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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI
El hecho de que Martín Lutero redescubriera la doctrina de la justificación por la fe sola sirvió como el fundamento teológico de la Reforma protestante. Lutero llegó a esa posición ortodoxa tras un cuidadoso estudio de la Biblia con la convicción de que la Escritura sola es la autoridad suprema, y no la Iglesia católica romana. La ortodoxia (la doctrina correcta) condujo a la ortopraxis (la práctica correcta), que incluye una correcta comprensión bíblica de la adoración. La Reforma protestante del siglo XVI puede describirse acertadamente como una reforma del culto en la iglesia. Los reformadores, entre ellos Lutero, Ulrico Zuinglio y luego Juan Calvino, recalcaron que el culto en la iglesia es vital para el cristiano, pero estaban preocupados por una serie de prácticas de la Iglesia católica romana. Eso los motivó a escudriñar la Escritura, la autoridad suprema, para instruir a la iglesia respecto a cómo practicar la adoración bíblica.
Muchos protestantes usan el término principio regulador de la adoración para describir el principio bíblico que define cómo la iglesia debe adorar a Dios. En pocas palabras, el principio establece que, en la adoración colectiva, la iglesia debe seguir únicamente las instrucciones de la Escritura. En cierto sentido, toda la vida cristiana está sujeta a un «principio regulador», porque siempre debemos vivir de acuerdo con la Escritura. Pero, desde luego, hay muchas áreas de la vida que no se abordan directamente en la Escritura, por ejemplo, ¿a qué escuela debo asistir?, ¿con quién debo casarme?, ¿qué carrera debo elegir? En esos casos, debemos deducir buenas y necesarias consecuencias de la Escritura para que nos ayuden a tomar decisiones sabias, como nos enseña la Confesión de Fe de Westminster 1:6. Sin embargo, el principio regulador de la adoración va más allá y explica que solo las cosas prescritas específicamente en la Escritura están permitidas en la adoración colectiva. En otras palabras, muchos reformadores insistieron en que el culto debe celebrarse exclusivamente según las instrucciones directas y específicas de la Escritura.
¿Cuáles son las prescripciones específicas para el culto que se encuentran en la Escritura? Hay cinco elementos clave. En primer lugar, hay que leer la Biblia (1 Ti 4:13). En segundo lugar (y esto era muy significativo para los reformadores), el culto debe incluir la predicación de la Palabra (2 Ti 4:2; Ro 10:14-15). En la Iglesia católica romana medieval, la predicación perdió prestigio porque se elevó la prioridad de la misa en el culto. Los reformadores recalcaron que la predicación es central y que es un medio de gracia para fortalecer a los creyentes en su santificación. En tercer lugar, en el culto deben ofrecerse oraciones (Mt 21:13; Hch 4:24-30). En cuarto lugar, los sacramentos deben ser administrados correctamente (Mt 28:19; 1 Co 11:23-26). Recuerda que los reformadores determinaron que la Biblia solo enseña dos sacramentos: el bautismo y la Cena del Señor. Por último, también se incluye el canto como elemento de la adoración (Ef 5:19).
El elemento del canto en el culto es un ejemplo de algunas de las diferencias que tuvieron los reformadores en su comprensión de la adoración bíblica. Lutero amaba la música y compuso varios himnos, entre ellos el célebre «Castillo fuerte es nuestro Dios». Creía que cantar los salmos bíblicos y también himnos nuevos era una parte importante del culto. Además, Lutero creía que la era del Nuevo Testamento daba más libertad en la adoración que el Antiguo Testamento. Por otro lado, Juan Calvino tenía una comprensión mucho más estricta del principio regulador en lo que respecta al canto en la adoración pública. Calvino sostenía que solo debían cantarse las palabras de la Escritura en el culto. Así, el libro de los Salmos se metrificó y cantó en muchas iglesias reformadas influenciadas por Calvino. El legado del planteamiento de Calvino también se aprecia en los puritanos del siglo XVII, como vemos en el Directorio para el culto público elaborado por la Asamblea de Westminster.
Podríamos reprochar a Calvino por ser tan estricto al apropiarse del principio regulador, pero debemos recordar el contexto en que trabajaron Calvino y los otros reformadores. Los reformadores consideraron idólatras muchas de las prácticas de la Iglesia católica romana. El uso de iconos y reliquias, la prioridad de la misa y las oraciones a los santos y a María eran prácticas que hacían que la gente dejara de adorar al Dios vivo y verdadero para adorar a otra persona u objeto físico. Para los reformadores, estas prácticas violaban claramente la enseñanza de la Escritura. En consecuencia, para restaurar el culto verdadero y combatir la idolatría, Calvino y otros teólogos siguieron y a veces aplicaron una visión más estricta del principio regulador.
La restauración de la adoración bíblica es un fruto directo de la Reforma. En muchos sentidos, los cultos de la mayoría de las iglesias evangélicas protestantes de la actualidad, especialmente por su centralidad en la predicación, tienen sus raíces en la Reforma. Al igual que en la Reforma, hoy en día sigue habiendo desacuerdo sobre la aplicación del principio regulador. Sin embargo, el desacuerdo sobre esta cuestión debe motivarnos a volver a la Escritura, nuestra autoridad suprema, para que nos instruya en cuanto a cómo debemos adorar a nuestro Dios.