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El confort implica algunos conceptos: tranquilidad física, ausencia de dolor y libertad sin restricciones. Tu zona de confort es la situación en la que menos te molesta estar. Es el lugar donde te apartas para descansar y ser renovado. La Biblia nos habla de esos lugares: la familia, la comunidad, los rituales, el día de reposo, la música, los retiros. Jesús tenía Sus compañeros, participaba en fiestas y a veces se alejaba de las multitudes. Todo esto es bueno cuando se hace en el momento correcto y de la manera correcta. Si te examinas con honestidad, lo más probable es que descubras un conjunto multidimensional de preferencias sociales, económicas, lingüísticas, políticas, generacionales, familiares, estilísticas y dietéticas que reflejan tus zonas de confort. Puede que no tengan nada de malo en sí mismas, pero, cuando las obedecemos como si fueran reglas, pueden llegar a violar seriamente el llamado al discipulado.
¿Qué podría ser más opuesto al ejemplo y mandamiento de Cristo que una vida de total comodidad? Jesús nunca vaciló al señalar la incomodidad que implica el seguirle. «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8:20). «Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lc 9:23). «Si alguno desea ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos» (Mr 9:35).
Esa pérdida de confort es parte de un plan maestro. El llamado al servicio desinteresado y enfocado en los demás refleja el ejemplo de Cristo:
Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:5-8).
Cristo abandonó Su confort supremo en los cielos para someterse a la mayor humillación de toda la historia humana, con el fin de servir a los que no lo merecían.
EL COSTO DEL CONFORT
Así que ¿cómo se vería el Reino de Dios en tu iglesia si reordenaras tu vida según las prioridades de Cristo? Permíteme mostrarte cinco actos de servicio que pueden ayudarte hoy mismo a salir de tu zona de confort.
(1) Servir por misericordia en tiempos de crisis. La comunidad de los elegidos tiene prioridades diferentes: «En todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia» (Pr 17:17). El Nuevo Testamento usa el lenguaje familiar («hermano») previendo el sacrificio que suele darse entre los miembros de la familia. Incluso en la cruz, Jesús le dijo a Su discípulo: «”¡He ahí tu madre!”. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa» (Jn 19:27). En una crisis, entramos en acción aun cuando hacerlo perturbe nuestra propia situación. Por lo tanto, planifícate para las crisis y responde como miembro de una familia.
Cristo abandonó Su confort supremo en los cielos para someterse a la mayor humillación de toda la historia humana.
(2) Servir donde sea necesario. ¿Qué pasaría si en lugar de ver el servicio en la iglesia como el ejercicio de nuestros talentos, lo vemos como nuestro deber de analizar nuestro entorno para humildemente «llenar los huecos» (p. ej.: saludando, cuidando a los niños, visitando a enfermos, ofreciendo ayuda tecnológica)? Si no te encuentras ocupado en la iglesia, pregúntate en qué pasas tu tiempo y si eso realmente es más importante que servir.
(3) Servir a raíz del dolor. Un hallazgo sorprendente en el comportamiento humano revela que las personas que han experimentado ciertas pruebas tienden a ser menos comprensivas hacia otros que atraviesan pruebas similares. Tendemos a querer que los demás «aguanten» porque nosotros aguantamos. Sin embargo, en 2 Corintios 1:3-7, Pablo usa su aflicción para modelar el comportamiento sobrenatural de consolar «por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» (v. 4). Toma la decisión consciente de tratar a las personas que sufren con la misericordia y la gracia que has recibido de Cristo.
(4) Servir mediante la participación en la adoración congregacional. Para algunas personas, la adoración es fácil, pero otras luchan con la distracción, la inseguridad y la falta de familiaridad. La adoración colectiva no es una experiencia individual. Es un mandato congregacional:
Y que la paz de Cristo reine en vuestros [plural] corazones, a la cual en verdad fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros [plural], con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros [plural] corazones (Col 3:15-16).
Es un servicio a Dios y es para el beneficio de los que te rodean.
No es muy complicado. Cientos de miles en todo el mundo llenan estadios y coliseos cada semana para ver partidos y conciertos. Se visten adecuadamente para la ocasión, muestran un entusiasmo apropiado y se unen para elevar sus cantos rituales. La naturaleza colectiva de esos eventos hace que la experiencia sea mejor. ¿Cuánto más, entonces, merece la iglesia que participes plenamente?
(5) Servir mediante la hospitalidad. Los muchos mandatos a amar al extranjero no deberían sorprendernos (Lv 19:33-34; Mt 25:35; Rom 12:13; 1 Pe 4:9). Es una de las cosas más incómodas que puedes hacer, y también una de las más gratificantes. «Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (Heb 13:1-2). La hospitalidad a menudo implica abrirle la puerta a algo y a alguien que naturalmente te hace sentir incómodo. Después de la predicación del evangelio, pocas cosas son tan valiosas para el avance del Reino. Te mostraron bondad siendo un extranjero, te invitaron a una mesa donde no merecías un lugar y obtuviste una familia. Hay pocas respuestas a la gracia que superen el ejercicio de la hospitalidad bíblica.