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¿Por qué un corredor olímpico se negaría a competir en su mejor carrera? En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols nos presenta a la estrella olímpica Eric Liddell y su papel como misionero en China.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
En el episodio de hoy estaremos hablando del atleta cristiano del siglo XX, Eric Liddell. Eric Liddell fue una de las primeras estrellas olímpicas, conocido como «el escocés volador». Es famoso por sus hazañas en la pista de atletismo, en los Juegos Olímpicos de París de 1924. Pero también tuvo una vida interesante fuera de la pista.
Aunque era escocés, Liddell nació en China en 1902, donde moriría en 1945. Sus padres eran misioneros y presbiterianos escoceses; su padre era doctor y trabajaba como médico misionero. Cuando era joven, Liddell fue enviado a un internado en Escocia, y más tarde asistió a la universidad allí también. En la universidad se destacó tanto en sus estudios (enfocado en las ciencias) como en el atletismo. El rugby y las carreras cortas eran sus dos deportes principales, y era imponente en los 100 metros y en los 200 metros.
Desde el principio era evidente que Liddell estaba destinado a participar en los Juegos Olímpicos, y se fijó como objetivo los Juegos Olímpicos de París 1924. Sin embargo, un inconveniente con el programa le impidió competir en los 100 metros, su mejor carrera. La primera eliminatoria de esa distancia estaba fijada para un domingo, y Liddell, como devoto presbiteriano escocés, no corría en el día del Señor.
Así que Liddell se entrenó y compitió en los 400 metros y en los 200 metros. En los 200, obtuvo una medalla de bronce. Pero para sorpresa de todos, en los 400, una carrera de distancia media, a diferencia de las carreras cortas en las que se especializaba, Liddell ganó la medalla de oro.
De hecho, según uno de los periódicos, la victoria de Liddell en los 400 metros no solo fue una sorpresa, sino también todo un espectáculo. Tenía un estilo inusual de correr: echaba la cabeza hacia atrás y agitaba los brazos como si se lanzara por la pista. Un periódico dijo: «Se le recuerda […] probablemente como el corredor con el estilo más feo que ha ganado un título de campeón en las olimpiadas». Sus oponentes dirían que podría ser un corredor feo, pero probó ser el mejor en la pista.
Pero su vida también fue fascinante fuera de la pista. Al año siguiente de los Juegos Olímpicos, dejó Escocia y se fue a China. Desde luego que pudo haberse quedado en Escocia; era muy conocido y podía haber ejercido cualquier profesión. Pero quiso volver a China y servir como misionero. Allí estuvo veinte años, hasta su muerte en 1945.
Desempeñó diversas funciones como misionero, entre ellas la de profesor de niños chinos de primer y segundo grado. Eran hijos de ricos empresarios chinos y funcionarios del gobierno. Liddell se dio cuenta de que era muy probable que estos niños llegaran a tener posiciones de influencia, por lo que consideraba una gran responsabilidad intentar no solo enseñarles, sino también verlos llegar a Cristo y educarles en el evangelio. Además de ser maestro, también era director de la escuela dominical y, por supuesto, entrenaba a sus jóvenes pupilos en todas las clases de deportes y atletismo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses invadieron China. Arrestaron a los occidentales, incluidos los misioneros. Liddell fue advertido a tiempo y logró poner a salvo a su familia, pero decidió quedarse y fue encarcelado. Para fines prácticos, él era médico, ya que su padre lo era y había estudiado ciencias en la universidad, además ejerció la medicina durante gran parte de su labor misionera en China. Pensó que esos conocimientos podrían ser útiles a sus compañeros en la prisión, así que decidió continuar su labor misionera entre ellos. Pero las condiciones del lugar eran horribles, y la insalubridad afectó a Liddell. Murió en un campo de prisioneros el 21 de febrero de 1945.
Antes de que Liddell pisara la línea de salida para la final de los 400 metros en París en 1924, un masajista del equipo le dio un trozo de papel, y en él estaban estas palabras de 1 Samuel 2:30: «Yo honraré a los que me honran». Eric Liddell trató de vivir a la luz de esas palabras.
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.