacto duradero en la vida de la iglesia. ¿Cómo? Los domingos, Simón invitaba a hombres jóvenes de la iglesia para caminatas vespertinas en el día del Señor. Mientras caminaban por el bosque, les hablaba sobre árboles, plantas, aves y Cristo. Cada domingo pasaban horas y horas de esta manera. No había una agenda semanal en particular, ni planes ni predicación; simplemente un hombre mayor que pasaba gran cantidad de tiempo con hombres jóvenes, proveyendo al Señor la oportunidad de obrar en Sus formas aparentemente simples para fines profundos. Al considerar a los ancianos de esta iglesia ahora, unos cuarenta años más tarde, casi dos tercios de ellos apuntaron al tiempo que pasaron con Simón los domingos por la tarde como la mayor influencia espiritual moldeadora en sus vidas. Las vidas que interactúan juntas se impactan mutuamente y eso a menudo toma tiempo.
Ciertamente es instructivo que el Señor Jesús pasara tres años con los discípulos antes de Su crucifixión. Él pudo simplemente haberlos llamado en las pocas semanas o en los últimos días previos a Su entrada triunfal a Jerusalén. Pero se requería algo más. Los minutos, horas, días, meses y años que los discípulos pasaron con el Señor Jesús los instruyeron en todo lo que debían hacer. Los instruyó, no solo con Sus palabras sino con Su vida, y eso tomó tiempo.
El tiempo de calidad también resulta esencial para las relaciones significativas. La intencionalidad importa. Pasar horas en el gimnasio sentado en un banco de entrenamiento y mirando tu teléfono no producirá aptitud física sino flacidez. La cantidad de tiempo mengua sin la calidad requerida. Como cristianos, reconocemos que nuestra cantidad de tiempo es limitada para servir al Señor productivamente. Queremos más relaciones saludables que relaciones flácidas porque la noche viene. Por lo tanto, queremos tanto calidad como cantidad de tiempo en nuestras relaciones.
Con los incrédulos, deseamos y apuntamos a que esas relaciones se muevan hacia una conversación espiritual. Apreciamos a los demás como portadores de la imagen de Dios, por lo que nuestra relación con ellos está dirigida a algo más que disfrutar de buena comida y unas cuantas risas. Buscar y aprovechar oportunidades para su bien eterno da forma a nuestras interacciones. Y francamente, no sabemos si tenemos un mañana, y ellos mucho menos. Por lo tanto, buscamos ser intencionales en comunicarles la belleza y gloria del evangelio y la oferta gratuita de salvación.
Con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, deseamos que el Señor nos use para animarlos a crecer a imagen de Cristo, aun cuando creemos que ellos están en nuestras vidas para moldearnos a nosotros a imagen de Cristo. Por lo tanto, las conversaciones no pueden quedarse siempre en un nivel superficial. Queremos poner nuestras mentes juntas en las cosas celestiales. Queremos hablar sobre las cosas de Dios, orar juntos y estudiar juntos la verdad de Dios. Hemos sido salvos no solamente para Cristo, sino también los unos para los otros. Y la forma en que enfocamos nuestras relaciones con los hermanos y hermanas en Cristo habla de cuán seriamente creemos en esa verdad.
Con nuestra familia, deseamos ver a Cristo exaltado en nuestros hogares y en nuestra vida en común. Creemos que una familia cristiana significa más que simplemente colocar una placa en nuestro hogar que diga «pero yo y mi casa, serviremos al SEÑOR» (Jos 24:15). Tener lemas está bien; pero vivirlos es mejor. Nuestro objetivo es ver a Cristo como el centro de nuestra vida familiar. Eso significa que para nosotros algunos momentos son más valiosos que otros. Los tiempos de calidad pasados en adoración familiar, hablando de la vida desde una perspectiva cristiana, orando juntos antes de dormir, sirviendo a otros en el cuerpo de Cristo y asistiendo a la adoración corporativa son momentos que atesoramos.
Y mientras buscamos vivir de manera significativa con otros, tanto en cantidad como en calidad de tiempo, confiamos y esperamos en que el Señor obrará. La parábola de la semilla en Marcos 4:26-29 es un recordatorio provechoso sobre nuestras relaciones. El tiempo bien invertido con los demás nunca es una pérdida. No siempre podemos ver de inmediato lo que produce el tiempo invertido, pero esa es parte de la gloria de la obra del Espíritu. El granjero va al campo, esparce las semillas en el suelo y se va a dormir. Esa es su tarea. Si está buscando gratificación inmediata por el arduo trabajo de un día, no encontrará ninguna. Pero cuando el agricultor se acuesta a dormir, el Señor obra. Esto es a menudo lo que ocurre en nuestras relaciones con los demás. Con el tiempo, el Señor obra poderosamente. Las horas interminables o los minutos invertidos en relaciones con los demás producen una cosecha «mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef 3:20). Si el agricultor se va a la cama desanimado esa noche por no ver una cosecha, sería un tonto. No es así como funciona la agricultura. Y tampoco es así como funcionan las relaciones. Ellas merecen el tiempo, tanto cuantitativa como cualitativamente. Invirtamos correctamente y luego descansemos. El Señor está obrando. Podemos confiar en eso. Usemos nuestro tiempo sabiamente en las relaciones con los demás porque la noche viene.