Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las parábolas de Jesús.
Probablemente estas parábolas son dos de las más sencillas y, sin duda, son de las más cortas; pero aún así, el impacto que transmiten supera grandemente la cantidad de sus palabras. ¿Por qué han resultado ser tan memorables? Porque hacen uso de la imaginación que Dios nos ha dado. No necesitas un título avanzado en teología para poder entender lo que está sucediendo aquí. Al contrario, si alguna vez has buscado a Narnia en tu patio, o si has desempolvado un rincón abandonado en tu ático con la esperanza de encontrar un objeto antiguo que ha estado perdido por mucho tiempo, o si simplemente te has hecho la pregunta: «¿Habrá una mejor manera en que podamos hacer esto?», entonces estás bien equipado para entender lo que Jesús quiere comunicar. Él quiere que nuestra mente se cuestione: «¿Qué haría yo si encontrara lo imposible?». Entonces nos recuerda que ya lo hemos encontrado: el Reino de los cielos.
Estas parábolas son muy cautivadoras porque todos hemos experimentado «la búsqueda». Quizás ha sido la búsqueda de un objeto valioso que hemos perdido; o cuando buscamos la manera de pagar la universidad; o cuando tratamos de encontrar la manera de preparar a la perfección aquella imposible taza de café; en cualquiera de estos casos, sabes bien lo que significa buscar algo. Esa experiencia humana universal de buscar y descubrir provee el escenario y el punto de partida metafórico para estas dos parábolas. Ahora, imagina que tu búsqueda resultó en un descubrimiento tan glorioso que impacta vidas; ya que, afortunadamente, estas parábolas no muestran un mundo en el que la búsqueda pueda resultar infructuosa. Todo lo contrario, el descubrimiento es inesperadamente glorioso. Eso es lo que Jesús nos está llamando a imaginar y a considerar aquí: ¿qué harías si tu búsqueda resulta ser un hallazgo verdaderamente trascendental?
¿Sacrificaríamos todos los bienes del mundo para obtener algo infinitamente mejor?
Tal pregunta nos lleva al punto principal de estas parábolas. Aunque el escenario metafórico es la búsqueda y el descubrimiento sorprendente, el énfasis principal recae en el costo. Analiza la parábola del tesoro. En el mundo antiguo la posibilidad de encontrar un tesoro enterrado en un campo era escasa, pero no del todo exagerada. Dada la falta de cajas de seguridad y sistemas de alarma, el lugar más seguro para la posesión más preciada ciertamente podía ser «debajo del colchón». Sin embargo, Jesús no está muy interesado en los detalles. Su atención y énfasis están en el precio que nuestro buscador de tesoros está dispuesto a pagar. Y la enseñanza de Jesús aquí es tan sorprendente como sencilla. Obtener el tesoro le cuesta todo al hombre, y ni siquiera se detiene a hacer las cuentas. Actúa por impulso, conmovido y motivado por la energía de su «alegría» (Mt 13:44). La belleza y la gloria del Reino son tales que quien lo encuentra y sabe lo que ha encontrado reacciona con alegría instintiva, sacrificándolo todo sin contarlo como pérdida con tal de obtener lo imposible.
La parábola de la perla de gran valor es aún más sorprendente y desafiante en este sentido. A simple vista, podría parecer que no sucede mucho en la segunda parábola que no haya sido expresado con mayor claridad en la primera. En ambas, el buscador vende todo lo que tiene para obtener el premio, pero parece haber un pequeño giro en la parábola de la perla. Hay un acto irracional de parte del mercader que merece nuestra atención. En este caso, el mercader no lo vende todo para obtener algo de mayor valor, como ocurrió en la parábola anterior. Por el contrario, el mercader lo vende todo, incluyendo (presumiblemente) su inventario completo de perlas, para comprar una sola perla. Eso no es un buen negocio. Sus acciones demuestran que él no está en el negocio de las perlas por ganar dinero, sino por las perlas en sí, y ahora ha encontrado «La Perla». Este hombre no es realmente un mercader, sino un coleccionista de perlas, y poseer esta perla es poseer la única perla que tiene verdadera importancia. ¿Por qué el mercader vendió todo (¿hasta su casa?) para convertirse en el dueño de una sola perla? Por amor a esta perla. Una vez más, por el gozo que le daba. Ese es el giro de la segunda parábola. Irónicamente, el mercader parece estar menos motivado por ganancias económicas que el hombre del campo, ya que el mercader lo sacrifica todo, no por la esperanza de obtener mayores ingresos, sino por el simple gozo de poseer la perla.
Por lo tanto, estas parábolas nos invitan a considerar nuestro amor por el Reino. A través del tesoro, Jesús nos reta a revaluar lo que valoramos. ¿Estamos juzgando correctamente cuando se trata de las cosas de este mundo y del venidero? ¿Sacrificaríamos todos los bienes del mundo para obtener algo infinitamente mejor? Luego, con la perla, nos hace una pregunta aún más difícil: ¿es ese sacrificio verdaderamente por puro amor al Reino? El tesoro examina nuestra visión y nuestros valores: ¿consideramos que el Reino es mejor? Pero la perla examina aún más profundo penetrando en nuestro corazón y voluntad: ¿consideramos que el Reino lo es todo?
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