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23 noviembre, 2023Historia de dos ginebrinos: Calvino y Rousseau

Aunque sus ideas difirieron mucho, Juan Calvino y Jean-Jacques Rousseau tenían algo en común. En este episodio de 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, Stephen Nichols nos habla de estos hombres que pasaron un tiempo en la ciudad de Ginebra.
Transcripción
Bienvenidos a 5 Minutos en la Historia de la Iglesia, un podcast de los Ministerios Ligonier con Steve Nichols.
«Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos». Esta frase no es mía. Son las palabras de Dickens en su obra Historia de dos ciudades, y pienso que aplican a la historia que vamos a contar. Aunque Juan Calvino no nació en Ginebra, pasó allí muchos años de su vida. Cuando llegó a Ginebra en 1541, la ciudad no conocía bien a Calvino. Y según cuenta la historia, la ciudad lo expulsó, pero también lo invitó a volver. Con el paso de los años, la ciudad de Ginebra llegó a amar a Calvino. Su legado dejó una huella imborrable. Y mucho después de la muerte de Calvino, la ciudad lo veneraba.
Años más tarde, en 1712, llegó alguien que había nacido en Ginebra, el filósofo de la Ilustración Jean-Jacques Rousseau. En uno de sus libros titulado Emile, sostiene que el ser humano es intrínsecamente bueno, pero que la sociedad lo obliga y lo conduce a entornos más oscuros.
Rousseau promovía una filosofía y una ética que pretendían romper estas cadenas. Rousseau influyó en el pintor del siglo XIX Paul Gauguin, que había pasado una temporada en Tahití y pintó muchas representaciones de lo que él llamaba «el buen salvaje». La idea del buen salvaje significa que los seres humanos están hechos para vivir vidas totalmente libertinas, libres de cualquier institución como la del estado, o la de la escuela, o incluso la institución del matrimonio. Pero, por desgracia, el buen salvaje no existe.
Así que ya tenemos nuestras dos historias. Rousseau nos enseña que somos intrínsecamente buenos. Calvino nos enseña que los seres humanos son intrínsecamente pecadores. El término que utilizó aquí es «depravación total». Depravación total significa que todos nosotros, refiriéndose a toda la humanidad, somos seres caídos. Y también significa que todo nuestro ser está caído. No solo una parte de nosotros, no solo nuestra alma, sino todo lo que hay en nosotros.
Rousseau lo niega y trata de construir una filosofía social y una filosofía de la educación sobre una premisa ingenua y errónea: la premisa de que los seres humanos son intrínsecamente buenos. Ahora bien, Calvino tiene más que aportar a nuestra comprensión de la naturaleza humana que la doctrina de la depravación total. De hecho, Calvino comienza su discusión sobre los seres humanos con la noción de la dignidad humana. Basado en la imagen de Dios, todo ser humano tiene valor y dignidad.
Estas dos nociones de dignidad humana y depravación total son una pareja bastante compleja. Mantenerlas equilibradas, o mejor dicho, mantenerlas en la tensión adecuada es difícil, pero es la mejor manera de reflexionar sobre la humanidad. Hemos sido creados por Dios, a Su imagen. Eso significa que cada ser humano, cada vida humana, tiene valor y dignidad. Y también somos criaturas caídas, pecadoras. La caída no es un hecho aislado, marginado en algún rincón. Tampoco la caída de la humanidad en el pecado es una reliquia de un pasado mitológico, un concepto anticuado que ya no tiene utilidad en el mundo moderno. Ambos conceptos, la dignidad derivada de la imagen de Dios, la caída y la depravación total, son necesarios.
Volvamos a Rousseau. Rousseau no le daba cabida a semejante pensamiento, ni sobre la depravación total ni sobre el verdadero fundamento de la dignidad humana. Para Rousseau, somos nosotros, y todo depende de nosotros. En demasiados aspectos las ideas de Rousseau se han impuesto a las de Calvino en el mundo moderno.
Si visitas la ciudad de Ginebra, al cruzar el puente que une la parte moderna de la ciudad con la antigua, en una pequeña isla situada en la punta del lago Lemán, verás una estatua impresionante. No es la estatua de Calvino, es la estatua de Rousseau. «Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos».
Soy Steve Nichols. Gracias por acompañarnos en 5 Minutos en la Historia de la Iglesia.