El contexto de la oración de Jesús
6 mayo, 2021Lo bueno, lo malo y lo feo
8 mayo, 2021La persona de Cristo
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La oración intercesora de Jesús
Durante la temporada navideña, enfatizamos apropiadamente que Cristo se hizo hombre (la encarnación) y que Él es el Rey. Pero sin negar estos énfasis apropiados, el Cristo de la Navidad es plenamente el Sacerdote (y el Profeta) así como el Rey.
Los sacerdotes del Antiguo Testamento, especialmente los sumos sacerdotes, ofrecían sacrificios y oraban por su pueblo (Lv 16:15, 21). Eran mediadores entre Dios y los hombres (Heb 5:1). La sucesión de los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento prefiguraba al glorioso Sumo Sacerdote, Jesucristo. Él no fue simplemente un hombre que medió entre Dios y los hombres; Cristo era, de hecho, el Dios-hombre quien medió entre Dios y los hombres (Heb 8:6; ver 1 Tim 2:5). Además de esto, no ofreció simplemente sacrificios de animales o cereales; Él se dio a Sí mismo como el único sacrificio eterno (Heb 7:27; 9:12). Por último, Cristo no hizo oraciones débiles e ineficaces por Sí mismo y por los demás, sino que presentó oraciones gloriosas y efectivas, y continúa haciéndolo (5:7; 7:25).
La oración intercesora de Cristo al Padre en Juan 17 incluye Sus peticiones por los discípulos y todos los creyentes posteriores. Pero también, especialmente en Juan 17:1-8, Cristo revela aspectos de Su papel de mediador, que a su vez resaltan Su persona como verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, y Su relación especial con el Padre. En este artículo, después de una exégesis de Juan 17:1-8, desarrollaré el acuerdo entre el Padre y Cristo en cuanto a Su papel de mediador y el hecho de que sea llamado «El Enviado». Finalmente, nos exhortaré a conocer a Cristo y creer en Él más profundamente.
EXÉGESIS DE JUAN 17:1-8
Cristo comienza la oración con «Padre» y se refiere a Sí mismo como «Hijo» (17:1). Estas palabras reflejan maravillosamente la estrecha y amorosa relación intratrinitaria de las personas del Padre y del Hijo, que se extiende desde la eternidad pasada y continúa a lo largo de la vida de Cristo en la tierra. Sin embargo, dado este punto positivo, el primer comentario trae consigo una nota ominosa: «La hora ha llegado». En el Evangelio de Juan, esto se refiere a la crucifixión de Cristo (2:4; 12:23). Luego, Cristo presenta Su primera petición: «Glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti» (17:1). Esta glorificación mutua entre el Padre y el Hijo es sorprendente a simple vista porque está relacionada con la crucifixión fea que se avecina (esta glorificación mutua también incluye al Espíritu Santo; 16:14).
A continuación, la petición de Cristo por la glorificación mutua es fundamentada en lo que fue dado anteriormente. El Padre «[ha dado]» al Hijo tanto «autoridad sobre todo ser humano» como sobre los elegidos para que el Hijo «dé vida eterna a todos [los elegidos]» (17:2). En esta oración, «dar» es bastante prominente. Este dar del Padre al Hijo para que el Hijo dé a los elegidos refleja un acuerdo previo entre el Padre y el Hijo. Además, dado que el Hijo, siendo Dios, ha tenido toda la autoridad desde la eternidad, esta entrega de toda autoridad debe referirse al Hijo en Su papel de mediador como Dios-hombre.
Después, se da una definición de «vida eterna». Los elegidos «[conocerán] al [Padre], el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien [Él ha] enviado» (17:3). Referirse al Padre como «el único Dios verdadero» no indica que Cristo sea menos que completamente divino. ¿Por qué no? Porque Juan muestra en otras partes claramente que Cristo es completamente divino (p. ej., 1:1; 5:18; 10:30; 17:5; 20:28). En cambio, el punto es que para conocer adecuadamente al verdadero Padre divino, uno tiene que ver Su relación con el verdadero Cristo divino. El epíteto de Cristo es interesante; Él es Aquel «a quien [el Padre ha] enviado».
En Juan 17:4, Cristo declara lo que ha hecho según el acuerdo previo: «Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera». Aunque Cristo está diciendo esto el jueves por la noche, incluye la crucifixión del viernes en esta declaración («en la tierra»). Por supuesto, como Sumo Sacerdote, también estará aplicando Su obra sacrificial cumplida al ascender al cielo.
Inmediatamente, luego de comentar Su obra «en la tierra», Cristo habla de Su gloria futura en Su ascensión. «Y ahora, glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (17:5). Nuevamente en el Evangelio de Juan se muestra la divinidad de Cristo. Él estaba con el Padre «antes que el mundo existiera». Además, aquí se insinúan diferentes aspectos de gloria. En primer lugar, hubo una gloria en la eternidad pasada, porque Cristo era el eterno Hijo divino. De alguna manera, Él tuvo un aspecto diferente de gloria del que tuvo en la tierra en Su condición de humillación como Dios-hombre. Finalmente, hay una gloria de Cristo en el cielo similar a aquella de la eternidad pasada, pero Cristo estará como el Dios-hombre, no como el eterno Hijo divino preencarnado.
Juan 17:9-19 incluye peticiones explícitamente relacionadas con los discípulos de Cristo. Juan 17:6-8 incluye algunos de los fundamentos o razones por las cuales el Padre debería conceder tales peticiones. Cristo ha «manifestado tu nombre [del Padre] a los hombres que del mundo me diste» (v. 6), y ellos «[han creído] que tú me enviaste» (v. 8). Hay una progresión: «[Los discípulos] eran tuyos [del Padre], y me los diste, y han guardado tu palabra» (v. 6). Es decir, la elección de los discípulos fue hecha por el Padre; los discípulos fueron dados al Hijo; y los discípulos respondieron apropiadamente. Por lo tanto, parte del acuerdo era que el Padre le daría al Hijo un pueblo y el Padre y el Hijo (y el Espíritu Santo) garantizarían que ese pueblo creyera.
EL ACUERDO
Como se mencionó anteriormente, Juan 17:1-8 contiene aspectos de un acuerdo entre el Padre y el Hijo relacionado a la salvación de los elegidos. En otros lugares del Evangelio de Juan vemos que el acuerdo también involucra al Espíritu Santo (p. ej., 3:34; 14:26; 15:26; 16:13-15). Este acuerdo tiene varios nombres. Los teólogos reformados han utilizado principalmente «pacto de redención», «consejo de paz» (Zac 6:13) o «pactum salutis» para referirse a este acuerdo.
En breves palabras, considerando las implicaciones de toda la Biblia, el pacto de redención es un acuerdo intratrinitario hecho en la eternidad pasada para salvar a los elegidos. Este acuerdo incluye promesas, cosas que son dadas, trabajo por realizar, quienes envían (Padre e Hijo) y Enviados (Hijo y Espíritu Santo), el compromiso de Cristo de encarnarse y representar a los elegidos, la glorificación mutua, etc. Aunque este acuerdo fue hecho en la eternidad pasada, está relacionado con Cristo en Su papel de mediador como el Dios-hombre.
Además, el pacto de redención está estrechamente relacionado con el pacto de gracia. Este último es un acuerdo en el tiempo entre el Dios trino y los elegidos. Sin embargo, algunos teólogos reformados han preferido no ver dos acuerdos o pactos conceptualmente separados, sino uno. Consideran que los aspectos del pacto de redención deben incluirse dentro del pacto de gracia. En su mayor parte, las diferencias entre estos dos puntos de vista son semánticas.
¿Qué aprendemos sobre el acuerdo intratrinitario en Juan 17:1-8? El Padre le dio varias cosas a Cristo. Estas incluyen preeminentemente a los elegidos (17:2, 6; ver también 6:39; 10:29). El Padre también le ha dado «autoridad sobre todo ser humano» (17: 2) y «palabras» para dar a los elegidos (v. 8; ver 3:34). Finalmente, el Padre le dio a Cristo la «obra», que resume todo lo que Cristo tenía que hacer «en la tierra» (17:4; ver 4:34; 5:36-37). Además de darle cosas a Cristo, el Padre lo «envió» (17:3, 8) y prometió glorificarlo (v. 1; ver 8:54).
En Juan 17:1-8, Cristo recibe a los elegidos y los cuida adecuadamente. Él también «da». Él da «vida eterna» (17:2; ver también 6:40; 10:28) y las «palabras» del Padre (17: 6; ver 1:1; 3:34) a los elegidos. Él garantiza, junto con el Padre y el Espíritu Santo, que ellos «[guardarán] tu palabra [del Padre]», «conocerán la verdad» y «[creerán] que tú [el Padre] me enviaste [al Cristo]» (17:6, 8). En cuanto a Sus funciones sacerdotales específicas hacia los elegidos, la obra de Cristo incluyó soportar la humillación de la crucifixión («la hora ha llegado»; 17:1) y Su oración por ellos (vv. 6-9). Dado que Cristo debe representar a los elegidos como un hombre y morir por ellos, parte del acuerdo incluye Su encarnación. Finalmente, y más directamente relacionado con el Padre, Cristo «[glorificó]» al Padre «habiendo terminado la obra» que el Padre le dio (v. 4; ver 9:4) y «[manifestó Su] nombre [del Padre]» a los elegidos (17:6; ver 10:25).
JESUCRISTO, A QUIEN HAS ENVIADO
En la Oración Sumo Sacerdotal, Cristo se refiere a Sí mismo como «Jesucristo, a quien [el Padre ha] enviado» (17:3). En el Evangelio de Juan, el verbo «enviar» se usa un número significativo de veces, cincuenta y ocho para ser exactos (detrás de la palabra «enviar» en español hay en realidad dos palabras griegas, pemp [treinta y una veces] y apostell [veintisiete veces], prácticamente sinónimas en Juan). «Enviar» se usa numerosas veces entre las personas de la Trinidad. El Padre envía a Cristo (3:17; 5:36; 7:28; ver 1 Jn 4:9) y al Espíritu Santo (14:26; 15:26). Cristo, el enviado, también envía al Espíritu (15:26; 16:7; cf. Ap 5:6). Por si esto fuera poco, los creyentes también son parte de esta actividad de envío. «Como el Padre me ha enviado [a Cristo], así también yo os envío» (20:21; ver 13:20; 17:18).
Para enfatizar aún más esta idea, Cristo a menudo da el epíteto al Padre de «el que me envió» (p. ej., 5:23-24; 6:38, 44; 8:16; 12:45; 14:24; 16:5). De manera similar, Cristo se da cuatro veces a Sí mismo el calificativo de Aquel a quien el Padre ha enviado (3:34; 5:38; 6:29; 17:3).
¿Qué aprendemos acerca de la persona de Cristo a partir de Su autodescripción como «a quien [el Padre ha] enviado» (17:3)? Primero, aprendemos que comprender a Cristo es entenderlo como una de las personas de la Trinidad. Un Cristo no relacionado con la Trinidad no es Cristo en absoluto. Un Cristo con solo una conexión superficial con el Padre y el Espíritu Santo es un Cristo superficial. El Cristo de la Biblia es Cristo en plena comunión con el Padre y el Espíritu Santo y definido por Su conexión con las otras dos personas de la Trinidad.
Segundo, aprendemos que la gran misión salvífica de Cristo era y es parte de una obra trinitaria. Cristo fue enviado por el Padre y Cristo envía al Espíritu Santo. El plan y la ejecución de nuestra salvación son trinitarios. Cada persona de la Trinidad hace el mismo trabajo, pero cada una lo hace de una manera apropiada a Su persona distinta e inseparablemente de las otras dos ya que, en última instancia, solo hay Un ser divino haciendo el trabajo. Los diversos «envíos» muestran esto. ¿Quién es Cristo? Aquel a quien el Padre envió y quien envía el Espíritu Santo. ¿Quién es el padre? El que envió a Cristo y envía al Espíritu Santo. ¿Cuál es el propósito de estos envíos? La salvación de los elegidos.
En tercer lugar, entendemos mejor el envío de Cristo al contemplar Su vínculo con las relaciones intratrinitarias. Aquí estamos entrando en un territorio más misterioso. Primero, antes de ver alguna implicación de estas relaciones sobre el envío de Cristo, es útil establecer un poco de contexto. Como la Iglesia ha afirmado durante mucho tiempo, las relaciones internas entre las personas de la Trinidad son la base de Sus obras externas particulares en la creación y la redención. Es decir, los roles en la creación y la redención de cada persona de la Trinidad son análogos a las relaciones que siempre han existido dentro de la Trinidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por lo tanto, dado que la Biblia nos muestra que esta relación existe, uno debe desarrollar con cautela las implicaciones desde las relaciones internas en las obras externas, y viceversa. Sin embargo, se requieren algunas advertencias, especialmente cuando se considera el papel de Cristo en la redención. Aquí la conexión entre las relaciones internas y las obras externas existe, pero debe ser «filtrada» a través de (1) el pacto de redención y (2) el hecho de que Cristo está en Su papel de mediador como Dios-hombre.
Dicho lo anterior, ¿cómo se aplica a los «envíos» la conexión entre las relaciones internas y las obras externas? En Juan, parece haber una fuerte correlación entre las relaciones internas y los envíos externos. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo. Esto coincide con el hecho de que el Espíritu Santo sea enviado externamente por el Padre y el Hijo (15:26). Así mismo, el Hijo es eternamente generado/engendrado por el Padre (5:26). Esto coincide con el hecho de que el Hijo fuera enviado externamente por el Padre (7:29; 8:42). Dadas estas correlaciones, quiero examinar solamente una implicación, que corrige un posible malentendido acerca de que Cristo sea enviado. En la superficie, uno podría pensar que no era posible enviar a una persona divina. Sin embargo, saber que el Hijo es eternamente engendrado por el Padre y que esto no afecta la divinidad de Cristo, confirma la verdad correspondiente de que el envío de Cristo por el Padre no afecta Su divinidad.
CONOCIENDO A CRISTO MÁS PROFUNDAMENTE
En Juan 17:8 hay un paralelo entre saber y creer. Cristo le dice al Padre: «[Ellos] entendieron que en verdad salí de ti; y creyeron que tú me enviaste» (énfasis añadido). A menudo en la Biblia, como es el caso aquí, el conocimiento no es simplemente información intelectual, sino que está conectado con la fe y la confianza verdaderas. Para un cristiano, en el mejor de los casos, aprender más (recordar o confirmar algo) sobre aspectos de Cristo es conocerle y creer en Él más profundamente.
Las declaraciones y realidades en Juan 17:1-8 son impresionantes. Allí aprendemos verdades significativas sobre la realidad intratrinitaria. Hay glorificación mutua, un pacto de redención y relaciones de envío. En este pasaje, también conocemos verdades importantes sobre la persona de Cristo. Él es el Dios-hombre, Él es enviado por el Padre (y quien envía al Espíritu Santo), Él murió voluntariamente por nosotros y Él ora por nosotros.
Además aprendemos sobre aspectos importantes de nuestra salvación. Aquí se le llama «vida eterna» (v. 3). Es una vida con el Dios eterno. Una vida que Cristo nos ha dado a nosotros, que no la merecemos (v. 2); una vida en la que felizmente «guardamos» y «recibimos» las «palabras» trinitarias (vv. 6, 8; ver 16:12-15). Se trata de una vida en la que, en nuestro mejor momento, conocemos a Cristo y creemos en Él más y más, y esperamos verlo en gloria.
Un aspecto de conocer a Cristo y creer en Él es imitarlo (13:15). Ver la relación de Cristo con el Padre (y el Espíritu Santo) en Juan 17:1-8 proporciona, salvando las distancias, un modelo para nuestra interacción con otros cristianos (11:41-42). Cristo se comunicaba. Estuvo dispuesto a glorificar a otro, así como a ser enviado y a enviar. Se dispuso a realizar un trabajo difícil en beneficio ajeno, a orar por los demás, a recibir y dar dones. Él amaba a los demás por, entre otras razones, Su amor por el Padre.
Que Juan 17:1-8 sea usado por el Espíritu Santo para hacernos conocer al Hijo sacerdotal y creer más profundamente Él, a quien el Padre ha enviado.