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Sea cual sea la época en la que vivamos, ya sea en la época de los reformadores o en la actual, estamos tentados a contaminar la belleza de Cristo por medio de nuestros ídolos. Juan Calvino dijo que eso está en nuestra propia naturaleza: «La naturaleza del hombre […] es una fábrica perpetua de ídolos […] La mente del hombre, llena como está de orgullo y osadía, se atreve a imaginar un dios según su propia capacidad».
La doctrina de solus Christus se puso de relieve durante la Reforma, cuando los reformadores identificaron el problema de una iglesia que ensombrecía a Cristo; de una iglesia que se arrogaba prerrogativas que solo pertenecen a Cristo. Este problema puso en los reformadores la necesidad de purgar todo lo que arrojara sombra sobre el brillo absoluto de la supremacía de Cristo en nuestra salvación. Los reformadores identificaron claramente este problema y aportaron una solución bíblica y teológica que tiene aplicación para nuestros días.
El problema de una iglesia fuerte
A principios del siglo XVI, la iglesia era el centro de la vida de las personas en Europa Occidental. Durante los siglos anteriores, la Iglesia católica romana había pasado de ser la «Compañía de los salvados» a la «Compañía de salvación».
¿Qué se entiende por «Compañía de salvación»? Lutero reconoció que en su época la gente se había esclavizado al sistema sacramental de la Iglesia católica romana, y en lugar de mirar a Cristo para su posición ante Dios, miraban a la iglesia. Se pensaba que gracias a Cristo, María y los santos había un depósito de gracia en la Iglesia católica. Los sacerdotes eran sus únicos dispensadores y los fieles debían acudir a ellos.
En 1520, Lutero escribió La cautividad babilónica de la iglesia, donde atacaba el sistema sacramental de la iglesia. Dicho sistema, decía Lutero, representaba un cautiverio que se había convertido en su propia Babilonia, manteniendo cautivo al pueblo de Dios desde la cuna hasta la tumba: en la iglesia uno era bautizado de niño, confirmado de joven, casado de maduro y recibía la extrema unción en el lecho de muerte. Cada uno de estos sacramentos, junto con la ordenación, se consideraban transmisores de gracia cuando eran administrados por un sacerdote. La gracia conferida se complementaba a lo largo de la vida con otros dos sacramentos: la confesión regular de los pecados a un sacerdote y la recepción de la Eucaristía mediante una misa sacerdotal.
Desde la cuna hasta la tumba, el cristiano dependía de la Iglesia católica, atado a los sacramentos para recibir la gracia por la que podía salvarse.
Lutero buscó en la Escritura y vio solo dos sacramentos. El efecto de sus enseñanzas fue desplazar el centro de atención de la Iglesia católica y su clero a Cristo solo: la salvación no es de una compañía de sacerdotes que abren los grifos de la gracia, por así decirlo, sino la salvación es de una persona singular, Jesucristo, el Hijo de Dios.
Despojados de esta ornamentada sacramentología, cabría preguntarse entonces ¿dónde buscar la gracia? Si la Iglesia católica estaba equivocada, ¿qué debían hacer los creyentes? ¿Adónde los reformadores como Lutero les indicarían buscarla?
Hay un famoso cuadro de Lutero en la Iglesia de la Ciudad (la Stadtkirche) de Wittenberg en el que está de pie en el púlpito predicando. Tiene una mano levantada con el dedo índice extendido, señalando a Cristo en la cruz. Los creyentes deben mirar a Cristo solo.
Cuando Lutero dijo «la cruz sola es nuestra teología», esto fue una afrenta a todo el sistema católico romano: solus Christus impulsó todo el programa de reforma de la iglesia, eliminando la contaminación de la tradición hecha por el hombre.
Así, Lutero y los demás reformadores, al tratar de reparar los efectos de las enseñanzas perjudiciales sobre cómo estar bien ante Dios, fueron eliminando las tradiciones acumuladas y se centraron en Cristo y en cómo Su persona y Su obra son fundamentales para nuestra fe.
La solución de un Salvador fuerte
La respuesta de los reformadores al problema de una iglesia fuerte fue el Salvador fuerte que se encuentra en la autoridad de la Escritura. Considera 1 Juan 1:1-4:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que han tocado nuestras manos, esto escribimos acerca del Verbo de vida. Y la vida se manifestó. Nosotros la hemos visto, y damos testimonio y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y se manifestó a nosotros. Lo que hemos visto y oído les proclamamos también a ustedes, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. En verdad nuestra comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo.
Por un lado, los reformadores no tenían ningún problema cristológico con la Iglesia católica romana de su época. Es decir, Jesucristo como poseedor de dos naturalezas —verdadero Dios y verdadero hombre— en una sola persona era la cristología clásica que los reformadores continuaron llevando en su propia enseñanza.
Como dice Juan, este Hijo estaba con el Padre desde toda la eternidad, pero también lo hemos tocado con nuestras manos: un Hijo a la vez divino y humano. Sin embargo, este Cristo tan hermoso necesitaba ser presentado de nuevo para que la gente viera que Él y solo Él es la fuente y la suma de nuestra salvación.
Es como si los reformadores, en sus predicaciones y escritos, tomaran el pincel y rellenaran todo el cuadro de la salvación con nada más que Cristo. Ni la más pequeña pincelada podría mostrar a la Iglesia católica romana y a sus sacerdotes como añadidos a ese cuadro, pues hacerlo sería contaminar el cuadro de la salvación.
Entonces, ¿adónde fueron los reformadores para completar su imagen de Cristo? Cada una de las solas se basa en la primera: sola Scriptura. La Escritura sola es el lugar al que acudimos para obtener nuestra imagen de Cristo. Por tanto, acudieron a lugares como 1 Juan, conscientes de que el libro comenzaba con una imagen de Cristo y terminaba con una advertencia de alejarse de los ídolos. Fueron a Colosenses 2:9: «Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él [en Cristo]». El Hijo de Dios plenamente encarnado —verdadero Dios y verdadero hombre en una sola persona— es nuestra única esperanza de salvación. En todas Sus fuerzas nos debe salvar, salvando el abismo con Su poderosa mediación. En Cristo no solo hay humanidad perfecta, sino también «toda la plenitud de la Deidad». El evangelio de la Reforma es la manifestación de esto, el anuncio de todo lo que hay en Cristo Jesús para la plenitud de nuestra salvación.
Una teología de la cruz
Si añadimos a la imagen de la salvación nuestras obras vacías o falsos mediadores, entonces predicamos lo que Lutero llamó una «teología de la gloria» en lugar de una «teología de la cruz», despojando así a Cristo de Su gloria como nuestro fuerte Salvador.
¿Sigue siendo esta una tentación para la iglesia actual? Puede que adopte formas diferentes a las de la Iglesia católica romana de finales de la Edad Media, pero ciertamente lo es.Siempre estamos tentados a perseguir una «teología de la gloria» que contamina la imagen prístina de la salvación que nos da la Palabra. Una teología de la gloria quiere a Dios, pero elude la cruz, insertando así artificios humanos para llegar a Dios. Solus Christus fue una doctrina necesaria en el siglo XVI y lo es en el siglo XXI para insistir en el hecho de que nuestra relación con Dios no puede ser mediada por nadie más que por Cristo solo.