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Omnisciencia
17 enero, 2023Jonathan Edwards y el Primer Gran Despertar


Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVIII
El 10 de mayo de 1716, Jonathan Edwards escribió una carta dirigida a Mary, una de sus diez hermanas. Escrita cuando tenía doce años de edad, es la carta más antigua que se conoce de Edwards. El mismísimo primer párrafo habla sobre el tema del despertar. Es decir, la frase más antigua que tenemos de Jonathan Edwards es sobre avivamiento. Edwards escribe:
Querida Mary,
Por la maravillosa misericordia y bondad de Dios ha habido en este lugar un extraordinario movimiento y derramamiento del Espíritu de Dios, y todavía permanece, aunque creo que tengo razones para pensar que ha disminuido en alguna medida, espero que no mucho. Alrededor de trece personas se han unido a la iglesia en un estado de plena comunión… Creo que vienen regularmente cerca de treinta personas los lunes para hablar con papá acerca de la condición de sus almas.


Luego continúa informándole que Abigail, Hannah y Lucy, tres de sus hermanas, tienen varicela y que él mismo tiene dolor de muelas. Pero es este momento de avivamiento lo que domina el reporte de Edwards respecto a la iglesia de su padre en East Windsor, Connecticut.
Luego de terminar sus estudios en Yale, Edwards tomó el puesto de ministro asistente en Northampton, Massachusetts. Su abuelo materno, Solomon Stoddard, servía como ministro. Dos años después, Stoddard murió y Edwards se convirtió en el principal y único ministro de la segunda iglesia más grande de las colonias de Nueva Inglaterra. En 1731, a Edwards se le pidió dar la conferencia de los jueves correspondiente a la ceremonia de apertura en Harvard. Para el clero de Nueva Inglaterra, la ceremonia de apertura de Harvard era como las finales de fútbol americano en los Estados Unidos. Todos iban a verla. Edwards predicó a un recinto lleno de clérigos, muchos de los cuales habían pastoreado muchos más años que los que Edwards tenía de vida. Edwards predicó el sermón «Dios glorificado en la obra de redención». Fue su primer sermón publicado, y en este declaró: «Dios es glorificado en la obra de redención en esto, que hay en ella una dependencia universal y absoluta de los redimidos de Dios». Es decir, la salvación es una obra de Dios de principio a fin. «Exaltemos a Dios solo», concluyó Edwards, «y atribuyamos a Él toda la gloria de la redención».
Por los siguientes tres años, Edwards predicó las doctrinas de la gracia a su congregación en Northampton. En 1734, predicó el sermón titulado «Una luz divina y sobrenatural». Cuando las almas muertas se levantan a nueva vida, cuando los ojos ciegos ven la belleza del evangelio y cuando los oídos sordos escuchan la verdad transformadora de la obra redentora de Cristo, todo esto se debe a la luz divina y sobrenatural. No es una luz humana o natural. El avivamiento espiritual viene del cielo.
Tal como promete Isaías 55:10-11, la predicación de la Palabra de Dios no regresa vacía. Cumple el propósito de Dios. De 1794 a 1736, hubo un avivamiento en los pueblos e iglesias que rodean el valle del río Connecticut. Edwards reportó esto en su primer libro, Un relato fiel de la sorprendente obra de Dios en la conversión de varios cientos de almas en Northampton y los pueblos vecinos (1737).
La primera carta de Jonathan Edwards fue un reporte del derramamiento del Espíritu de Dios. Su primer sermón publicado fue una clara proclamación de la soberanía de Dios en la obra de redención. Su primer libro relataba un avivamiento. El despertar espiritual fue un tema dominante en la vida y ministerio de Jonathan Edwards.
Sin embargo, este despertar en el valle del río Connecticut sirvió solamente como preludio. Entre 1740 y 1742, Dios trajo otra temporada de derramamiento del Espíritu Santo cuando el despertar llegó no solo a las iglesias alrededor de las colonias, sino también a las tierras de la vieja Inglaterra. En la vieja Inglaterra, tanto George Whitefield como los hermanos John y Charles Wesley predicaron a decenas de miles de personas, en su mayoría en reuniones al aire libre. Pronto, Whitefield cruzó el Atlántico y predicó a multitudes de tamaño similar en las colonias. Como incansable evangelista, Whitefield cruzó el Atlántico y recorrió miles de kilómetros a caballo.
Mientras tanto, Edwards continuaba su convincente predicación del evangelio. El 8 de julio de 1741, Edwards estaba en Enfield, Connecticut, en un servicio a mitad de semana. Él no iba a predicar esa noche. El predicador de turno se enfermó y no pudo servir. Eleazer Wheelock, quien luego fundaría el Dartmouth College, animó a Edwards para que se parara en el púlpito. Edwards presentó el que probablemente sea el sermón más famoso y más leído alguna vez predicado en suelo estadounidense: «Pecadores en manos de un Dios airado». El dramatismo abrumó a la multitud. Gritaban y clamaban. Pero ese dramatismo no surgió de una técnica de Edwards. En lugar de incitar a la multitud a un frenesí, Edwards esperó a que la congregación recobrara la compostura y luego siguió adelante con su sermón. El dramatismo no vino por una técnica sino por la verdad, la verdad de la condenación eterna, la verdad de que todos estamos en el precipicio del juicio eterno. El arco de la ira de Dios está tensado y la flecha apunta directamente hacia nosotros. Somos como arañas colgando sobre el pozo del infierno, de momento salvadas de las llamas por un simple hilo. Dios usó las palabras de Edwards para traspasar corazones.
Edwards no solo utilizó imágenes de juicio sino que igualmente usó imágenes de redención. Cristo ha «abierto de par en par la puerta de la misericordia y está en esa puerta clamando y llamando a viva voz a los pobres pecadores». Eso es pasión por el evangelio.
Los historiadores lo llaman el Primer Gran Despertar. Sigue siendo uno de los eventos más significativos en la historia de los Estados Unidos. Tuvo proponentes, oponentes y fanáticos. Los fanáticos incluían a personas como James Davenport, quien usualmente se refería a los pastores como «lobos disfrazados de ovejas», dirigió hogueras públicas para la quema de libros y exhibió todo tipo de comportamientos extremos. Aunque luego se retractó e hizo enmiendas, causó gran daño durante el Despertar. Sus excentricidades alimentaron las críticas de los detractores del Despertar, incluyendo a hombres como Charles Chauncy, quien miraba con desprecio la falta de decoro que vio en el Despertar. Estaba a favor del orden y de una expresión mucho más privada de la religión. Sin embargo, algo mucho más problemático era la teología de Chauncy. Él era universalista. Consciente de su época, decidió no publicar el manuscrito en el que presentaba el argumento de sus opiniones heréticas. Pero nunca contuvo sus críticas hacia el Despertar o hacia sus predicadores.
En medio de estos fanáticos y opositores se encuentran los ministros usados por Dios para traer una temporada de despertar a las colonias. Edwards fue el gran teólogo del Despertar y Whitefield fue el gran evangelista del Despertar. A ellos se les unió un gran grupo. Gilbert Tennent fue un inmigrante irlandés y famoso ministro presbiteriano. Predicó el sermón titulado «El peligro de un ministro inconverso». El sermón, como uno podría imaginar, ayudó a que ocurriera una separación en la Iglesia presbiteriana entre el «Nuevo lado» y el «Viejo lado». (En las iglesias congregacionales, de las que era Edwards, la separación se conoció como «Nuevas luces» y «Viejas luces»). Otro factor en la separación fue un desacuerdo respecto al entrenamiento ministerial, en especial el entrenamiento provisto en el Log College en Neshaminy, Pennsylvania, el cual fue fundado y dirigido por William, el padre de Gilbert Tennent. El Log College se trasladó al este del río Delaware y se le cambió el nombre a The College of New Jersey antes de ser llamado Princeton. Durante dos generaciones, Princeton University proveyó ministros presbiterianos confesionales y bien entrenados, así como abogados y médicos. En 1812, se fundó el Princeton Theological Seminary para asumir la tarea de capacitar a los ministros. Ese gran legado de Princeton, que perduró a través de la era de J. Gresham Machen en la década de 1920, comenzó en el Primer Gran Despertar.
En los primeros días del Primer Gran Despertar, Whitefield predicó en un bosque de robles en el condado de Chester, Pennsylvania. Más de diez mil personas fueron a escucharle predicar, es decir, casi todas las personas del condado y los pueblos alrededor vinieron a escucharle. Durante este tiempo y cerca de este bosque de robles, Samuel Blair fundó una iglesia presbiteriana y su propia versión del Log College. Blair tuvo un alumno sobresaliente, Samuel Davies. De ascendencia bautista galesa, Davies se convirtió en misionero presbiteriano en la Virginia anglicana. Dirigió sus propios avivamientos y eventualmente su éxito lo convirtió en un objetivo de la Iglesia anglicana establecida. Le vieron como un «intruso no deseado en estos lugares». Se defendió y ganó la libertad de predicar en Virginia, lo que hizo de Davies una de las primeras voces del separatismo anglicano. Davies también escribió himnos, como Great God of Wonders! [«¡Gran Dios de maravillas!»]. Fue el sucesor de Jonathan Edwards como presidente de Princeton en 1759. Presidió durante año y medio, hasta su muerte el 4 de febrero de 1761.
El Primer Gran Despertar tuvo sus excesos y defectos, pero también tuvo un impacto significativo en su momento, la década de 1740, y tuvo un impacto duradero tanto en la iglesia como en la cultura estadounidense. Hubo otros grandes avivamientos. Comenzando alrededor de 1825, hubo un Segundo Gran Despertar, con Charles Grandison Finney en el epicentro. En el centro del Tercer Gran Despertar, a finales del siglo XIX, estaba Dwight L. Moody. Es más exacto decir que el siglo XIX fue testigo de muchas olas de avivamientos que variaron en naturaleza, duración y ubicación. El siglo XX siguió su ejemplo, con dos figuras destacadas: Billy Sunday en la primera mitad y Billy Graham en la segunda.
Todo eso nos lleva a algunas preguntas importantes. ¿Qué hacemos con los despertares y avivamientos? ¿Son algo bueno? ¿Deberíamos orar por ellos?
Sin duda, ha habido excesos, y sin duda, ha habido muchos ejemplos de mala teología en la historia de los avivamientos en los Estados Unidos. Tristemente, han resultado en mucho daño. No obstante, podemos escudriñar a través de todo esto y encontrar mucha ayuda, especialmente si regresamos a Northampton y a los años 1731-34. Edwards simplemente fue un pastor fiel, llevando a cabo su encargo de proclamar fielmente el evangelio de Dios. Predicó con convicción como si las vidas dependieran de ello, porque así es, las vidas dependen de ello. Predicó con pasión porque conocía la urgencia del momento.
Se podría decir que el despertar viene en dos formas. Está el despertar, es decir, la resurrección a novedad de vida desde la muerte. El llamado a los pobres pecadores. Pero incluso aquellos que han sido despertados necesitan avivamientos. Dormimos en nuestra pereza espiritual, así que somos convocados a despertar. Este es el llamado a los pecadores redimidos, y no es por esfuerzo humano ni por medios naturales. Somos avivados siempre y únicamente por medio de una luz sobrenatural: solo por la gracia de Dios y siempre para la gloria de Dios.