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23 febrero, 2024La salvación

Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Cristianismo y liberalismo
La Primera Guerra Mundial puso a Europa de cabezas, aplastó el optimismo de la Ilustración y dio paso a la Europa postilustración. En Estados Unidos, no obstante, los jóvenes, sin dejarse intimidar por la guerra, intentaron traer a la tierra el reino de Dios a través de la acción social. Llamaron su mensaje «el evangelio social», y su principal predicador fue Walter Rauschenbusch (1861-1918), quien se esforzó por solucionar la pobreza que encontró en Hell’s Kitchen (Nueva York) predicando un «evangelio» de mejora social y trabajando para traer el reino de Dios a la tierra a través de la acción social. Esta era su definición de la salvación.
Sin embargo, J. Gresham Machen (1881-1936) también sobrevivió la Primera Guerra Mundial y defendió una doctrina diferente, que sostenía que la iglesia visible representa el reino espiritual de Cristo en la tierra y que los cristianos existen en lo que Juan Calvino había llamado un «reino doble» (Institución 3.19.15). Para Machen, la salvación era una idea demasiado grandiosa como para ser traída completamente a la tierra. Reconoció que el cristianismo era «ciertamente una vida», pero ¿cómo se producía? Los evangelizadores sociales pensaban que podían producir esa vida «mediante la exhortación», escribió Machen, pero tal enfoque siempre «carece de poder». «Lo extraño del cristianismo fue», explicó, «que adoptó un método totalmente diferente. Transformó la vida de los hombres no apelando a la voluntad humana, sino contando una historia; no exhortando, sino narrando un acontecimiento». Reconoció que tal enfoque parece «poco práctico». Es lo que Pablo llamó «“la necedad del mensaje”… Parecía una necedad para el mundo antiguo, y parece una necedad para los maestros liberales de hoy». Sin embargo, sus «efectos aparecen incluso en este mundo. Donde fracasa la exhortación más elocuente, triunfa el simple relato de un suceso; la vida de los hombres se transforma por una noticia».
El evangelio social redujo el problema humano a la pobreza material. Para Machen, alumno de Pablo y un agustino, nuestro problema es mucho más profundo. En sus discursos por la radio de 1935, explicó que el pecado es mucho más que una «conducta antisocial», como decían los progresistas y los evangelistas sociales. La verdadera definición de pecado es «desobediencia a un mandamiento de Dios». Es, como dice maravillosamente el Catecismo Menor de Westminster: «Cualquier falta de conformidad con la ley de Dios, o transgresión de ella» (CmW 14). Para los evangelistas sociales, la paga del pecado es simplemente la pobreza, pero para Machen, como para Pablo y Agustín, «la paga del pecado es muerte» (Ro 6:23), y un tipo muy particular de muerte: el castigo eterno. Así como la justicia de Cristo se imputa a todos los que están «en Cristo», por gracia sola por medio de la fe sola, también el pecado de Adán se imputa a todos los que están en él, y la maldición fue «el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:17). La culpa del pecado «merece el castigo eterno».
La doctrina bíblica (y agustiniana) de la depravación es que estamos tan corrompidos por el pecado y sus efectos, que somos totalmente incapaces de salvarnos a nosotros mismos.
Entonces, a la luz de esto, debemos entender la doctrina de Machen sobre la salvación, es decir, la liberación de la ira divina a un estado de bienaventuranza y favor. Aquellos a quienes Dios salva son pecadores condenados, y son salvos por gracia sola por medio de la fe sola. Machen dedicaba bastante tiempo durante sus charlas radiales a hablar sobre el antiguo hereje Pelagio (fallecido hacia el año 410 d. C.), quien rechazó la perspectiva de Agustín sobre el pecado y la gracia y cuyos puntos de vista fueron condenados por el Concilio de Éfeso (431 d. C.). Pelagio enseñó que todos nacemos buenos, como Adán, y que todos tenemos el potencial de alcanzar la perfección sin la ayuda de la gracia si tan solo imitáramos a Jesús en lugar de a Satanás. Machen sin duda fue dirigido a Pelagio por su contienda con los modernistas, que sonaban muy parecidos a él. Machen se quejaba de que los pelagianos tienen una visión «superficial» del pecado. La doctrina bíblica (y agustiniana) de la depravación es que estamos tan corrompidos por el pecado y sus efectos, que somos totalmente incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Dependemos completamente de la gracia soberana y gratuita de Dios. La doctrina de Machen sobre la salvación es maravillosamente clara:
Lo que [Jesús] hizo no fue hacer posible que se salvaran. No, hizo mucho más que eso. Él los salvó. Los salvó con un poder completamente irresistible. Cada paso que condujo a la salvación de los elegidos de Dios se llevó a cabo de acuerdo con Su plan eterno. Este es el punto central que queremos dejar claro en todo nuestro tratamiento de la doctrina bíblica de la salvación. Permítanme repetirlo, y si por mera repetición pudiera imprimirlo para siempre en sus mentes y corazones, me encantaría repetirlo cien veces. Dios, digo, por Su obra salvadora, no hizo posible que los pecadores se salvaran a sí mismos; Él los salvó.
Ya había dicho lo mismo prácticamente con las mismas palabras en Cristianismo y liberalismo en 1923.
Los evangelizadores sociales enseñaban que podemos y debemos «salvarnos» a nosotros mismos «mediante el amor». Sin embargo, para Machen, tal doctrina era solo «semipelagianismo». Para los evangelistas sociales, la esperanza del mundo es «aplicar los principios de Jesús» a ella, como si Él fuera un mero maestro o profeta. Para Machen, sin embargo, la «obra redentora de Cristo que está en el centro de la Biblia es aplicada al alma individual… por el Espíritu Santo». Por lo tanto, «no encontramos esperanza permanente para la sociedad en los meros “principios de Jesús” o algo similar, sino que la encontramos en el nuevo nacimiento de las almas individuales».
El mundo que Machen conoció de niño murió en los campos de batalla de Francia durante la Primera Guerra Mundial pero, para Machen, a diferencia de los evangelizadores sociales, el evangelio no murió con él. Las naciones y los imperios se desmoronan, pero Cristo reina, Su evangelio continúa y Su iglesia perdura porque, aunque las culturas colapsen, Dios nunca cambia, y es sobre todo de Su ira, de la que deben ser salvos los pecadores.