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Mi esposa y yo nos asustamos al recibir una llamada urgente de la oficina de seguridad un viernes a altas horas de la noche. Me pedían que fuera inmediatamente a la estación de policía. Cuando llegué a la mañana siguiente, me indicaron que esperara en una habitación pequeña y fresca. Dos policías empezaron a hacerme preguntas extrañas en un tono poco amistoso. Nombres, ciudades, números de teléfono: cada pregunta sin ninguna relación con la anterior. Estaba confundido y les dije que no respondería ninguna otra pregunta a menos que me explicaran qué estaba pasando. En el pasillo, llamé a mi abogado y le expliqué la situación. Finalmente llegó el comandante de la policía, me llamó a su despacho y pidió té para nosotros. «Kerem —me dijo— hemos recibido noticias de uno de nuestros informantes sobre un complot de asesinato en tu contra y, como consecuencia, hemos empezado a tomar algunas precauciones». Ya me habían amenazado varias veces, al igual que a otros pastores de la región. Además, un pastor amigo, junto con otros líderes de su iglesia, había sido torturado y asesinado pocos años antes. Aun así, la idea de que alguien se dispusiera a matarme por predicar la Palabra de Dios fue bastante impactante.
La idea de sufrir persecución por causa de Cristo no es un pensamiento ajeno para nosotros. Aunque algunos alrededor del mundo prometen riqueza terrenal, salud y una vida sin preocupaciones en nombre del cristianismo, los verdaderos creyentes en Cristo saben que quienes viven fieles a la Palabra de Dios enfrentarán problemas y sufrimientos. La historia de la iglesia está llena de ejemplos destacados de hombres y mujeres valientes y piadosos que han perdido sus vidas. Lo que estamos atravesando no es algo nuevo ni diferente, ni más serio ni más aterrador, que lo que ha sucedido a lo largo de la historia de la iglesia.
Las Escrituras nos dicen que esperemos persecución, y en la Biblia se detallan varios ejemplos de persecución. Los discípulos que sufrieron dificultades mientras se esforzaban por difundir el evangelio de Cristo son un ejemplo especialmente valioso para nuestros días. Esteban, mientras predicaba la Palabra de Dios, dio su vida por Cristo. Pablo, que presenció la muerte de Esteban, pronto se convirtió en seguidor de Cristo y él mismo conoció íntimamente el sufrimiento (2 Co 11:16-33). Jesús, al decirnos: «Si me persiguieron a Mí, también los perseguirán a ustedes» (Jn 15:20), nos dio a conocer de antemano lo que sucedería. Sabemos que la crueldad que sufrió Cristo alcanzó su punto culminante en la cruz. Si nuestro Señor Jesús, que no cometió pecado, conoció la persecución, ¿acaso no experimentaremos dolor y dificultades nosotros también?
Por lo tanto, no debemos considerar si la persecución vendrá, sino cómo actuaremos cuando venga. Aunque la iglesia en Occidente todavía no ha experimentado lo que están experimentando los creyentes en Oriente, el mundo occidental se está volviendo gradual y agresivamente más secular, así que podemos ver cómo se acerca lentamente un día de sufrimiento. Los cristianos están empezando a enfrentarse a una enorme presión social y legal. Cuestiones que hace solo cien años ni siquiera se habrían planteado se han convertido ahora en parte de la vida normal. Si queremos predicar la Palabra de Dios sin diluirla, debemos adoptar una perspectiva adecuada de la persecución. Pero vivimos en una época impaciente y rebelde y, tristemente, ni siquiera la iglesia tiene a menudo una visión sana de este tema. Entonces, ¿cómo encontraremos ánimo para predicar fielmente en medio de la persecución?
Antes que nada, debemos recordar que como creyentes en Cristo estamos completamente bajo la supervisión del Señor en todos nuestros sufrimientos y dificultades. En estas adversidades, debemos confiar completamente en la voluntad soberana de Dios y vivir sabiendo que Él ha comisionado a la iglesia de una manera especial para declarar Su gloria. Esta es una tarea difícil, pero el hecho de que Dios nos esté usando para salvar a muchos nos da un gran gozo. Como resultado, ya sea a tiempo o fuera de tiempo, debemos continuar declarando la Palabra de Dios (2 Ti 4:1-2).
A decir verdad, la mayoría de las veces consideramos que el momento y el lugar no son convenientes para proclamar la Palabra de Dios. Cuando se trata de explicar nuestras creencias a quienes nos rodean, vacilamos porque nuestro corazón teme ser objeto de burla y ganar enemigos. Los que deseen vivir el evangelio de Cristo y proclamarlo deben enfrentarse a estos temores, porque sin duda serán objeto de burla y sufrirán persecución (3:12). Sin embargo, Dios está utilizando este sufrimiento para difundir Su Palabra, instruir a Su pueblo en la santidad, aumentar su perseverancia y purificar Su iglesia. Nuestra lucha juntos en un solo espíritu por el bien de la fe dada a conocer en el evangelio es una evidencia para el mundo de nuestra salvación (Fil 1:27-28). Si somos insultados y perseguidos por el nombre de Cristo, somos bienaventurados. Somos ciudadanos del reino de Dios (Mt 5:10; 1 P 4:14). Como resultado, debemos alegrarnos de participar en el sufrimiento de Cristo y considerar las dificultades que soportamos no como un obstáculo, sino como un privilegio. Estas no son palabras vacías; Pablo, alentando a la iglesia de los filipenses en relación con las dificultades que habían sufrido por causa de Cristo, explica: «Porque a ustedes se les ha concedido […] sufrir por Él» (Fil 1:29). Los creyentes que perseveran en la fe verán al final que estos sufrimientos resultarán en alabanza, gloria y honor (1 P 1:7).
Hay que tener en cuenta que la iglesia que proclama la Palabra de Dios podría tener que pagar un gran precio. No es fácil mantener la calma ante la persecución, pero la Palabra de Dios debe proclamarse y defenderse sin temor cueste lo que cueste, pues mientras pasemos por el valle de sombra de muerte, el cayado de nuestro Pastor celestial estará con nosotros para infundirnos aliento.