La plenitud del tiempo
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La noche en que Jesús nació sucedió algo espectacular. Las llanuras de Belén se convirtieron en el teatro de uno de los espectáculos de luces y sonidos más impresionantes de la historia de la humanidad. Los cielos fueron abiertos.
Lucas nos cuenta lo que pasó:
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: “No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace”. (Lc 2:8-14)
El visitante angelical estaba rodeado de la gloria de Dios. La gloria brillaba. Esta gloria no le pertenecía al ángel mismo; era la gloria de Dios, la cual manifiesta Su manera divina de ser. Fue el esplendor divino lo que envolvió al mensajero celestial, un resplandor divino visible.
Este Mesías-Salvador es también Señor.
Cuando los pastores de Belén temblaron de miedo, fueron exhortados por el ángel: «No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2:10-11).
Todo ser humano anhela algún tipo de salvador. Buscamos a alguien o algo que resuelva nuestros problemas, alivie nuestro dolor o conceda el objetivo más difícil de todos, la felicidad. Desde la búsqueda del éxito en los negocios hasta el encontrar una pareja o amigo perfecto, siempre estamos buscando.
Incluso en la obsesión por el deporte mostramos que esperamos por un salvador. A medida que una temporada deportiva termina con muchos más perdedores que ganadores, escuchamos el grito desde ciudades de todo el país: «¡Esperen al próximo año!». Luego viene el reclutamiento o una nueva generación de novatos, y los aficionados ponen sus esperanzas y sueños en el nuevo chico que traerá gloria al equipo. El novato, el nuevo cliente, el nuevo dispositivo, las noticias que llegarán en el correo de mañana: todo ello ha sido objeto de más esperanza de lo que cualquier cosa creada pudiera entregarnos.
El estallido de luz que inundó los campos de Belén anunció el advenimiento de un Salvador poderoso para cumpir con la tarea.
Notamos que el Salvador recién nacido también es llamado «Cristo el Señor». Para los asombrados pastores estos títulos estaban llenos de significado. Este Salvador es el Cristo, el tan esperado Mesías de Israel. Cada judío recordaba la promesa de Dios de que algún día el Mesías, el ungido del Señor, vendría a liberar a Israel. Este Mesías-Salvador es también Señor. Él no solo salvará a Su pueblo, sino que será su Rey, su Soberano.
El ángel declara que este Salvador-Mesías-Señor «os ha nacido». El anuncio divino no es un oráculo de juicio sino la declaración de un regalo. El recién nacido Rey ha nacido para nosotros.