Vive en libertad
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Nota del editor: Este es el undécimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Sal y luz
Antes de proseguir su exposición en 1 Timoteo 3:1-7 sobre los requisitos que deben reunir los ancianos de la iglesia de Cristo, el apóstol Pablo concluye en el versículo 7 exigiendo que los ancianos gocen de una buena reputación entre los incrédulos.
Este requisito parece evidente. La gran comisión es central en la vida y vocación de un pastor. Sí, debe capacitar a los santos para la obra del ministerio (Ef 4:12) al trabajar arduamente en la predicación y la enseñanza (1 Ti 5:17), y al ocuparse en presentar a cada miembro perfecto en Cristo (Col 1:28). Pero la comisión de hacer discípulos comienza con el trabajo de un evangelista (2 Ti 4:5), al proclamar el evangelio a los que están afuera con la esperanza de que, por la gracia de Dios, sean convertidos y unidos al cuerpo de Cristo. Un pastor ora constantemente para que los de «afuera» se conviertan en los de «adentro», para que los no creyentes se transformen en discípulos de Cristo, que luego se reúnan en la iglesia para ser bautizados y se les enseñe a guardar todo lo que Cristo ha mandado (Mt 28:19-20). Seguramente se deduce, entonces, que un anciano debe procurar una buena reputación entre los incrédulos. Todos los creyentes están llamados a no ser motivo de tropiezo (1 Co 10:32), a andar sabiamente (Col 4:5), a ser «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo» (Fil 2:15).
Sin embargo, luego de pensarlo por un momento, tal requisito puede parecer bastante contrario a la intuición. Los incrédulos están espiritualmente muertos (Ef 2:1-3), son hostiles a Dios (Ro 8:7) e incapaces de aceptar o entender las cosas del Espíritu de Dios (1Co 2:14). ¿De verdad podemos esperar que ellos aprueben a los ancianos de la iglesia de Cristo, aquellos que sustentan sus vidas en la misma Biblia cuya autoridad rechazan los incrédulos? Jesús mismo recordó a Sus discípulos que el mundo incrédulo que le aborrecía odiaría a Sus seguidores (Jn 15:18-21). Nuestro gran Profeta declaró nuestra desgracia cuando todos los hombres hablen bien de nosotros, porque de la misma manera se recibía a los falsos profetas (Lc 6:26). De hecho, uno de los mayores obstáculos para el ministerio fiel en nuestros días ha sido un deseo no crucificado por la alabanza del mundo. Toda una generación de pastores ha abandonado sus principios por seguir la filosofía pragmática del ministerio: Si logramos agradar a los incrédulos, entonces aceptarán a Jesús. Tal vez ningún otro principio ha hecho más para debilitar a la iglesia en los últimos treinta años. Pero Pablo dice: «No nos predicamos a nosotros mismos» (2 Co 4:5). ¿Cómo, entonces, puede exigir que los pastores deben «gozar también de una buena reputación entre los de afuera»?
La respuesta requiere que entendamos primero lo que Pablo no está exigiendo. No está guiando a los aspirantes a ancianos a que busquen la estima y la admiración de los enemigos de la justicia. Esta calificación no requiere que el hombre de Dios evite toda crítica de aquellos que están ciegos a la gloria del evangelio. Juan Calvino observó:
¡Qué estúpidos seríamos si quisiéramos agradar a quienes desprecian a Dios y pisotean a nuestro Señor Jesucristo! Por el contrario, debemos esperar que los impíos se burlen de nosotros y nos rechacen, al ver que no podemos persuadirles de que honren a Dios como es debido y se sometan reverentemente a Su Palabra.
Los pastores y los ancianos nunca deben olvidar que «la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios» (1 Co 3:19) y que nosotros, Sus siervos, somos como dice Pablo, «la basura del mundo, el desecho de todo» (1 Co 4:13).
Por el contrario, el apóstol exige que los ancianos vivan de forma irreprochable, no solo sin reproche de los que están dentro de la iglesia, como señala en 1 Timoteo 3:2, sino también sin reproche de los que están afuera de la iglesia. A veces los parientes, compañeros de trabajo o vecinos incrédulos de un futuro anciano pueden saber más acerca de su carácter que sus compañeros miembros de la iglesia. Si los incrédulos saben que está marcado por la inmoralidad o la embriaguez, o por la falta de disciplina o integridad, mientras que al mismo tiempo está sirviendo como anciano en la iglesia de Cristo, lo menospreciarán como un hipócrita, y el nombre de Cristo será blasfemado por ello (Ro 2:24). Pablo requiere que esto no sea así. Aunque los enemigos de la verdad tratarán de desacreditar el carácter de los siervos de Dios, los ancianos deben mantener «entre los gentiles una conducta irreprochable» (1 P 2:12), «para que en aquello en que son calumniados, sean avergonzados los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo» (1 P 3:16). Si se hacen acusaciones, nunca deben prosperar, y debe demostrarse que son ilegítimas apelando claramente a la vida del hombre. Bajo la evaluación de los de adentro y de los de afuera, el hombre de Dios debe vivir una vida irreprochable. Que Dios dé gracia a Sus siervos para que podamos andar como es digno de tan alto llamamiento.