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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIV
En el siglo XIV floreció el misticismo, un movimiento que ha tenido influencia en la iglesia hasta nuestros días. El misticismo afirma la posibilidad terrenal de una unión personal e inmediata del alma con el ser de Dios mismo. Ofrece un conocimiento directo de Dios mediante experiencias y estados mentales extraordinarios.
El misticismo en su conjunto no es exclusivo del cristianismo, ya que se encuentra en religiones y filosofías de todo el mundo. El misticismo cristiano afirma tener sus raíces en las Escrituras, pero también recibió la influencia de la filosofía neoplatónica a través del autor Pseudo Dionisio Areopagita y del filósofo escolástico Juan Escoto Erígena, traductor de Pseudo Dionisio en el siglo VIII.
El siglo XIV produjo los teólogos místicos dominicos Maestro Eckhart, Juan Taulero y Enrique Susón. Curiosamente, el libro místico Theologica Germanica influyó en cierta medida a Martín Lutero. Gerardo Groote, un místico holandés, fue el fundador de los Hermanos de la Vida Común, considerados como precursores de la Reforma. Entre los místicos ingleses se encuentra Juliana de Norwich. Otras místicas contemporáneas fueron Catalina de Siena y Teresa de Jesús.
Causas
El misticismo cristiano surgió a partir de otras prácticas en la historia de la iglesia que tienen cualidades «mágicas» e irreales, que hacen que dichas prácticas sean altamente sospechosas o poco ortodoxas. Estas prácticas incluyen el ascetismo, la superstición sacramental y la interpretación alegórica de la Escritura.
El primero de estos precursores del misticismo cristiano es el ascetismo, que consiste en el rechazo radical del mundo físico. Al igual que el misticismo cristiano, el ascetismo tomó su impulso de la filosofía neoplatónica.
Luego, las supersticiones surgieron de la influencia de las religiones de misterio grecorromanas, como el culto a Mitra e Isis, que influyeron en la iglesia con creencias místicas y mágicas sobre el poder de los rituales especiales. Estas creencias afectaron la visión cristiana sobre los sacramentos y las reliquias de los mártires y héroes de la iglesia.
En tercer lugar, la interpretación bíblica alegórica surgió de la creencia en una exégesis cuádruple de la Escritura. Es decir, en lugar de un enfoque histórico centrado en Cristo, se pretendía que la Biblia tuviera significados ocultos que transmitían conocimientos metafísicos y escatológicos secretos.
¿Qué impulsó este deseo de experimentar lo extraordinario y de alcanzar nuevos niveles de conciencia? Un factor fue la mala interpretación de la Biblia. Por ejemplo, 2 Pedro 1:4 dice que Dios hace a los cristianos «partícipes de la naturaleza divina». Este pasaje podría ser sobreespiritualizado si se lee fuera de contexto. Además, pasajes como la transfiguración (Mt 17:1-13), la descripción de Pablo de la experiencia de un alma en el tercer cielo (2 Co 12:2) y la visión de Juan en el Apocalipsis —cuando se interpretan mal— conducen a una mezcla involuntaria del cristianismo bíblico con experiencias místicas y filosofías no cristianas y paganas.
Otra causa a tener en cuenta tiene que ver con el contexto medieval del misticismo cristiano. Ese contexto fomentó el misticismo cristiano gracias a eventos como las plagas y las altas tasas de mortalidad, las persecuciones de la herejía, las Cruzadas y la opulencia de la iglesia. ¿Por qué? Porque el misticismo cristiano ofrecía el «retiro» de un mundo a menudo abrumador, hostil y confuso. Se centraba en experiencias internas subjetivas, permitiendo al místico desentenderse o ignorar el mundo exterior.
Prácticas y técnicas
El movimiento monástico, en el que muchos cristianos abandonaron las ciudades para fundar monasterios, seguía siendo una fuerza importante en el siglo XIV. A medida que el movimiento monástico se extendía, ofrecía a sus seguidores un riguroso programa de contemplación devocional que a menudo permitía y fomentaba las experiencias místicas. Por ejemplo, los místicos solían disciplinarse mediante peregrinaciones y ayunos, y mediante formas más radicales de ascetismo, como el ayuno extremo, la privación del sueño y la autoflagelación. Su búsqueda del éxtasis religioso los llevaba a rechazar la primacía de la mente y a centrarse en el «vaciado» de la misma mediante la repetición constante de una oración.
Los místicos solían acercarse a sus experiencias de dos maneras diferentes para entender a Dios. Una consistía en intentar comprender a Dios declarando lo que Él no es, y la otra en afirmar lo que es. Cada uno de estos métodos era inherentemente especulativo. Ninguno de ellos partía de la revelación bíblica; más bien, el alma humana buscaba conocer a Dios mediante sus propias experiencias internas, no racionales, lo que a menudo era meramente hipotético y podía ser problemático cuando no se basaba en la Escritura.
Teólogos
Los místicos del siglo XIV tenían acercamientos distintivos a su misticismo. Gregorio Palamás, en Oriente, abogaba por el retraimiento para buscar a Dios por medio de la oración. Utilizó el dictum de Atanasio de que «Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera hacerse Dios». Afirmaba que este dictum permitía un tipo de deificación del hombre que se diferenciaba del panteísmo. Para Palamás, Dios seguía siendo Dios, mientras que el hombre participaba de las energías divinas. Palamás desarrolló prácticas que incluían recitaciones místicas de palabras sagradas unidas a una postura específica.
Por otro lado, la visión del Maestro Eckhart sobre el conocimiento inmediato de Dios implicaba que el místico se convertía en la naturaleza divina. Creía que la «chispa del alma» dada por Dios es la imagen de Dios en el hombre. Esta permite la contemplación de las verdades eternas, lo que da lugar al «nacimiento de Dios en el alma». Para Eckhart, esto solo puede producirse renunciando a uno mismo y a este mundo. La unión con Dios sigue para que el místico experimente la vida de Dios y la gloria de Su naturaleza. En esta unión, el alma participa de la naturaleza divina y se convierte en divina. Este conocimiento, afirmaba Eckhart, es demasiado grande para definirlo en palabras y solo se conoce en unidad pura con lo divino. Además, esta «visión beatífica» es efímera y solo se hace permanente en la eternidad. El papa condenó posteriormente las afirmaciones panteístas de Eckhart.
El legado del misticismo medieval
La teología mística no desapareció al final de la época medieval, sino que reapareció en épocas posteriores de la historia de la iglesia. Diversos individuos como Ignacio de Loyola, Kaspar Schwenkfeld von Ossig y algunos puritanos ingleses tuvieron énfasis místicos.
Además, varias tradiciones protestantes han practicado el misticismo o han estado abiertas a las experiencias místicas. Entre ellas se encuentran los pietistas, los cuáqueros, los pentecostales y los carismáticos. Además, el «padre del liberalismo protestante», Friedrich Schleiermacher, sostenía que la experiencia religiosa es el corazón de la religión cristiana.
En el siglo XX, el misticismo traspasó las fronteras religiosas y filosóficas, por la forma en que lo representaron el teólogo alemán Rudolf Otto, el psicólogo estadounidense William James, el filósofo judío Martin Buber y el filósofo francés Pierre Teilhard de Chardin. Todos ellos fueron influenciados por el misticismo cristiano del siglo XIV.
Salvaguardas contra los peligros
Para el cristiano, la experiencia mística nunca puede sustituir a la Palabra de Dios revelada. La Palabra es nuestra propia verdad revelada y debemos ser escépticos cuando alguien —ya sea en el siglo XIV o en la actualidad— pretenda describirnos su propia verdad personal sobre Dios. «Vaciar» la mente y adorar a Dios mediante una experiencia no cognitiva es no amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas. Dios nos llama a adorarle con todo nuestro ser.
La salvaguarda contra los excesos, las supersticiones autoinmoladoras, las tendencias panteístas y otros peligros del misticismo es el vínculo inextricable entre la Palabra y el Espíritu enseñado por Cristo y Sus apóstoles, la conjunción bíblica de la Palabra de Dios y el sacramento, y la regla de interpretar la Escritura con la Escritura en humilde obediencia y fe.
Las Escrituras nos enseñan a probar los espíritus porque las falsas enseñanzas surgen de los corazones caídos de la humanidad, incluido el nuestro. La salvación no está centrada en el hombre, ya sea en términos de sentimientos, elecciones, ideas o visiones. La verdad y la sabiduría son dones de la gracia divina y se encuentran en Cristo. Nuestra búsqueda de Dios debe estar centrada en Cristo y basada en la Palabra de Dios revelada.
Por lo tanto, el cristianismo bíblico, especialmente tras su restauración en la Reforma, rechaza las experiencias místicas sin restricciones en favor de la revelación bíblica de Cristo a través del poder del Espíritu Santo. De hecho, la naturaleza caída del hombre significa que debemos rechazar nuestros impulsos internos como nuestras principales guías espirituales y, en su lugar, practicar una confianza humilde en la Palabra y en el Espíritu Santo. Cuando meditamos, debemos meditar en la Escritura. Cuando busquemos experiencias extraordinarias, debemos considerar los milagros extraordinarios que Dios ha realizado en la historia y que están registrados en Su Palabra. Cuando busquemos conocer a Dios, debemos conocer las Escrituras que hablan de Él (Jn 5:46), orar a nuestro Padre amoroso y participar en la iglesia y en los sacramentos.
Por lo tanto, debemos abrazar el gran mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas (Lc 10:27), recordando que ni nuestras mentes ni nuestros sentimientos nos llevarán a Dios sin la verdadera experiencia «interior» de la gracia del Espíritu Santo en Cristo fundamentada en Su Palabra inspirada.