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Cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, J. Gresham Machen abandonó Princeton para atender a los soldados en primera línea. En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols describe el servicio de Machen y sus reflexiones sobre el Día del Recuerdo.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
El 6 de abril de 1917, Estados Unidos se unió a la guerra que asolaba Europa desde 1914. Se le llamó «La guerra para acabar con todas las guerras»; la conocemos como la Primera Guerra Mundial. En ese tiempo, Gresham Machen estaba en Princeton. Había estado allí por mucho tiempo. Fue estudiante y luego instructor en el Seminario Teológico de Princeton. Por supuesto, había estado siguiendo los acontecimientos de la guerra en las noticias. Desde que la guerra estalló en Europa, Machen se mantuvo atento, puesto que había indicios de que Estados Unidos se uniría a la guerra. Justo después de que el Congreso declarara la guerra el 6 de abril, Machen escribió una carta en la que decía: «Siento que es mi deber involucrarme de alguna manera directa en la compleja obra que se está llevando a cabo». Contempló la posibilidad de ser capellán, pero se dio cuenta de que, en esa función, sería un oficial y pensó que no tendría suficiente conexión con los reclutas. Evaluó la posibilidad de ser conductor de ambulancias, pero al final se decidió a trabajar para la Asociación Cristiana de Jóvenes (la que conocemos como YMCA por sus siglas en inglés).
En aquella época, la YMCA ofrecía servicios sociales a los soldados. Los ayudaban a escribir giros postales para hacer posible que sus salarios llegasen a sus hogares; les daban cartas y bolígrafos para ayudarles a mantenerse en contacto con sus familias; les regalaban revistas, y también les preparaban chocolate caliente. De hecho, en un momento en particular, Machen escribió: «Tengo el mismo uniforme desde que salí de París y ahora está todo salpicado de chocolate caliente».
Machen también presenció muy de cerca los horrores de la guerra. Escribió sobre los aviones y los proyectiles, cómo sobrevolaban incesantemente. En un momento dado, lo llamó «la conmoción del aire. Es una violación muy despiadada de los dos elementos: tierra y aire. La odio, como odio todo este asunto de la guerra. Pero estoy convencido de que, para lograr la paz, es necesario que los aliados ganen». En un momento dado, Machen dijo: «Nunca podré olvidar las escenas que he presenciado. No es fácil poder transmitir a otros cómo fueron».
Pues bien, esa paz sobre la que escribió Machen finalmente llegó. En la undécima hora del undécimo día del undécimo mes de 1918, entró en vigor el armisticio. Se conoce como el Día del Armisticio o, en el Reino Unido, como el Día del Recuerdo. En Estados Unidos lo conocemos como el Día de los Veteranos. Es cuando la Primera Guerra Mundial llegó a su fin. En ese día, Machen escribió una carta y dijo:
Alabado sea el nombre del Señor. Antes de esto sabía muy poco de lo que es la verdadera acción de gracias. Solo la exuberancia de los Salmos de David, acompañados con el salterio en un instrumento de diez cuerdas podría empezar a hacer justicia a la alegría de esta hora. Bendice, alma mía, al Señor. Me parece que las colinas deben prorrumpir en un canto: “¡Paz al fin y alabanza a Dios!”.
Una de las cosas que más le llamó la atención a Machen después de la undécima hora del undécimo día del undécimo mes fue el silencio. Se deleitó en el silencio. Escribió: «Pero escuchamos algo mucho más excelente en contraste con el familiar rugido de la guerra, es decir, el silencio de la mañana neblinosa. Creo que puedo arriesgarme a afirmar, paradójicamente, que era un silencio que de verdad se podía escuchar». Machen continúa: «Supongo que fue el silencio más elocuente, el más importante de la historia del mundo».
Pasarían otros cuatro meses antes de que Machen pudiera abandonar Francia y regresar a Princeton. Ayudó a los soldados a reponerse de los horrores de la guerra y de lo que habían visto, y los preparó para volver a casa con sus familias y a sus trabajos. Cuando Machen regresó a Princeton en 1918, tenía un propósito renovado, un sentido renovado de su llamado. Lo necesitaría, porque en los años siguientes sería parte de otra batalla, esta vez, una batalla teológica. Esta vez, una batalla por el alma de su propia denominación.
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.