La oración de Jesús por nosotros
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La oración intercesora de Jesús
Aunque la oración de Jesús en Juan 17 ha sido conocida tradicionalmente como Su Oración Sumo Sacerdotal, otros la han llamado «la Oración del Señor», porque aquí Jesús realiza una de las oraciones más largas registradas en los Evangelios. También es digna de mención, considerando que el Evangelio de Juan no incluye el «Padrenuestro» (tal vez mejor llamada «la oración de los discípulos»), la oración que Jesús enseñó a sus discípulos por petición de ellos y que encontramos tanto en Mateo como en Lucas (Mt 6:9-13; Lc 11:2-4). Partiendo de la razonable suposición de que Juan conocía los primeros Evangelios cuando escribió el suyo, podemos deducir que, en lugar de presentar el Padrenuestro de Mateo o Lucas, Juan registró la oración final de Jesús antes de Su crucifixión.
También observa que Juan, inmediatamente después de la oración final de Jesús, se refiere a un «huerto» al que Jesús y Sus seguidores entraron después de cruzar el torrente Cedrón, poco antes de que Jesús fuera puesto bajo custodia romana (18:1-2). Si bien Juan no da el nombre del huerto, los lectores de los Evangelios anteriores no tendrán dificultad en inferir que se trataba de Getsemaní, el lugar donde Jesús oró justo antes de Su arresto (Mt 26:36-46; Mr 14:32-42; Lc 22:40-46). En estos primeros Evangelios, se nos dice que Jesús suplicó al Padre tres veces: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras» (Mt 26:39, 42, 44; Mr 14:36, 39, 41; Lc 22:42). Al parecer, Juan expande significativamente nuestro conocimiento de lo que Jesús oró justo antes de entrar al huerto esa noche.
EL CONTEXTO
El relato de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní en los primeros tres Evangelios proporciona un fascinante telón de fondo canónico para la narración de Juan de la oración final de Jesús. Pero, ¿cuál es su contexto en el Evangelio de Juan? Juan divide su relato acerca de Jesús esencialmente en dos actos dramáticos, que los eruditos han denominado el «Libro de las señales» (caps. 2-12) y el «Libro de la gloria/exaltación» (caps. 13-21). De alguna manera, leer las dos mitades del Evangelio de Juan es, por lo tanto, como ver una obra de teatro o un partido de fútbol con un intermedio o entretiempo. En la primera mitad, se muestra a Jesús realizando una serie de señales impresionantes, que van desde convertir el agua en vino en una boda judía (cap. 2) hasta resucitar de entre los muertos a un hombre llamado Lázaro (cap. 11). Sin embargo, de manera trágica, la nación judía rechaza a su Mesías (12:36-41).
Cuando se abre el telón (o los equipos vuelven al campo) en la segunda mitad del Evangelio de Juan, el escenario ha cambiado de manera notable. Ahora, Jesús ha reunido al remanente de creyentes, los doce, Su nueva comunidad mesiánica (llamada «los Suyos» en 13:1; ver 1:11) y Juan adopta un punto de vista de exaltación posresurrección. Así, el «Libro de la exaltación» de Juan empieza de la siguiente manera (observa el preámbulo aparte, que refleja el prólogo introductorio en 1:1-18):
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. […] Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena (Jn 13:1-4).
Lo que sigue es la conocida escena del lavado de pies, en la que Jesús modeló Su amor por los Suyos, el mismo amor que demostraría en breve al morir en la cruz por los pecados de ellos (19:30; ver 3:16). De esta manera, el lavamiento de pies sirve como un «anticipo» de la cruz (13:1: «los amó hasta el fin», frase en la que «hasta el fin» probablemente significa tanto «hasta el último fin» como «hasta la máxima extensión»).
Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de Juan son casi completamente únicos y describen la última cena de Jesús con los doce apóstoles (observa que Juan no se refiere explícitamente a la institución del nuevo pacto por Jesús, en Su cuerpo y Su sangre, al dar por ciertos los Evangelios sinópticos, aunque el discurso acerca del pan de vida en Juan 6 puede ser un reflejo de la última cena). Solo aquí encontramos las instrucciones de despedida de Jesús a Sus seguidores más cercanos, incluyendo aquellas sobre la venida del Espíritu Santo (cap. 14, 16) y sobre cómo permanecer en Él después de Su partida (cap. 15). La estructura general de los capítulos 13-17 (sección conocida como el «Discurso de despedida» o «del aposento alto»), que preceden a la narración juanina de la pasión, es como explico a continuación. Juan 13:1-30 describe el lavamiento de los pies como una especie de preámbulo narrativo tanto del «Discurso de despedida» como de todo el «Libro de la exaltación» (incluyendo el relato de la pasión en los capítulos 18-21).
Luego, una vez que la comunidad es limpiada y Judas el traidor ha abandonado la habitación (13:30), Jesús instruye a los once en el «Discurso de despedida» propiamente dicho, que se extiende desde el 13:31 hasta el 16:33. Las palabras de Jesús son ocasionalmente interrumpidas por preguntas de Sus discípulos (por ejemplo, en los versículos 13:36-37 [Pedro]; 14:5 [Tomás], 8 [Felipe] y 22 [el otro Judas]), aunque en la mayor parte es Jesús quien habla y prepara a Sus seguidores para la vida sin Su presencia física con ellos. Sin duda, los seguidores de Jesús pensaron que perder a su amado Maestro sería completamente desastroso; no obstante, Él trata de convencerlos de que en realidad resultará en un mayor beneficio para ellos. En cuanto saliera de la escena, Él, junto con el Padre, enviaría al Espíritu a morar en los creyentes. De esta manera, en lugar de que Jesús esté con ellos, el Espíritu estaría en ellos, llevándolos a una presencia divina intensificada y aún más poderosa en medio de ellos e incluso en su interior.
Por supuesto, como creyentes del Nuevo Testamento, los que hemos puesto nuestra fe en Cristo y en Su muerte en la cruz por nosotros hemos experimentado personalmente la plenitud del Espíritu Santo, pero para los discípulos en el aposento alto, la plenitud del ministerio del Espíritu Santo aún era futuro. Aquí vemos a Jesús diciéndoles lo que pronto sucedería en el primer Pentecostés cristiano (Hch 2; ver Jn 20:22, allí Jesús revela esta realidad de manera preliminar al comisionar a Sus seguidores). Para finalizar Sus instrucciones, Cristo ilustra la experiencia de aflicción temporal de los discípulos por Su crucifixión con la de una mujer al dar a luz: si bien es doloroso a corto plazo, ese dolor pronto da lugar al gozo cuando nace el bebé (16:16-33). Del mismo modo, los discípulos se lamentarán brevemente por la muerte de Jesús, pero se regocijarán pronto cuando lo vean resucitar de entre los muertos.
Jesús concluye: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo» (16:33). De esta manera, Jesús tranquiliza a Sus seguidores en vista de la tribulación venidera y anticipa Su victoria sobre el mundo y Satanás, «el príncipe de este mundo» (12:31; 14:30; 16:11).
LA ORACIÓN EN SÍ
En el Nuevo Testamento, es principalmente el libro de Hebreos el que establece y amplía el rol de Sumo Sacerdote de Jesús. El Nuevo Testamento en su conjunto describe a Jesús en Sus tres roles como Profeta, Sacerdote y Rey. Con respecto a Su oficio profético, Jesús actúa como profeta cuando limpia el templo en Su primera visita a Jerusalén con motivo de la primera Pascua registrada en el Evangelio de Juan (2:13-22). De acuerdo con el retrato del salmista, se muestra a Jesús consumido por el celo por la gloria de Dios y la pureza de la adoración del pueblo (Jn 2:17; ver Sal 69:9). El templo es la «casa del Padre» de Jesús (Jn 2:16; ver Lc 2:49), el lugar donde Él, el Esposo mesiánico (Jn 3:9), irá a preparar un lugar para Sus seguidores después de Su partida (14:2-3).
Además, cuando las personas ven la señal mesiánica que Jesús ha realizado al alimentar a los cinco mil, dicen: «Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo» (6:14, énfasis añadido), de acuerdo con la expectativa de la llegada de un «profeta como Moisés» (Dt 18:15-19). Sin embargo, nota que al limpiar el templo, Jesús es rechazado y pronuncia juicio sobre la nación judía, y que cuando es reconocido como «el Profeta que había de venir al mundo», Él se retira «dándose cuenta de que iban a venir y llevárselo por la fuerza para hacerle rey» (Jn 6:14-15). De ahí que, como comenta Juan sobre Jesús justo antes de realizar una de Sus señales mesiánicas en Galilea, «a un profeta no se le honra en su propia tierra» (4:44; ver Mt 13:57; Mr 6:4; Lc 4:24). Entonces, en el Evangelio de Juan, Jesús ciertamente es un Profeta, pero uno rechazado tanto por las autoridades judías en Jerusalén como por Su propio pueblo en el norte de Galilea.
Respecto al papel de Jesús como Rey, acabamos de ver que la gente iba a obligar a Jesús a ser su rey por la fuerza justo después de haber alimentado a los cinco mil (Jn 6:15). Más tarde, en Su entrada triunfal en Jerusalén, justo antes de la crucifixión, Jesús monta un burro y entra en la ciudad de manera salomónica (12:12-19; ver 1 Re 1:38), emblemática de Su reinado humilde (Jn 12:14) y en cumplimiento de la profecía del profeta Zacarías en el Antiguo Testamento: «NO TEMAS, HIJA DE SIÓN; HE AQUÍ, TU REY VIENE, MONTADO EN UN POLLINO DE ASNA» (v. 15; ver Zac 9:9). Grandes multitudes salen a recibirlo, agitando ramas de palma en un gesto de nacionalismo judío (la cercana Jericó era conocida como «la ciudad de las palmas», y las ramas de palma eran símbolos del orgullo nacional judío) y gritaban: «¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel» (Jn 12:13).
Sin embargo, así como aquí la gente aclama a Jesús como su Rey, poco después una multitud similar se une a las autoridades judías para condenarlo. Cuando Pilato les presenta a Jesús después de un simulacro de juicio, diciendo «He aquí vuestro Rey», la multitud grita: «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícale!» (19:14-15). Y cuando Pilato responde, «¿He de crucificar a vuestro Rey?», los principales sacerdotes responden escalofriantemente: «No tenemos más rey que el César» (v. 15). Después de pronunciar el veredicto de «culpable», Pilato pide que se haga un letrero trilingüe con las palabras: «JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS», y que se coloque en la cruz, indicando la acusación contra Jesús (v. 19). Aún insatisfechas, las autoridades judías intentan convencer al gobernador romano de que modifique la inscripción para que diga «Él dijo: “Yo soy el Rey de los judíos”», pero Pilato los ignora (vv. 21-22). Así, en una profunda y trágica ironía, Pilato afirma lo que los judíos rechazan: el papel de Jesús como Rey. Así como Jesús es el verdadero Profeta a pesar del rechazo de la gente, Él también es verdaderamente su Rey.
El oficio sacerdotal de Jesús no se desarrolla explícitamente en el Evangelio de Juan en el mismo grado que Sus roles como Profeta y Rey. Sin embargo, Su muerte en la cruz es presentada en términos de sacrificio. Él es «el Cordero de Dios» que muere para «quita[r] el pecado del mundo» (1:29, 36); Él es el «Buen Pastor» que da Su vida por Sus «ovejas» (10:15, 17-18). Como sumo sacerdote judío ese año, Caifás profetizó acertadamente, aunque sin saberlo, que Jesús sería el «hombre» que moriría por los pecados del pueblo; así podría ser ofrecida la salvación no solo al pueblo judío, sino también a los gentiles (11:50-52; ver 10:16). Al cumplir esta función sacerdotal de intercesión (sirviendo paradójicamente como Sumo Sacerdote y como el sacrificio perfecto) Jesús fue quien desempeñó verdaderamente el cargo de Sumo Sacerdote a pesar de que Caifás lo ocupaba formalmente.
Sumado a esto, el tema de la Pascua acompaña constantemente la descripción que hace Juan de la misión de Jesús, al indicar que Jesús cumplió el simbolismo de la Pascua junto con el éxodo de Israel y la liberación de la esclavitud en Egipto. En este sentido, sin duda Juan habría hecho eco de la declaración de Pablo de que «Cristo, nuestra pascua, ha sido sacrificado» (1 Co 5:7). De todas estas formas, Juan presenta a Jesús como el verdadero Profeta, Sacerdote y Rey, a pesar de haber sido rechazado por el pueblo. De hecho, el rechazo de la gente hacia Él como Profeta, Sacerdote y Rey fue una parte integral de Su misión mesiánica (ver Jn 12:38-41). Es dentro de este contexto que Juan presenta a Jesús al pronunciar Su oración final, donde lo vemos interceder, primero por Él mismo (17:1-5), luego por Sus seguidores (17:6-19), y finalmente por los que se convertirían en creyentes a través del testimonio de aquellos. (17:20-26).
LA DISPOSICIÓN DE JESÚS
La actitud de Jesús al comienzo de Su oración, con la cual concluye el «Discurso de despedida» en el Evangelio de Juan, está marcada no solo por la falta de pecado, sino también por la falta de interés en Sí mismo. De manera sorprendente, en Su hora final, Jesús está preocupado no solo por completar Su propia misión mesiánica, sino también por el bienestar espiritual y la misión futura de Sus seguidores. En esto asume la postura sacerdotal de intercesor. Él está interesado en «[dar] vida eterna a todos los que Tú [el Padre] le has dado», que es conocer tanto al único Dios verdadero como a Jesús, a quien Él ha enviado (Jn 17:2-3). También está interesado en traer gloria al Padre en lugar de procurar acumular gloria para Sí mismo (vv. 4-5).
Jesús no vino para tomar (seguir Su propia agenda o aumentar Su propio prestigio), sino más bien para dar vida eterna a los pecadores perdidos y gloria al Padre que lo envió en Su misión de dar vida. En cuanto a la consideración por los demás, como ya se mostró en el lavamiento de los pies, Jesús sirve de ejemplo para los creyentes (Jn 13:15-16; ver Flp 2:1-11). Según el «nuevo mandamiento» de Jesús, debemos amarnos unos a otros como Él nos amó (Jn 13:34-35). El ejemplo de Jesús de abnegación e interés supremo por los demás (Su amor sin límite y sacrificial) resulta extremadamente convincente en un mundo donde la autopromoción y el interés propio están a la orden del día, incluso entre muchos cristianos profesantes.
A Jesús también le interesa que el Padre guarde espiritualmente a aquellos que le han sido confiados en un mundo que los odia tanto a Él como a ellos: «Guárdalos en tu nombre… para que sean uno, así como nosotros» (Jn 17:11). Los discípulos están en el mundo pero no son del mundo (vv. 11, 14, 16). Jesús ya les ha dado la Palabra de Dios (v. 14) y pronto enviará Su Espíritu. Su oración no es que el Padre saque a los creyentes del mundo, sino que los preserve mientras permanezcan en el mundo, que los «[guarde] del maligno» (v. 15). Por lo tanto, Su oración es por la consagración de los creyentes, la santificación de ellos, a través de la verdad de la Palabra de Dios (v. 17).
Adicionalmente, la consagración de sus discípulos no tiene propósitos egoístas de manera que ellos puedan disfrutar de su propia santidad. No, es para que puedan cumplir su misión (Jn 17:18). Este propósito misional de la santificación a menudo se pasa por alto, lo cual es muy desafortunado porque no solo la santificación debe resultar en misión, sino que, a la inversa, la misión debe ser llevada a cabo por personas santificadas, en las que mora el Espíritu y que obedecen la Palabra de Dios, que se aman unas a otras y están unidas en su lealtad común a Cristo y su propósito en la misión al mundo (vv. 20-26; ver Ef 4:1-6). La misión unificada de la comunidad de creyentes, sustentada por el amor mutuo forjado por el Espíritu de Jesús, es por lo tanto la visión subyacente de la oración final de Jesús en Juan 17.