La unidad de la raza humana
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Palabras y frases bíblicas mal entendidas
A primera vista, el hisopo no tiene nada de especial. Salomón habló de los cedros altos del Líbano y del hisopo que crecía en la pared (1 R 4:33; He 9:19). Los cedros y el hisopo se encontraban en los extremos opuestos del espectro: de lo grande y hermoso a lo pequeño y austero. El hisopo es una planta pequeña y tupida que suele crecer en lugares áridos y rocosos, como los muros. Su principal característica son los brotes en forma de esponja que recogen la humedad y la transfieren a otros objetos, sobre todo cuando se sacude la planta. Esa capacidad de recoger y dispersar líquidos es lo que la hacía idónea para su función más importante en los rituales ceremoniales del Antiguo Testamento, los cuales eran profecías ilustradas que apuntaban a la obra sacrificial de Cristo.
Las referencias al hisopo que encontramos en el Nuevo Testamento enfatizan la verdad de que Cristo es el cumplimiento de las ceremonias del Antiguo Testamento, haciendo obsoleta su continuidad pero no anulando el significado de su mensaje. Hebreos 9:19 menciona específicamente la insuficiencia del hisopo y de otros elementos de los sacrificios del Antiguo Testamento para señalar la superioridad del sacrificio de Cristo, que realmente cumplió lo que todos los tipos en el Antiguo Testamento solo podían anunciar. Aunque no es en el contexto de las ceremonias mosaicas, la referencia al hisopo en Juan 19:29 lo asocia irónicamente con el sacrificio supremo de Jesús. El hisopo empapado en vinagre que tocó los labios sedientos de Jesús precedió inmediatamente a Su declaración agonizante «¡Consumado es!» (Jn 19:30). Con esa declaración, cualquier otro uso ceremonial del hisopo vino a ser innecesario. No obstante, al observar el hisopo en las imágenes del Antiguo Testamento se destacan cuatro realidades logradas por el sacrificio de Cristo.
LIBERACIÓN DE LA ESCLAVITUD
La Pascua marca el primer uso del hisopo. Los israelitas estaban padeciendo una dura esclavitud sobre la que no tenían ningún control y de la que no podían liberarse. De acuerdo con la promesa del pacto, Dios los liberó mediante una poderosa demostración de Su poder irresistible. Pero el elemento central de la Pascua era el sacrificio del cordero perfecto, elegido para sustituir al primogénito. El cordero era sacrificado como ejecución de la justicia divina y su sangre era derramada como propiciación de la ira divina. Esa noche se derramaban litros y litros de sangre, pero no era el mero hecho de la sangre lo que traía la liberación, sino la aplicación de la sangre. Aquí es donde entra en escena el hisopo. Los israelitas debían mojar un manojo de hisopo en la sangre y rociarlo sobre los postes y la parte superior de la puerta (Éx 12:22). Dondequiera que se aplicara la sangre, había liberación. Esto apunta directamente a Cristo, nuestra Pascua, quien fue sacrificado por nosotros (1 Co 5:7). El hisopo nos recuerda específicamente que no es solo el hecho histórico de la muerte de Cristo lo que libera del poder y la esclavitud del pecado, sino la aplicación de Su sangre.
LIMPIEZA DEL PECADO
El siguiente uso registrado del hisopo está relacionado con la purificación de la lepra (Lv 14). Esta lepra era una especie de afección superficial que se producía en la piel y en las paredes de los edificios; era una imagen vívida de la naturaleza contaminante del pecado que separa al hombre de Dios (Is 59:2). El leproso tenía que ser puesto en cuarentena, separado de la comunidad del pacto. Pero había una cura para la lepra, y hay un remedio para el pecado. Aquí entra en escena el hisopo y la ceremonia de los dos pájaros. Se mataba un pájaro y su sangre goteaba en el agua, y se soltaba el pájaro vivo después de sumergirlo en el agua ensangrentada. Entonces el sacerdote mojaba hisopo en la mezcla y lo utilizaba para rociar al leproso sanado, declarándolo limpio y apto para la adoración en el tabernáculo, donde Dios se reunía con Su pueblo (Lv 14:11). Esta ceremonia con el hisopo y los dos pájaros apunta directamente a Jesús, cuya sangre limpia de todo pecado (1 Jn 1:7).
REVERSIÓN DE LA MALDICIÓN
La muerte es la consecuencia final del pecado, la manifestación culminante de la maldición. La presencia de la muerte en nuestra vida es un recordatorio constante de ese último gran enemigo. El siguiente uso del hisopo apunta a la solución del problema. Números 19 registra el procedimiento para tratar con la maldición de la muerte. Había que matar una novilla alazana y quemarla completamente fuera del campamento. Sus cenizas se guardaban en reserva y se mezclaban con agua para rociarlas con hisopo sobre cualquier cosa o persona que hubiera sido contaminada por el contacto con los muertos. Esta purificación ritual con hisopo apuntaba a Jesús y Su derrota real y completa de la maldición del pecado (ver He 9).
RESTAURACIÓN
La oración de confesión de David en el Salmo 51:7 (literalmente «purifícame con hisopo») resume figurativamente el significado teológico del hisopo. Su pecado le había robado la comunión con Dios, y sabiendo que lo único que podía restaurar esa comunión era el hisopo, expresó su fe en la limpieza de la sangre del sacrificio. Así es como debemos apelar a la sangre de Jesús para experimentar el perdón de los pecados y el disfrute de la comunión restaurada con Él (1 Jn 1:7, 9). El hisopo es más de lo que parece.