
Iglesia y ministerio
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El evangelio
8 mayo, 2025La Trinidad

Este es el sexto artículo de la colección de artículos: Fundamentos doctrinales
Introducción
La doctrina de la Trinidad es fundamental para la fe y la vida cristiana, ya que conocer a Dios está en el corazón de la religión bíblica y Dios se revela plenamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo en el despliegue del misterio divino. El único Dios vivo y verdadero existe eternamente en tres personas distintas pero inseparables. Los credos y las confesiones de la iglesia resumen las verdades bíblicas esenciales sobre la triunidad de Dios, aportando matices teológicos y apoyo a esta doctrina fundacional. Sin embargo, la doctrina de la Trinidad también se ha malinterpretado, tergiversado y pervertido con frecuencia. Considerar el soporte bíblico para la doctrina de la Trinidad y su desarrollo histórico nos ayudará a comprender con mayor precisión esta verdad preciosa.
Explicación
Soporte bíblico
Aunque la palabra Trinidad no aparece en las Escrituras, la esencia de la doctrina se revela tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, se alude a la Trinidad de Dios en lugar de que esto sea revelado explícitamente. Esto se debe, en parte, a la naturaleza preparatoria de la revelación del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios no reveló plenamente todo lo que pretendía revelar a lo largo de la historia redentora. Necesitamos que la revelación del Nuevo Testamento nos ofrezca el desarrollo completo de la revelación del Antiguo Testamento que preparó al pueblo de Dios para el nuevo pacto. Además, el carácter monoteísta de Dios se enfatiza en el Antiguo Testamento de tal manera que contrasta la verdad del Dios de Israel con el politeísmo de las naciones paganas vecinas. Este énfasis en la naturaleza singular de Dios pretendía proteger al pueblo de la idolatría de las naciones. Sin embargo, hay alusiones significativas en el Antiguo Testamento a la multiplicidad de personas en la Deidad.
Considera lo siguiente:
- Algunos teólogos, sobre todo Pedro Lombardo y Martín Lutero, encontraron una alusión a una multiplicidad de personas en la Deidad en el uso del nombre divino Elohim.
- A lo largo de la historia de la iglesia, muchos teólogos han aceptado el carácter trinitario de la comunicación del consejo divino en Génesis 1:26, 11:7 e Isaías 6:8. La propuesta alternativa de que Dios estaba hablando con los ángeles es poco probable, ya que Génesis 1:26 revela que Dios hace al hombre a Su «propia» imagen y no a imagen de los ángeles.
- Hay muchos pasajes en el Antiguo Testamento en los que las personas de la Deidad se comunican entre Sí o se refieren unas a otras (por ejemplo, Sal 45:6-7; 110:1; Zac 2:8-11; He 1:8-9). Esta es una prueba contundente del carácter trinitario de Dios en el Antiguo Testamento.
- Muchos de los primeros teólogos luteranos y reformados de la iglesia, sostenían que el «Ángel del Señor» (en hebreo malakh YHWH) era una manifestación preencarnada de la segunda persona de la Deidad, es decir, el Logos.
- La revelación del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento ―a diferencia del Padre (Is 63:16) y del Hijo (Sal 2:7; Pr 30:4)― es un testimonio claro de la multiplicidad de personas en la Deidad (p. ej., Gn 1:2; Éx 35:31; 2 S 23:2; Is 63:10; Ez 2:2). El Espíritu es el agente de la creación, el sustento, el poder, la revelación y la aplicación de la redención en el Antiguo Testamento.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que el misterio de la Trinidad se revela más claramente en el bautismo de Jesús. Las tres Personas de la Deidad están presentes cuando Jesús es bautizado. El Padre habla del Hijo, mientras que el Espíritu desciende sobre el Hijo (Mt 3:13-27). Además, las personas de la Deidad se mencionan específicamente unas junto a otras en el Nuevo Testamento (Lc 1:35; 3:21-22; Mt 28:19; 1 Co 12:3-4; 2 Co 13:14; 1 P 1:2). En los evangelios, el Hijo ora al Padre en numerosas ocasiones, demostrando así que es de alguna manera distinto del Padre y que el Padre y el Hijo no son meramente modos o manifestaciones diferentes de la misma persona divina, como sugiere el punto de vista conocido como modalismo (Lc 22:42; 23:34, 46; Jn 12:28; 17:1). Por el contrario, Jesús es Dios encarnado —el Hijo eterno de Dios— en perfecta unidad con Su Padre y el Espíritu, aunque distinto de ellos. Jesús habla explícitamente de las tres Personas de la Deidad en Su discurso de Juan 14-16. La personalidad divina del Espíritu se enseña a lo largo de las páginas del Nuevo Testamento, y de forma más llamativa en las referencias a Su hablar (Hch 13:2; Ap 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22; 14:13; 22:17). «El Espíritu Santo dice», «El Espíritu dijo a través de…» y «Como dice el Espíritu», son formas habituales de introducir citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento.
El Nuevo Testamento habla tanto de la igualdad divina y eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu como de la subordinación funcional del Hijo al Padre en la obra de redención que realizó como Dios-hombre encarnado. Los teólogos han distinguido comúnmente entre la Trinidad ontológica y la Trinidad económica. La Trinidad ontológica describe a Dios tal como es en Sí mismo. En la Trinidad ontológica existe una absoluta igualdad divina sin ninguna subordinación del ser. En cuanto al ser y los atributos de Dios, el Hijo es absolutamente igual al Padre (Jn 1:1; 8:58; Col 1:15, 19; He 1:3). La Trinidad económica describe a las personas de la Deidad en la obra externa de Dios. En cuanto a la obra de Dios en la redención, existe una subordinación funcional de Cristo encarnado al Padre (Jn 5:19-23; 1 Co 11:3). Esta subordinación en el tiempo, mientras Cristo llevaba a cabo la obra de la salvación, cumplía el compromiso del Padre de enviar al Hijo y el compromiso del Hijo de comprar nuestra redención y que se hizo en el pacto de redención (Jn 10:17-18, 12:49; Tit 1:2).
Desarrollo histórico
Se cree que Tertuliano, uno de los primeros padres de la iglesia, fue el primero en utilizar la palabra Trinidad. En su tratado Adversus Praxean, Tertuliano se refiere a la «Trinitas unius Divinitatis, Pater et Filii et Spiritus Sancti» (la Trinidad de la única Divinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Tertuliano proporcionó los cimientos respecto a la multiplicidad de personas (en latín personae), pero los padres posteriores proporcionaron el vocabulario esencial para comprender y defender la doctrina trinitaria. Atanasio fue el gran defensor de la consustancialidad del Padre y el Hijo ―es decir, que el Padre y el Hijo son lo mismo en esencia― después del Concilio de Nicea, y los padres capadocios (Basilio de Cesarea, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa) trazaron la distinción clara entre el significado de esencia y persona. Los padres capadocios fueron las voces determinantes en el resultado del Concilio de Constantinopla, que se basó en el Concilio de Nicea al aclarar la personalidad distintiva del Espíritu Santo a la luz de Su unidad de esencia con el Padre y el Hijo. Nicholas Needham explica: «Los capadocios dieron forma al lenguaje de la ortodoxia trinitaria que seguimos utilizando hoy. Además del término ousia para la naturaleza divina, definieron el término hypostasis para expresar la realidad de las personas divinas».
En la Iglesia primitiva, la deidad del Hijo era el punto central de la controversia doctrinal. La presentación definitiva de las verdades fundamentales de la doctrina de la Trinidad por parte de la iglesia cristiana se estableció en el Concilio de Nicea (325 d. C.) y en el Concilio de Constantinopla (381 d. C.). En ambos concilios se refutó el error cristológico y se estableció la precisión doctrinal. Los elementos esenciales de la deidad de Cristo y la doctrina de la Trinidad se codificaron en el Credo Niceno (también conocido como Credo Niceno-Constantinopolitano, porque fue refinado y ampliado en el Concilio de Constantinopla).
Después de los capadocios, Agustín refinó aún más las distinciones trinitarias establecidas. Su De Trinitatis (Sobre la Trinidad) es una de las obras teológicas más significativas de la historia de la iglesia. Herman Bavinck explicó la importancia de la articulación de la Trinidad hecha por Agustín:
[Agustín] no deriva la Trinidad del Padre, sino de la unidad de la esencia divina, ni la concibe como accidental, sino como una característica esencial del Ser divino. Pertenece a la esencia misma de Dios el ser trino. En este sentido, la persona es idéntica al ser mismo de Dios… Cada Persona … es idéntica a todo el Ser e igual a los otros dos o a los tres juntos. Con los seres creados es diferente. Una persona no es igual a tres pero, dice Agustín, «en Dios no es así, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo juntos no son un ser mayor que el Padre solo o el Hijo solo; pero estas tres substancias o personas, si deben ser llamadas así, son al mismo tiempo iguales a cada una individualmente» (De trin., VII, 6).
Una frase en particular se convirtió en polémica a lo largo de la historia de la iglesia. En el siglo XI, la Iglesia occidental añadió la palabra filioque (y el Hijo) al Credo Niceno, en consonancia con siglos de práctica litúrgica y con el testimonio bíblico de que el Espíritu Santo procede tanto del Padre como del Hijo, no solo del Padre. Las iglesias ortodoxas orientales rechazaron (y siguen rechazando) la cláusula filioque, lo que contribuyó a la ruptura entre las iglesias orientales y occidentales en 1054.
Las confesiones y catecismos reformados del siglo XVII coinciden con la Iglesia primitiva y medieval en cuanto a la doctrina de la Trinidad. Los Estándares de Westminster resumen la doctrina nicena de la Trinidad. El Catecismo Menor de Westminster afirma: «En la Divinidad hay tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y estas tres personas son un solo Dios, de la misma sustancia, iguales en poder y gloria» (respuesta 6). El Catecismo Mayor de Westminster señala que las personas de la Divinidad son «distintas por sus propiedades personales» (respuesta 9), que se definen de esta manera: «Es propio del Padre engendrar al Hijo, y es propio del Hijo ser engendrado por el Padre, y es propio del Espíritu Santo proceder del Padre y del Hijo desde toda la eternidad» (respuesta 10). Esta distinción sirve para delinear el orden de existencia entre los miembros de la Deidad. Se suele decir que el Padre es la primera persona de la Deidad, el Hijo es la segunda y el Espíritu es la tercera. Esto no sugiere ninguna subordinación en la Deidad. Más bien, refleja las personas de la Deidad en Su capacidad personal y Su orden de operación. La salvación nos viene del Padre a través del Hijo y por el Espíritu Santo, y devolvemos alabanzas a Dios por el Espíritu Santo a través del Hijo al Padre.
Citas
El término «Trinidad» no es un término bíblico, y no estamos usando lenguaje bíblico cuando definimos lo que se expresa con él como la doctrina de que hay un Dios único y verdadero, y que en la unidad de la Deidad hay tres Personas coeternas y coiguales, iguales en sustancia pero distintas en subsistencia. Una doctrina así definida solo puede considerarse doctrina bíblica según el principio de que el sentido de la Escritura es la Escritura. Y la definición de una doctrina bíblica en un lenguaje no bíblico solo puede justificarse por el principio de que es mejor preservar la verdad de la Escritura que las palabras de la Escritura. La doctrina de la Trinidad yace en la Escritura en solución; cuando se cristaliza a partir de su disolvente no deja de ser escritural, sino que solo se hace más clara.
B. B. Warfield
«La doctrina bíblica de la Trinidad»
En la fórmula de la Trinidad, la iglesia se inclina ante las Sagradas Escrituras, honrando tanto la unidad de Dios como las distinciones entre las personas de la Deidad. La fórmula hacía uso de términos como persona, subsistencia, hipóstasis, en un intento de llegar a la unidad y a la distinción dentro de Dios mismo. Además de afirmar la deidad de Jesús, sin la cual sería blasfemo que fuera objeto de adoración en la iglesia, el Espíritu Santo también se describe en las Escrituras en términos de atributos divinos. Es omnipotente. Es omnisciente. Es infinito. Es eterno. Participa activamente en la obra divina de la creación y, junto con Su condición de autor de la vida y de la inteligencia humana, potencia la obra redentora de Cristo. Vemos en la Biblia que la obra de la creación involucra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, así como la obra de la redención incluye al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Las Escrituras dan testimonio uniforme de que los tres son divinos. No son tres dioses, porque la unidad de Dios sigue siendo axiomática en el monarquianismo de la Sagrada Escritura. La iglesia sigue declarando que el Señor nuestro Dios es Uno. Él es un solo ser, aunque debemos distinguir dentro de ese único ser las subsistencias del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
R. C Sproul
«Monarquía trinitaria»
Revista Tabletalk
Publicado originalmente en el blog de Ligonier Ministries.