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No hay verdad bíblica más importante para la vida y la salud de la iglesia que la deidad de Cristo. Aunque esta verdad existe en forma de semilla en el Antiguo Testamento (Sal 45:6-7; 110:1; Is 9:6; Dn 7:13-14), llega a florecer plenamente en el Nuevo Testamento. Presento cinco argumentos a favor de la deidad de Cristo:
En primer lugar, Jesús es identificado con Dios. La erudición actual nos enseña que debemos argumentar a favor de la deidad de Cristo basándonos en la forma en que los primeros cristianos identificaban a Jesús, sin ambigüedades, con el único Dios de Israel (1 Co 8:5-6).
En segundo lugar, Jesús recibe la devoción debida solo a Dios. Sorprendentemente, el Nuevo Testamento no solo sigue afirmando el monoteísmo del Antiguo Testamento, sino que también afirma otra verdad: es apropiado y necesario ofrecer devoción religiosa a Jesús. Se le adora, se le honra en el bautismo y en la Cena del Señor, se le alaba en las doxologías, se le adora en los himnos y es objeto de oraciones (Mt 28:19; Jn 5:22-23; 1 Co 11:20; Ef 5:18-19; Heb 13:20-21; Ap 22:20).
En tercer lugar, Jesús trae la era venidera. David Wells capta este punto: «Jesús fue Aquel en el que se realizó el “siglo venidero”, por quien está presente de forma redentora en la iglesia, y por quien se hará cósmicamente efectivo en su consumación» (The Person of Christ [La persona de Cristo], p. 172).
En cuarto lugar, Jesús nos salva cuando estamos unidos espiritualmente a Él. El Padre planeó la salvación antes de la creación, y el Hijo la llevó a cabo en el primer siglo. Pero solo experimentamos esa salvación cuando estamos unidos espiritualmente a Cristo por la gracia a través de la fe. Solo la unión con Él en Su muerte, resurrección, ascensión, reinado y segunda venida trae la salvación (Col 3:1-4). Este es un papel que solo desempeña Dios mismo.
En quinto lugar, Jesús realiza las obras de Dios. Cristo realiza muchas obras que solo Dios puede realizar: la creación, la providencia, el juicio y la salvación (Col 1:16-20; Heb 1).
Es difícil exagerar la importancia de la deidad de Cristo para la iglesia. La savia de la iglesia depende de quién es Cristo (el Dios Hombre) y de lo que hizo (murió y resucitó, 1 Co 15:3-4).
El cristianismo se sostiene si la deidad de Cristo es cierta. Si Jesús es divino, entonces sus afirmaciones son verdaderas «Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (Hch 4:12). G.C. Berkouwer hace lo propio, al sostener que la deidad de Cristo es esencial para el cristianismo:
El corazón de la religión cristiana palpita en la confesión de que en Jesucristo, en la encarnación del Verbo, Dios verdaderamente bajó a nosotros… La práctica de la iglesia antigua de hablar de Cristo «como Dios» se remonta directamente al propio Nuevo Testamento, donde oímos voces adoradoras que se dirigen a Cristo como verdadero Dios y no como cuasi Dios (citado en The Person of Christ [La persona de Cristo], pp. 156-57, 161-62).
Robert L. Reymond subraya la importancia de la deidad de Cristo cuando sostiene que la afirmación o negación de la misma afecta a todos los demás puntos de la cristología y la teología sistemática en general (ver su libro Jesus, Divine Messiah [Jesús, Mesías divino], p. 323). También señala que cuánto estimemos a Jesús tendrá consecuencias más allá de esta vida, como dice el propio Jesús: «Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8:24). De hecho, Jesús afirma: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre si no por mí» (14:6).
Wells lamenta los efectos desastrosos para aquellos que niegan la deidad de Cristo:
Sus cristos pueden ser admirados, pero no pueden ser adorados. Pueden inspirar devoción religiosa, pero no pueden sostener ni explicar la fe cristiana. Nos dicen mucho sobre sus autores y muy poco sobre Jesús… Estos cristos son impotentes y su atractivo es superficial. Su atractivo no es el del Cristo bíblico (The Person of Christ [La persona de Cristo], p. 172).
El verdadero Cristo de la Escritura merece algo más que nuestra admiración. Esto se debe a que Él es el Verbo eterno encarnado en Jesús de Nazaret. Es Dios y hombre en una sola persona y merece ser adorado como único mediador entre Dios y los seres humanos. Como es Dios, «es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios» (Heb 7:25). Como nos recuerda Wells, el Cristo bíblico es «Aquel que era Dios con nosotros, el medio de perdón de nuestro pecado y el agente de nuestra reconciliación. Necesitamos el perdón y la reconciliación de manera central. Necesitamos saber que hay alguien que nos perdona, alguien que puede perdonar y sanarnos, y para eso el Verbo se encarnó» (The Person of Christ [La persona de Cristo], p. 172). En efecto, necesitamos saber que el Dios encarnado nos perdona y nos reconcilia. Debido a Su identidad única y a la obra única que realizó, la iglesia se encuentra en el cumplimiento de la predicción del mismo Jesús: «edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mt 16:18).