Comprendiendo el concepto “ser humano”
22 octubre, 2018La ética del ser humano
24 octubre, 2018Imago Dei
Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie «Definiendo el ser humano«, publicada por la Tabletalk Magazine.
El capítulo inicial de nuestra Biblia es una historia emocionante de creación y formación, sentando las bases para todo lo que sigue. Se nos dice que «en el principio» nuestro hogar en el universo, la tierra, estaba sin orden y vacía, cubierta de agua y envuelta en tinieblas, mientras el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas (Gn. 1:2). A medida que los días de la creación transcurrieron, Dios dio forma a la tierra y la llenó. Separó el día de la noche, las aguas de arriba de las aguas abajo y la tierra seca de las aguas debajo. Dios llenó este mundo al poner luces en el cielo para separar el día de la noche, al crear criaturas vivientes para nadar abajo en las aguas y pájaros para volar arriba en el cielo, y al hacer que se produjeran criaturas vivientes en la tierra seca. Finalmente, como acto culminante, Dios creó otro tipo de ser viviente, el hombre.
El foco de la narración claramente recae sobre esta criatura. No solo fue este el acto final de la creación, sino que una cuarta parte de la historia está centrada en él. Algo muy especial e importante está ante nosotros.
Como portadores del imago Dei, a los humanos se les da una medida de soberanía sobre toda la tierra.
El capítulo divide la totalidad de los seres en dos categorías básicas: el Creador y lo creado. Dios se destaca como el Señor no creado de todo, el Creador de los cielos y la tierra. Todo lo demás es creado y, por lo tanto, finito, temporal, dependiente y mutable. Algunos son criaturas vivientes (plantas y animales). Algunos tienen el aliento de vida en ellos (v. 30). En este grupo está el hombre. Al igual que otros miembros del grupo, el ser humano es hecho varón y hembra, y llamado a ser fructífero, a multiplicarse y a llenar la tierra (vv. 22, 28). Se pueden notar otras similitudes (cabello en la piel, las hembras dan a luz a sus crías y las amamantan, etc.). Pero a pesar de todas las similitudes que pueden señalarse, hay algo en el hombre que lo hace distinto de todas las demás criaturas.
Los seres vivos se mencionan por primera vez con la vegetación que Dios hace brotar en la tierra seca (v. 11). Luego vienen las criaturas que viven en los mares y las aves que vuelan en el aire (v. 20), el ganado, los reptiles y las bestias de la tierra (v. 24). Todos están hechos según su género. Esta frase aparece diez veces y deja una importante marca en la narración. Indica que si bien hay una gran diversidad entre todas las criaturas vivientes, hay agrupaciones entre ellas que comparten características comunes, formando «familias», algo parecido a la distinción moderna entre género y especie. Pero el objetivo principal de la frase no es introducirnos en el trabajo científico de la taxonomía; más bien, es proporcionar el trasfondo necesario para contrastar a los seres humanos con todas las demás criaturas vivientes.
Cuando Dios hace al hombre, rompe el patrón que ha establecido al crear seres vivos según su género. El hecho de que este patrón se mencione diez veces nos hace suponerque una nueva criatura viviente va a aparecer, pero algo completamente diferente sucede cuando el hombre es hecho; no es creado «según [su] género». Tampoco es creado según otro género entre las criaturas vivientes. El hombre, por lo tanto, no pertenece al género de las otras criaturas, sin importar las similitudes que pueda haber entre él y las otras criaturas. Para utilizar lenguaje científico moderno, el ser humano no es una especie particular dentro de un género de criaturas vivientes. El hombre es diferente a cualquiera de las otras criaturas vivientes (v. 26). Sorprendentemente, el hombre es creado según el «género» de Dios, hecho a Su imagen (imago Dei). El hombre, al igual que Dios, es un ser personal. Dios mismo, como la Biblia lo revela más adelante, es tres personas todas compartiendo una esencia divina. Las personas humanas son seres creados, y en ese sentido (como en otros) son similares y comparten características con otros seres creados. Pero lo más importante de los seres humanos es su semejanza a Dios. Esta semejanza es tan especial que los separa de todas las demás criaturas que Dios creó. El hombre no está hecho según el género de las otras criaturas; él está hecho según el «género» de Dios. En otras palabras, el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
Como portadores del imago Dei, a los humanos se les da una medida de soberanía sobre toda la tierra, con dominio sobre los peces del mar, las aves del aire, el ganado y todo reptil (v. 28). También son responsables de sojuzgar a la tierra (v. 28). El lenguaje sugiere una posición gobernante, incluso conquistadora, como deja claro el Salmo 8 (ver los versículos 5-8). Todas las cosas se ponen bajo los pies del hombre, sin embargo, las ideas de tiranía y explotación no están presentes. Génesis 2:4-25 muestra que el hombre debe imitar a Dios en su mayordomía de la tierra. Dios planta un huerto en Edén, y pone al hombre allí para que lo trabaje y lo guarde (2:8, 15). Lo que Dios inicia, el hombre debe sostener y cultivar. Dios llama a la luz día y a las tinieblas noche; llama a la expansión cielos y a las aguas mares (1:5, 8, 10). Ahora Dios le ordena al hombre que nombre a todas las criaturas vivientes que ha formado (2:19).
Aunque sin usar el vocabulario de imagen y semejanza, Génesis 2 tiene su propia forma de resaltar la singularidad del ser humano entre todas las criaturas vivientes. Cuando Dios formó al hombre del polvo y lo colocó en el huerto, declaró que no era bueno que el hombre estuviera solo. Por esta razón, Dios determinó hacerle una ayuda idónea (2:18). Luego de esta solemne declaración, Dios presentó todos los animales que había hecho al hombre, para que él los nombrara. ¿Por qué este desfile de animales ante el hombre? ¿Por qué Dios no creó inmediatamente a la mujer? Lo que parece una interrupción en la narración en realidad está mostrando la razón de la historia: «mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él» (v. 20). El punto que se está enseñando es que los seres humanos no pertenecen al género de los animales, independientemente de las características que puedan compartir con ellos. No se encontró entre todos los animales una ayuda idónea para Adán, un ser creado del mismo género que él, con quien pudiera cumplir su llamado de Dios. Por lo tanto, Dios hizo una mujer, que era «hueso de [sus] huesos y carne de [su] carne» (v. 23). Como Adán, ella fue hecha a imagen y semejanza de Dios (1:28). Juntos debían esforzarse en cumplir la obra de Dios para ser fecundos, multiplicarse, llenar la tierra y sojuzgarla. Dios creó el primer hombre y la primera mujer, pero todos los demás humanos llegarían a existir a través de ellos. Lo que Dios hizo, el hombre y la mujer ahora debían continuar, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios.
Trágicamente, el hombre y la mujer se alejaron de Dios y cayeron en pecado, buscando llegar a ser más como Dios (3:5), eligiendo por ellos mismos lo que es bueno y malo. La imagen de Dios fue desfigurada. Aunque el hombre fue hecho recto, buscaron muchas artimañas (Ec. 7:29). Sus descendientes también llevarían esta imagen desfigurada (Ro. 5:12-21). Sin embargo, la imagen de Dios no se perdió del todo, y lo que queda todavía es suficiente para sostener la santidad de la vida humana que se basada en el imago Dei. Génesis 9:6 muestra que quitar una vida humana inocente es un ataque a la imagen de Dios, por lo que debe ser castigado con la muerte. El hombre como la imagen de Dios debe dar vida, no quitar una vida inocente. Cuando nos convertimos en homicidas, contradecimos nuestro propósito en la vida y perdemos la protección divina que normalmente nos cubre. Tan especial es nuestra vida para Dios que hasta una bestia es ejecutada si quita la vida de un ser humano (Gn. 9:5, Ex. 21:28-32).
Además, así como debemos respetar a Dios y bendecirlo con nuestras palabras, de la misma manera nunca debemos maldecir a aquellos que son hechos a semejanza de Dios (Stg. 3:9). Toda la ética humana se basa en el imago Dei. Los esposos deben amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia (Ef. 5:25-27). Los padres deben disciplinar e instruir a sus hijos como el Señor disciplina a los suyos (6:4). El amor reconfortante de una madre es la imagen y semejanza del amor consolador de Dios (Is. 66:13). Los amos terrenales deben reflejar la justicia y rectitud que se encuentran en el Amo celestial (Ef. 6:9; Col. 4:1). Aunque el pecado ha desfigurado grandemente la imagen de Dios en nosotros, por la gracia de Dios en Cristo esa imagen es renovada (Ef. 4:24; Col. 3:10). Andando en esa gracia, las personas ven nuestras buenas obras y dan gloria a nuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:16). Cuando se complete nuestra restauración, viviremos para siempre en la presencia de Dios, vestidos con Su gloria (Ap. 21-22), habiéndonos convertido verdaderamente un pueblo según Su «género». Gracias sean dadas a Dios.