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¿Cómo se va de Londres a Edimburgo? Aunque nunca hayas visitado ninguna de las dos ciudades, probablemente sabrás que hay más de una respuesta a la pregunta. Introduce los destinos en una aplicación de mapas y te ofrecerá multitud de rutas, y esas serán solo las principales. En realidad, hay miles de conexiones entre las dos capitales, un número casi infinito de formas de viajar entre ellas. Por supuesto, algunas son más obvias que otras, las grandes autopistas abren un camino más claro que las sinuosas carreteras rurales. Pero el punto se mantiene: hay muchas formas de hacer el viaje.
En lo que respecta a la Escritura, ¿qué une Génesis con Apocalipsis? Sabemos que la Biblia es un solo libro, que ofrece un mensaje coherente y unificado. En definitiva, es el producto de un solo Autor que revela un camino de salvación a la humanidad. Pero ¿hay un solo tema que un la Biblia? La respuesta, sin duda, es que no. Al igual que en cualquier otro viaje, hay múltiples caminos que podemos seguir al trazar la gran historia de redención de Dios. En otras palabras, la Escritura es un libro entretejido por muchos hilos, una cuerda de muchas cuerdas entrelazadas. Buscar «el tema único» de la Biblia es un ejercicio inútil; más bien, podemos disfrutar descubriendo docenas, quizá cientos, de melodías diferentes que se combinan para crear la sinfonía final.
Consideremos algunos de los caminos principales. A veces se observa que la Biblia no utiliza en ninguna parte esa frase evangélica tan común de «una relación con Dios». Por supuesto que esto no se debe a que no exista una relación con Dios, sino a que la palabra bíblica para designar ese vínculo entre Jesús y Su pueblo es pacto. Por lo tanto, no es sorprendente que el pacto sea un camino principal a través de las páginas de la Escritura. Comenzando en el jardín del Edén, Dios estableció un pacto con Adán. Aunque la palabra explícita pacto no aparece en el texto de Génesis 2, todos los elementos que componen un pacto están ahí: las dos partes (Dios y Adán), los términos de la relación (obediencia incondicional, expresada en la orden de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal), los castigos si se incumple el pacto (la muerte) y las recompensas si se cumple (la vida eterna, simbolizada por el árbol de la vida; Gn 3:22). De hecho, Oseas se refiere más tarde a este acuerdo como un pacto (Os 6:7).
Una vez que Adán rompe este pacto de obras, como se le conoce más comúnmente, Dios no abandona la idea de pacto. Al contrario, sigue vinculándose a Su pueblo mediante pacto, esta vez no de obras, sino de gracia. Abraham recibe promesas increíbles y entra en una de esas uniones pactadas con Dios (Gn 15; 17). Pero Abraham no es llamado a la obediencia perfecta como parte de los términos de este pacto. Más bien, «creyó en el SEÑOR, y Él se lo reconoció por justicia» (15:6). Con el tiempo, la familia de Abraham creció y terminó como esclava en Egipto. Pero «Dios […] se acordó de Su pacto con Abraham» y acudió al rescate (Éx 2:24). Como resultado de este rescate, renovó y amplió Su pacto con Israel, esta vez en el monte Sinaí. Se reeditaron las mismas promesas hechas a Abraham (tierra, descendencia, protección), junto con la promesa del pacto: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo». Varios siglos más tarde, podemos observar que David y sus descendientes son añadidos a la historia del pacto: a partir de ahora, él y su descendencia gobernarán al pueblo de Dios.
Así, finalmente, llegamos al nuevo pacto. Jesús lo inauguró con Su muerte, resurrección y ascensión, y con el derramamiento de Su Espíritu en Pentecostés (Mr 14:24). Pero la forma sigue siendo la de siempre: El pueblo de Dios confía en Sus promesas de evangelio y Él lo bendice por pura gracia. La promesa de una tierra se amplía para incluir el cielo nuevo y la tierra nueva. El pueblo del Antiguo Testamento, en su mayoría étnicamente judío, se amplía para incluir a personas de todas las naciones. Pero fundamentalmente, la obra de Jesús en el nuevo pacto se debe, como canta Zacarías, a que Dios ha venido «Para mostrar misericordia a nuestros padres, / Y para recordar Su santo pacto, / El juramento que hizo a nuestro padre Abraham» (Lc 1:72-73).
También podríamos considerar el tema de la presencia de Dios con Su pueblo. En el huerto del Edén, Dios se reunía con Adán y Eva, paseando al fresco del día. La caída provocó la expulsión del hombre de la bendita presencia de Dios, con el jardín custodiado por querubines que blandían una espada encendida. Dios prometió estar con Abraham y hubo teofanías ocasionales, apariciones de Dios, a lo largo de Génesis y de Éxodo: pensemos en los misteriosos visitantes a Abraham (Gn 18) o en la zarza ardiente (Éx 3). Pero es con la construcción del tabernáculo, la morada portátil de Dios, que damos el siguiente gran paso adelante. Al final de Éxodo, el fuego cae sobre el Lugar Santísimo, el centro perfectamente cúbico del tabernáculo, la sala del trono de Dios. Yahvé está de nuevo con Su pueblo, aunque distanciado a través de las diversas zonas protectoras de la tienda. De hecho, este tabernáculo recuerda al Edén: la entrada está al este, como lo estaba la entrada del huerto. En la cortina que protege la entrada hay querubines cosidos. Los candelabros tienen forma de árbol.
Este tema del templo-huerto continúa con la construcción del templo permanente bajo el rey Salomón. Ahora que los israelitas tienen patria y capital, el hijo de David construye un hogar «permanente» para su Dios y de nuevo desciende fuego cuando Yahvé «se instala» (2 Cr 7). Dios está presente con Su pueblo de este modo, hasta las dramáticas visiones de Ezequiel, en las que el profeta ve partir la gloria del Señor. Con la destrucción del templo, parecía que Dios había abandonado a Su pueblo. De ahí la increíble apertura del Evangelio de Juan, donde leemos: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1:14). Dios ha vuelto a habitar en la tierra; de hecho, el propio Jesús es el verdadero templo (2:21). Cuando Su cuerpo es destruido y luego resucitado, asciende para derramar Su Espíritu sobre la iglesia y así puede prometerles que estará con ellos «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20). Entre la primera y la segunda venida de Cristo, Dios está presente con Su pueblo de manera que tanto el creyente individual como la iglesia pueden describirse como templos del Espíritu Santo (1 Co 3:16; 6:19). Por último, en el día del regreso de Jesús, la morada de Dios estará de nuevo con el hombre, al reunirse el cielo y la tierra. De hecho, la nueva Jerusalén se describe como un cubo perfecto para simbolizar que la nueva tierra se ha convertido en un Lugar Santísimo, ya que Dios vive con Su pueblo.
El pacto y la presencia de Dios son solo dos «caminos principales» a través de la Biblia. Podríamos haber trazado el tema del pueblo de Dios: desde Adán y Eva en el Edén, pasando por la línea piadosa de Set, la familia de Abraham, los israelitas en el Sinaí, hasta la iglesia multinacional de nuestra era. Podríamos considerar el reino de Dios. Adán recibió el dominio sobre toda la creación, pero perdió su trono al someterse a la palabra de Satanás. Israel, como nación, era un «reino de sacerdotes» pero no ejerció bien sus funciones. David, quien junto con sus descendientes tuvieron el privilegio de ser llamados «hijos de Dios», fueron en el mejor de los casos una bendición mixta para el pueblo de Dios, y el reino de Israel se dividió, fue conquistado y en gran parte destruido bajo sus sucesores. Pero con la resurrección de Jesús, por fin nos encontramos con un Rey al que se le ha dado toda autoridad y que, por tanto, puede gobernar un reino que no conoce fin. Por ahora, ese reino se encuentra en la iglesia (Mt 16:18-19), aunque un día abarcará toda una nueva creación.
Así pues, la Escritura está unida por innumerables temas entrelazados. Tirar incluso de hilos menores puede resultar fructífero. Piensa en las espinas que encontramos por primera vez como parte de la maldición, pero que al final encontramos entretejidas en una corona que adorna la frente del Mesías mientras soporta esa maldición por Su pueblo. Del mismo modo, la caída conduce al sudor: el trabajo se ha vuelto desagradable y agotador, obligándonos a exudar vida. Qué alivio, por tanto, ver que Jesús suda sangre por nosotros en el huerto de Getsemaní, un recordatorio de que la obra de nuestra salvación está solo en Sus manos al derramar Su vida por Su pueblo. También el matrimonio se extiende desde Génesis hasta Apocalipsis, pintando la historia de la redención. El matrimonio se creó para representar el amor y la unión de Jesús con Su esposa, la iglesia, pero esa imagen se distorsiona en la nación adúltera de Israel antes de alcanzar su clímax en la muerte sacrificial de Cristo y consumarse en la gran cena de las bodas del Cordero (Ap 19:6-7).
Estos últimos ejemplos son claramente menos centrales que los del pacto, el reino o la presencia de Dios. Pero ayudan a demostrar que, aunque no hay un único tema que una la Biblia, sí hay un personaje principal en torno al cual gira todo. Aunque abundan los villanos, las víctimas, los siervos y los colaboradores, solo hay un héroe. Dondequiera que nos encontremos en la Escritura, el centro de atención siempre es el Dios trino y la obra salvadora del Señor Jesucristo. Todas las melodías de la gran sinfonía de Dios se combinan para cantar Su alabanza.