


Firmes en la verdad
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Fundamentos con R.C. Sproul
14 abril, 2022¿Qué tiene que ver la justificación con el evangelio?


Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Lo que realmente dijo N.T. Wright
«Debo subrayar de nuevo que la doctrina de la justificación por la fe no es lo que Pablo entiende por “el evangelio”. Esta está implícita en el evangelio; cuando se proclama el evangelio, las personas llegan a la fe y son consideradas por Dios como miembros de Su pueblo. Pero “el evangelio” no es un relato de cómo se salva la gente». — N.T. Wright, What Saint Paul Really Said [Lo que San Pablo realmente dijo], pp. 132-33.
Hay una sorprendente verosimilitud al decir que «la justificación por la fe no es lo que Pablo entiende por “el evangelio”». Al fin y al cabo, como observa N.T. Wright en otro lugar, no somos justificados por creer en la justificación por la fe, sino creyendo en Jesucristo.


¿No se parece esto a Lutero? ¿No afirmó él que el evangelio está «totalmente fuera de nosotros»?
¿Es acaso este el ansiado antídoto contra el individualismo evangelical y una cura para el subjetivismo? Está claro que el obispo Wright y otros lo creen así. En otro lugar, el Dr. Wright confiesa el gran alivio que sintió al descubrir que no somos justificados por creer en la justificación por la fe.
Pero esto ya sugiere que lo creíble de esta perspectiva apenas se corresponde con la realidad. Estas palabras parecen describir una salida de la inmadurez teológica del evangelicalismo temprano. Pero habiendo sido yo criado en la misma época de ese mismo evangelicalismo, pongo seriamente en duda que alguna vez tal enseñanza haya existido de forma seria. Esto debería hacernos reconsiderar la aparente credibilidad de lo que se dice aquí. A fin de cuentas, esto puede resultar ser un hábil engaño, por varias razones. A continuación tres de ellas.
En primer lugar, hay una falsa dicotomía sugerida en la noción de que el evangelio no es la justificación por la fe, sino que esta está «implícita» en el evangelio. Pero esta forma de pensar «o esto o lo otro» expresa la falacia lógica tertium non datur (si no es A, entonces necesariamente es B). Puesto así, el evangelio es Cristo «o» es la justificación por la fe.
Esto es abstraer falsamente la justificación de Cristo, el beneficio (la implicación de lo que hizo Jesús) del Benefactor (la persona de Jesús que ha realizado Su obra). Pero, como señala Pablo, Cristo mismo se hizo justicia para nosotros (1 Co 1:30). La justificación no puede abstraerse de Cristo, como si fuera una «cosa» aparte o hubiera sido añadida a Él. Cristo mismo es nuestra justificación. No podemos tener justificación sin Cristo. ¡Tampoco podemos tener a Cristo sin la justificación! En la medida en que esto es cierto, no podemos decir que Cristo, y no la justificación por la fe, sea el evangelio.
En segundo lugar, y quizás más sorprendente, dado que N.T. Wright escribió un extenso comentario sobre Romanos, el propio Pablo nos proporciona lo que él llama «mi evangelio» (Rom 2:16). Pero este evangelio es poder de salvación (1:16-17), por lo que «ser salvado» forma parte del evangelio. Además, no solo incluye Romanos 1-3, sino también Romanos capítulos 4 al 16. Más concretamente, incluye Romanos 12-16. En lenguaje técnico, incluye no solo el kerigma (la proclamación de Cristo y Su obra), sino también la didaché (la aplicación de esa obra en y para la vida del creyente y la comunidad).
Previamente, Pablo entendía que la distorsión y falsificación del evangelio que tenía lugar en la iglesia de los gálatas incluía la aplicación de la redención. La justificación por la gracia sola, en Cristo solo y por medio de la fe sola forma parte del evangelio tanto como el hecho de que Cristo se hiciera maldición por nosotros en la cruz (Gal 3:13).
Por último, a menos que conozcamos el contexto de las palabras de Wright citadas anteriormente, es posible que no nos demos cuenta de que se está produciendo otro hábil engaño.
En la afirmación «cuando se proclama el evangelio, las personas llegan a la fe y son consideradas por Dios como miembros de Su pueblo», se está redefiniendo radicalmente la «justificación» misma. Aquí ya no significa «ser considerado justo a los ojos de Dios aunque en sí mismo sea un pecador culpable». En cambio, significa «ser considerado como miembro de Su pueblo». La justificación ya no pertenece a la definición del evangelio como tal, al perdón y la aceptación, sino que se refiere a la pertenencia a la comunidad del pacto.
Pero esto se enfrenta a problemas insuperables. Es una comprensión excéntrica de los términos griegos de Pablo. Si «justificación» fuera la antítesis de «alienación», el argumento podría ser más verosímil. Pero «justificación» es la antítesis de «condenación». Su sentido principal tiene que ver con la transgresión, la culpa y el castigo: la relación con la santidad de Dios expresada en normas legales, no principalmente en relación con la comunidad.
La pertenencia, por tanto, es una implicación de la justificación; no es lo que significa la justificación. Por eso la confesión evangélica de que «Jesús es el Señor» (1 Co 12:3) no debe entenderse nunca al margen de la interpretación que se le da en 1 Co 15:1-3: que «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura». A esto es que Pablo llama específicamente el evangelio. Trata, ante todo, de nuestro pecado, contaminación y culpa como motivos de exclusión de la presencia de Dios. Sí, la justificación es un lenguaje relacional. Pero no por ello deja de ser un lenguaje forense, ya que trata de nuestra relación con el santo Señor y Legislador.
Es correcto preocuparse porque la objetividad del evangelio nunca sea devorada por la subjetividad, ni porque la comunidad eclesiástica sea destruida por la individualidad. Pero la comprensión del evangelio y de la justificación en Lutero y Calvino, en Heidelberg y Westminster, proporciona todas las salvaguardias necesarias. El vino añejo es mejor. Satisface tanto las exigencias de la enseñanza bíblica como el hambre más profunda del corazón humano que ha sido avivado.